Revolucionó las tablas con su metateatro, produjo un par de novelas sobre la quiebra de la identidad y escribió incontables cuentos de antihéroes que, sofocados por las convenciones, terminan arrancándose la máscara.
Se dice de Irlanda que, pese a ser la pariente pobre de las Islas Británicas, ha dado a las letras inglesas del XX sus mayores escritores: Joyce, Wilde y Yeats. Se podría decir de Sicilia algo parecido con respecto a la continental Italia: Quasimodo, Vittorini, Lampedusa, Sciascia, Brancati o Consolo, hijos todos de aquella árida isla, fecundan con sus obras
“Soy hijo del Caos”, dejó dicho una vez orgullosamente Pirandello en un fragmento autobiográfico. Nació, en efecto, en la finca familiar de Kaos, junto a Agrigento, ante el célebre valle donde descansan todavía hoy unos maravillosos templos dóricos. Sus padres se habían ido a refugiar allí en 1867, huyendo del cólera. El padre (de origen ligur) trabajaba como empresario de minas azufreras, había sido garibaldino y profesaba un marcado anticlericalismo. Don Stefano era sin duda un hombre de carácter: llegó a enfrentarse a tiros a un jefe de la mafia local. La madre, Caterina Ricci, procedía de una familia agrigentina también antiborbónica y vivió siempre muy sometida al marido. Luigino se crió mayormente con unas sirvienta, Maria Stella, que le contaba fábulas y hasta lo llevaba a escondidas de sus padres a la iglesia, donde el lo mejor de la poesía y la narrativa del Novecento. ¿Y qué decir del teatro italiano moderno sino que está dominado por Luigi Pirandello, y no sólo el italiano sino el mundial, sobre todo a partir de 1921, cuando se estrenó Seis personajes en busca de autor? Se cumplen en este 2011 los 75 años de su muerte y su dramaturgia se mantiene viva e inmarcesible. Sus piezas (44 a lo largo de veintiséis años ininterrumpidos) nos hablan de la imposibilidad humana de alcanzar la verdad absoluta y, como hicieran las de Brecht por otras vías, destruyen el proceso de identificación actor-personaje y personaje-público. En cualquier caso, su originalidad como escritor para la escena no debería hacer olvidar otras facetas de su estro, como su poesía, ensayos y, sobre todo, su narrativa, desdoblada en siete novelas y dos centenares largos de relatos. Nórdica precisamente pone ahora en la calle el primer volumen de sus Cuentos completos (seguirán dos más), que lo revelan como un narrador tan versátil como Buzzati, Svevo, Moravia o Pavese (por citar connacionales suyos), y un agudísimo desvelador del absurdo de la condición humana y de lo ilusorio de cualquier certidumbre. Superando, en fin, el naturalismo de un Verga y el decadentismo simbolista de un D’Annunzio, este autor nacido en el confín más meridional, feudal y africano de Italia y Europa supo dar voz a la angustia y pesadillas del hombre moderno. Al socaire de su legado, han fermentado las producciones de Beckett, Ionesco, O’Neill o Pinter, entre otros.
Niño se ensimismaba ante los cirios encendidos sobre el altar. Cursa estudios elementales en casa y luego el progenitor lo inscribe en la escuela técnica de la ciudad, con la idea de prepararlo para que le ayude después en su trabajo. Sin embargo, con la complicidad de su madre, el chico consigue estudiar en un instituto de enseñanza media, donde aprende a fondo el latín. Su vocación teatral despunta ya a los 12 años, como lo prueba que monte una pieza propia en el jardín, Bárbaro, y congregue allí a familiares y amigos. Hay dos factores ligados a su Sicilia que pueden haber determinado su precoz inclinación a las tablas: los anfiteatros del mundo clásico (Siracusa, Taormina, Segesta…), que él tenía a tiro de ferrocarril, y los teatros de marionetas de tanta solera en la isla. Pirandello, sin embargo, todavía tardará veinte años en escribir su primera obra dramática desde aquel intento adolescente. Se fogueará primero en la poesía, con versos que reflejan su admiración por Leopardi, y a los 17 años pergeña su primer cuento, La pequeña cabaña. La primera novela, La excluida, es de 1901. A lo largo de su carrera alternará y compatibilizará todos estos géneros y a menudo utilizará en las piezas teatrales personajes y situaciones salidos de su cuentística, como si hubiera querido sondear desde todos los ángulos su mundo imaginativo.
Matrimonio de conveniencia
Pero retrocedamos hasta su pubertad y su recoleta vida en la casa de la calle san Pietro en Agrigento. Una mala inversión del padre les arruina y han de mudarse a Palermo, donde Luigi cursa el bachillerato y luego se matricula en Derecho y Letras. En 1886 consiente durante una temporada en ayudar al padre en el comercio del azufre (el negocio se ha reflotado), pero al año siguiente se trasplanta a Roma, decidido a abrirse camino en la literatura. Se aloja primero en casa de un tío, Rocco Ricci-Gramito, y al poco se muda a una pensión. Lleva durante estos años una vida de grata bohemia y publica su primera recopilación de versos, Mal giocondo. Un enfrentamiento con el decano de la Universidad le malquista con una parte del profesorado y, por consejo de su docente en Filología Romanica, Ernesto Monacci, en 1888 parte hacia Alemania y se inscribe en la Universidad de Bonn. La ciudad y su campiña le encantarán, aprenderá a fondo la lengua germánica, se enamorará de una joven tedesca, Jenny Schulz-Lander, y a ella irá dedicado su segundo poemario, Pasqua di Gea. Por lo demás, Alemania influirá doblemente en su formación intelectual: de un lado, Goethe (con sus tesis organicistas), de quien traducirá las Elegías romanas; y del otro, escritores como Heine, Tieck o Chamisso, que con sus tesis relativistas sintonizan con sus propias creencias de que en cada hombre laten distintas personalidades contrapuestas.
Pirandello se doctora con un trabajo sobre el dialecto agrigentino y, en 1892-93, liberado del servicio militar, que cumple en su lugar su hermano Innocenzo, lo tenemos de nuevo en Roma, recibiendo una asignación mensual del padre y disfrutando a fondo de la vida literaria capitalina. Otro siciliano, el crítico Luigi Capuana, le pone en contacto con las revistas y editoriales entonces en boga, y Pirandello se lanza a una intensa dedicación como publicista, componiendo artículos, ensayos, poemas y cuentos de toda laya, que de momento le reportan muy pocos ingresos y escasa notoriedad. En 1894, con la idea de estabilizarse, acepta un matrimonio arreglado: se casa con Antonietta Portulano, la hija de un socio de su padre, que además de una bien surtida dote le da tres hijos, Stefano, Lietta y Fausto. Sobrevenir al mantenimiento de una familia le obliga a extender sus actividades y acepta enseñar lengua en el Instituto de Magisterio de Roma. En publicaciones como Il Marzocco o Roma letteraria va colocando sus artículos, su primera novela (La excluida, 1901) e infinidad de cuentos y nouvelles.
En 1903 ocurre un doble desastre: su padre se arruina otra vez con las azufreras (pero esta vez fundiéndose además la dote de su nuera, reinvertida en las minas) y Antonietta, al enterarse de la quiebra, sufre un colapso nervioso que la mantiene inmovilizada en la cama durante seis meses. A partir de ahora, Pirandello tendrá que lidiar con una esposa paranoica y atender a tres hijos (de 8, 6 y 4 años en 1903) que irán viendo cómo su madre entra en una deriva de demencia. Pese a todo, el escritor es capaz de culminar su primera obra maestra, El difunto Matías Pascual, la novela de un hombre al que dan por muerto y que opta por reinventarse en otro, y que granjea a su autor inmediata celebridad.
Este reconocimiento no le exime, sin embargo, de tener que aumentar sus ingresos económicos, dado que se han esfumado las rentas de la dote. Se pone a impartir lecciones privadas de italiano y alemán, prosigue con sus clases en el
Instituto y escribe hasta altas horas de la madrugada cuentos y novelas (entre estas últimas, completa en 1909 Viejos y jóvenes, un fresco histórico a lo Verga y Di Roberto en el que se refleja el desencanto que en Sicilia ha seguido al Risorgimento). En esa misma década, pone orden en sus propias concepciones sobre la creación artística y redacta dos importantes ensayos, Arte e Scienza y, sobre todo, El humorismo (1908), libro en el que polemiza con el gran intelectual italiano de entonces, Benedetto Croce, y donde defiende una poética compasiva con la condición trágica del hombre. “Nada es más serio que lo ridículo -sostiene allí-, y nada es más ridículo que lo serio”. En 1910 estrena su primera pieza teatral, La mordaza. Resulta verdaderamente pasmoso que Pirandello pudiera desplegar tal actividad en medio del infierno privado en el que vivía. A los brotes paranoicos de su esposa Antonietta, hubo que sumar sus ataques de celos. Pirandello resistirá durante quince años los desequilibrios y acosos de Antonietta, hasta que en 1919 se verá obligado a internarla en un sanatorio. La pobre mujer, en su imparable desvarío, llegó a contraer celos de las actrices de los primeros trabajos teatrales de su marido. Y hacia 1916 acusó a Luigi de mantener una relación incestuosa con su hija Lietta, a lo que ésta, horrizada, respondió con un suicidio fallido (se disparó con un revolver que se encasquilló). Que Pirandello hubiera conservado a su mujer junto a sí en medio de tantos desmanes pudo deberse a su profunda monogamia y a su convicción de que, al casarse, había cargado con unas obligaciones que creía debían mantenerse hasta el final. Andrea Camilleri apunta desde su biografía pirandelliana que en el colapso mental de Antonietta pudo jugar su parte la temprana conciencia de que el marido no la consideraba a su altura, y la consiguiente soledad interior en que quedó. La biografía clásica de Gaspare Giudice recoge una anécdota que expresa el tono de aquella relación conyugal cuando ya comenzaba a torcerse. En el dormitorio de ambos había una gran foto de Antonietta recién casada. Y un día ella le pinchó: “¿Por qué sigues teniéndola aquí? A estas alturas…”, a lo que él contestó: “La tengo porque ella, y no tú, me ha hecho feliz”.
Pese a estos chascos, nadie fue más comprensivo con la enfermedad de Antonietta Portulano que su leal marido. Y no sólo obró así por humanísima piedad. Pirandello sabía muy bien desde muy joven (y la lectura de Schopenhauer en Bonn lo reafirmó en ello) en qué abismos puede perderse la mente, y qué pensamientos tan extraños puede rumiar: “casi relámpagos de locura, pensamientos incoherentes, inconfesables incluso para nosotros mismos”. No hay más que leer algunos de sus mejores cuentos para dar con personajes en apariencia sumisos a la maquinaria social, pero que en un momento dado estallan. Ahí está el Belluca de Ha pitado el tren, un oficinista que toda su vida ha cumplido con su rutina laboral y su numerosa familia, y que (como el Bartleby melvilliano) un buen día se planta y su cabeza se extravía en imaginarios viajes exóticos. O el commendatore de La carretilla, un abogado que vive esclavizado por sus deberes profesionales y sociales, y añorante de una acción fuera de programa se encierra un buen día en su gabinete, agarra a su perro por los cuartos traseros y lo hace dar un corto paseo a dos patas, lo que le desquita de tanto oficialismo.
Sumisos que estallan
Gran desenmascarador de la falta de autenticidad del vivir cotidiano, Pirandello se servirá, a partir de la Gran Guerra, sobre todo del teatro para seguir escarbando en las más ocultas pulsiones del ser humano. Y, entre 1915 y 1919, escribirá una serie de farsas -Liolá, ¡Piénsalo bien, Giacomino!, El juego de los papeles, Así es (si os parece)…- en las que los personajes viven y a la vez se ven vivir, y rompiendo las cadenas sociales que los agarrotan se preguntan quiénes son y si la vida tiene en verdad alguna clase de consistencia. El autor siciliano consigue poco a poco que los mejores actores cómicos de su tiempo acepten sus piezas: por ejemplo, Angelo Musco o Antonio Gandusio, para quien escribe El hombre, la bestia y la virtud. Y así acontece que, en 1919, hay quince compañías en gira por Italia representando textos pirandellianos. Una vez más, gravosos problemas personales y familiares impiden que nuestro hombre pueda saborear plenamente la popularidad y los éxitos. En 1915 fallece en Agrigento su querida madre y pocas semanas después es hecho prisionero por los austriacos su hijo mayor, Stefano. Cuando, al cabo de un año de reclusión, llega a Luigi la noticia de que el chico ha contraído la tuberculosis, utiliza todas sus influencias para liberarlo. Nada menos que el Papa media en la gestión y los austriacos aceptan soltarlo a condición de que Italia libere a tres de los suyos. El patriótico corazón del escritor no puede consentir tal canje y habrá de esperar al fin de la contienda para reencontrarse con Stefano.
“El teatro en el teatro”
Y llegó 1921, año clave en la historia del teatro, como revolucionario será 1922 para la novela y la poesía (aparecen Ulises y La tierra baldía). En efecto, la noche del 9 de mayo de 1921 se estrena en el Teatro Valle de Roma Seis personajes en busca de autor, y el alboroto que se desencadena no se veía desde que subiera a las tablas de Paris el Hernani de Hugo. Los espectadores, nada más acceder a la sala, se quedaron atónitos porque el telón estaba alzado y sobre el escenario no había escenografía alguna. Otra sorpresa mayúscula se llevaron al ver aparecer por la puerta del fondo de la sala a los seis personajes de la pieza. Aquella noche se armó la de San Quintín, parte del público se lió a tortazos con la otra parte y el dramaturgo -todo hay que decirlo- tuvo el temple de salir a saludar, cosechando silbidos y calderilla. Prefirió luego abandonar el local por la puerta de servicio (acompañado por su hija Lietta), sin poder evitar a espectadores enfurecidos que le gritaban “¡Payaso!” y le volvían a lanzar monedas. La comedia se representó meses mas tarde en Milán y allí obtuvo en cambio un éxito resonante.
Para cuando, en 1924, Pirandello venga a Barcelona invitado por la intelligentzia catalana (Josep Maria de Sagarra le acaba de traducir El barret de cascavells), está ya en plena demolición de la dramaturgia tradicional y a sus Seis personajes… ha añadido otra pieza metateatral, Cada uno a su manera, que junto a Esta noche se improvisa (1939) conforman su célebre trilogia del “teatro en el teatro”. Precisamente durante su estancia en la Ciudad Condal da una conferencia en el Romea donde ratifica el sentido de su propio papel como escritor para la escena. “El teatro moderno tiene un carácter diferente del antiguo: mientras que la base del antiguo es la pasión, en el moderno es la expresión del intelecto”. Y añade: “Una de las novedades que he aportado al nuevo drama consiste en convertir el intelecto en pasión”. Acaso donde mejor consigue materializar esta filosofía es en la tragedia Enrique IV, estrenada nuevamente en Milán con una espléndida acogida. Desarrolla ahí la historia de un joven rico que acude a una mascarada disfrazado del emperador alemán del siglo XI Enrique IV. El joven se golpea la cabeza al caer del caballo y, al recobrar la conciencia, se cree de verdad un monarca medieval. Durante años vivirá en una villa alienado en esta ilusión, hasta que sus amigos resuelven desencantarlo. Enrique IV rompe todos sus esquemas cuando les dice que ha estado sano todo este tiempo,pero que se ha fingido rey para jugar con el mundo. La pieza se desgrana en continuo baile entre locura y cordura, hasta que da un súbito giro hacia un desenlace trágico.
La militancia fascista del dramaturgo no tardó en entibiarse y hoy muchos creen que se sumó en un principio a la causa para que ésta le ayudara a catapultar su teatro. Muy pronto desaprobó la invasión italiana de Etiopía y se molestó cuando el Duce abandonó a media función la representación de la ópera de Francesco Malipiero Fábula del hijo cambiado, de la que él había escrito el libreto. Hoy se sabe que hasta su muerte estuvo permanentemente vigilado por la OVRA, la policía secreta mussoliniana.Alrededor de 1925, Pirandello está en su mejor momento de creatividad y fama. Publica entonces una magnífica novela sobre la fragilidad de las identidades (Uno, ninguno y cien mil) y, deseoso de que Italia se remonte al nivel que infundadamente creyó alcanzar con el Risorgimento, se afilia al fascismo. Ello le permite dirigir el Teatro d’Arte di Roma, con el que hasta 1928 viajará por medio mundo difundiendo sus propias piezas. Capitaneando esta troupe figura Marta Abba, una joven y bella actriz que -tras la desilusión que le causó Eleonora Duse- será su musa y despertará en él un amor apasionado (aunque no consumado). Entre las Opera Omnia pirandellianas editadas por Mondadori, consta con todo merecimiento un volumen donde viene el epistolario entre Luigi y Marta, 562 cartas de él y 280 de ella.
En 1934 tuvo un gran momento de gloria: la Academia sueca le concedió el Nobel. Sintomáticamente, ningún jerarca del gobierno italiano acudió a recibirle a su vuelta de Estocolmo. A la par que aumentaba su celebridad internacional, crecía su desarraigo interno. Y en aquellas fechas confesó: “De ahora en adelante vivo en el vasto mundo: el hotel es mi hogar y todas mis posesiones mundanas se agotan en una máquina de escribir”.
Pirandello murió en diciembre de 1936, en su casa romana, tecleando su última producción teatral, Los gigantes de la montaña. Como voluntad, dejó escrito: “Que mi muerte pase en silencio. Que no me amortajen. Y nada de flores sobre el lecho mortuorio. Carroza fúnebre de ínfima clase: la de los pobres”.
Sus cenizas están hoy en una roca de Caos, el lugar siciliano que le vio nacer. Y, a su alrededor, el decorado no puede ser mejor: la tierra de Empédocles, el mar de Homero.
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