Vestir al desnudo – Acto III

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In Italiano – Vestire gli ignudi

Introducción
Personajes, Acto Primero
Acto Segundo
Acto Tercero

Vestir al desnudo - Acto III
Luigi Diberti e Mariangela Melato, Vestire gli ignudi, 1986. Immagine dal Web.

Vestir al desnudo
Acto tercero

El mismo decorado. El mismo día, al atardecer.

La señora Honoria está asomada a una de las ventanas, por la que entran los acostumbrados ruidos de la calle, que poco a poco van cediendo con el declinar de la tarde. A una de las ventanas de la casa de enfrente, se supone que está asomada alguna vecina, con la que conversa la señora Honoria, mientras Emma acaba de quitar el polvo a los muebles del estudio.

Honoria: ¡Ah, sí! Luego le diré…

(Pausa) Hasta por la tarde; pero ¿sabe usted cómo es?, no es nunca el sueño de la noche…

(Pausa) ¿Cómo dice? No oigo…

(Pausa) ¡Ah, sí!: ahora ha salido con el señor Nota… ¡Sí!: a buscar la maleta. A él no quisieron dársela.

Emma: Y verá usted cómo tampoco se la dan a ella.

Honoria: (Sigue hablando hacia fuera) ¡Ah…! no ha podido ser antes.

Emma: ¡Espero que no pasará esto todos los días!

Honoria: (A Emma) ¿Qué estás rezongando? ¡No me dejas oír!

Emma: Digo, esto de volver a hacer la habitación a estas horas. ¡Es casi de noche!

Honoria: (Volviendo a hablar hacia fuera) El señor Nota será uno… ¿Qué quiere?

(Se echa a reír) Parece ser que quiere tenerla con él…

(Pausa) ¡Ah, no!: del otro no quiere saber nada… La habrá besado él…

(Pausa. Luego precipitadamente:) ¡No! ¡No es posible!

(Pausa. Luego, se inclina y saluda con la mano) Sí, adiós, adiós.

(Cierra la ventana) ¡Vamos! ¡Dice que ha visto aquí a tres hombres, y que los tres la han abrazado!

Emma: ¿También ese cónsul?

Honoria: ¡Vamos! ¡Ha visto mal! ¡No es posible!

Emma: ¡Yo los oí gritar tanto a los dos, cuando se quedaron solos…!

Honoria: ¿Y no has… no pudiste entender…?

Emma: ¡Ah…! no me paré a escuchar. Al pasar por el salón, oí que gritaban, y nada más. Pero más ella que él.

Honoria: Me gustaría saber qué es lo que pretende ahora de esta pobrecita, y a qué ha venido aquí, después de haber ido a protestar contra ella al periódico, amenazando con una querella judicial.

Emma: No querrá que haga las paces con el novio.

Honoria: ¿Y con qué derecho puede pretender eso? ¡Es ella la que no lo quiere! ¡Y yo creo que hace mal!

Emma: ¡Mire usted que preferir quedarse aquí, con un viejo medio loco…

Honoria: …que está ya aburrido de ella! ¡Está aburrido! Y me parece que ya se lo ha dado a entender.

Emma: Quizá sea un bien para ella; así se convencerá de que le conviene irse con el otro.

Honoria: A lo mejor… ¿sabes lo que pasará? Pues que ya no se fiará del joven. Aunque a mí me parece que ahora está sinceramente arrepentido.

Emma: Eso me parece a mí.

Honoria: Pero tiene el reparo de la otra; que tendría que abandonarla ahora por ésta.

Emma: ¡Ah, pues lo que es yo, no tendría ese escrúpulo! ¡Si ésta ha estado a punto de morir…!

Honoria: ¡Ah, ella sabe bien lo que es verse abandonada! ¡Y lo bien que lo explicaba el periódico! ¡Pero ahora debe odiarlo! Y debe haber comprendido que aquí, el señor Nota…

(Hace una mueca) La vi cuando salía con él. Me pareció que tenía en los ojos., no sé… como un velo; miraba y no veía; no podía ni hablar, ni levantar una mano. Le pregunté qué tal se encontraba, y contestó con una sonrisa que me dejó helada; y la mano fría, fría…

(Se calla de repente y escucha. Luego, con otra voz) ¿A ver? Me parece que se oye pregonar al buhonero; sí, baja, baja a comprar ese cordón. Ya sabes: dos metros y medio. Desde aquí lo llamo.

Emma sale corriendo por la común. La señora Honoria corre a una de las ventanas, la abre, se asoma, y hace señas al buhonero para que se detenga. Queda asomada. Mientras tanto, por la puerta común, entra Franco Laspiga, sombrío, con la cara desencajada.

Franco: (Entre los ruidos que suben de la calle, pregunta dos veces desde el dintel) ¿Se puede? ¿Se puede?

Honoria: (Volviéndose y cerrando la ventana) ¡Ah!, ¿es usted, señor Laspiga? Siéntese. El señor Nota y la señorita no tardarán en volver.

(En voz baja, insinuante) ¡Insista, insista, que la convencerá!

Franco: (La mira primero como el que no ha comprendido; luego, con rabia contenida, irónico) ¡Sí, sí! ¡Ya verá! ¡Ahora verá usted cómo insisto!

Honoria: (Confidencial) Le ha parado los pies, ¿sabe? ¡Debe haberle parado bien los pies, a ese cónsul! ¡Se lo digo yo!

Franco: (Entre dientes) Miserable… canalla…

Honoria: ¡Tiene usted razón! ¡Tiene usted razón! ¡Pobre señorita!

Franco: (Saltando, irrefrenable) ¡Qué, señorita! ¡No la llame señorita! ¿Sabe usted lo que es ésa? ¡Una mujerzuela! ¡Una mujerzuela!

Honoria: (Casi vacilando) ¡Oh, no, Dios mío! ¿Qué me dice?

En este momento entra por la puerta común, con el sombrero en la mano, Ludovico Nota.

Ludovico: (Viendo a Franco) ¡Ah!, ¿ya está usted aquí?

(A Honoria, aludiendo a Ersilia) ¿No ha vuelto todavía?

Honoria: (Se vuelve a mirarlo asombrada. Luego, sin responderle, se dirige a Franco) ¿Pero es posible?

Ludovico: (Que no comprende) ¿Qué ocurre?

Franco: (Resuelto, furioso, vibrante) ¡Ocurre que la mujer del cónsul Grotti, cuando se ha enterado de que su marido había venido aquí esta mañana a ver a su amante…!

Ludovico: (Rápido, sorprendido) ¿A quién?

Honoria: (Lo mismo) ¿De él? ¿Del cónsul?

Franco: ¡Su amante, su amante, sí, señores! Su mujer se ha presentado esta mañana en casa de los padres de mi prometida a decirles lo que pasaba…

Ludovico: …¿entre la señorita Drei y su marido?

Honoria: ¿La amante de su marido?

Franco: ¡Sí, señores! ¡Lo que yo necesito saber ahora, es si lo era ya antes de que yo le pidiera su mano, allá! ¡A eso he venido!

Honoria: ¡Pero, cómo…! ¡Entonces…! ¡Dios mío! ¡Yo creo que acabará volviéndose loca!

Franco: ¿Y saben ustedes en qué momento los sorprendió la mujer? ¡Mientras la niña se caía de la azotea!

Honoria: (En un grito, cubriéndose el rostro con las manos) ¡Dios mío!

Franco: ¡Los sorprendió! ¡Y a ella la echó de allí, como a una asesina, porque había dejado a la niña sola en la azotea!

Honoria: ¡Asesinos! ¡Ah, verdaderos asesinos!

Franco: Si no estaba comprometido él también… ¡A presidio debía ir! ¡A presidio! Y después de aquello… ¿comprende?

Honoria: …ya, ha tenido el valor…

Franco: …¡de venir a trastornar mi vida!

Honoria: ¡Y a todos, de compasión!

Franco: Pero ¿comprenden ustedes lo que me ha hecho a mí?

Ludovico: (Casi para sí) Parece increíble…

Honoria: ¡Con aquel aspecto de santa mártir…! ¡Impostora!

Franco: ¡Todos mis proyectos, deshechos! ¡La vergüenza pública! ¡El desprecio de mi prometida! ¡No sé cómo no me he vuelto loco!

Honoria: ¡Claro: así quería ella escaparse cuando lo vio a usted, cuando supo que el otro estaba aquí! ¡La impostora! ¡Claro: vio que sus embustes iban a descubrirse!

(Cambiando de tono, colérica) ¡Y con las lágrimas que me hizo verter a mí!

(De pronto, a Ludovico) ¡Ah!, ¿sabe usted? ¡Fuera, fuera de aquí! ¡Ni un momento más! ¡No quiero estas desvergüenzas en mi casa!

Ludovico: (Fastidiado, soplando de cólera) Espere… espere…

Honoria: ¡No, no, no, no! ¡Qué voy a esperar! ¡Fuera! ¡No la quiero aquí! ¡No la quiero aquí!

Ludovico: ¡Pero cállese, por Dios! Yo todavía no comprendo…

(A Franco) Dígame: ¿cómo es que el cónsul…? (Se interrumpe) ¿Sabe usted que el cónsul fue precisamente el primero en ir al periódico a protestar?

Franco: ¡Claro!

Ludovico: No, no está claro. Me parece que, siendo amantes, deberían estar los dos de acuerdo.

Franco: ¡Pero estaba aquí su mujer con él! ¡Su mujer, de la que ella se había atrevido a decir infamias en el periódico!

Ludovico: (Recordando) ¡Ah, ya; sí, sí! Y en efecto, sí… Por eso se turbó ella tanto cuando supo que el periódico decía…

Honoria: …que aquella pobre señora la había enviado a un recado.

Ludovico: Y entonces… todo ha sido una impostura…

Franco: …¡vil! ¡Una vil impostura!

Ludovico: …¿eso de que quiso suicidarse por usted?

Honoria: ¡Pero yo me pregunto cómo podrán mentir tan descaradamente!

Ludovico: (Casi para sí, pensando) Sí, claro… en efecto… Así se obstinaba ella en no aceptar de usted la reparación…

Franco: ¡Sólo hubiera faltado que la admitiera!

Honoria: ¡Claro! ¡Pobre señor!

Ludovico: (Cada vez más afectado por la falta de tacto de Honoria, que lo lleva a ponerse también contra Franco) No, no, dispense: hay que reconocer que, al menos, un poco de arrepentimiento sí ha tenido.

Franco: Pero ¿cuándo? ¡Cuando me ha visto a mí aquí dispuesto a reparar lo que yo creía una culpa mía!

Ludovico: Sí, claro…

Franco: ¡Y eso, en el caso menos grave; quiero decir, en el caso de que ella haya sido su amante después de conocerme a mí! ¡Que si lo hubiera sido ya antes!, ¿se lo imagina usted?, ¡yo hubiera sido víctima del más ignominioso engaño por parte de ambos!

Ludovico: ¡No…! ¡Eso…!

Franco: ¡De eso es de lo que tengo que asegurarme, y por eso estoy aquí!

Ludovico: ¿Y qué quiere usted hacer? Porque no podrá usted negar, y perdone, que aquí ha tropezado usted con la más decidida y violenta oposición por parte de ella…

Franco: ¡No; si me refiero a lo de antes: al engaño de antes!

Ludovico: ¡Ah, no, perdone: usted, en todo caso, jamás hubiera perdido nada!

Franco: ¡Ah!, ¿no? ¿Cómo? Yo…

Ludovico: (Firme) ¡Nada! ¡Ni siquiera antes! ¡Pero si usted estaba a punto de casarse con otra! Y perdone…

Franco: ¡No, no, espere…!

Ludovico: ¡Déjeme hablar! ¡Usted ya le había devuelto la china, me parece, aun antes de saber que ellos lo habían engañado!

Franco: ¿Y acaso mi traición anula la suya?

Ludovico: ¡No, ciertamente; pero ya no tiene usted derecho a exigir cuentas a nadie! ¡Resígnese!

Franco: (Con fuerza) ¡Tengo derecho! ¡Lo tengo! ¡Porque ellos llevaron a cabo su traición: la consumaron; mientras que yo, al contrario, deshice mi boda y acudí aquí en seguida!

Ludovico: ¡Cuando supo usted que ella había intentado matarse!

Franco: (Como antes) ¡Pero no por mí! ¡Lo ha confesado ella misma! ¡Ésta es buena! ¡Me reprocha usted mi traición, como si para ésa pudiera ser todavía una traición!

Ludovico: No, no, mire usted… Yo no le reprocho nada; quiero demostrarle simplemente que usted sólo tiene razón en una cosa: en que ella haya mentido al decir – cuando ya no tenía derecho a ella – que se mataba por usted. ¡Y, la verdad, yo no llego a comprender el por qué de esa mentira, precisamente a la hora de la muerte! Ciertas mentiras pueden ser útiles para la vida; y, para la vida, ella misma la ha reconocido inútil.

Franco: ¡Usted lo ha dicho: inútil!

Honoria: ¡Si usted no quiere tener en cuenta los hechos…!

Ludovico: ¡Ah, eso sí! ¡Eso es verdad! Ése es mi defecto. No consigo nunca tener en cuenta los hechos.

Honoria: Menos mal que usted mismo lo confiesa. Y los hechos, ¿sabe usted cuáles son? El primero de todos: que ha sido salvada de la muerte.

Franco: ¡Y que la mentira le ha sido útil! ¡Sí, señor, útil! Si no por mí, ¡que hubiera sido el colmo!, útil, porque gracias a su mentira ha encontrado aquí a uno como usted.

Honoria: ¡Figúrese: un escritor!

Ludovico: Ya: un idiota.

Franco: (Rápido) ¡No digo eso!

Ludovico: ¡Sí, sí, dígalo, dígalo!

Honoria: ¡Puede usted decírselo, si se lo llama él mismo!

Franco: ¡Claro que ella se habrá sentido halagada, oh, de ver acogida su impostura en el mundo del arte: esa historia romántica del suicidio por amor, narrada no ya por un periodista, sino por un escritor como usted…!

Ludovico: Pues, sí, en efecto, quería…

Franco: ¿Ve usted?

Ludovico: Incluso le desagradaba verse en mi novela… otra distinta.

Honoria: ¡Buena copia hubiera salido: ella diciendo mentiras, y él escribiéndolas!

Ludovico: Las mentiras, ¡ya!, que también se llaman historias. Pero no es una culpa que esa historia sea mentira. Al contrario: importa mucho que no sea verdadera, si luego resulta bonita. A ella puede haberle salido mal en la realidad; pero puede salirme bien a mí al escribirla. Y le digo más: que así es más bonita. ¡Ah, pero mucho más bonita! ¡Y yo estoy contentísimo de que se haya puesto en claro!

(A Franco, señalando a Honoria:) Mire: el que esta señora, por ejemplo, estuviera al principio toda enfurecida; luego, toda miel; y ahora, toda hiel…

Honoria: (Sublevándose) ¡Vamos!

Ludovico: (Rápido, aprobando) ¡Sí, sí tiene usted razón! ¡Pero no me negará usted que es preciosa!

(A Franco) Y que usted, ayer, primero exaltado…

Franco: (Sublevándose) ¡Pero si yo mismo se lo he dicho!

Ludovico: (Como antes) ¡Sí, sí, y es justo! ¡Justísimo! ¡Y por eso mismo es precioso! Pero…, perdonen: ¿creen ustedes que yo tenga que hacer aquí el papel de idiota? ¡Ah, no! Por eso me divierto haciéndoles ver a ustedes lo bonita que es – ¡preciosa, preciosísima! – esta comedia de un embuste descubierto…

Franco: (Sublevándose nuevamente, dolido) ¿Bonita, dice usted?

Ludovico: (Rápido, compenetrándose con su dolor) ¡Precisamente porque usted sufre y ha sufrido tanto en ella! ¡Ah, y, no crea, yo comprendo, siento como propio su sufrimiento; y no dude que sabré representarlo a lo vivo en la novela o la comedia que escriba!

Honoria: ¿Y a mí no me meterá? ¿Nada, nada?

Ludovico: Si escribo una comedia, sí.

Honoria: ¡Ah, Dios le libre de ponerme en una comedia!, ¿sabe?

Ludovico: ¿Qué haría usted? ¿Se pondría a gritar que no es verdad?

Honoria: ¡Que no es verdad! ¡Que no es verdad! ¡Que usted es un impostor que hace pareja con la otra!

Ludovico: (Riendo) Tranquilícese: eso de que no es verdad, lo dirán los críticos.

(Cambiando de tema) Bueno, pero entretanto, ¿cómo es que no vuelve? Ya es hora de que estuviera aquí… Le di un poco de dinero…

Honoria: (Rápida) ¿Dinero, a ella? ¡Ah, bravo! ¡Entonces, ya podemos figurarnos…!

Ludovico: Para pagar la cuentecita de la pensión y retirar la maleta.

Honoria: ¡Pero… si le ha dado dinero, no vuelve! ¡No vuelve! ¡Adiós, comedia! ¡Puedo estar tranquila, de verdad!

Ludovico: ¡No; en cuanto a eso, siempre se puede imaginar un desenlace, aunque un hecho de la vida real no lo tenga!

Franco: ¿De veras teme usted que ella no vuelva?

Ludovico: Según. Si la finalidad de su mentira estaba en los «hechos», me temo que no vuelva. Sólo volverá en el caso de que su propósito – como yo creo – estuviera fuera y por encima de los hechos. Y entonces, yo haré la comedia. Pero también la haré si no vuelve.

Franco: ¿Sin tener en cuenta los hechos?

Ludovico: ¡Los hechos! ¡Los hechos! Amigo y señor mío: los hechos son según se tomen; y entonces, en el ánimo, ya no son hechos, sino vida, que nos parece así o de otra manera. Los hechos son el pasado, cuando el ánimo cede – como usted decía – y la vida lo abandona. Por eso yo no creo en los hechos.

Emma: (Entra por la puerta común y anuncia) El señor cónsul Grotti. Pregunta por la señorita, o por usted, señor Nota.

Ludovico: ¡Ah, es él el que viene!

Franco: (Furioso, amenazador, con ademán de ir a su encuentro) ¡Y viene muy oportunamente!

Ludovico: (Tranquilo y firme, poniéndosele enfrente) ¡Usted hará el favor de estarse tranquilo en mi casa; y le repito que no tiene usted derecho a pedir cuentas a nadie!

Franco: ¡Pero también puedo marcharme!

Ludovico: ¡No! ¡Usted se queda aquí! Iré yo al encuentro de ese señor.

El cónsul Grotti, agitadísimo, lleno de ansiedad, aparece en el dintel. Emma se retira.

Grotti: Con permiso. ¿La señorita Drei?

Honoria: (Alarmada, irritada, impaciente) ¡Pero si no está aquí! ¡Se ha ido!

Franco: ¡Y quizá no vuelva!

Grotti: ¡Dios mío…! ¿Pero saben…? – Me dirijo a usted, señor Nota.

Ludovico: Usted se introduce en mi casa sin mi permiso.

Grotti: Mil perdones. Me urge saber si la señorita Drei está enterada de que mi mujer…

Franco: (Rápido) …ha ido a casa de los padres de mi prometida, a denunciar…

Grotti: (Rápido, furioso, gritando) …¡su locura!

Franco: ¡Ah, entonces, usted niega…!

Grotti: (Como antes, furioso y despectivo) ¡Yo no tengo nada que afirmarle ni negarle a usted!

Franco: ¡Sí, señor! ¡Usted tiene que responderme…!

Grotti: …¿De qué quiere que le responda? ¿De la locura de una mujer? ¡Estoy dispuesto: cuando usted quiera!

Franco: ¡Está bien!

Grotti: (Rápido, a Ludovico) ¡Solamente me urge saber, señor Nota, si la señorita Drei está enterada!

Ludovico: No, no creo.

Grotti: ¡Ah, gracias a Dios! ¡Gracias a Dios!

Ludovico: Ha estado conmigo. La he dejado, porque tenía que ir a la pensión.

Grotti: ¿Y usted tampoco lo sabía?

Ludovico: No. Lo he sabido ahora, por el señor Laspiga, al que he encontrado aquí, al llegar.

Grotti: ¡Ah…, bien! ¡Porque, con lo desesperada que está, este nuevo golpe…!

Ludovico: Pero el hecho es que… estamos esperándola…, y no viene.

Franco: ¡Si no lo sabe es más que probable que se lo espere! Y como el señor Nota le ha dado algún dinero, no sería extraño que hubiera cogido el vuelo.

Grotti: ¡Ojalá! Pero yo me temo…

Franco: ¡Ah!: luego usted ahora admite…

Grotti: ¡Yo no admito nada!

Franco: ¡Ya, por caballerosidad!

Grotti: ¿Pero no comprende usted, caballero, que a mí me tiene sin cuidado lo que usted crea o deje de creer? ¡Puede usted creer lo que se le antoje!

Franco: (Con ímpetu, furioso) ¿Yo? ¿Lo que se me antoje? ¡Quiero saber la verdad; no creer lo que se me antoje!

Grotti: ¿Y después, qué? ¿Si después le digo que no es verdad? ¿Pero no quiere usted comprender que ha sido usted, ¡usted!, el que la ha llevado a la desesperación?

Franco: ¿Yo?

Grotti: ¡Sí, usted!

Franco: Pero si fue su mujer la que la echó de allí, siendo inocente, y sin tener la menor culpa de la desgracia de la niña…

Grotti: (Rápido, decidido) ¡Eso, no!

Franco: ¿Es mentira eso?

Grotti: ¡He ido precisamente al periódico, a desmentir eso!

Franco: ¿Y luego vino usted aquí, a ponerse de acuerdo con ella?

Grotti: (Temblando, casi lanzándose sobre él, conteniéndose) Dispénseme, señor Nota…

(Luego, a Franco) Vine aquí, a ruego del padre de su prometida, y la encontré a ella aquí, desesperada, porque usted…

Franco: (Rápido, con fuerza) …¡Porque yo quería reparar el daño que le había hecho! ¿Por qué la desespera eso – quisiera yo saber—, si es verdad que yo le he hecho ese daño?

Grotti: ¡Pues porque ella no quiere aceptar de usted la reparación! ¡No quiere aceptarla! ¡No quiere! ¡Se lo ha dicho a usted! ¡Se lo ha repetido! ¡También es usted obstinado!

Franco: (Como antes) ¡Pero que no se crea que yo me lo trago! ¡Esa desesperación es una excusa para excluirme a mí, y poder representar su papel delante de este señor (Ludovico), haciéndole creer que todo es mentira! ¡Pero yo no estoy aquí por mi gusto, sino porque ella declaró públicamente que había intentado matarse por mí!

Grotti: ¿Y no le ha confesado ya que mintió?

Franco: (Rápido, con violencia creciente) ¡Una segunda mentira! ¡Y dos! ¿Acaso la obligué a mentir?

Grotti: ¿Y quién sabe si no ha dicho después que no, por eso mismo?

Franco: (Como antes) ¿Y en ese caso, sería verdad que intentó suicidarse por mí?

Grotti: Yo no sé por qué lo hizo.

Franco: (Como antes) ¡Si es como usted dice, fue porque yo iba a casarme con otra! ¿Por qué otra razón si no?

Ludovico: A no ser que fuera, como me dijo a mí…

Franco: (Volviéndose, rápido) ¡No, no, perdone: usted dijo hace poco que tampoco usted veía ninguna razón!

Ludovico: No…, que se envileció… por la calle como una mendiga…

Franco: (Irónico) ¡Ya! Cuando se ofreció, por la noche, al primero que pasó…

Grotti: (Ensombreciéndose) ¿Dijo también eso?

Franco: (Fuerte, con ardor, avanzando) ¡También eso! ¡También eso! ¡Y que lo hizo también por mi culpa, por mi traición! ¿Y usted desearía que yo, admitiendo eso, no insistiera con todas las fuerzas de mi conciencia que ella aceptara mi reparación? ¡Pues yo estoy dispuesto a insistir ahora, si usted me da su palabra de honor de que su mujer ha mentido al acusarla de ser su amante!

En este momento, por la puerta común, llega Emma, agitada, espantada, y grita:

Emma: ¡Señora! ¡Señora! ¡Dios mío…, señora…!

Honoria: ¿Qué ocurre?

Ludovico: ¿Ella?

Emma: Sí, señor…, ha vuelto…

Grotti: ¿Dónde está?

Honoria: ¿Dónde está?

Emma: …Como una muerta…, al abrirle la puerta, se cayó…, con la maleta…

Ludovico: ¡El veneno…! ¡Dios mío…! ¡En la maleta tenía el veneno…!

Cuando se disponen a acudir, aparece Ersilia por la común: cadavérica, pero tranquila, dulce, casi sonriente.

Honoria: (Retrocediendo, como los otros) ¡Ah…, aquí está…!

Grotti: (Prorrumpe) ¡Ersilia…, Ersilia…! ¿Qué has hecho?

Franco: (Casi para sí) ¡Se ha traicionado!

Ludovico: (Acudiendo, como para socorrerla) Señorita…, señorita…

Honoria: (Asustada, casi para sí) ¡Dios mío! ¿Otra vez?

Ersilia: Nada. Silencio… Esta vez, nada… (Con el dedo sobre los labios, les indica que callen)

Grotti: (En un grito) ¡No! ¡No! ¡Dios mío! ¡Hay que buscar remedio, en seguida! ¡Llevarla en seguida…!

Honoria: (Espantada) ¡Sí, sí! ¡En seguida! ¡En seguida!

Ludovico: (Junto a Ersilia) SÍ, SÍ…, venga, venga…

Ersilia: (Defendiéndose) ¡No; no quiero! ¡Basta! Por caridad…

Grotti: (Acudiendo a ella también) ¡Sí, sí! ¡Ven conmigo! ¡Yo te llevaré!

Ersilia: (Como antes) ¡Te digo que no quiero!

Ludovico: (Como antes) ¡Sí, sí, por favor, deje que la llevemos, señorita…!

Honoria: ¡Voy a llamar un taxi!

Ersilia: ¡Por caridad, basta, digo! ¡Sería inútil!

Grotti: ¿Cómo, inútil? ¡Al contrario! ¡No debemos perder tiempo!

Ersilia: ¡Es inútil! Ya no hay remedio. Silencio, por caridad. Déjenme tranquila. Si usted, señor Nota, y usted, señora… No será inmediatamente, sin embargo; pero pronto…, espero…

Ludovico: Diga, sí… ¿Qué desea? ¿Qué desea?

Ersilia: Su cama.

Ludovico: ¡Sí, sí, pronto, venga usted!

Grotti: (De nuevo, con violenta conmoción) ¿Qué has hecho? ¿Qué has hecho?

Ludovico: ¡Podía usted haberse acordado, señorita, de que estaba yo aquí! ¡Que podía quedarse aquí, conmigo!

Ersilia: Si no lo hubiera hecho, ya nadie me habría creído.

Franco: (Conmovido) Pero ¿qué? ¿Qué es lo que teníamos que creer?

Ersilia: Que si mentí, no fue para vivir. Eso es…

Franco: Pues ¿por qué, entonces?

Ersilia: ¡Para morir! ¿Lo ves? ¡Te repetí a gritos que, cuando dije aquella mentira, es porque para mí ya había acabado todo; y sólo por eso la dije; tú no quisiste creerlo, y tienes razón; sí, porque no pensé en ti…, no tuve en cuenta que te turbaría, te trastornaría así…! ¡Pero sentía tanto desprecio de mí misma…!

Franco: ¡Pero si me acusabas…!

Ersilia: No.

Franco: ¿Cómo, que no?

Ersilia: No, no… ¡Es tan difícil decirlo…!, ¡figúrate, creerlo! Pero ahora te diré, me despreciaba tanto a mí misma, que no creí que podía causarte todo ese daño. Puedes creerme. Ya ves, antes de decírtelo, he querido adquirir este derecho a que me creas. Os he causado a ti y a tu prometida todo ese trastorno…, y sabía que no tenía derecho a hacerlo, porque…

(Mira a Grotti, de nuevo a Franco:) ¿Te has enterado…? Por su mujer, ¿verdad?

Franco: (Casi sin voz) Sí.

Ersilia: Lo había previsto. Y él vino aquí a negar, ¿verdad?

Franco: (Como antes) Sí.

Ersilia: ¿Lo ves?

(Lo mira y hace un gesto de desconsolada piedad, abriendo apenas las manos: gesto que dice sin palabras la razón por la cual la humanidad martirizada siente la necesidad de mentir. Muy dulcemente añade:) Y tú también…

Franco: (Conmovido, en un arranque de sinceridad, entendiendo el gesto) ¡Sí, yo también, yo también!

Ersilia: (Sonriendo, casi con una sonrisa lejana) Has dicho el sueño…, no sé…, cosas bellas… Y acudiste aquí para reparar. Sí.

Como éste, por reparar, ha negado

(Grotti rompe a sollozar violentamente. Y entonces ella, turbándose y haciéndole señas para que cese su llanto:) No, no, por caridad… Es que todos, todos, queremos hacer un buen papel. Cuanto más… (quiere decir «sucios», pero le da asco y al mismo tiempo tanta lástima que casi no puede pronunciar la palabra) …más limpios queremos parecer. Es eso. (Y sonríe) ¡Dios mío, taparse con un vestidito decente! ¡Eso es! A mí ya no me quedaba ninguno para presentarme delante de ti. Pero supe que tú también…, sí, habías desechado aquel bonito traje de marino. Y entonces me vi…, me vi por la calle… ya sin nada… y… (se ensombrece con el recuerdo de aquella noche, por la calle, cuando salió de la pensión)… sí, un puñado de fango más encima, para acabar de ensuciarme. ¡Dios mío, qué asco, qué náusea! Y entonces…, entonces, al menos para la muerte, quise hacerme un vestidito decente. Eso es. ¿Ves por qué mentí? ¡Por eso, se lo juro a ustedes! En la vida, nunca pude tener un vestido que no me fuera desgarrado por tantos perros…, por tantos perros como se me han echado encima por todos los caminos; un vestido que no se haya manchado con las más bajas y viles miserias… Y quise hacerme uno…, bonito…, para la muerte… El vestido más bonito…, el que yo había soñado, allá…, y que también me fue arrancado en seguida…, el vestido de novia. Pero sólo para morir; con eso me bastaba; eso y un poco de llanto de todos, y basta. ¡Pues bien: no, no! ¡Ni siquiera ese he podido tener! ¡Desgarrado en cuanto me lo puse! ¡Roto también aquél! ¡Tengo que morir desnuda! ¡Descubierta, envilecida y despreciada! Ya está. ¿Estáis todos contentos? Y ahora, marchaos, marchaos. Dejadme morir en silencio: desnuda. ¡Marchaos! ¡Ahora creo que puedo decir que ya no quiero ver ni oír a nadie! ¡Marchaos, marchaos a decírselo, tú a tu mujer, y tú a tu prometida: que esta muerta…, no ha podido tener mortaja!

Telón

1922 – Vestir al desnudo
Comedia en tres actos
Introducción
Personajes, Acto Primero
Acto Segundo
Acto Tercero

In Italiano – Vestire gli ignudi

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