In Italiano – Tutto per bene
Personajes, Acto Primero
Acto Segundo
Acto Tercero
Todo sea para bien
Acto Tercero
Vasto despacho en casa de Salvo Manfroni, amueblado con austera magnificencia. La puerta está a la izquierda. La misma noche del segundo acto. Pocas horas después.
Al levantarse el telón, está en escena Martino Lori. Su rostro parece cadavérico, sus ojos miran fijo, como extraviado. Espera, sabe Dios desde hace cuánto tiempo, en el silencio de la casa. De vez en cuando su expresión se inmuta bajo la influencia de los diversos sentimientos que se agolpan en su interior. Algunas veces, se estremece y murmura palabras ininteligibles, acompañadas de algún rápido gesto. Le ocurre abandonarse inconscientemente a alguna distracción, que puede parecer extraña aunque sea naturalísima, como por ejemplo, ir a observar de cerca algún objeto de la mesa que haya despertado puerilmente su curiosidad por el sólo sentido visual. Pero al llegar a él, se detiene, distraído, sin saber ya por qué se ha levantado; y presa de nuevo de su interno desvarío, vuelve a hablar sin voz consigo mismo; pero el objeto vuelve de nuevo a llamar su atención, y entonces, casi sin saberlo, lo coge en su mano, lo mira, pero como si no consiguiese verlo, y con él en la mano seguirá su pensamiento tumultuoso; después, deja el objeto y vuelve a su sitio.
Entra por la puerta el viejo criado de Salvo Manfroni.
Criado: Tarda mucho, señor comendador. De costumbre, las otras noches hace ya rato que está aquí leyendo o escribiendo. Son casi las doce.
Lori: Recuerdo ahora que… ha ido… ¿dónde? Me lo ha dicho. Me dijo que antes de salir…
(Recuerda que Manfroni le dijo que anunciase a Palma que se iba con Gualdi y con Bongiani, pero considera inútil proseguir) Ha ido a una inauguración… Con su…
(Está a punto de decir «yerno», e inicia una carcajada breve que es como un sollozo) Sí, sí… Y con aquel otro… El conde Bongiani.
Criado: ¿A una inauguración?
Lori: Creo que sí; de un círculo. No quería, y después… aquél…
(Siente realmente la tentación de decir su «yerno», pero dice únicamente) Su…
(Y mira de nuevo al Criado; después vuelve a iniciar la risa de antes, como si, viéndole tan viejo, naciese en él un pensamiento que le deja helado; levanta un dedo hacia él) ¿Hace ya tiempo que está usted con él?
Criado: ¿Con el señor senador? ¡Ya lo creo!
Lori: ¿Desde que era diputado?
Criado: Hará ya cerca de veinticinco años.
Lori: (Con una sonrisa horrible, y un guiño en los ojos) Entonces, me figuro que la habrá visto aquí…
Criado: (Sorprendido) ¿Cómo dice?
Lori: ¡Eh, aventuras! ¡Aventuras del joven diputado!
Criado: (Como para eludir la respuesta) ¿Mujeres?
Lori: ¡Sabe Dios cuántas!
Criado: ¡Ah, en sus tiempos…!
Lori: Señoras jóvenes, recién casadas… Y cuando fue ministro, además, jóvenes esposas de empleados… (Notando que el Criado se turba, añade, con picardía) Fui su jefe de gabinete y lo sé… ¡Puesto de confianza! De los que no se obtienen, amigo mío, si no es a costa de pasar por ciertas condescendencias… (Le hace los cuernos con los dedos, pálido y sonriente. El Criado le mira, sin saber qué actitud tomar. Pausa)
Criado: (Suspirando) ¡Cosas del pasado, señor comendador…!
Lori: ¡Ah! ¡Tenemos ya el cabello blanco…! ¡Ha llovido desde entonces!
(Pausa. El Criado lo mira de nuevo, más sorprendido y consternado que nunca. Pero él está absorto en sus pensamientos, le parece ver a su mujer, joven, en aquel mismo despacho, y habla casi para sí) Era hermosa… ¡Qué ojos, cuando hablaba! Se encendía toda ella…
(Con voz vibrante y gesto expresivo) Luminosa, precisa…
(Después, con amor, como si acariciase una remota gracia suya) Y quería dominar con la inteligencia. Pero una mujer, cuando es hermosa…
Se le miran los ojos, la boca…, el cuerpo entero… Y sonríe uno a aquellos labios que hablan, sin fijarse en lo que dicen. Ella se daba cuenta y se enfadaba; pero después…, mujer al fin…, sonreía de aquella misma sonrisa del que le miraba los labios… Lo cual era como responder al beso que aquellos ojos le daban… Y entonces…
(Queda un momento pensativo; después menea la cabeza y pregunta) Pero ¿yo solo…?
(Volviéndose de improviso, con otra expresión, al Criado) ¿Quién sabe cuántas veces la habrá abrazado y besado, aquí mismo, verdad?
Criado: (Atónito) Señor comendador…
Lori: ¡Vamos, vamos! ¡Cosas antiguas…! ¡Todo se sabe!
En aquel momento, aparece Salvo Manfroni en el dintel de la puerta, con el sombrero puesto.
Criado: ¡Ah, aquí está el señor senador…!
Salvo: ¡Cómo! ¿Tú aquí, Martino? ¿Ocurre algo? (Consternado) ¿Ha ocurrido algo?
Lori: No. Tengo que hablar contigo.
Salvo: (Refiriéndose a la escena del segundo acto, fastidiado) ¿Otra vez? ¿Y a esta hora?
Lori: Sí, inmediatamente. Dos palabras.
Entretanto, el Criado le habrá cogido el abrigo, el sombrero y el bastón a Salvo Manfroni, y al final de la frase de Lori, se habrá retirado.
Salvo: (Acercándose con la mano tendida) ¿Entonces…?
Lori: (Apartando la mano con ademán violento) Sobra darse la mano.
Salvo: (Deteniéndose) ¿Qué significa esto?
Lori: Ya lo sabrás. Espera. Cuando nos hayamos puesto de acuerdo, te la volveré a dar.
Salvo: Pero ¿de qué se trata?
Lori: ¡De nada! ¡De nada! Gracias a Dios, no hay necesidad de explicaciones. El hecho es cierto e innegable; tanto, que tú y todos los demás estabais seguros de que yo lo sabía; por lo tanto, no se discute.
Salvo: Perdona, ¿qué estás diciendo?
Lori: He venido, sencillamente, a darte dos noticias y a satisfacer una curiosidad.
Salvo: (Viéndole hablar y obrar en esta forma) ¡No te reconozco!
Lori: ¡Ah, lo comprendo! ¡Desde hace tres horas, no soy el mismo!
Salvo: Pero ¿qué ha ocurrido?
Lori: Nada. Todo se ha vuelto del revés; cabeza abajo. Sí. Un mundo que aparece de repente ante los ojos de uno como nunca se había soñado poderlo ver. ¡Ahora se me han abierto los ojos!
Salvo: ¿Has hablado con Palma?
Lori: (Hace un signo afirmativo con la cabeza, repetidamente, después) ¡Asómbrate! ¡No sabía nada!
Salvo: (Con consternación, mirándole) ¿No… no sabías…?
Lori: Nada. Ni que mi mujer hubiese sido tu amante ni que Palma fuese hija tuya…
Salvo: ¿Te lo ha dicho ella?
Lori: Ella. Que tú le habías dicho que era tu hija; y que yo lo sabía.
Salvo: ¿Y no es verdad?
Lori: (Con simplicidad, en tono naturalísimo y aseverativo) ¡No es verdad! ¡No sabía nada!
(Ante el estupor de Manfroni) ¡SÍ, SÍ! ¡ES increíble! ¡No sabía nada! Hace tres horas que me estoy diciendo: «No podían hacértelo comprender. Te lo han cantado en todos los tonos; lo han demostrado abiertamente, siempre, en todas las formas imaginables. ¿Cómo has podido creer que un diputado que no te conocía, una vez elevado a ministro, se fijase en ti, humilde secretario de ministerio, y sólo por el hecho de haberte casado con la hija de su maestro te nombrase jefe de su gabinete? ¿Y después, muerta la madre, tomase tanto cariño a la chiquilla que la criase como si fuera suya, y le encontrase marido, otorgándole una valiosísima dote?» Creía en la honradez de aquella mujer, ¿comprendes? Aquella mujer que murió demasiado pronto. Pero aunque hubiese vivido mucho, no me habría dado tampoco cuenta de nada, porque…, ¡sí, ya lo sé, es increíble…!, porque a mis ojos era honrada. Y creía en tu amistad como en la luz del sol; era una gran luz que había entrado en mi casa y me alumbraba, me cegaba… Creía en tu veneración por tu maestro, a pesar de que más tarde tuve la prueba de que era otra cosa, no veneración…, la tuya.
Salvo: (Turbándose vivamente) ¿Qué quieres decir…?
Lori: Esta es la otra noticia que he de darte. Espera. Tengo que decírtelo todo. Cuando tuve esta prueba, fue peor.
Salvo: (Como antes) ¿Prueba? ¿Qué prueba?
Lori: La prueba que vino a complicarlo todo, porque metió a mi ingenuidad en un laberinto de espinas, de espinas que la pinchaban por todas partes, hasta hacerla sangrar. ¡Pobrecita ingenuidad, cuánto la hicieron sufrir…! Pero ella, valientemente, se arrancó todas las espinas, las recogió y se hizo con ellas un cilicio para aprender a comprender, a comprender diversamente. ¡Pero no más allá de lo que puede comprender la ingenuidad, bien entendido!
(Suena el timbre del teléfono, sobre la mesa) ¿Oyes? Te llaman al teléfono.
Salvo: ¿Ellos? (Hace ademán de coger el receptor del teléfono)
Lori: (Deteniéndole el brazo) No. Espera. Diles que vengan aquí.
Salvo: ¿Aquí? ¿Estás loco? ¿Por qué?
Lori: Porque quiero que vengan. (Nueva llamada del teléfono)
Salvo: ¿A esta hora?
Lori: Con el auto, es cosa de dos minutos.
Salvo: ¿Pero qué quieres que vengan a hacer aquí? (Nueva llamada)
Lori: ¿Oyes qué prisas? Es ella. Debe querer hablarte de la explicación que ha tenido conmigo. (Nueva llamada) ¡Vamos, contesta!
Salvo: ¡No, no! Si primero no me dices…
Lori: Quiero que nos entendamos bien los cuatro.
Salvo: ¿Sobre qué? ¡Si estamos ya de acuerdo!
Lori: No, hemos de hablar del porvenir. Tenemos que establecer tantas cosas…
Salvo: Lo haremos mañana… si acaso.
Lori: ¡No, ahora! (Nueva llamada)
Salvo: (Hablando por teléfono) Diga… (Pausa) Sí, Palma…
Lori: Dile que estoy aquí.
Salvo: (Como antes) Sí, sí…
(Pausa) ¿Cómo?
(Pausa) Sí, está aquí, en mi casa…
Lori: Diles que vengan en seguida…, en seguida.
Salvo: (Como antes) Sí, sí, muy bien… Oye…
(Pausa) ¿Cómo?
(Pausa) Sí, sí… Pero conviene que vengas aquí…
(Pausa) ¡Sí, sí, en seguida!
(Pausa) ¡Pues para hablar!
(Pausa) Con Flavio, sí… ¿Cómo?
Lori: ¿No quiere venir?
Salvo: (A Lori) No; dice que no sabe si el auto…
(Se interrumpe para responder al teléfono) ¡Sí, sí! Está bien. Te espero, entonces. Daos prisa.
(Cuelga el teléfono) ¿Sobre qué quieres que nos entendamos los cuatro?
Lori: Entendámonos primero nosotros dos. Quiero saber cuándo fue.
Salvo: ¡Deja ya eso!
Lori: No. Responde. ¿Fue en seguida después de mi matrimonio? (Salvo se encoge de hombros) Responde. Porque ya estabais de acuerdo desde su llegada de Perugia…
Salvo: ¡Oh, no! ¡Entonces ni siquiera pensaba yo en eso!
Lori: ¿Pero quizá pensó ella…?
Salvo: ¡No! ¡No! (Atenuando su negativa) Por lo menos, no lo sé. Pero creo que no.
Lori: ¿Y entonces fue cuando empezó a gritar que quería volver a ejercer su carrera de maestra?
Salvo: (Para acabar) ¡Sí, sí…!
Lori: ¿Y un día ya no la encontré en casa?
Salvo: ¿En qué estás pensando ahora?
Lori: Quería hacer como su madre. Marcharse. Venirse contigo. ¡Ah…, pero tú tenías tu carrera política…!
Salvo: ¡Basta ya, te lo ruego!
Lori: Y persuadiste a la oveja descarriada a que volviese al redil…
Salvo: No sé qué gusto encuentras en…
Lori: ¡Si supieras de qué modo me quema todo esto por dentro!
Salvo: Comprendo…, comprendo… ¡Pero piensa que terminó hace tantos años…! Ella murió…
Lori: (Con un estallido brutal y atroz, surgiendo en él la necesidad de vengarse) ¡Oh, te odió, te odió, cuando regresó a mí! ¡Se dio cuenta de que para ti representaba más tu ambición que su persona, y te odió!
Salvo: Sí, sí, lo sé muy bien…
Lori: Y odió en ella incluso el fruto de tu amor. No quería ser madre, no quería…, lo sé. ¡Fue mi amante, más que la madre de Palma! Y yo, yo, que no obstante era feliz, sufría por ello. Por la chiquilla que creía mía, nacida de aquella reconciliación nuestra.
Salvo: ¡Basta, basta ya, te lo ruego!
Lori: ¿Basta? ¡Ah, no, querido! ¡Para mí, empieza ahora!
Salvo: ¿Qué es lo que empieza?
Lori: Ahora lo verás. ¡He necesitado diecinueve años para comprender! Ahora que todo ha terminado, según decís vosotros, así, tan elegantemente, como suele ocurrir entre gente de bien…
Salvo: Pero escucha…
Lori: ¡Ah, lo sé; gente que sabe hacer las cosas a su modo…! Ahora que ya no hay nada que hacer, ¿no es verdad? Muerta desde hace dieciséis años ella, casada la muchacha…, ¿y se acabó todo, verdad? ¡Allí está la puerta y… hasta la vista! ¡Ah, no! Ahora me toca a mí! Lo he comprendido todo. Lo he analizado todo.
Salvo: ¿Pero no ves que estás desvariando?
Lori: ¡No! ¡Hablo con toda lucidez! He reflexionado mucho… Y lo veo todo claro. Hablo así, obro en esta forma, porque no puedo hacer otra cosa. Soy como un caballo desbocado. Me persiguen y azotan todas las cosas que han aparecido súbitamente ante mí por todas partes, saliendo de las sombras. Pero sé ya dónde iré a parar. ¡Ten cuidado!
(Le agarra por un brazo) Antes que nada: ¿estás convencido ahora de que no soy aquel miserable que creísteis y que presentasteis a los ojos de todos?
Salvo: ¡Claro que sí! Y por esto no veo…
Lori: ¿Lo que yo pueda hacer? ¿Crees que nada, verdad? Hubiera debido saberlo antes, y ser un miserable de la más vil especie para aprovecharme de la situación. No lo he sabido; por consiguiente, piensas tú, al cabo de diecinueve años… ¡Te equivocas, amigo mío!
Salvo: ¿Quisieras aprovecharte ahora?
Lori: ¡No! Te equivocas, porque si lo hubiese sabido en seguida, a tiempo, no me hubiera aprovechado nunca. ¡Te hubiera matado!
Salvo: ¡No querrás matarme ahora, me figuro!
Lori: ¡Ah, ya no lo sé; ahora ya no puedo…!
(Se interrumpe, asaltado por una idea súbita, que le hace estremecer) ¡Espera! Dices… ¿aprovecharme ahora? Pues… ¿cómo podría…, cómo podría aprovecharme ahora?
Salvo: (Con cierta vacilación) No sé… Quizá… quizá podría yo hacer algo todavía por ti…
Lori: (Le mira primero con mirada terrible, y luego, casi saltándole a la garganta, le hace caer en un sillón, agarrándole, estrujándole el traje) ¿Tú? Merecerías que te matase ahora mismo, por esto que has dicho.
(Retrocediendo horrorizado, de nuevo bajo la idea que le ha asaltado) ¡No! ¡Levántate! ¡Levántate…! Aún hay un medio…, un medio de aprovecharme ahora de las circunstancias…
En aquel momento, entran Palma y Flavio Gualdi, ansiosos y asustados.
Lori: (Viéndoles) ¡Ah, aquí están!
Palma: ¿Qué hay? ¿Qué hay?
Lori: ¡Nada, nada, Palma! ¡Se ha aclarado, se ha aclarado, se ha aclarado todo! Ha tenido que reconocer, una vez le he recordado los hechos, las fechas precisas, que se había equivocado. No es verdad que seas su hija. ¡Eres hija mía! ¡Mi hija!
(A Salvo) ¡Dilo, decláralo en voz alta, aquí, delante de los dos! ¿No es verdad, no es verdad, que has tenido que rendirte a la evidencia?
Salvo: Sí, es verdad. (Momento de silencio)
Lori: ¡Es verdad!
(A Flavio) ¿Lo has oído?
Flavio: (En voz baja, abriendo ligeramente los brazos) Lo he oído…
Lori: Lo digo por el respeto que me debes de ahora en adelante, como padre de tu mujer que soy. ¡Que soy yo…! ¿Lo oyes?
Flavio: (Como antes) Sí, sí, está bien…
Lori: Y para que no te vuelva a pasar por la cabeza acogerme como a un intruso, como a uno que no ha sabido nunca respetar su papel en la comedia. ¡Vaya! ¡Me lo habéis hecho representar sin darme cuenta, todos vosotros, el papel! El de marido engañado y contento; el del amigo; el del viudo; del padre; del suegro… ¡Y lo he representado mal! ¿Cómo no? ¡No sabía que lo representase! ¡Pero ahora que lo sé, ahora que lo sé…, ya veréis!
Pasa así, sin darse cuenta, arrastrado por su apasionado ardor, a delatar la comedia que está representando desde la llegada de Flavio y de Palma.
Palma: (Con estupor) ¡Cómo…!
Flavio: (Como antes, volviéndose a Salvo, que se mantiene aparte) ¿Qué dice?
Lori: (Reaccionando) ¿Qué digo?
(Se vuelve hacia Palma) Digo…, digo que tu madre… Está bien, sí, es cierta la traición…, pero esta infamia, ¡no! ¡Esta otra infamia no es verdad! ¡No es verdad!
Largo silencio.
Salvo Manfroni y Flavio permanecen con la cabeza baja. Palma ha quedado suspensa, llena de ansiosa inquietud. Lori mira primero a los dos hombres y luego a Palma.
Observa su actitud y se penetra de ella, empezando a sentirse casi asustado también él por aquella reiterada afirmación suya, hecha frente a la joven, que está muy impresionada, y por la comedia que se obstina en representar. A pesar de ello, casi como un desafío lanzado a sus propios sentimientos, repite, acercándose a ella amorosamente, en un tono distinto, casi lleno de ironía, por la efímera satisfacción que se ha otorgado.
Lori: ¡No es verdad! Pese a que a ti, ¿eh?, di la verdad, quizá no le guste saberlo…
Palma: Sí… ¿Por qué no?
Lori: (Mirándola a los ojos, no atreviéndose a creerla) ¿Sí?
Palma: Sí.
Lori: ¿Saber que yo soy tu padre?
Palma: Sí.
Lori: ¿Yo… y no él?
Palma: ¡Te digo que sí!
Lori: ¿A pesar de que yo sea un pobre hombre que tú, hasta hace poco, has despreciado?
Palma: ¡Pues, sí, precisamente por esto!
Lori: Un pobre hombre a quien todos siempre despreciarán, ¿comprendes…?, porque no puedo ya hacer creer a nadie que no sabía… ¡Si lo digo, haré reír!
Palma: ¡Pero yo sí te creo! ¡Y te he creído en seguida, apenas me lo has dicho! Y te creo aún más ahora, si me dices que no es verdad todo lo que él… (señalando a Manfroni) había supuesto.
Lori: (Conmovido ahora y temblando, casi aterrado por el vacío que ve ante sí) ¿Lo ves? ¿Lo ves? ¡Es espantoso! ¡Basta saber una cosa, y todo, todo cambia en el acto! ¡Yo era así, como tú, hasta hace pocas horas! Me creía tu padre y tú me despreciabas porque creías no ser hija mía. Ahora, en cambio, que empiezas a creerme tu padre y te vuelves hacia mí, con otros sentimientos y actitud, yo no puedo, no puedo acogerte en mis brazos, porque sé que no eres hija mía y estoy representando una comedia delante de él, de ti y de tu marido.
Palma: (De nuevo, estupefacta) ¿Una comedia?
Lori: (Nerviosamente, áspero, casi con maldad, para reaccionar de su emoción y defenderse de ella) ¡Una comedia! Y la he representado bien, ¿verdad? ¡Tan bien, que durante un momento habéis creído en ella!
(Esboza una risa amarga) ¡Ja, ja! ¡Y yo también he llegado, sin querer, a creer que era verdad!
(Se pasa un dedo por los ojos y se lo muestra luego) ¡Y hasta he llorado!
(Acercándose a Flavio) ¡Pero tranquilízate, querido, tranquilízate!
Flavio: Entonces…, ¿no es verdad?
Lori: ¡No es verdad! He intentado hacer creer que… Pero no puedo. Me repugna. Me hace llorar…
Salvo: Basta ya, pues. Vamos, basta.
Lori: (Volviéndose rápidamente hacia él) ¿No te conviene? ¡Y, no obstante, deberías proseguirla, esta comedia, puesto que el drama pasó por mi vida sin darme cuenta, y no puedo representarlo más! Pero puedes estar tranquilo tú también. ¡No puedo representar ya ni la comedia! Lo sé… Si no lo revelase yo, mañana irías a casa de los demás a decir que habías tenido que fingir reconocer delante de ellos el engaño por compasión hacia mí; y les hubieras persuadido que fingiesen creer en ello también…
Salvo: ¡Nada de eso! ¿Por qué crees esto?
Lori: (Con fuerza) ¡Porque no soy ningún imbécil!
Salvo: ¿Y quién dice que lo seas?
Lori: ¡Ah! ¡Si os hubieseis contentado solamente con creerme un miserable…! ¡Pero, no, señor! ¡Incluso un imbécil! ¡Y es cierto que lo he sido un imbécil! ¡He creído en cosas santas y puras; en la honradez, en la amistad! ¡Ahora no, se acabó! ¡Y si para vengarme pudiese forzarme a ser todavía, a los ojos de todos, aquel miserable que habéis hecho creer, no podría ser más humilde, más tímido, más esquivo; aquel pobre hombre que iba todos los días a hacer la bufonada al cementerio! ¿Comprendéis esto? ¡Está bien claro! Por lo tanto…, por lo tanto… yo… (Mira como extraviado a su alrededor, como si buscase y no encontrase ya camino de huida, y hace un gesto vago con las manos; después, llevándoselas al rostro) ¡Oh, Dios mío…! ¿Cómo podré seguir viviendo ahora?
Salvo: ¡Oh! ¿Por qué dices esto?
Palma: ¡Si todo ha terminado ya…!
Lori: ¡Precisamente por esto! Si todo ha terminado ya, no puedo seguir viviendo. ¡Todo ha acabado! ¡No puedo destruir ya lo que he sido para los demás! Y aquí, en este cuerpo mío, en estos ojos míos que miraban sin ver lo que yo era para todos; en esta mano mía que se tendía hacia los demás, sin saber que pertenecía a un hombre del que todos hacían burla y que a todos repugnaba… ¿Cómo puedo ya mirar a la cara a la gente? ¡Ahora soy yo quien siente asco y repugnancia! ¡De mí mismo, sí, tal como me veo y me toco; de alguien que no soy yo, que no he sido nunca yo, y de quien no veo la hora de huir! ¡No veo la hora! (Diciendo esto, hace ademán de querer salir) ¡No veo la hora…!
Salvo: (Colocándose ante él para impedírselo) ¿Qué vas a hacer?
Lori: (Lo mira, como aturdido. Después, recordando) ¡Ah, sí, había además otra cosa! La olvidaba… Es lo único que puedo hacer contra ti. Y lo hago, aunque no porque me importe; lo hago para probarte que no soy un imbécil. Me vengo, sí, en frío, me vengo de la única manera que me es posible vengarme ya; haciéndote lo que tú me has hecho a mí: dejándote vivo, pero haciéndote vivir como tú me has hecho vivir a mí: sin la estimación de nadie, demostrando que el miserable eres tú. ¡Tú!
(Volviéndose a Palma y a Flavio) ¡Éste que te has vanagloriado de tener por padre no es sino un miserable, y no solamente por lo que me ha hecho a mí, sino también porque es un ladrón!
Salvo: (Acercándose a él, amenazador) ¿Qué dices?
Lori: (Rápido, firme, haciéndole frente) ¡Un ladrón! ¡Un ladrón!
(Volviéndose hacia los demás) ¡Es un ladrón, porque robó a Bernardo Agliani!
Salvo: (Echándose a reír estrepitosamente) ¡Ja, ja, ja, ja!
Lori: (Le mira un buen rato; después se vuelve hacia Palma y Flavio, y dice) Se ríe. ¡Pero tengo la prueba en casa!
Salvo: ¡Ah!, ¿te lo han dado a entender a ti también? ¿Te la han fabricado en Perugia esta prueba?
Lori: No, querido. Es de la mano del propio Agliani.
Salvo: ¡Si tengo yo aquí (señala la mesa) todos los papeles de Agliani!
Lori: ¡Todos… no!
Salvo: ¡Todos, todos!
Lori: No todos.
Salvo: (Vacilando ante la reiterada afirmación) A menos que…, a menos que tú tengas otros que yo ignoro…
Lori: ¡Te he asustado!
Salvo: ¡No!
Lori: ¡Te has puesto pálido! ¡Y ahora te sonrojas!
Salvo: Porque no quisiera que Agliani, en otros apuntes posteriores…
Lori: ¡No, son anteriores! ¡Son los primeros! ¡El primer esbozo de aquella copia que tienes tú!
Salvo: ¡Pero si en los papeles que tengo aquí no hay nada que…!
Lori: ¡No estarán todos!
Salvo: ¡Todos! ¡Todos!
Lori: Hasta donde te habrá convenido conservarlos. Los demás, los habrás destruido…
Salvo: ¡Esto es una calumnia!
Lori: Te lo puedo probar.
Salvo: ¿Qué? Podrás probarme, a lo sumo, que, quizá posteriormente, Agliani, ante aquellos problemas suyos, tuvo también la idea de que…
Lori: ¡Eso es, exacto! ¡Pero no la tuvo también Agliani; la tuvo sólo Agliani, y tú te la apropiaste! (Volviéndose hacia Palma y Flavio) ¡Tengo los apuntes en casa! ¡Un fajo así!
Salvo: ¡Está bien! ¡Entonces, pruébame que aquí, en los papeles que tengo aquí (golpeando furiosamente sobre la mesa) no hay ni el más remoto vestigio de aquella idea! ¡Pruébamelo!
Lori: ¡Ah, ahora ya no niegas, ahora desafías!
Salvo: (Con desprecio) Pero ¿cómo quieres que desafíe a un hombre como tú? ¿Quién quieres que dé fe a tus palabras y no a las mías, si afirmo que no he conocido, como es verdad, estos nuevos apuntes de Agliani y exhibo los papeles suyos que tengo aquí?
Lori: ¡Ah, ya…! Si no fuese por tu libro…
Salvo: (De nuevo inquieto) ¿Mi libro?
Lori: Al cual hay que dar fe… A mí, no; pero a tu libro, sí. ¡La prueba está en él!
Salvo: (Como antes) ¿En mi libro?
Lori: (Volviéndose hacia los otros dos) ¿Cómo queréis que un hombre tan ignorante como yo pudiese comprender algo de todas aquellas fórmulas, de todos aquellos cálculos? La evidencia del hurto me ha saltado claramente a la vista sin buscarla, confrontando aquellos apuntes con tu libro.
Salvo: ¡No eres digno de que se te responda!
Lori: Y hace ya tiempo que lo he descubierto, ¿me oyes…? Y me he callado por ella (señala a Palma), por el bien de mi hija, porque ignoraba aquel otro delito tuyo, del cual éste es quizá sólo la consecuencia accidental. Porque no has sentido nunca una pasión verdadera; y estos papeles de Agliani sólo te sirvieron, al principio, para disimular la trapisonda; para darte el pretexto de venir a mi casa, de estar cerca de ella. ¿Quieres que publique, si realmente no tienes nada que temer, aquellos apuntes que tengo en casa, así, tal como están?
Salvo: (Rápido) Dámelos y los publicaré yo mismo, reconociendo ante todo el mundo…
Lori: ¿Qué? ¿Tu apropiación indebida?
Salvo: (Con fuerza) ¡Ésta no existe! ¡Y nadie la creerá jamás!
Lori: ¡Ah, ya…! Entre tú y yo…
(Volviéndose hacia Palma y observando su actitud, entre desdeñosa e indignada) ¡Pero, mira…! Me bastará con que lo crea ella…, si se lo digo yo…, yo, que por ella he callado…, yo, que mañana no hablaré. ¿Qué quieres que me importe tu libro…? ¡Ni siquiera quien lo ha escrito…! ¡Ni tú!
(Agarra por el brazo a Palma, mirándola a los ojos) ¿Tú me crees?
Palma: Sí.
Lori: ¿Me crees a mí, y no a él?
Palma: ¡Sí, sí!
Lori: ¡Esto me basta! ¡No publico nada! ¡No hago nada! Había venido aquí para hacer no sé cuántas cosas, contra ti, contra todos… Se me han caído de las manos todas las armas… ¡No tengo ya ni un alfiler! Y además, ¿para qué? Es pequeño, es mezquino, es feo lo que he hecho. Yo mismo me avergüenzo de ello ahora. (Volviéndose una vez más hacia Palma) ¿Tú me crees?
Palma: ¡Sí, sí!
(Pausa)
Lori: Esto me basta. ¡Adiós!
Palma: (Conmovida, corriendo hacia él, abrazándole para retenerle) ¡No! ¡No! ¡Yo te lo impediré! ¡Para vivir…! ¡Para vivir debe bastarte!
Lori: No…, no…
Palma: (Insistiendo) ¿Cómo que no? ¡Si tú ahora tienes toda mi estimación, todo mi afecto!
(Invita con la mano a Flavio a acercarse y éste obedece solícito) Todo el respeto…
Flavio: (Asintiendo) Sí, es cierto…
Lori: (Profundo, casi duro) Ahora puedo ya, sin engaño, acercarme solamente a quien, después de su pecado, se arrepintió y me recompensó con tanto amor. Lo único vivo y verdadero que yo haya tenido, después del delito. Todo lo demás ha sido engaño. Quien más me engañó, me engañó menos. No podría…, no podría, sin repugnancia hacia mí y hacia vosotros, acercarme a vuestra vida.
Palma: ¡No, no! Repugnancia… ¿por qué? ¡Ninguna repugnancia!
Lo que tú has dicho, su equivocación (señala a Salvo Manfroni), su equivocación respecto a mí…
Lori: ¡Pero no es verdad!
Palma: ¡Y, sin embargo, yo lo he creído en el acto, al entrar aquí con él! (Señala a Flavio) ¡Pues bien, así lo creerán también los demás! Y seré yo, seré yo la primera en hacerlo creer, en hacérselo creer así a todos, porque todos sentimos por ti respeto, consideración…
Lori: ¿Tú? ¡Pero no puedes decir…!
Palma: ¡No hay necesidad de decir nada! Me verán contigo, a tu lado, en torno a ti, como nadie me ha visto hasta ahora. Y de acuerdo todos, aquí, a partir de ahora…
Lori: (Intentando aún defenderse de esta caridad suya que le conmueve, le trastorna y hasta casi le hace faltarse a sí mismo) Pero… ¡pero yo no puedo creerlo!
Palma: (Insistiendo cada vez más) ¡Tú también! ¡Tú también! ¡Lo creerás tú también, a la fuerza!
Lori: (Como antes) ¿Yo…? ¿Cómo?
Palma: Pues porque es verdad, ¿comprendes? ¡Es verdad, ahora, mi afecto por ti! ¡No es un engaño! ¡Mi afecto, mi estimación, son una realidad en la cual tú puedes vivir y que se impondrá a todos e incluso a ti!
Flavio: ¡Es cierto! ¡Es cierto! Será así…
Lori: (Extenuado, casi rendido de emoción, se agarra al brazo de Palma; después, alzando el rostro descompuesto y casi balbuceando) ¿Representaremos… de nuevo la comedia…, entonces?
Palma: ¡No! ¡Ninguna comedia! ¡Te digo que mi afecto es sincero!
Flavio: Es verdad…, es verdad…
Lori: (A Flavio) ¿Todo será para bien?
Palma: (Afectuosa, abrazándolo, casi sosteniéndolo) ¡Vamos, vamos! Debes estar tan cansado… Vámonos… Te acompañaremos a casa…
Flavio: Sí; es muy tarde ya…
Palma: Tenemos el auto abajo, llegaremos pronto.
Lori: A casa… El auto… ¡Ah, sí…, todo termina bien…, todo termina bien…!
(Sale con Palma, casi atontado, seguido por Flavio.
En un momento dado, se detiene, da media vuelta, mira a Salvo Manfroni y dice, dirigiéndose a Palma y señalándole) ¿Y… y él?
Palma: (Mirándole, sorprendida) ¿Qué dices?
Lori: ¡Eh…! ¡Saludémosle incluso, entonces…!
(Le dirige un saludo con la mano, insinuando casi una inclinación; después, volviéndose de nuevo hacia Palma, murmura) Todo sea para bien…
Telón
1920 – Todo sea para bien
Comedia en tres actos
Personajes, Acto Primero
Acto Segundo
Acto Tercero
In Italiano – Tutto per bene
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