Vestir al desnudo – Acto II

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In Italiano – Vestire gli ignudi

Introducción
Personajes, Acto Primero
Acto Segundo
Acto Tercero

Vestir al desnudo - Acto II
Andrea Tidona e Vittoria Faro, Vestire gli ignudi, 2018. Immagine dal Web.

Vestir al desnudo
Acto Segundo

El mismo decorado. A la mañana siguiente.

Entran por la puerta común, seguidos de Emma, Franco Laspiga y Ludovico Nota. Ludovico trae el sombrero puesto. Franco deja el suyo en la primera silla, junto a la puerta. Poco después, Ludovico dejará también el suyo.

Ludovico: (A Emma) ¿La señora Honoria?

Emma: Está ahí (Señala la puerta del fondo), con la señorita.

Ludovico: ¿Cómo ha pasado la noche la señorita?

Emma: Muy mal. No ha dormido nada. Y la señora, tampoco.

Franco: ¡Si hubiera podido hablarle anoche…!

Ludovico: (A Emma) Entre sin hacer ruido, y dígale a la señora Honoria que estoy yo aquí.

Emma: Sí, señor. (Se dirige a la puerta del fondo)

Ludovico: ¿Ha habido correo?

Emma: (Volviéndose) Sí, señor. Ahí está, encima de su mesa. (Abre la puerta del fondo sin hacer ruido, y desaparece)

Ludovico: (Mientras va a recoger su correspondencia, a Franco) Pero siéntese, siéntese.

Franco: No, gracias. No puedo estar sentado.

Ludovico: (Soplando) ¡¡Ah!! ¡Voy a abrir aquí un poco!

Abre una de las ventanas, y se pone a hojear su correspondencia que se compone sólo de periódicos.

Los ruidos de la calle se oyen más claramente, mezclados con los del mercado de por las mañanas. Ludovico, molesto, vuelve a cerrar y se acerca a Franco con un periódico, señalando con el dedo una noticia.

Ludovico: Mire esto; lea, lea esto. (Le da el periódico)

Franco: (Después de leer) ¿Un mentís?

Ludovico: Sí. Que se publicará mañana.

Entra por la puerta del fondo la señora Honoria, seguida de Emma, que se va por la común.

Franco: (Viéndola entrar) ¡Ah, ya viene…!

Honoria: (Agitando las manos en el aire) ¡Qué noche! ¡Ay, qué noche!

Franco: ¿Y qué hace? ¿No viene?

Honoria: Si puede. Ya sabe que está usted también aquí. ¡Pero no la turbe, por caridad! Esta mañana se había adormecido un poco.

Ludovico: Y con ese ruido de la calle…

Honoria: No. Entró la mujer a decirme que estaba usted con otro señor… y se ha despertado. Yo tenía miedo a que se negara, como anoche…

Franco: (Como conjurando) ¡No, no!

Honoria: No, en efecto, ha dicho que quería hablar con usted.

Franco: ¡Ah, bien! Se habrá convencido…

Ludovico: Claro que sí. Y si no, ya la convenceremos.

Honoria: Yo tengo mis dudas: anoche, en cuanto salieron ustedes, quiso escaparse de aquí.

Ludovico: ¿Escaparse?

Franco: ¿Adónde? ¿Por qué escaparse?

Honoria: ¡No lo sé! ¡Quería huir! ¡No saben ustedes lo que me costó detenerla! ¡Yo no sé cómo le han dado el alta en el hospital; todavía no está bien!

Ludovico: (Un poco molesto, con frialdad) Pues, la verdad… cuando estaba conmigo…

Honoria: ¡Ni mucho menos! ¡Haciendo un gran esfuerzo se mantenía de pie; pero sufriendo mucho! ¡Teme tanto que usted se canse…!

Ludovico: ¿Yo? ¡No…! Ahora, más bien… (Señala a Franco)

Franco: ¡Sí, sí: la curaré yo! ¡La curaré, la curaré yo!

Honoria: Yo me voy a descansar un momento. No puedo más. Pero si ustedes me necesitaran…

Ludovico: Sí, sí, vaya usted…

Honoria: …no tienen más que llamar.

(Se dirige a la puerta común, pero se vuelve y dice a Ludovico:) ¡Figúrese que la pobrecita no tiene más que lo puesto! Le han requisado la maleta, no sé si en la pensión o en Comisaría. ¡Hay que ir a recogerla!

Ludovico: Sí, sí; ya nos encargaremos…

Honoria: ¡Pero pronto: hoy mismo! Está…

(Iba a decir «desnuda», pero se detiene y exclama:) ¡Y si tiene que comparecer…! ¡Dios mío…! ¿Se encargará usted?

Franco: ¡Yo me ocuparé de eso! ¡Yo me encargaré!

Honoria: Creo que sería mejor que se encargara usted, señor Nota.

Ludovico: (De nuevo, aburrido) ¡Está bien!

(Luego, en otro tono) Vamos a esperar, y que ella (Ersilia) diga…

Honoria: ¡Por caridad, no la abandone!

Ludovico: (Colérico) ¡No está mal! ¡Ahora viene usted a recomendármela: usted, que ayer…!

Honoria: ¡Pero ayer yo no sabía nada! ¡Dios mío, si parece como cuando un animalito va por la calle y todos los perros se le echan encima; y cuanto más manso es, más dentelladas le dan! ¡Está tan asustada, la pobrecita…!

Ludovico: (Como antes) ¡Pero comprenderá usted que también a mí, ahora, me parece otra cosa!

Honoria: (Con pena, aludiendo a Ersilia) ¿Quién? ¿Ella?

Ludovico: ¡Toda esta historia, que yo creía ya terminada, y tan distinta! ¡No podía ser peor! Primero, el periodista con su crónica; ahora, aquí el señor (Laspiga); y luego, ese señor cónsul que aparece protestando…

(A Franco) ¿Ha visto usted en el periódico…?

Franco: Pero, entonces, ¿el cónsul Grotti está aquí?

Ludovico: (Con vivacidad, para decir el motivo de su cólera) ¡Aquí, aquí, también él, aquí todos! Y parece ser que el padre de su prometida ha ido también en su busca.

Franco: (Estupefacto, turbándose) ¿El padre de mi prometida? ¿Y para qué?

Ludovico: Pues… ¡no lo sé! ¡Para informarse!

Franco: (Indignado) ¿Y qué es lo que pretende todavía? ¡Después de haberme echado a empujones! ¿De manera que el cónsul Grotti también se ha puesto en contra de ella? (Indica la puerta del fondo, refiriéndose a Ersilia)

Honoria: ¡Ah, todos contra ella…!

Ludovico: Eso parece. Mejor dicho: así es. Comprenderá usted que yo vivo aquí escribiendo, absorto en mi trabajo.

Franco: (Casi para sí, con rabia) Quisiera yo saber por qué razón el cónsul Grotti…

Ludovico: ¡Él lo sabrá! Yo, por mí, sólo le digo que me había interesado el caso de una vida; cosas, personas…, naturalmente, como yo me lo había imaginado. Ahora, toda esta secuela, toda esta maraña, me lo ha estropeado; ¡me lo ha estropeado todo! Pero, afortunadamente, ahora está usted aquí.

Franco: ¡Sí, sí! ¡Aquí estoy yo! ¡Aquí estoy yo!

Honoria: Bueno, yo voy a descansar. (Juntando las manos para recomendar:) ¡Miren por ella! (Sale por la común)

Franco: (Resuelto, con ímpetu) Me la llevaré lejos de aquí. Puedo hacerlo. ¡Lejos, lejos!

Ludovico: ¡No se entusiasme demasiado! ¿Ve usted lo que ocurre?

Franco: Ya, pero ¿y ella? (Ersilia)

Ludovico: Pues me parece que es la prueba más desgraciada. La víctima.

Franco: Sí, pero ¿por qué? Porque yo, precisamente «por no entusiasmarme demasiado», como usted dice, la traicioné, y me traicioné a mí mismo. Dejé el mar para venir a ahogarme en el pantano de la vida corriente.

Ludovico: Sin embargo, llega un momento…

Franco: (Con ímpetu creciente) ¡No! ¡No, cuando llegamos al convencimiento de que no es posible vivir como habíamos soñado, y de que es irrealizable lo que en el sueño nos parecía tan fácil que podíamos palparlo!

Ludovico: Ya. Porque, en ciertos momentos, el alma se libera de todas las miserias.

Franco: ¡Eso es, sí, señor!

Ludovico: Salta por encima de todos los pequeños obstáculos de la vida cotidiana; se sacude de encima las cosas pequeñas, los cuidados mezquinos y los deberes mediocres.

Franco: ¡Exacto! ¡Y así se libera, y respira un aire donde las cosas más difíciles se hacen facilísimas!

Ludovico: Y todo se desliza suavemente, como en una divina embriaguez. Sí. Pero son sólo momentos, amigo mío.

Franco: (Rápido, con fuerza) ¡Porque nuestro ánimo cede, porque no sabe resistir!

Ludovico: (Sonriendo) No. Porque, entretanto, usted no sabe las jugarretas que le arma, las bromas que le da, las sorpresas que le prepara su alma, mientras respira y palpita en el aéreo fervor de aquellos momentos, libre de todo freno, destituida de toda reflexión, encendida, alucinada en aquella llama de sueño. Usted no se da cuenta; pero un buen día – un mal día – se siente arrastrado hacia abajo.

Franco: ¡Sí; pero no hay que dejarse arrastrar! Por eso le digo que quiero volverme allá, lejos; llevármela adonde ella estuvo esperándome alegre, confiada, en aquella luminosa felicidad de sueño, que a mí – por un oscurecimiento de todo – me pareció una locura de la cual ya estaba curado… Pero ahora me siento otra vez en aquel estado de ánimo: he vuelto a encontrarme; ¡y se lo debo a ella!

Ludovico: No se entusiasme. Ya verá usted lo caída que está.

Franco: ¡Yo volveré a levantarla!

(Se abre la puerta del fondo. Aparece Ersilia) ¡Ah, aquí está!

(Al verla se queda pálido y dice para sí:) ¡Dios mío!

En efecto, Ersilia aparece con el cabello suelto, deshecha, palidísima, y avanza, desesperadamente resuelta, hacia Ludovico.

Ersilia: ¡Renuncio, señor Nota! ¡Renuncio! ¡No quería esto tampoco! Su proposición… ¡No, no es posible! ¡Renuncio a todo, a todo!

Ludovico: ¡Pero qué dice! ¡Mire quién está aquí! (Señala a Franco)

Franco: ¡Ersilia! ¡Ersilia!

Ersilia: Usted… ¿a quién llama? ¿Ve usted quién soy… cómo soy?

Franco: (Acercándose a ella, con pasión) ¡Veo que has quedado reducida a esto! ¡Pero eres Ersilia! ¡Mi Ersilia! (Y va a abrazarla) ¡Volverás a ser mi Ersilia!

Ersilia: (Deteniéndolo con horror) ¡No me toque! ¡No me toque! ¡Déjeme!

Franco: ¿Me hablas de usted? ¡Tú, que tienes que ser mía, mía, como ya lo fuiste!

Ersilia: ¡Ah, esto es una afrenta insoportable! Pero, Dios mío, ¿cómo tengo que decir que para mí ha terminado todo?

Franco: ¡Pero si no ha terminado! ¿No ves cómo estoy yo aquí, a tu lado?

Ersilia: Usted ya no puede ser para mí lo que fue, allí…

Franco: ¡Sí, sí; soy el mismo! ¡Soy el mismo!

Ersilia: ¡No! Y además… ¡Dios mío, podía usted notarlo… yo ya no puedo ser la misma!

Franco: No es verdad. Quisiste matarte por mí. ¡Lo dijiste! ¿Y entonces…?

Ersilia: (Sombría, con extrema resolución) Y entonces… ¡no es verdad!

Franco: ¿Cómo que no es verdad?

Ersilia: No es verdad. ¡No fue por ti! ¡Ni siquiera vine a buscarte! ¡Mentí!

Franco: ¿Mentiste?

Ersilia: ¡Sí! Di una razón… la última, que en aquel momento era verdadera; pero ya no lo es.

Franco: ¿Ya no? ¿Por qué?

Ersilia: ¡Porque yo, ahora, por mi desgracia, estoy viva; estoy viva todavía!

Franco: ¿Por tu desgracia? ¡Es una suerte!

Ersilia: (Irónica) ¡Gracias! ¿Quieres condenarme a ser la que yo quise matar? ¡No, no; basta; aquélla, no! ¡Aquélla, no! ¡O déjala vivir con la explicación que dio entonces, y que ahora ya no vale, ni para ti ni para mí! ¡Basta!

Ludovico: Pero ¿por qué ya no vale?

Franco: Si por aquella razón quisiste morir…

Ersilia: ¡Eso es! ¡Precisamente: morir! ¡Acabar! Pero como no he muerto, ya no vale.

Franco: Si yo no pudiera remediar… ¡Pero puedo!

Ersilia: ¡No, no!

Franco: ¿Cómo no? ¡Al contrario: lo que era para ti la razón de morir, debe ser ahora la razón de vivir!

Ludovico: ¡Así es!

Franco: ¡Para eso estoy aquí!

Ersilia: (Con otra voz, imprevista, cortante, silabeando, juntando el índice y el pulgar para acompañar las sílabas con el gesto) Me cuesta trabajo reconocerte.

Franco: (Parado) ¿Tú… a mí?

Ersilia gesticula de pronto con las manos en el aire, y, ante el estupor de los dos, va a sentarse. Ellos la miran como al que, inesperadamente, se nos aparece completamente distinto de como lo habíamos imaginado.

Después de una pausa:

Ersilia: ¡No me haga perder el juicio!

(Otra pausa; luego, en el mismo tono) ¿Acaso a ti no te cuesta también trabajo reconocerme?

Franco: (Sumiso, apesadumbrado) No, no… ¿por qué te parece así?

Ersilia: Hasta tal punto… ¿sabes?, que, si te hubiera visto antes, no habría podido siquiera decir…

Franco: ¿Qué?

Ersilia: …que me mataba por ti. ¡No es verdad! ¡Pero es que ni la voz, ni los ojos…! ¿Me hablabas con esa voz? ¿Me mirabas con esos ojos?

Yo te veía… ¡Qué sé yo…!

Franco: (Helado) Me alejas, Ersilia… Me haces dudar de mí… y de ti…

Ersilia: Porque tú no puedes comprender esta cosa horrible de una vida que vuelve a ti así… como… como un recuerdo que, en vez de tenerlo dentro, te llega de fuera inesperadamente; y tan cambiado, que apenas si puedes reconocerlo. Ya no sabes encontrarle sitio dentro de ti, porque tú también has cambiado, y no consigues volver a sentirte vivo en él, aun viendo que sí, era vida tuya, como fuiste quizá – ¡pero no para mí!—; cómo hablabas, cómo mirabas, cómo te movías en el recuerdo de aquel otro, sin ser tú.

Franco: ¡Pero soy yo, Ersilia! ¡Yo, que vuelvo a ser aquél, que quiero ser otra vez aquél para ti!

Ersilia: No puedes. Dios mío, ¿no lo comprendes? ¡Porque ahora, al verte, estoy segura de que jamás has sido aquél!

Franco: ¿Yo?

Ersilia: ¿Por qué te asombras? Me he dado cuenta de que tú, hace un instante, al oírme hablar, has tenido la misma impresión.

Franco: Sí, es cierto; pero es porque ahora dices cosas…

Ersilia: ¡…que son verdad! ¿Por qué no quieres aprovecharte de ello? Todos pueden aprovecharse de ello. ¡Yo soy la única que no puede! Tú no tienes la culpa…

Franco: Pero, Dios mío, ¿de qué no tengo yo la culpa?

Ersilia: Del daño que me hiciste.

Franco: ¿Cómo no voy a tener la culpa? ¡Si estoy aquí por eso!

Ersilia: En la vida… ¿eh..? en la vida se hacen cosas… pueden hacerse cosas…

Franco: Pero luego viene el remordimiento… como el que yo siento. Verdadero remordimiento, no un simple sentimiento del deber.

Ersilia: Pero cuando sepas que yo no soy la que tú creías…

Franco: (Desesperado) Dios mío, ¿pero qué dices?

Ersilia: Y usted, también, señor Nota… ¡Soy otra! ¡Pero le juro que yo lo hubiera dado todo por ser la que usted había imaginado! ¡Para usted sí; para usted sí podía, porque se trataba de vivir en la ficción de su arte! Pero, no, señores: la vida… ¡eso es…! la vida que yo me quité… ¿ve usted…? ¡no quiere soltarme! ¡Me ha agarrado con los dientes, y no quiere soltarme! ¡Helos ahí a todos, otra vez sobre mí! ¿Adónde tendré que irme?

Ludovico: (Bajo a Franco) Ya se lo dije: el estado de ánimo de la señorita… tiene que recuperarse poco a poco, y…

Ersilia: ¿Quiere usted también atormentarme ahora?

Ludovico: ¡Yo, no… al contrario!

Ersilia: ¡Pero si usted sabe que ya no es posible!

Ludovico: ¿Por qué no?

Ersilia: ¡Ah, para usted, que lo había imaginado tan bien, puede no tener importancia; sólo el placer de haber adivinado! ¡Pero lo que para usted fue sólo inspiración literaria, yo tuve que sufrirlo en mi carne viva, que soportó la vergüenza, el horror!

Ludovico: ¡Ah… aquello…!

Ersilia: ¡Dígaselo! ¡Dígale lo que he hecho, para que se marche!

Ludovico: ¡No, no! ¡Nadie puede culparla a usted…!

Ersilia: ¡Se lo diré yo! (A Franco) ¡Sepa usted que me ofrecí, en la calle, al primero que pasó!

Ludovico: (A Franco, que se cubre el rostro con las manos) ¡Desesperada! ¡Fue la víspera del suicidio! ¿Comprende?

Franco: ¡Sí, sí! ¡Ah… Ersilia!

Ludovico: A la mañana siguiente se envenenó en un parque, porque no podía pagar la pensión. ¿Comprende?

Franco: ¡Sí! ¡Y eso aumenta mi remordimiento; mi obligación de reparar el daño que te he hecho!

Ersilia: (En un grito, exasperada) ¡Pero no tú!

Franco: ¡Yo, yo! ¿Y quién más?

Ersilia: (En el colmo de la exasperación) ¿Quieren obligarme a decirlo todo… todo? ¿Hasta lo que nadie se confiesa a sí mismo?

(Se para un momento, por contenerse; luego dice firme, decidida, mirando al vacío, con ojos de loca) ¡Medí fríamente el asco que me daba, para ver si podría seguir soportándolo! Me maquillé un poco, antes de salir de la pensión con el veneno en el bolso, en un tubito de vidrio. Tenía tres tubos de aquéllos en la maleta. Institutriz. Me servían, en caso necesario, como desinfectantes. Maquillándome, me miré – exactamente como usted lo imaginó – en el espejito giratorio que había sobre la consola, en la habitación. Y no sólo la primera vez; sino también después de aquella prueba, al día siguiente, cuando salí de la pensión para suicidarme. ¡Sí! Porque hasta un momento antes, en aquel banco del parque, yo no sabía, no quería saber que iba a intentarlo. Al contrario: habría repetido la prueba, sin dificultad, si la casualidad lo hubiera querido. Si hubiera pasado alguno que se fijara en mí, y que no me desagradara demasiado… no sé si después habría intentado el suicidio. Me había dado incluso un poco de rojo a los labios, y me había puesto expresamente este vestido azul celeste.

(Se levanta) ¿Y qué significa que yo esté ahora aquí, en esta casa? Quiere decir que… después de haberlo comparado con la muerte, he vencido aquel asco. Si no, no estaría en casa de uno que me escribió sin conocerme, ofreciéndome asilo.

Franco: (Con repentina decisión) ¡No! ¡Yo sé por qué hablas así! ¡Sientes el placer de denigrarte a ti misma!

Ersilia: (Rápida, violenta) ¿Yo? ¡Vosotros!

Franco: ¡Ah! ¿Ves? ¡Sabes decirlo! ¡Lo sientes como una crueldad de los demás! Pues ¿por qué té opones a que al menos uno de esos otros, al que se le ha despertado la conciencia, repare esa crueldad?

Ersilia: ¿De qué manera? ¿Repitiéndome el daño?

Franco: ¡No, no…!

Ersilia: (Subrayando las frases) ¡Te he dicho que fingí, te digo que mentí, te repito que no es verdad! ¡No han sido los demás! ¡No has sido tú! ¡Ha sido la vida! ¡Esta vida que todavía me dura – ¡Dios mío, qué desesperación! – sin haber podido jamás consistir en nada! Pero ¿qué más puedo decirte para que te vayas?

Llaman fuerte en la puerta común.

Ludovico: ¿Quién es? ¡Pase!

(Se abre la puerta y entra Emma) ¿Qué desea usted?

Emma: (Desde la puerta) Está aquí el señor cónsul Grotti.

Ersilia: (En un grito) ¡Ah! ¡Aquí está! ¡Me lo esperaba!

Ludovico: ¿Pregunta por mí?

Franco: ¡Aquí estoy yo también!

Emma: No. Desea hablar con la señorita.

Ersilia: ¡Sí! ¡Sí! ¡Déjenme hablar con él, por favor!

(A Emma) ¡Dígale que pase! (Sale Emma) ES mejor, es mejor que hable con él. ¡Cuando antes, mejor!

Entra el cónsul Grotti. Moreno, fuerte, de poco más de treinta años, viste de negro, y hay en su mirada, en todo el rostro, una expresión de dureza contenida.

Ersilia: Pase, pase, señor cónsul.

(A Ludovico, presentando) El señor cónsul Grotti.

(Luego, a Grotti) El señor Nota…

Grotti: (Inclinándose) Lo conozco por su fama.

Ersilia: (Continuando) …que ha tenido la bondad de acogerme en su casa. (Señalando a Franco) Al señor Laspiga ya lo conoce usted.

Franco: Me conoció en tiempos muy distintos. Pero yo ahora estoy aquí…

Ersilia: (Interrumpiéndolo) ¡Por caridad, no hable usted!

Franco: ¡No! (A Grotti) ¡Mire! (Le muestra a Ersilia) ¡Mire aquella que yo le pedí, allí, por esposa!

Ersilia: (Temblorosa) ¡Le ruego que no añada nada más!

Franco: ¡No añado nada!

(A Grotti) ¡Ese desdén, el estado en que vuelve usted a verla, le bastarán para comprender por qué estoy aquí!

Ersilia: (Como antes, exasperada) ¡Deje en paz mi estado! ¡Le he dicho que usted no tiene por qué estar aquí; y me place repetírselo delante de él, para que sepa que ese desdén mío, es precisamente por su obstinación en no querer comprenderlo!

Franco: ¿Sí? ¿Te place repetírmelo porque sabes que el padre de mi prometida ha ido a verlo a él?

Ersilia: (Asombrada) ¡No! ¡Yo no lo sé!

(Mirando con gran turbación a Grotti y dominándose con dificultad) ¡Ah! ¿y usted… usted le habló de mí…?

Grotti: (Con estudiada frialdad) No, señorita: le prometí venir a hablar con usted.

Franco: (Rápido, con fuerza) ¡Ah, es inútil!

Ersilia: (Con imperioso arranque de desdén) ¡Déjenme hablar a solas con el cónsul!

(Inmediatamente, y en otro tono, a Ludovico) Yo le ruego, señor Nota…

Ludovico: ¡Ah! por mí… (E inicia el mutis)

Franco: (A Ludovico, resuelto, deteniéndolo) ¡No, no! ¡Espere!

(A Ersilia, con rígida fiereza) Yo me voy.

(A Grotti) Pero antes quiero decirle, señor cónsul, para que se lo repita usted a quien quiera saberlo, que es inútil. ¡Inútil! ¡Porque no tiene que decidir ella, sino yo!

(A Ersilia) ¡Y esto lo sostengo firmemente delante de ti! Hasta ahora he rogado, he suplicado, te he escuchado mientras me herías diciéndome las cosas mas crudas. ¡Pero ahora, basta! Eres muy dueña de rechazarme; pero no por eso he de volver junto a la otra que, al leer tu desgraciada historia, sintió desprecio y vergüenza de mi comportamiento, hasta el punto de cerrarme las puertas de su casa… ¡y ahora cambia de opinión, y me manda embajadores!

Grotti: ¡No, no! ¡Yo no he venido aquí a eso!

Ersilia: Y yo le he dicho que no fue su comportamiento el motivo de mi acto desesperado.

Franco: ¡No es verdad!

Ersilia: Aquí está el señor Nota, que puede atestiguarlo…

Franco: ¡…que tú lo has dicho; pero no que sea verdad!

(A Grotti) Me ha dicho de sí misma las cosas más horribles; «lo que nadie se confiesa a sí mismo».

(A Ersilia) ¡No importa lo que él (Grotti) te diga, o tú a él para defender los intereses de otros! ¡Mi conciencia no cambiará! ¡Esto es lo que quería decirte!

(A Ludovico) Y ahora, vámonos. Yo sé que usted está conmigo. Buenos días, señor Cónsul.

Se dirige a la puerta común.

Grotti: (Inclinando apenas la cabeza) Buenos días.

Ludovico: (Que se ha acercado a Ersilia, le dice voz baja, en tono afectuoso, de consuelo) Yo iré entretanto a recuperar su maleta. Espero traérsela en seguida.

Ersilia: (Conmovida) Sí; gracias. Y perdóneme, señor Nota.

Ludovico: ¡No faltaría más!

(A Grotti) Buenos días.

Grotti: Mucho gusto.

Salen por la común Ludovico y Franco. Apenas se ha cerrado la puerta tras ellos, Ersilia se queda encogida y temblando, mirando con miedo a Grotti, que se vuelve bruscamente, enojado y tembloroso, y la fulmina con la mirada. Ella no resiste aquella mirada, se cubre el rostro con las manos, encogiéndose, con los hombros levantados, como si sintiera el peso de aquella furia.

Grotti: (Acercándose amenazador, dice en voz baja, casi silbando entre dientes) ¡Estúpida! ¡Estúpida! ¡Estúpida! ¡Mentir de esa manera tan infantil!

Ersilia: (Gime asustada, bajo el codo todavía en alto, como para defenderse) ¡Es verdad que quise matarme!

Grotti: (Atacando) ¿Y por qué? ¿Para mentir luego? ¿Para tener un remordimiento más?

Ersilia: (Dispuesta a defenderse) ¡No! ¡Se lo he dicho a él en su cara: que mentí cuando dije que fue mataba por él! ¡Te juro que se lo he dicho!

Grotti: (Con desdén y con ira) ¡Pero si no lo cree! ¿No has visto que no lo cree?

Ersilia: (Levantándose, desdeñosa) ¡Y qué quieres que yo le haga! ¡No se lo deja creer el remordimiento que debe sentir él también!

Grotti: (Despectivo) ¿Y tienes tú el valor de hablar del remordimiento de nadie?

Ersilia: ¿Crees que soy yo la que más remordimiento debe tener? ¡Yo soy la que menos! ¡Lo tengo, sí, sí!

¡Ah, ya sé que tú no lo admites; porque yo tuve el valor de matarme; y tú, no!

Grotti: ¿Yo? ¿Matarme?

Ersilia: No, tranquilízate. Si lo intenté yo, tampoco fue por remordimiento. Tú, el tuyo, puedes soportarlo. No conoces el hambre. Yo me encontré en medio de la calle. Yo, desnuda. Y así, ¿sabes?, es más difícil; casi imposible. Estaba desesperada por lo de la niña; y después de haber llegado al último envilecimiento, podía hacerlo.

Grotti: ¿Y no pudiste menos de mentir? ¿Ni siquiera en el que tú creíste el último momento de tu vida?

Ersilia: ¡Casi sin querer! A pesar de todo, es verdad que él, allí, me había prometido casarse conmigo.

Grotti: ¡Sí, en broma!

Ersilia: ¡No es verdad! Pero, si así hubiera sido, eso duplicaría su vileza; porque él ignoraba lo que había ocurrido entre tú y yo, después de su marcha, cuando se disponía a casarse aquí con otra.

Grotti: ¡Pero tú sí sabías lo que había ocurrido entre nosotros; y mentiste!

Ersilia: ¿Y no era peor lo que iba a hacer él, que sin saber nada de mi indignidad, me traicionaba aquí tranquilamente?

Grotti: ¡Eso demuestra que él, allí, no te había hablado en serio!

Ersilia: ¡No es verdad! ¡Él me lo ha dicho; y no tienes más que ver cómo está ahora! Tú hablas así porque te conviene, para encontrar una disculpa a lo que hiciste allí, en cuanto él se marchó.

Grotti: ¿Y tú has armado aquí ahora todo este alboroto para impedir que él se casara con otra?

Ersilia: ¡No! ¡Ni he pensado en eso siquiera! ¡Lo dije, cuando creí que iba a morir! ¡Yo no he querido impedir nada! ¡Ni quiero! ¡Ni quiero!

Grotti: ¿Y si al llegar aquí no te hubieras encontrado con su traición; si lo hubieras encontrado libre; y dispuesto a cumplir su promesa?

Ersilia: (Con horror) ¡No, no! ¡Jamás! ¡No lo habría engañado! ¡Te juro por el alma de la niña que no lo habría engañado! ¡No fui siquiera a buscarlo; él mismo puede decírtelo! Y si yo pude mentir diciendo que me mataba por él, fue por su traición; porque, por su parte, era una verdadera traición.

Grotti: ¿Conque no fuiste a buscarlo?

Ersilia: ¡No!

Grotti: Y entonces ¿cómo te enteraste de que iba a casarse?

Ersilia: ¡Ah, sí… fui a… al Ministerio de Marina!

Grotti: ¿Ves? ¡Y no fuiste a buscarlo!

Ersilia: (Con contenido furor de desesperación) ¡Tú deberías estarme agradecido!

Grotti: ¿Por qué? ¿Porque fuiste a buscarlo?

Ersilia: ¡No! Porque sentí desaparecer toda tentación de venganza, en cuanto me dijeron que iba a casarse y que ya no estaba en la Marina. ¿Tú crees cogerme en falta, con intención de engañarlo, cuando subí las escaleras del Ministerio? ¡Si supieras en qué estado de ánimo me encontraba yo, recién llegada aquí, perdida, arrojada a la calle por tu mujer de aquella manera, cuando nos sorprendió en aquel terrible momento, entre los gritos de la gente que había recogido a la niña caída desde la azotea… Yo estaba desesperada. Como una mendiga que no ve otra salida que la locura o la muerte. ¡Y como una loca fui en busca de él, para contárselo todo!

Grotti: ¿De nosotros dos?

Ersilia: ¡No! ¡De ti! De ti, que en cuanto él se marchó, te aprovechaste…

Grotti: …¿yo solo?

Ersilia: …sí; de mi situación! ¡Mira que yo, ahora, puedo decirlo todo, lo que nadie se ha atrevido a decir jamás! ¡Estoy tocando el último, el último fondo, yo! ¡Estoy gritando la verdad de los locos; lo más abyecto de quien ya no piensa volver a levantarse, cubrir su más íntima vergüenza! ¡Tú me agarraste cuando todavía ardía en mi carne el fuego que él había encendido! ¡Niega que te mordí! Niega que te arañé el cuello, los brazos, las manos!

Grotti: ¡Bellaca! ¡Tú me provocabas!

Ersilia: ¡Eso no es verdad! ¡No es verdad! ¡Jamás! ¡Fuiste tú!

Grotti: Al principio, sí; pero ¿y luego?

Ersilia: ¡Jamás! ¡Jamás!

Grotti: ¡Me agarrabas el brazo a escondidas!

Ersilia: ¡Mentira! ¡Mentira!

Grotti: ¿No es verdad? ¡Embustera! ¡Si una vez hasta me pinchaste con la aguja, en la espalda!

Ersilia: ¡Porque usted no dejaba de perseguirme!

Grotti: ¡Mira! ¡Ahora me habla de usted!

Ersilia: ¡Yo estaba a su servicio!

Grotti: ¿Y tenías que obedecerme también en eso?

Ersilia: ¡Obedeció la carne! ¡El corazón no obedeció jamás! ¡Sentía sólo odio, rencor!

Grotti: ¡Placer, placer, sentías!

Ersilia: ¡Odio! ¡Más odio cuanto más placer me dabas! ¡Después, te hubiera hecho pedazos, como a mi propia vergüenza, sí! ¡El corazón me sangraba después, por haberlo traicionado, y yo me sentía como una ladrona avergonzada! ¡Miraba mis brazos desnudos, y me los mordía de rabia! ¡Infame! Con el vicio, me quitaste la única alegría de mi vida, que casi me parecía un sueño: la felicidad de sentirme novia…

Grotti: …mientras él, aquí, iba a casarse con otra.

Ersilia: ¿Lo ves? ¡Todos canallas! ¿Y vienes a echarme en cara que soy yo? ¡Yo, porque nunca he tenido fuerzas para ser algo…! ¡Dios mío! Ni siquiera una cosa, ¡qué sé yo!, de arcilla, que se cae, se rompe, ¡pero al menos los pedazos en el suelo dicen que aquello ha sido algo! Mi vida… un día tras otro… y jamás uno que haya podido ser mío… Siempre he sido como los demás han querido… a la aventura… injuriada en todas partes… destrozada… y jamás nada que me hiciera decir: ¡yo también soy alguien!

(Cambiando de tono de repente, y volviéndose como un animal apaleado) ¿Y tú qué quieres ahora? ¿Por qué te me presentas delante?

Grotti: ¡Porque tú has hablado! ¡Por eso! ¡Por lo que has dicho! ¡Por lo que has hecho: has querido matarte!

Ersilia: ¡Ya sé que debía haberme callado! ¡Una piedra encima, y adiós!

Grotti: ¡Una piedra! ¡Pero la has tirado a un charco, y nos has salpicado a todos de agua y de fango; lo llevamos todos encima…

Ersilia: ¡…y el fango ya no resbala!

Grotti: ¡Se ha formado un pantano a tu alrededor!

Ersilia: ¡Y queréis que me ahogue yo sola, para volver vosotros tranquilamente a vuestra vida; él, con su prometida, después de haber descubierto lo que soy, por tu culpa; y tú, a tu Consulado!

Grotti: ¡A toda mi vida, que tú, maldita, has enturbiado un momento! ¿Pero qué crees? ¿Que mi vida es aquella tontería de pasatiempo contigo, un poco de vicio que tan caro iba a pagar: la muerte de mi niña?

Ersilia: ¡Fuiste tú! ¡Fuiste tú! ¡No se me borra un momento la imagen de aquella silla, que tú no me diste tiempo a quitar de la azotea, adonde había subido con la niña!

Grotti: Tu puesto estaba junto a la habitación donde dormía mi mujer enferma, para poder acudir, si ella te llamaba. ¿Qué tenías tú que hacer en la azotea?

Ersilia: Estaba haciendo labor, mientras la niña jugaba.

Grotti: ¡No! ¡Subiste para que yo fuera a buscarte!

Ersilia: ¡Oh, vil! ¡Tú hubieras ido lo mismo a buscarme a la habitación, junto a tu mujer!

Grotti: No, no.

Ersilia: ¡Niégalo! ¡Como si no lo hubieras hecho otras veces! Y como no me sentía segura ni siquiera allí, lo mismo me daba…

Grotti: ¡Porque tú querías! ¡Tú también querías!

Ersilia: ¡No! ¡Porque ante tus infames tentaciones y tu insistencia, había acabado por ceder: eso es lo que debes decir…! Exasperada, porque tu mujer no pudiera oír… ¡Ah, ahora estoy segura de que una voz interior me avisaba que no dejara allí aquella silla, que la niña podría subirse y caer de la barandilla! ¡No tuve tiempo de escuchar aquella voz, porque tú – ¿te acuerdas? – como una bestia, desde la puerta de la azotea, insistías, insistías! ¡Y ahora sueño siempre con aquella silla; en mi pesadilla… la veo allí, y nunca llego a tiempo de quitarla…

Rompe a llorar.

Pausa.

Grotti: (Absorto, como por necesidad de ver su vida fuera de aquel horror, en voz baja, mientras Ersilia sigue llorando) Yo trabajaba… siempre lejos de mí mismo… todo para los demás… Sólo el trabajo llenaba aquel vacío de mi vida… la casa, como yo la soñaba y nunca había podido tener, para aquella mujer con que me encontré: triste, enfermiza, desgarbada… Y llegaste tú… ¿Cómo te traté al principio? ¿Cómo te traté?

Ersilia: (Tiernamente, en medio del llanto) Bien.

Grotti: Porque, angustiado por toda la tristeza de mi vida, necesitaba hacer bien a los demás, cargar yo con todo el peso, para que los demás pudieran respirar libremente en la vida. Eso me aliviaba. ¿Y cómo te pinté yo ante los ojos del otro, cuando llegó en un crucero? ¿Qué no le dije, por hacerte bien, para que él se enamorase de ti? Y estuve entonces, con mi mujer, más afectuoso que nunca, para que ella también se alegrara y favoreciera vuestro amor. Y conste que yo buscaba sólo tu felicidad. Y cuando os vi a los dos enamorados… No, no: no fue porque comprendiera que os habíais abandonado demasiado, que tú te habías entregado a él; eso indignó a mi mujer, no a mí; ella dejó de estimarte por completo.

Ersilia: ¡Pero yo jamás había sido de nadie! ¡Fue un vértigo, un vértigo, allá… la víspera de su partida!

Grotti: ¡Lo sé! Te compadecí… En ningún momento me pasó por la mente culparte. Y jamás hubiera aprovechado la situación, si tú…

Ersilia: …¿yo?

Grotti: …Yo no me había propuesto nada. Pero no sé… cómo me miraste una noche, al levantarnos de la mesa… ¡Porque tú no creías, sentí que no creías que yo hubiera podido ser tan bueno, sólo por buscar tu felicidad! ¡Eso es: y por no creer en mi desinterés, lo estropeaste todo! ¡Porque yo necesitaba que tú lo creyeras, para vencer aquella terrible tentación!

Ersilia: ¡Pero no mía! ¡No mía!

Grotti: No. Mía solamente. Pero si tú hubieras creído en mi bondad, que era desinteresada, ¡no lo dudes!, la bestia no se habría despertado en mí, con toda su hambre desesperada. Incluso ahora que vuelvo a verte, después que has sembrado la muerte, la discordia irremediable entre mí y aquella mujer…

(Se le echa encima con odio, amenazador) No. ¿sabes?

Ersilia: (Asustada) ¿Qué quieres?

Grotti: ¡Quiero que tú llores, que llores conmigo el daño que hemos hecho!

Ersilia: ¿Más de lo que he llorado?

Grotti: ¡No he de sufrir yo solo el dolor de la muerte de mi niña, mientras tú vuelves con él, como si eso tan horrible no hubiera ocurrido!

Ersilia: ¡No, no! ¡Eso jamás! ¡Puedes estar seguro: jamás! Yo me quedaré aquí, con quien me ha dado asilo.

Grotti: No podrás. Él está ya de acuerdo con el otro. ¿No lo has visto? Se han ido juntos. A estas horas estará aburrido de ti; y le parecerá una locura que tú no quieras aceptar la reparación que te ofrece el otro arrepentido.

Ersilia: ¡Pero si ya he dicho que no acepto!

Grotti: ¡Sí, como una obstinación tuya, nada razonable, que ni el uno ni el otro pueden aceptar! ¡Pero no les has dicho la verdadera razón!

Ersilia: ¡Pues bien: si es preciso, se la diré!

Grotti: Y entonces verán lo sucio que es todo lo que has hecho: la mentira que contaste, el trastorno que has causado con ella; una boda deshecha la víspera, el escándalo, la piedad usurpada, la compasión de todos…

Ersilia: (Decaída, casi desvaneciéndose) Es verdad… es verdad… pero yo… yo no quería esto… Se lo he dicho a él también, que hablé, que mentí, porque creía que todo había terminado. ¡No son cosas que puedan decirse; son demasiado sucias! ¡Sí, sucias! Hemos podido decirlas nosotros… así, ahora… porque es una vergüenza común a los dos. ¿Cómo puedes querer tú, y por qué quieres que se descubra?

Grotti: Yo me sublevé al conocer tus embustes. Y cuando supe por aquel padre lo que habías ocasionado: la indignación de aquella novia, el remordimiento de él, su propósito de reparar el daño… ¡No sé cómo pude contenerme ante aquel anciano! ¡Fui corriendo al periódico a dar un mentís por lo que a mí se refería! ¡Y hubieras visto a mi mujer! ¡Quería ir a casa de la novia para descubrirlo todo: por qué te había echado de casa, cómo nos había sorprendido a los dos! ¡Tuve que prometerle que tus embustes serían descubiertos, y que, por lo menos, le sería devuelta la paz a aquella familia! ¿Comprendes?

Ersilia: (Como antes) Comprendo… comprendo…

(Pausa. Durante un momento, queda mirando al vacío, sombría, y dice:) Está bien.

(Se levanta. Nueva pausa, y añade:) Vete. Lo haré.

Grotti: (La mira asustado) ¿Qué vas a hacer?

Ersilia: Me dices que hay que hacerlo. Lo haré.

Grotti: (Después de una pausa, sin dejar de mirarla) Estás más desesperada que yo. ¡Cómo te has quedado… cómo te has quedado…!

(Va hacia ella para abrazarla) Ersilia… Ersilia…

Ersilia: (De repente, furiosa, separándose de él) ¡Ah, no! ¡Déjame!

Grotti: (Volviendo a ella, abrazándola, frenético) No, no… escucha… escucha…

Ersilia: (Debatiéndose) ¡Déjame, te digo!

Grotti: (Como antes) ¡Estrujemos juntos nuestra desesperación!

Ersilia: (En un grito, para que él la suelte) ¡La niña! ¡La niña!

Grotti: (Rápido, soltándola, agarrándose la cabeza con ambas manos, como fulminado) ¡Asesina!

(Pausa. Todo él tiembla, convulso) Pero… pierdo la cabeza.

(Vuelve a acercarse a ella) Te necesito… te necesito… Somos desgraciados…

Ersilia: (Corriendo a una de las ventanas) ¡Vete! ¡Vete… o grito!

Grotti: (Siguiéndola) ¡No, no… escucha…!

Ersilia: (Abriendo la ventana) ¡Abro… y grito!

Los ruidos de la calle invaden alegres la escena. Ella, acompañando la palabra con el gesto, le impone:

Ersilia: ¡Vete!

Telón

1922 – Vestir al desnudo
Comedia en tres actos
Introducción
Personajes, Acto Primero
Acto Segundo
Acto Tercero

In Italiano – Vestire gli ignudi

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