Esta noche se improvisa la comedia – Acto III

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In Italiano – Questa sera si recita a soggetto

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Esta noche se improvisa la comedia - Acto III
Piccolo Teatro di Milano, Questa sera si recita a soggetto, 2015

Esta noche se improvisa la comedia
Acto Tercero

A la derecha, al fondo, la armazón de una pared de cristales, con puerta en medio, de modo que se entrevea, en la parte de allá, la antesala; pero apenas con algunos sabios toques de color y alguna lámpara encendida. En medio de la escena, otra armazón de pared, también con puerta en medio, abierta, que desde el salón, que queda a la derecha, conduce al comedor, indicado esquemáticamente con un pretencioso aparador y una mesa cubierta con un tapete rojo, sobre la cual pende del techo una lámpara, ahora apagada, con enorme pantalla de campana de bonitos colores naranja y verde. Encima del aparador, habrá, entre otras cosas, una palmatoria de botella.

En el salón, además del piano, un diván, algunos veladores, sillas.

Abierto el telón se ve a Pomárici que sigue tocando sentado al piano, y a Nené, que baila con Sarelli, como Dorina con Nardi. Es un vals. Han regresado del teatro. Doña Ignacia se ha atado a la cara un pañuelo de seda negro, para un dolor de muelas que le ha entrado. Rico Verri ha ido corriendo a una farmacia de guardia en busca de un calmante. Mommina está sentada junto a su madre, en el diván, cerca del cual está también Pometti. Totina está allí  – fuera de escena – con Mangini.

Mommina: (A su madre, mientras Pomárici toca y las dos parejas bailan) ¿Te duelen mucho?

Y le acerca una mano a la mejilla.

Doña Ignacia: ¡Estoy rabiosa! ¡No me toques!

Pometti: Verri ha ido corriendo a la farmacia: estará aquí en seguida.

Doña Ignacia: ¡No le abrirán! ¡No le abrirán!

Mommina: ¡Pero si tienen obligación de abrir: farmacia de guardia!

Doña Ignacia: ¡Ya! ¡Como si no supiera yo en qué país vivimos! ¡Ay! ¡Ay! ¡No me hagáis hablar; estoy rabiosa! ¡Capaces de no abrirle, si saben que es para mí!

Pometti: ¡Ya verá usted cómo Verri consigue que le abran! ¡Él también es capaz de echar la puerta abajo!

Nené: (Plácida, mientras sigue bailando) ¡Claro que sí, puedes estar segura, mamá!

Dorina: (Como antes) ¡Figúrate, si no abren! ¡Se les mete dentro, es más bestia que ellos!

Doña Ignacia: No, no, pobrecillo, no digas eso. ¡Es tan bueno! ¡En seguida fue corriendo!

Mommina: ¡Y tanto! ¡Él solo! Mientras ustedes están ahí bailando.

Doña Ignacia: ¡Deja, deja que bailen! Después de todo, el dolor no se me iba a pasar porque estuvieran a mi alrededor preguntándome qué tal estoy.

(A Pometti) Es la furia, la furia que me pone en la sangre esta gente, la razón de todos mis dolores.

Nené: (Dejando de bailar y acudiendo a su madre, toda encendida por la proposición que va a hacer) Mamá, ¿y si dijeras el Ave María, como aquella vez?

Pometti: ¡Eso! ¡Muy bien!

Nené: (Siguiendo) ¡Ya sabes que, diciéndola, se te pasó el dolor!

Pometti: ¡Sí, pruebe, señora, pruebe usted!

Dorina: (Mientras sigue bailando) ¡Sí, sí, dila, dila, mamá! ¡Verás cómo se te pasa!

Nené: ¡Claro! ¡Pero ustedes dejen de bailar!

Pometti: ¡Cierto! ¡Y tú, de tocar, eh, Pomárici!

Nené: ¡Mamá dirá el Ave María como aquella vez!

Pomárici: (Levantándose del piano y acudiendo) ¡Ah, muy bien, sí! ¡Vamos a ver, vamos a ver si se repite el milagro!

Sarelli: ¡Dígala en latín, en latín, doña Ignacia!

Nardi: ¡Eso! ¡Hará más efecto!

Doña Ignacia: ¡Pero dejadme en paz! ¿Qué queréis que diga?

Nené: ¡Perdona, tienes la prueba de la otra vez! ¡Se te pasó!

Dorina: ¡En la oscuridad! ¡En la oscuridad!

Nené: ¡Recogimiento! ¡Recogimiento! ¡Pomárici, apague la luz!

Pomárici: Pero, ¿dónde está Totina?

Dorina: Está ahí con Mangini. ¡No te ocupes de Totina y apaga la luz!

Doña Ignacia: ¡De ningún modo! ¡Hace falta por lo menos una vela! ¡Y las manos, en su sitio! Y Totina, aquí.

Mommina: (Llamando) ¡Totina! ¡Totina!

Dorina: ¡La vela está allí!

Nené: ¡Cógela tú; yo voy a buscar la estatuita de la Madona!

Sale corriendo por el fondo.

Mientras tanto, Dorina va al comedor, con Nardi, a coger la palmatoria que está encima del aparador. Antes de encenderla, en la oscuridad, Nardi abraza fuertemente a Dorina: y le da un beso en la boca. 

Doña Ignacia: (Gritando a Nené que ha salido corriendo) ¡No, deja! ¡No hace falta! ¡Qué, estatuita! ¡Se puede prescindir!

Pomárici: (Como antes) ¡A la que debe usted llamar es a Totina!

Doña Ignacia: ¡Un velador que haga de altarcito!

Va a cogerlo. 

Dorina: (Volviendo con la palmatoria encendida, mientras Pomárici apaga la luz) ¡Aquí está la vela!

Pometti: ¡Aquí, sobre el velador!

Nené: (Por el fondo, con la estatuilla de la Madona) ¡Y aquí la Madona!

Pomárici: ¿Y Totina?

Nené: ¡Ahora viene, ahora viene! ¡No nos dé la lata con Totina!

Doña Ignacia: Pero ¿se puede saber qué hace ahí?

Nené: ¡Nada, prepara una sorpresa, ahora veréis!

(Luego, invitándolos a todos con el gesto) ¡Aquí, detrás, detrás todos, y en semicírculo! ¡Recógete, mamá!

Cuadro. En la oscuridad, apenas modificada por la luz oscilante de la palmatoria, el Doctor Hinkfuss ha preparado un delicadísimo efecto: la fusión de una suavísima «luz de milagro»  – luz psicológica – , verde, casi emanación de la esperanza de que el milagro se produzca. Esto, en cuanto Doña Ignacia, ante la Madona  – colocada, como la palmatoria, sobre el velador – , se ponga a recitar con las manos juntas, con voz lenta y profunda, las palabras de la oración, casi esperando que el dolor se le pase al terminar de pronunciar cada palabra.

Doña Ignacia: «Ave María, gratia plena, Dominus tecum…»

De improviso, un trueno y el reflejo diabólico de un relámpago rojo lo estropea todo. Totina, vestida de hombre, con el uniforme de oficial, de Mangini, entra cantando, seguida de Mangini, que se ha puesto un larguísimo batín de Don Palmiro. El trueno se convierte de repente en la voz de Totina que canta; como el relámpago rojo, en la luz del salón que Mangini da al entrar.

Totina: «Le parlate d’amor  – o cari fior…»

Grito unánime, fortísimo, de protesta. 

Nené: ¡Cállate, estúpida!

Mommina: ¡Lo has estropeado todo!

Totina: (Azorada) ¿Qué pasa?

Dorina: Mamá estaba rezando el Ave María.

Totina: (A Nené) ¡Podías habérmelo dicho!

Nené: ¡Claro! ¡Iba yo a figurarme que tú ibas a aparecer así en este momento!

Totina: ¡Ya estaba vestida cuando entraste a buscar la Madona!

Nené: ¡Basta! ¡Basta! ¿Qué hacemos ahora?

Pomárici: ¡Volver a empezar! ¡Volver a empezar!

Doña Ignacia: (Atontada, en espera, como si ya tuviera el milagro en la boca) No… Esperad… Yo no sé…

Mommina: (Contenta) ¿Se te ha pasado?

Doña Ignacia: (Como antes) No sé… habrá sido el diablo… o la Madona…

(Se aprieta toda la mejilla por una nueva punzada de dolor) No, no… ¡Ay…! ¡Otra vez…! ¡Qué, pasado! ¡Ayyyy! ¡Dios mío, qué congoja…!

(De pronto, dominándose, da una patada en el suelo y se impone a sí misma) ¡No! ¡No quiero darme por vencida! ¡Cantad, cantad, hijas! ¡Dadme ese gusto, cantad, cantad! ¡Pobre de mí, pobre de mí, si me acobardo ante este cochino dolor! ¡Vamos, Mommina: «Stride la vampa»!

Mommina: (Mientras todos gritan aplaudiendo: «¡Sí, sí! ¡Muy bien! ¡El coro de «II Trovatore»!) ¡No, no, mamá, no estoy en vena! ¡No!

Doña Ignacia: (Suplicando con rabia) ¡Hazme esta caridad, Mommina! ¡Es para mi dolor!

Mommina: ¡Te digo que no estoy en vena!

Nené: ¡Vamos! ¿No puedes complacerla una vez?

Totina: ¡Te está diciendo que no quiere acobardarse por el dolor!

Sarelli y Nardi: ¡Sí, sí, venga!
– ¡Dele ese gusto, señorita!

Nené: ¿Te figuras que no nos suponemos por qué ya no quieres cantar?

Pomárici: ¡No, no, si la señorita va a cantar!

Sarelli: ¡Si es por Verri, no dude que nos encargaremos nosotros de tenerlo a raya!

Pomárici: Cantando, le juro que el dolor se le conjura.

Doña Ignacia: ¡Sí, sí, hazlo, hazlo, por tu mamá!

Pometti: ¡Qué valor tiene esta Generala nuestra!

Doña Ignacia: Tú, Totina, haces de Manrico, ¿eh?

Totina: ¡Por supuesto! ¡Ya estoy vestida!

Doña Ignacia: ¡Póngale el bigote, póngale el bigote a mi hija!

Mangini: ¡Eso, sí! ¡Yo se lo pinto!

Pomárici: ¡No! ¡Si me lo permite, se lo pintaré yo!

Nené: ¡Aquí está el tapón de corcho, Pomárici! ¡Voy corriendo a buscarle un sombrero con plumas! ¡Y un pañuelo amarillo, y un chal rojo para Azucena! Escapa por el fondo, y poco después vuelve con todo lo que ha dicho.

Pomárici: (A Totina, mientras le pinta el bigote) ¡Estése quietecita, por favor!

Doña Ignacia: ¡Muy bien! Mommina, Azucena…

Mommina: (Casi para sí, sin fuerza ya para oponerse) No, yo no…

Doña Ignacia: (Siguiendo) …y Totina, Manrico…

Sarelli: ¡…y todos nosotros, el coro de zíngaros!

Doña Ignacia: (Aludiendo al coro de zíngaros)

«All’opra, all’opra! Dàgli. Martella.
Chi del gitano la vita abbella?»

(Se lo pregunta cantando a algunos, que se quedan mirándola sin saber si lo pregunta en serio o en broma; y entonces, ella, dirigiéndose a otros, pregunta):

«Chi del gitano la vita abbella?»

(Pero éstos la miran como los primeros; no puede aguantar el dolor; y rabiosa, pregunta a todos, para obtener la respuesta):

«Chi del gitano la vita abbella?»

(Todos, comprendiendo, por fin, entonan la respuesta):

«La zingarééé… eeélla!»

Doña Ignacia: (Primero, respirando por haber sido, al fin, comprendida) ¡Ah!

(Luego, mientras los otros sostienen la nota, para sí, retorciéndose de dolor) ¡Ayyy! ¡Ayyy! ¡No aguanto más! ¡Valor! ¡Valor! ¡Venga, hijitos, cantad pronto!

Pomárici: ¡No, no: esperen que termine!

Dorina: ¿Todavía? ¡Ya está bien así!

Sarelli: ¡Está muy bien!

Nené: ¡Un amor! ¡Ahora, el sombrero! ¡El sombrero!

(Se lo da, y se dirige a Mommina) ¡Y tú, sin historias! ¡El pañuelo en la cabeza!

(A Sarelli) ¡Áteselo atrás! (Sarelli lo hace) ¡Y el chal, así!

Dorina: (Con un empujón, a Mommina, que sigue inmóvil) ¡Pero muévete!

Pomárici: ¡Ah, pero hace falta algo para tocar!

Nené: ¡Lo he encontrado! ¡Los almireces de cobre!

Va a cogerlos del aparador del comedor; vuelve y los distribuye.

Pomárici: (Yendo al piano) ¡Vamos, atentos! ¡Empecemos por el principio!
«Vedi le fosche notturne spoglie…»
Se pone a tocar el coro de los zíngaros con que empieza el segundo acto de «II Trovatore».

Coro: (Atacando):

«Vedi le fosche notturne spoglie
de’ cieli sveste l’immensa volta:
sembra una vedova che alfin toglie
i bruni panni ond’era involta.»

(Luego, golpeando los almireces:)

«All’opra, all’opra! Dàgli. Martella.
Chi del gitano la vita abella?»

(Tres veces)

«La zingarella!»

Pomárici: (A Mommina) ¡Atención, señorita! ¡Usted! ¡Y vosotros todos a su alrededor!

Mommina: (Adelantándose)

«Stride la vampa! la folla indomita
corre a quel foco, lieta in sembianza!
Urli di gioja intorno echeggiano:
cinta di sgherri donna s’avanza.»

Mientras los otros cantan, primero a coro, y ahora Mommina sola, Doña Ignacia, sentada en una sillita, agitándose como un oso, pateando tan pronto con una pierna como con la otra, murmura entre dientes, cadenciosamente, como si dijera una letanía en su sufragio.

Doña Ignacia: ¡Dios mío, yo me muero! ¡Dios mío, yo me muero! ¡Castigo por mis pecados! ¡Dios mío, Dios mío, qué congoja! ¡Dame fuerzas, Dios mío! ¡Golpéame y hazme sufrir a mí sola! ¡Que pague yo sola, Dios mío, la diversión de mis hijas! ¡Cantad, cantad, sí, sí, disfrutad, hijas! ¡Dejad que rabie yo sola con estos dolores que son la penitencia por todos mis pecados! ¡Yo os quiero contentas, alegres, alegres, así…! ¡Sí, dagli, martella, dale, martillea encima de mí! ¡A mí sólo, Dios mío, y deja disfrutar a mis hijas…! ¡Ah, Dios, la alegría que yo no pude tener nunca… nunca, Dios mío, nunca…, quiero que la tengan mis hijas…! ¡Deben tenerla! ¡Deben tenerla! Pagaré yo, pagaré yo por ellas, incluso si faltan a tus mandamientos. (Y entona con los otros, mientras las lágrimas le ruedan por las mejillas) «La zingarééé… eeellaaaa…» ¡Silencio! ¡Ahora canta Mommina, con su voz de «primo cartello»…«La vampa», sí…! La llama… ¡La tengo yo en la boca, la llama…! «Lieta, sí, lieta in sembianza… Alegre en apariencia…

Llega en este momento por el fondo Rico Verri. Queda primero suspenso, como si el asombro abriera un precipicio delante de él; luego da un salto y se lanza contra Pomárici; lo agarra en el taburete del piano y lo tira al suelo, gritando:

Rico Verri: Con que sí, ¿eh? ¿Así os mofáis de mí?

Todos se quedan helados, lo que se traduce en alguna exclamación tonta, incongruente.

Nené: ¡Mira qué modales!

Dorina: ¿Estás loco?

Luego, una riña, al levantarse Pomárici, que se lanza contra Verri, mientras los otros se interponen, para separarlos y sujetarlos, hablando todos a la vez, en gran confusión.

Pomárici: ¡Me responderás de lo que has hecho!

Verri: (Rechazándolo violentamente) ¡Todavía no he acabado!

Sarelli Y Nardi: ¡Estamos nosotros aquí, también!
– ¡Nos responderás a todos!

Verri: ¡A todos, a todos! ¡Me basto yo solo para romperos el hocico a todos vosotros!

Totina: ¿Es usted el amo en nuestra casa?

Verri: Me envían a buscar la medicina…

Doña Ignacia: …la medicina: y ¿luego?

Verri: (Por Mommina) ¡…me la presentan disfrazada así!

Doña Ignacia: ¡Usted se va ahora mismito de mi casa!

Mommina: ¡Yo no quería, yo no quería! ¡Les he dicho a todos que no quería!

Dorina: ¡Mira! ¡Qué cosas hay que oír! ¡Esta estúpida, disculpándose!

Nené: ¡Abusa de que no tenemos en casa un hombre que lo eche de aquí a patadas, como se merece!

Doña Ignacia: (A Nené) ¡Anda a llamar a tu padre, ahora mismo! ¡Que se levante de la cama y que venga en seguida!

Sarelli: ¡Si por eso es, podemos echarlo de aquí nosotros!

Nené: (Corriendo a llamar a su padre) ¡Papá! ¡Papá!

Sale.

Verri: (A Sarelli) ¿Vosotros? ¡Me gustaría veros! ¡Intentadle!

(A Nené, que corre) ¡Llame, sí, llame a su papá: responderé ante el cabeza de familia de lo que hago: exigir de éstos el respeto para todas ustedes!

Doña Ignacia: ¿Y quién le ha dado a usted ese encargo? ¿Cómo se atreve?

Verri: ¿Cómo? ¡La señorita lo sabe! (Señala a Mommina)

Mommina: ¡Pero no así, por la violencia!

Verri: ¡Ah! ¿Es mía la violencia? ¿No de los otros sobre usted?

Doña Ignacia: ¡Le repito que no quiero saber nada! Esa es la puerta: ¡fuera!

Verri: ¡No, eso no debe decírmelo usted!

Doña Ignacia: ¡Se lo dirá también mi hija! ¡Además, el ama en mi casa soy yo!

Dorina: ¡Se lo decimos todas!

Verri: ¡No basta! ¡Si la señorita está conmigo! ¡Soy aquí el único que viene con intenciones honestas!

Sarelli: ¡Mira! ¡Honestas!

Nardi: ¡Aquí no se hace nada malo!

Verri: ¡La señorita lo sabe!

Pomárici: ¡Payaso!

Verri: ¡Los payasos sois vosotros! (Blandiendo una silla) ¡Y guardaos muy bien de volver a entrometeros, o acabaremos mal ahora mismo!

Pometti: (A sus compañeros) ¡Vámonos, vámonos de aquí!

Dorina: ¡No, no! ¿Por qué?

Totina: ¡No nos dejen ustedes solas! ¡Él no es el dueño de esta casa!

Verri: ¡No te pongas enfermo mañana, tú, Nardi! ¡Nos veremos!

Nené: (Entrando con gran ansiedad) ¡Papá no está en casa!

Doña Ignacia: ¿No está en casa?

Nené: ¡Lo he buscado por todas partes! ¡No aparece!

Dorina: ¡Pero, cómo! ¿No ha vuelto a casa?

Nené: ¡No ha venido!

Mommina: ¿Y dónde estará?

Doña Ignacia: ¿Todavía fuera de casa, a estas horas?

Sarelli: ¡Habrá vuelto al Cabaret!

Pomárici: Señora, nosotros nos retiramos.

Doña Ignacia: No, no, esperen…

Mangini: ¡Por fuerza! ¡Esperad! ¡No voy a salir así a la calle!

Totina: ¡Ah, claro! Dispense. Ya no me acordaba de que llevaba puesto su uniforme. ¡Voy a quitármelo! (Sale corriendo)

Pomárici: (A Mangini) Espera tú a que la señorita te lo devuelva; nosotros nos vamos.

Doña Ignacia: Pero dispensen…, no veo…

Verri: Ellos, ellos ven, si usted no quiere ver.

Doña Ignacia: ¡Vuelvo a decirle que debe marcharse usted! ¡No ellos! ¿Ha comprendido?

Verri: ¡No, señora: ellos! ¡Porque, ante la seriedad de mis intenciones, saben que éste no es sitio para sus bromas de mal gusto!

Pomárici: ¡Sí, sí, mañana verás cómo nos divertimos nosotros!

Verri: ¡No sé por qué, mañana!

Mommina: ¡Por caridad, por caridad, Verri!

Verri: (Temblando) ¡Usted no me venga con ruegos!

Mommina: ¡No, no ruego! ¡Quiero solamente decir que la culpa es mía, que me sometí…! ¡No debí, sabiendo que usted…

Nardi: …como buen siciliano, no podría soportar la broma!

Sarelli: ¡Pero si nosotros tampoco la soportamos ya!

Verri: (A Mommina, como Primer actor, saliéndose espontáneamente de su papel, con la cólera del primer actor arrastrado a decir lo que no quiere) ¡Muy bien! ¿Está usted satisfecha?

Mommina: (Como Primera actriz, desconcertada) ¿De qué?

Verri: (Como antes) ¡De haber dicho lo que no debía! ¿Por qué tenía usted que culparse a sí misma, al final?

Mommina: (Como antes) Me ha salido espontáneo…

Verri: ¡Y mientras tanto, le ha dado pie a éstos! ¡Tengo que ser yo el último que grita que se las verán conmigo todos ellos!

Mangini: ¿Y yo también, así, con este batín?

(Y se descoyunta torpemente para ponerse firme) ¡A sus órdenes!

Nené Y Dorina: (Riendo y aplaudiendo) ¡Muy bien! ¡Bravo!

Verri: (Como antes, indignado) ¡Qué bravo, ni qué…! ¡Así se echa a perder una escena! ¡Y no hay manera de acabarla!

Doctor Hinkfuss: (Surgiendo de su butaca) ¡No, hombre, no! ¿Por qué? ¡Pero si estaba saliendo muy bien! ¡Adelante, adelante!

Se empieza a oír llamar, cada vez más fuerte, dentro, al fondo, como si fuera a la puerta de entrada.

Mangini: (Disculpándose) Es que… con este batín… no pude resistir la tentación de bromear un poco…

Nené: ¡Naturalmente!

Verri: (Desdeñoso, a Mangini) ¡Pues váyase a jugar a la gallina ciega, y no venga aquí a representar comedias!

Mommina: ¡Si el señor… (dice el nombre del Primer actor) quiere hacer él solo su papel, y los demás nada, que lo diga, y nos iremos todos!

Verri: No, al contrario, me iré yo, si los demás quieren actuar cada uno a su capricho, aunque no venga a cuento.

Doña Ignacia: ¡Pero si resultaba tan bien, y tan oportuna, santo Cielo, la súplica de la señorita: «¡La culpa es mía, que me sometí!»

Pomárici: (A Verri) ¡Tenga usted en cuenta que nosotros también tenemos que actuar!

Sarelli: ¡Sólo quiere lucirse él! ¡Cada uno tiene que decir lo suyo!

Doctor Hinkfuss: (Gritando) ¡Basta! ¡Basta! ¡Sigan ustedes la escena! ¡Ahora me parece que es precisamente usted, señor… (Dice el nombre del primer actor) el que lo estropea todo!

Verri: ¡No, yo no, por favor! Al contrario, yo digo que hable al que le toque, y que me respondan a tono. (Alude a la Primera actriz) ¡Hace tres horas que estoy repitiendo: «¡La señorita lo sabe!, ¡la señorita lo sabe!», y la señorita no encuentra una palabra para sostenerme. ¡Siempre en esa actitud de víctima!

Mommina: (Exasperada, casi llorando) ¡Claro, como que soy la víctima! ¡Víctima de mis hermanas, de la casa, de usted; víctima de todos! (En este momento, entre los actores que hablan en el proscenio, frente al Doctor Hinkfuss, se hace sitio EL Viejo actor de carácter, O sea «Zampoña», con cara de muerto, las manos ensangrentadas, el vientre herido de una cuchillada, y ensangrentados también el chaleco y el pantalón)

Zampoña: ¡Bueno, pero… señor Director, yo venga llamar, llamar, así, todo ensangrentado; tengo las tripas en la mano, tengo que venir a morirme en escena, que no es fácil para un actor cómico; nadie me abre la puerta; encuentro aquí un desorden… Los actores fuera de su papel; faltando el efecto que yo me prometía sacarle a mi entrada en escena, porque, además de ensangrentado y moribundo, estoy borracho… Ahora le pregunto yo a usted: ¿cómo se remedia esto!

Doctor Hinkfuss: ¡Eso se arregla en seguida! Apóyese en su chanteuse: ¿dónde está?

La Chanteuse: Estoy aquí.

Uno del los clientes del Cabaret: Y estoy aquí yo también, para sostenerlo.

Doctor Hinkfuss: ¡Muy bien! ¡Sosténgalo!

Zampoña: ¡Tenía que subir las escaleras, llevado en brazos por los dos…!

Doctor Hinkfuss: ¡Pues suponga que ya las han subido, caramba…! ¡Y ustedes, cada uno a su sitio! ¡Y no se desesperen! ¿Es posible que se ahoguen ustedes así, en un vaso de agua?

(Vuelve a su butaca refunfuñando) ¡Por una tontería de nada!

Continúa la escena. Don Palmiro aparece por el fondo sostenido por La Chanteuse de un lado yel cliente del Cabaret del otro. De repente, la mujer y las hijas, en cuanto lo ven, dan un grito. Pero el Viejo actor de carácter está fuera de su papel y las deja desahogarse un buen rato, con una sonrisa de paciencia en los labios, como diciendo: «Cuando acabéis vosotras empezaré yo.» A las angustiosas preguntas con que se ve acosado, deja que contesten un poco la Chanteuse y otro poco el cliente del Cabaret, aunque él desearía que se callaran, en espera de la verdadera respuesta que él se reserva para el final. Los otros, al verlo con aquel aspecto, no saben adónde quiere ir a parar, y siguen haciendo sus papeles lo mejor que pueden.

Doña Ignacia: ¡Ay, Dios mío! Pero, ¿qué ha pasado?

Mommina: ¡Papá! ¡Papá mío!

Nené: ¿Herido?

Verri: ¿Quién lo ha herido?

Dorina: ¿Dónde está herido? ¿Dónde?

El Cliente: ¡En el vientre!

Sarelli: ¿Con un cuchillo?

La Chanteuse: ¡Desgarrado! ¡Ha perdido toda la sangre por el camino!

Nardi: Pero ¿quién ha sido, quién ha sido?

Pometti: ¿En el Cabaret?

Mangini: ¡Pero acuéstenlo, por el amor de Dios!

Pomárici: ¡Aquí, aquí, en el diván!

Doña Ignacia: (Mientras la Chanteuse y el cliente acuestan a Don Palmiro en el diván) Entonces, ¿es que había vuelto al Cabaret?

Nené: ¡Pero, mamá, no pienses ahora en el Cabaret! ¿No ves cómo está?

Doña Ignacia: ¡Veo entrar en casa…! ¡Y mira, mira, cómo se abraza a ella! ¿Quién es?

La Chanteuse: ¡Una mujer, señora, que tiene más corazón que usted!

El Cliente: ¡Piense usted, señora, que su marido está aquí muriéndose!

Mommina: Pero, ¿cómo ha sido? ¿Cómo ha sido?

El Cliente: Quiso defenderla a ella… (Indica la Chanteuse)

Doña Ignacia: (Con una risa sarcástica) ¡Claro…! ¿Cómo no? ¡El caballero!

El Cliente: …y aquel burro…

El Cliente: …la dejó a ella y se volvió contra él.

Verri: ¿Y lo han detenido, al menos?

El Cliente: No, huyó, con el cuchillo en la mano, amenazando a todo el mundo.

Nardi: Pero ¿se sabe, por lo menos, quién es?

El Cliente: (Señalando a la Chanteuse) Ella lo sabe bien…

Sarelli: ¿Su amante?

La Chanteuse: ¡Mi verdugo! ¡Mi verdugo!

El Cliente: ¡Quería hacer una carnicería!

Nené: ¡Pero hay que ir a buscar un médico en seguida! (Llega Totina, todavía medio vestida)

Totina: ¿Qué ha pasado? ¿Qué ha pasado? ¡Dios mío, papá! ¿Quién lo ha herido?

Mommina: ¡Habla, papá, habla! ¡Di algo, por lo menos!

Dorina: ¿Por qué nos miras así?

Nené: Nos mira y sonríe.

Totina: Pero ¿dónde ha sido? ¿Cómo ha sido?

Doña Ignacia: (A Totina) ¡En el Cabaret! ¿No lo ves? (Señalando a la Chanteuse) ¡Ya lo creo!

Nené: ¡Un médico! ¡Un médico! ¡No vamos a dejarlo morir así!

Mommina: ¿Quién va? ¿Quién va corriendo a llamarlo?

Mangini: Yo iría, si no estuviera así… (Muestra el batín)

Totina: ¡Ah, ya!, vaya, vaya a coger su uniforme: está allí.

Nené: ¡Usted, Sarelli, por caridad!

Sarelli: ¡Sí, yo voy, yo voy ahora mismo!

Sale por el fondo, con Mangini.

Verri: Pero ¿cómo es que no dice nada? (Alude a Don Palmiro) ¡Debería decir algo…!

Totina: ¡Papá! ¡Papá!

Nené: Sigue mirando y sonriendo.

Mommina: ¡Estamos aquí todos, a tu alrededor, papá!

Verri: ¿Es posible que quiera morirse sin decir nada?

Pomárici: ¡Muy cómodo! Se está ahí, ni muerto ni vivo. ¿Qué espera?

Nardi: ¡Yo ya no sé qué añadir! Sarelli ha ido corriendo en busca del médico, ¡feliz él!, y Mangini a buscar su uniforme…

Doña Ignacia: (A su marido) ¡Habla! ¡Habla! ¿No sabes decir nada? ¡Si hubieras obedecido… pensando que tenías cuatro hijas, a las que ahora puede llegar a faltarles el pan!

Nené: (Después de haber esperado un poco con todos) Nada. Míralo. Sonríe.

Mommina: Eso no es natural.

Dorina: ¡Tú no puedes sonreír así, papá, mirándonos! ¡Estamos aquí también nosotras!

El Cliente: Quizá sea porque ha bebido un poco…

Mommina: ¡Eso no es natural! ¡Cuando uno ha bebido, si las coge melancólicas, se está callado; pero si puede reírse, lo mismo puede hablar. ¡O no debería reírse!

Doña Ignacia: ¿Se puede saber, por lo menos, por qué sonríes así?

Otra vez quedan todos suspensos en una nueva pausa de espera. 

Zampoña: Porque me complazco en ver que todos sois mejores que yo.

Verri: (Mientras los demás se miran a los ojos, repentinamente enfriados en su papel) ¿Pero qué dice?

Zampoña: (Incorporándose en el diván) Digo que yo, así, sin saber cómo he entrado en casa, puesto que nadie ha venido a abrirme, después de haber estado un rato llamando a la puerta…

Doctor Hinkfuss: (Levantándose de la butaca, furioso) ¿Otra vez? ¿Vuelta a empezar?

Zampoña: …No consigo morirme, señor Director; me entra la risa, viendo lo bien que lo hacen todos, y no consigo morirme. La doncella (mira a su alrededor)  – ¿dónde está? No la veo –  tenía que haber salido corriendo, y anunciar: «¡Ay, Dios mío! ¡El señor! ¡Ay, el señor! ¡Lo traen herido!»

Doctor Hinkfuss: Pero ¿qué nos viene usted contando ahora? ¿No habíamos dado ya por hecha la escena de su entrada en casa?

Zampoña: ¡Pues entonces, usted perdone; más vale que me dé usted también por muerto, y ni una palabra más!

Doctor Hinkfuss: ¡No, señor! ¡Usted tiene que hablar, hacer la escena, morirse!

Zampoña: ¡Está bien! ¡Aquí está la escena: (se abandona sobre el diván) ¡estoy muerto!

Doctor Hinkfuss: ¡Pero no así!

Zampoña: (Levantándose y avanzando) Querido señor Director, suba y acabe usted de matarme, ¿qué quiere que le diga? Le repito que así, solo, no consigo morirme. Yo no soy ningún acordeón, y dispense, que se estira y se encoge, y con pisar las teclas sabe la sonatina.

Doctor Hinkfuss: ¡Pues sus compañeros…!

Zampoña: (Rápido..) son mejores que yo; lo he dicho y lo he celebrado. Yo no puedo. Para mí, la entrada era el todo. Usted ha querido saltársela… Para entrar en situación, yo necesitaba aquel grito de la doncella. Y la Muerte tenía que entrar conmigo, presentarse aquí, entre la vergonzosa francachela de esta mi casa: la Muerte borracha, como habíamos convenido: borracha de un vino que se había convertido en sangre. Y tenía que hablar, sí, ya lo sé; empezar yo a hablar en medio del horror de todos… yo… sacando valor del vino y de la sangre junto a esta mujer.

(Va al lado de La Chanteuse y se le cuelga del cuello con un brazo)  – así –  y decir palabras insensatas, incongruentes y terribles, para mi mujer, para mis hijas, y también para estos jóvenes, a los cuales tenía que demostrar que, si he estado haciendo el idiota, es porque ellos han sido malos: mala esposa, malas hijas, malos amigos; y no yo tonto, no; yo solo bueno; y ellos, estúpidos; yo, en mi ingenuidad; y ellos, en su bestialidad perversa; sí, sí; (enfureciéndose como si alguien le llevara la contraria) ¡Inteligente, inteligente!, como son inteligentes los niños  – no todos; los que crecen tristes entre la bestialidad de los mayores – . Pero, tenía que decir todo esto borracho, delirando; y pasarme las manos ensangrentadas por la cara, así… y manchármela de sangre (pregunta a los compañeros..) ¿se ha manchado? (y como ellos dicen con el gesto que sí..) bien… (y continúa..) y aterrorizaros, y haceros llorar… pero llorar de verdad… y yo, sin aliento ya, poniendo los labios así… (intenta silbar, pero ya no tiene fuerzas..) para silbar un poquito antes de morirme; y luego… (llama al cliente del Cabaret) ven, aquí tú también… (se le cuelga del cuello con el otro brazo) así… entre vosotros dos… pero más cerca de ti, hermosa mía… inclinar la cabeza… como hacen enseguida los pajaritos… y morirme.

Inclina la cabeza sobre el seno de La Chanteuse; afloja después tos brazos; cae en tierra, muerto.

La Chanteuse: ¡Dios mío!

(Intenta sostenerlo, pero luego lo deja caer) ¡Está muerto! ¡Está muerto!

Mommina: (Arrojándose sobre él) ¡Papá, papá mío, papá mío…!

(Y se echa a llorar de verdad)

(Este ímpetu de sincera emoción en la Primera actriz, provoca la emoción también en las demás actrices, que se echan a llorar sinceramente ellas también. Y entonces el Doctor Hinkfuss surge gritando:)

Doctor Hinkfuss: ¡Muy bien! ¡Apaguen el cuadro! ¡Apaguen el cuadro! ¡Oscuro! (Se hace el oscuro) ¡Fuera todos…! Las cuatro hijas y la madre, a la mesa del comedor… seis días después… apagado el salón ¡luz a la lámpara del comedor!

Mommina: (En la oscuridad) Pero, señor Director, tenemos que ir a vestirnos de negro.

Doctor Hinkfuss: ¡Ah, ya! De negro. Tenía que bajar el telón después de la muerte. No importa. Vayan a vestirse de negro. ¡Y que bajen el telón! ¡Luz a la sala!

Ha bajado el telón. Se ha encendido la luz de la Sala. El Doctor Hinkfuss sonríe, arrepentido.

Doctor Hinkfuss:El efecto ha fallado, en parte; pero mañana por la tarde saldrá de maravilla. Ocurre también en la vida, señores, que un efecto preparado con toda diligencia, y con el que contábamos, venga a fallar en lo mejor, y siguen, naturalmente, los reproches a la mujer, a las hijas: «¡Si tú hubieras hecho esto!» y «¡Si tú hubieras dicho lo otro!» Cierto que aquí era un caso de muerte. ¡Lástima que el bueno de… (dice el nombre del actror de Caracter) se obstinara en aquello de que si su entrada en escena…! Pero es un buen actor. Seguramente en la función de mañana hará una escena de maravilla. Escena capital, señores, por las consecuencias que trae. Se me ha ocurrido a mí; en el guión no está; y estoy seguro de que el autor no la habría puesto nunca, por un escrúpulo que yo no tengo por qué respetar: por no remachar el clavo de la creencia, muy extendida, de que en Sicilia se usa tan fácilmente la navaja. Si se le hubiera ocurrido hacer morir al personaje, lo habría hecho morir de un síncope, o de otro accidente cualquiera. Pero ya han visto ustedes qué efecto teatral más distinto se obtiene con una muerte como la que yo he imaginado, con el vino y la sangre, y un brazo al cuello de esa Chanteuse. El personaje tiene que morir; la familia, por esa muerte, tiene que caer en la miseria; sin estas condiciones, no me parece natural que la hija Mommina pueda consentir en casarse con Rico Verri, ese energúmeno, y resistir a los consejos en contra de la madre y las hermanas, las cuales se han informado ya en la vecina ciudad de la costa meridional de la Isla, y se han enterado de que él, sí, es de familia acomodada, pero que el padre tiene fama de usurero en la región, y de ser hombre tan celoso que en pocos años mató a su mujer a disgustos. ¿Cómo no se imaginaba esta muchacha la suerte que le esperaba? ¿Y las condiciones que ese Verri por salirse con la suya casándose con ella, en contra de sus compañeros oficiales, habría acordado con aquel padre celoso y usurero, y qué otras condiciones habría establecido consigo mismo, no sólo para compensarse del sacrificio que le cuesta aquel puntillo, sino también para elevarse frente a sus paisanos, que conocen bien la fama de que goza la familia de la mujer? ¡Sabe Dios cómo le hará pagar los placeres que ha podido darle la vida, tal como la ha vivido hasta ahora en casa, con su mamá y sus hermanas! Consejos, como ven ustedes, valiosísimos. Mi excelente primera actriz, la señorita… (dice el nombre de la Primera actriz), no es, verdaderamente, de mi opinión. Mommina es para ella la más prudente de las cuatro hermanas, la sacrificada, la que ha preparado siempre las diversiones para las otras, y no ha disfrutado nunca de ellas, sino a costa de fatigas, de desvelos, de atormentados pensamientos; el peso de la familia cae todo sobre ella. ¡Y comprende tantas cosas! Y lo primero de todo, que los años pasan; y que el padre, con todo aquel desorden en casa, no ha podido ahorrar nada; que ningún joven de la comarca se casará con ninguna de ellas; mientras que Verri, ¡ah!, Verri se batirá por ella, no una vez sino todas las que hagan falta, contra esos oficiales que, de repente, al primer golpe de la desgracia, las han dejado a todas plantadas: la pasión de los melodramas, en el fondo, la tiene ella también, como sus hermanas: Raúl, Ernani, don Álvaro…

«ni quitarme podrá
su imagen del corazón…»

¡Y se casa con él!

El Doctor Hinkfuss ha estado habla que te habla para dar tiempo a las actrices que tienen que vestirse de negro; pero ya no puede más: tiene un arranque; separa un poco el telón y grita hacia dentro:

Doctor Hinkfuss: ¡Bueno!, pero ¿no suena el gong? ¡Me parece que ya han tenido tiempo de vestirse las actrices!

(Y añade, simulando hablar con alguien que está detrás del telón) ¿No…? ¿Qué pasa ahora…? ¿Qué? ¿Que no quieren seguir trabajando…? ¿Pero qué es eso? ¡Con el público aquí esperando…! ¡Venga, venga, adelante!

Se presenta el Secretario del Doctor Hinkfuss, todo apurado y azorado.

El Secretario: Pues nada, que dicen…

Doctor Hinkfuss: ¿Qué dicen?

El Primer actor: (Detrás del telón, al Secretario) ¡Hable, hable usted fuerte, diga a gritos nuestras ratones!

Doctor Hinkfuss: ¡Ah, otra vez el señor…!

(Dice el nombre del Primer actor; pero aparecen fuera del telón también los demás actores y actrices; empezando por la Carácteristica, que se quita la peluca delante del público, como el Actor de Carácter. El Primer actor se ha quitado el uniforme militar)

La Carácteristica: ¡No, no, somos todos, somos todos, señor Director!

La primere actriz: ¡Así no hay manera de continuar!

Los otros: ¡Imposible! ¡Imposible!

El actor de Carácter: Yo he terminado mi papel, pero aquí estoy, aquí, por…

Doctor Hinkfuss: Bueno, pero, ¿se puede saber qué ha pasado ahora?

Cae como una ducha fría la frase del actor de Carácter:

El actor de Carácter: …¡solidaridad con mis compañeros!

Doctor Hinkfuss: ¿Solidaridad? ¿Qué quiere decir?

El actor de Carácter: ¡Que nos marchamos todos, señor Director!

Doctor Hinkfuss: ¿Que se van ustedes? ¿Adónde?

Algunos: ¡Nos vamos! ¡Nos vamos!

El Primer actor: ¡A no ser que se vaya usted!

Otros: ¡O se marcha usted o nos marchamos nosotros!

Doctor Hinkfuss: ¿Que me vaya yo? ¿Cómo se atreven? ¿A mí con semejante intimidación?

Los actores: ¡Pues entonces, nos vamos nosotros!

 – ¡Claro que sí, vámonos, vámonos!
– ¡No queremos hacer de marionetas!
– ¡Vámonos, vámonos!

(Y se mueven agitados)

Doctor Hinkfuss: (Deteniéndolos) ¿Adónde? ¿Están ustedes locos? ¡Está aquí el público que ha pagado! ¿Qué quieren ustedes que hagamos con el público?

El actor de Carácter: ¡Eso decídalo usted! Nosotros le decimos: ¡O se marcha usted, o nos marchamos nosotros!

Doctor Hinkfuss: Yo vuelvo a preguntarles: ¿qué ha sucedido ahora?

El Primer actor: ¿Ahora? ¿Le parece poco lo que ha pasado?

Doctor Hinkfuss: Pero ¿no se había remediado ya todo?

El actor de Carácter: ¿Cómo remediado?

La Carácteristica: Usted pretende que improvisemos la comedia…

Doctor Hinkfuss: ¡Y ustedes se habían comprometido a ello!

El actor de Carácter: ¡Ah!, pero no así, dispensa pitando escenas, y usted ordenando y mandando cuando tenga que morir…

La Carácteristica: ¡Volviendo a empezar las escenas por la mitad, en frío!

La primere actriz: No le salen a una las frases…

El Primer actor: …¡Eso es! ¡Lo que le dije yo desde el principio…! ¡Las frases, tienen que nacer…!

La primere actriz: ¡Perdone, pero usted ha sido el primero en no respetar las que me nacían a mí por un impulso espontáneo!

El Primer actor: ¡Sí, tiene usted razón; pero la culpa no es mía!

Pomárici: ¡Pues usted es el que empezó…!

El Primer actor: ¡Déjeme hablar! ¡No es mía la culpa, sino suya! (Señala al Doctor Hinkfuss)

Doctor Hinkfuss: ¡Cómo, mía? ¿Por qué?

El Primer actor: ¡Por estar aquí entre nosotros, son, su maldito teatro, que Dios confunda!

Doctor Hinkfuss: ¿Mi teatro? Pero ¿se ha vuelo usted loco? ¿Dónde estamos? ¿No estamos en el teatro?

El Primer actor: ¿Estamos en el teatro? ¡Bien! ¡Pues repártanos usted los papeles que hemos de hacer cada uno…!

La primere actriz: …acto por acto, escena por escena.

Nené: …con las réplicas escritas, palabra por palabra…

El actor de Carácter: …y en ese caso, corte usted todo lo que quiera; y háganos saltar lo que le parezca; ¡pero en un punto señalado, convenido de antemano!

El Primer actor: ¡Y no que empieza usted por desencadenar en nosotros la vida…!

La primere actriz: …con tanta furia de pasiones…

La Carácteristica: …cuanto más se habla, más se entra en situación, ¿sabe…?

Nené: ¡…estamos todos alborotados…!

La primere actriz: ¡Todos bullendo…!

Totina: (Indicando al Primer actor) …¡Yo lo mataría…!

Dorina: …¡dominante! ¡que viene a dictar leyes en nuestra casa!

Doctor Hinkfuss: ¡Pero mejor, sí, es mejor así!

El Primer actor: ¡Qué, mejor, si luego pretende que estemos al mismo tiempo atentos a la escena…!

El actor de Carácter: …que no se pierda tal o cuál efecto…

El Primer actor: ¡…porque estamos en el teatro…! ¿Cómo quiere que sigamos pensando en su teatro, nosotros, si tenemos que vivir? ¿No ha visto usted cómo le he seguido, cómo he tenido en cuenta por un momento que había que terminar la escena como usted quería, con la frase final para mí, y me metí con la señorita…? (Señala a la Primera actriz), que tenía razón, sí, tenía razón ella al suplicar en aquel momento…

La primere actriz: …¡he suplicado por usted…!

El Primer actor: …¡sí, sí, de acuerdo…!

(Al actor que ha hecho el papel de Mangini) ¡…Como usted, bromeando con el batín!; y perdone: el tonto he sido yo, que le hice caso (Señala al Doctor Hinkfuss)

Doctor Hinkfuss: ¡Tenga cuidado con lo que dice!, ¿sabe?

El Primer actor: ¡No me saque usted de quicio!

(Lo descarta y se vuelve de nuevo, con calor, a la Primera actriz) Usted es la verdadera víctima; veo, siento que está usted viviendo plenamente su personaje, como yo el mío; viéndola ante mí (le coge la cara entre las manos) con esos ojos, con esa boca, sufro todas las penas del infierno; usted tiembla, se muere de miedo bajo mis manos: ahí está el público, al que no podemos despedir; teatro, no; ya no podemos, ni usted ni yo, ponernos a hacer teatro como de costumbre; pero como usted grita su desesperación y su martirio, yo también tengo que gritar mi pasión, la que me hace cometer el delito. Bien: ¡que el público esté ahí, como un jurado que nos oiga y nos juzgue!

(De pronto, al Doctor Hinkfuss) ¡Pero es preciso que usted se vaya!

Doctor Hinkfuss: (Asombrado) ¿Yo?

El Primer actor: …sí… ¡y que nos deje solos! ¡Nosotros dos solos!

Nené: ¡Muy bien!

La Carácteristica: ¡Y que hagan lo que salga de ellos, como lo sientan!

El actor de Carácter: ¡Lo que salga de ellos, muy bien!

Todos los actores: (Empujando al Doctor Hinkfuss, echándolo del escenario) ¡Sí, sí, váyase de aquí! ¡Váyase de aquí!

Doctor Hinkfuss: ¿Me arrojan ustedes de mi teatro?

El actor de Carácter: ¡Ya no le necesitamos a usted!

Todos los demás: (Empujándolo ahora por el pasillo del patio de butacas) ¡Váyase! ¡Váyase!

Doctor Hinkfuss: ¡Esto es un ultraje inaudito! ¿Quieren ustedes hacer de jueces?

El Primer actor: ¡Queremos hacer verdadero teatro!

El actor de Carácter: ¡Lo que usted menosprecia cada noche, para hacer que cada escena sea sólo un espectáculo para la vista!

La Carácteristica: ¡Vivir una pasión: eso es el verdadero teatro! ¡Y entonces, basta poner un rótulo!

Primera actriz: ¡No se puede jugar con las pasiones!

El Primer actor: ¡Sacrificarlo todo con tal de conseguir un efecto! ¡Eso puede usted hacerlo con un juguete cómico!

Todos los demás: ¡Fuera! ¡Fuera!

Doctor Hinkfuss: ¡Yo soy vuestro director!

El Primer actor: ¡En la vida que nace no manda nadie!

La Carácteristica: ¡Hasta el escritor debe obedecerla!

La primere actriz: ¡Eso, obedecer, obedecer!

El actor de carácter: ¡Y que se vaya el que quiera mandar!

Todos los demás: ¡Fuera! ¡Fuera!

Doctor Hinkfuss: (Con la espalda a la puerta de la sala) ¡Protestaré! ¡Es un escándalo! Soy vuestro direct…

Es empujado fuera.

Entretanto, se ha abierto el telón en el escenario vacío y sin iluminar; el Secretario del Doctor Hinkfuss, los Tramoyistas, los Electricistas, todo el personal del escenario, ha venido a presenciar el extraordinario espectáculo del Director del Teatro expulsado por sus actores.

El Primer actor: (A la Primera actriz, invitándola a volver al escenario) ¡Vamos, vamos! ¡Volvamos arriba, en seguida!

La Carácteristica: ¡Lo haremos todo nosotros solos!

El Primer actor: ¡No necesitaremos nada!

Pomárici: Montaremos nosotros mismos los decorados…

El actor de carácter: …¡Muy bien! ¡Y yo me encargaré de las luces!

La Carácteristica: ¡No, mejor así, todo vacío y oscuro! ¡Mejor así!

El Primer actor: ¡La luz indispensable para iluminar las figuras sobre este fondo negro!

La primere actriz: ¿Y sin decorado?

La Carácteristica: ¡El decorado es lo de menos!

La primere actriz: ¿Ni siquiera las paredes de mi cárcel?

El Primer actor: Sí, pero apenas insinuadas… ahí… un momento; si usted las toca; y basta: lo demás, oscuro; en suma, para hacer comprender que ya no es el decorado el que manda.

La Carácteristica: Basta que tú, hija mía, te sientas encarcelada, ¡y la cárcel aparecerá, la veremos todos, como sí la tuvieras a tu alrededor!

La primere actriz: ¡Pero tendré que arreglarme por lo menos un poco la cara…!

La Carácteristica: ¡Espera! ¡Tengo una idea! ¡Una idea!

(A un Tramoyista) ¡Una silla aquí, pronto!

La primere actriz: ¿Qué idea?

La Carácteristica: ¡Ya verás!

(A los Atores) Ustedes, entretanto, preparen, preparen, pero sólo lo indispensable. Las sillitas de las dos niñas. Miren a ver si están ahí ya preparadas.

El Tramoyista trae la silla.

La primere actriz: Yo decía, arreglarme la cara…

La Carácteristica: (Dándole la silla) Sí, siéntate aquí, hija mía.

La primere actriz: (Perpleja, como aturdida) ¿Aquí?

La Carácteristica: ¡Sí, aquí, aquí! ¡Y sentirás tu alma desgarrada…! Corre, Nené, ve a buscar la caja del maquillaje, una toalla… ¡Ah, escuchad! ¡Las dos niñas, con las camisitas largas de dormir!

La primere actriz: ¿Pero qué quiere usted hacer? ¿Cómo?

La Carácteristica: Deja eso de nuestra cuenta; lo arreglaré yo, tu madre, y tus hermanas: te arreglaremos nosotras la cara… ¡Anda, Nené!

Totina: ¡Coge también un espejo!

La primere actriz: ¡Pero, entonces, el vestido también!

Dorina: (A Nené, que ya va corriendo hacia los camerinos) ¡El vestido también! ¡El vestido!

La primere actriz: ¡La falda y la blusa! ¡En mi camerino!

Nené dice que sí con la cabeza, y desaparece por la izquierda. 

La Carácteristica: Debe ser nuestro el dolor, ¿comprendes?; mío, de tu madre, que sabe lo que es la vejez… antes de tiempo, hija, ¡envejecerte…! Totina:  …¡y nuestro! ¡Nosotras que te ayudamos a ponerte guapa…; ahora, a ponerte fea!

Dorina: – …¡ajarte…!

La primere actriz: …¿darme la condena de haber querido a aquel hombre?

La Carácteristica: …sí, pero con dolor del alma, con dolor del alma, la condena…

Totina: …de haberte separado de nosotras…

La primere actriz: …pero no creáis que fue por miedo a la miseria que nos esperaba al morir nuestro padre… ¡no!

Dorina: ..¿Por qué, entonces? ¿Por amor? Pero, ¿de verdad pudiste enamorarte de un monstruo como aquél?

La primere actriz: …no; por gratitud…

Totina: …¿de qué?

La primere actriz: …de haber creído…, él sólo…, después de todo el escándalo que se había sembrado…

Totina: …¿que una de nosotras podía casarse todavía?

Dorina: …¡pues, sí! ¡Vaya una ganancia, casarse con él…!

La Carácteristica: …¿y cuál fue el resultado…? ¡Ahora…, ahora lo veréis!

Nené: (Volviendo con la caja del maquillaje, un espejo, una toalla, la falda y la blusa) ¡Aquí está todo! No encontraba…

La Carácteristica: ¡Trae, trae!

(Abre la caja y empieza a maquillar a Mommina. Levanta la cabeza) ¡Ay, hija mía, hija mía! ¡Tú sabes cuánta gente dice en el pueblo cómo se dice de una muerta!: «¡Qué guapa era! ¡Y qué buen corazón tenía!» Apagada ahora…, así, así… la cara que no recibe la caricia del aire, ni ha vuelto a ver el sol…

Totina: …y las ojeras, las ojeras, ahora…

La Carácteristica: …sí…, eso es…, así…

Dorina: …no le pongas muchas…

Nené: …¡al contrario!, ¡muchas, ponle muchas…!

Totina: …los ojos de quien tiene que morir de disgustos…

Nené: …y ahora aquí, en las sienes, el pelo…

La Carácteristica: …sí, sí…

Dorina: …¡blanco, no!, ¡blanco, no…!

Nené: …no; blanco, no…

La primere actriz: …Dorina, queridita mía…

Totina: …Así…, ya está bien…, a poco más de los treinta años…

La Carácteristica: …¡empolvados de vejez…!

La primere actriz: …¡ya no querrá ni que me peine! ¡Mi pelo…!

La Carácteristica: (Despeinándoselo) …entonces, espera: así… así…

Nené: (Alargándole el espejo) Y ahora, ¡mírate…!

La primere actriz: (Rápida, retirando con ambas manos el espejo) ¡No! ¡Los ha tirado! ¡Ha tirado todos espejos que había en casa! ¿Sabes dónde pude mirarme todavía? ¡Como una sombra, en los cristales, o deformada en el agua de una tinaja! ¡Y me quedé horrorizada!

La Carácteristica: ¡Espera…! ¡La boca! ¡La boca!

La primere actriz: ¡Sí! ¡Quítame todo el rojo: ya no me queda sangre en las venas…!

Totina: Y las arrugas, en las comisuras…

La primere actriz: También algún diente caído, a los treinta años…

Dorina: (En un arranque de emoción, abrazándola) ¡No, no, Mommina mía, no, no!

Nené: (Casi iracunda, alcanzada ella también por la emoción, apartando a Dorina) ¡Fuera el vestido, fuera el vestido! ¡Desvistámosla!

La Carácteristica: ¡No, encima! ¡Se pone encima la blusa, y la falda!

Totina: ¡Eso, muy bien; así parecerá más desarreglada!

La Carácteristica: Se te escurrirán los hombres como a mí, que soy vieja…

Dorina: …jadeante, andarás por la casa…

La primere actriz: …aturdida por el dolor…

La Carácteristica: …arrastrando los pies…

Nené: …carne inerte…

Cada una, al decir su última réplica, irá retirándose hacia la derecha, en la oscuridad. La Primera actriz ha quedado sola entre las tres paredes desnudas de su cárcel, que, durante la caracterización y mientras se vestía, han sido colocadas en el oscuro de la escena. Avanza hasta golpear con la frente las paredes: Primero la de la derecha; luego, la del fondo, y luego la de la izquierda. Al tocar cada pared con la frente, se hace visible durante un momento, por un cortante rayo de luz, que viene de arriba, como un relámpago, y vuelve a quedar en la oscuridad.

La primere actriz: (Con lúgubre cadencia, creciente en profunda intensidad, pegando en las tres paredes con la frente, como un animal enfurecido en una jaula) ¡Esto es pared! ¡Esto es pared! ¡Esto es pared!

Y va a sentarse en la silla con el aspecto y la actitud de una insensata. Queda así un rato.

De la derecha, por donde se retiraron la madre y las hermanas, llega una voz de la oscuridad: La voz de la madre, que dice, como si leyera una historia en un libro.

La Carácteristica: «…fue encarcelada en la casa más alta del pueblo. Tapada la puerta, tapadas todas las ventanas, vidrieras y persianas: solamente una, pequeñita, abierta, con vista al lejano campo y al lejano mar. De aquel pueblo, situado en lo alto de la colina, sólo podía ver los tejados de las casas, los campanarios de las iglesias: tejados, tejados por los que se escurría el agua, tendidos en tantos planos, tejas, tejas, nada más que tejas. Pero sólo por la noche podía asomarse a aquella ventana a tomar un poco de aire.»

En la pared del fondo se hace transparente una pequeña ventana, como velada y lejana, por la cual entra un suave resplandor de luna.

Nené: (Desde la oscuridad, bajo, contesta con tono de maravilla infantil, mientras se oye en la lejanía un débil sonido como de una remota serenata) ¡Uh, la ventana, mira, la ventana de verdad…!

El actor de carácter: (Despacio, desde la oscuridad él también) Si ya estaba; pero, ¿quién la ha iluminado?

Dorina: ¡Callad!

La prisionera ha quedado inmóvil. La madre continúa diciendo, como si leyera:

La Carácteristica: «Todos aquellos tejados, como pedestales negros, le daban vueltas a sus pies en la claridad que se esfumaba de las luces de las calles del pueblo en declive; en medio del profundo silencio de las callejuelas más próximas, se oía algún rumor de pasos que hacían eco; la voz de alguna mujer que quizá estaba esperando, como ella; el ladrido de un perro, y, con más angustia, las campanadas del reloj de la iglesia más cercana. Pero, ¿por qué sigue midiendo el tiempo aquel reloj? ¿A quién le señala la hora? Todo está muerto y vacío.»

Después de una pausa, se oyen cinco campanadas, veladas, lejanas. La hora. Aparece, hosco, Rico Verri. Vuelve ahora a casa. Trae el sombrero en la cabeza; levantado el cuello del abrigo; una bufanda al cuello. Mira a la mujer, que sigue allí inmóvil en aquella silla; luego, mira receloso a la ventana.

Verri: ¿Qué haces ahí?

Mommina: Nada. Esperándote.

Verri: ¿Estabas a la ventana?

Mommina: No.

Verri: Todas las noches te asomas.

Mommina: Esta noche, no.

Verri: (Después de haber tirado sobre una silla el abrigo, el sombrero, la bufanda) ¿No te cansas nunca de pensar?

Mommina: No pienso en nada.

Verri: ¿Y las niñas? ¿En la cama?

Mommina: ¿Dónde quieres que estén a estas horas?

Verri: Te lo pregunto para recordarte en lo único que debes pensar; en ellas.

Mommina: He pensado en ellas durante todo el día.

Verri: ¿Y ahora, en qué piensas?

Mommina: (Comprendiendo las razones por las que le pregunta con tanta insistencia, primero lo mira con desdén; luego, volviendo a su actitud de apática inmovilidad, le contesta) En ir a echar sobre el lecho esta carne mía deshecha.

Verri: ¡No es verdad! ¡Quiero saber en qué piensas! ¿En qué has pensado todo el tiempo, mientras me esperabas?

(Pausa de espera. Y como ella no responde:) ¿No contestas? ¡Ah, claro! ¡No me lo puedes decir! (Otra pausa) ¿Conque confiesas?

Mommina: ¿Qué confieso?

Verri: ¡Que piensas en cosas que no puedes decir!

Mommina: Ya te he dicho en qué pienso: en irme a dormir.

Verri: ¿Con esos ojos, a dormir? ¿Con esa voz…? ¡Quieres decir: a soñar!

Mommina: No sueño.

Verri: ¡No es verdad! ¡Todos soñamos! ¡No es posible, durmiendo, no soñar!

Mommina: Yo no sueño.

Verri: ¡Mientes! ¡Te digo que no es posible!

Mommina: Pues, entonces, sueño; como tú quieras…

Verri: Sueñas, ¿eh…? ¡Sueñas…, sueñas y te vengas! ¡Piensas y te vengas…! ¿Qué sueñas? ¡Dime qué sueñas!

Mommina: No lo sé.

Verri: ¿Cómo que no lo sabes?

Mommina: No lo sé. Lo dices tú, que sueño. Tan pesado está mi cuerpo, y tan cansada me siento, que caigo, en cuanto me acuesto, dormida como un lirón. Ya no sé qué quiere decir soñar. Si sueño, y al despertar ya no me acuerdo qué he soñado, me parece que es lo mismo que no haber soñado. ¡Y quizá Dios quiere ayudarme así!

Verri: ¿Dios? ¿Te ayuda Dios?

Mommina: ¡Sí, a soportar esta vida, que al abrir los ojos me parecería atroz, si por casualidad en el sueño me hubiera hecho la ilusión de tener otra! ¡Pero compréndelo, compréndelo! ¿Qué quieres de mí? Muerta me quieres; muerta; que no vuelva a pensar; que no vuelva a soñar… Y todavía, pensar, puede depender de la voluntad, pero soñar  – si soñara –  sería sin querer, durmiendo; ¿cómo podrías impedírmelo?

Verri: (Desvariando, agitándose él, ahora como una fiera enjaulada) ¡Eso es! ¡Eso es! ¡Eso es! ¡Cierro puertas y ventanas, pongo trancas y barrotes, y ¿de qué me vale, si está aquí, aquí dentro de la misma cárcel, la traición? ¡Aquí, en ella, dentro de ella, en esta su carne muerta…, viva…, viva la traición…, puesto que piensa, y sueña, y recuerda! ¡Está delante de mí!; me mira… ¿puedo abrirle la cabeza para ver lo que piensa? Se lo pregunto; me contesta: «nada»; y mientras tanto, piensa, y sueña, y recuerda ante mis propios ojos, mientras me mira, y quizá mientras lleva a otro dentro, en su recuerdo; ¿cómo puedo saberlo?, ¿cómo puedo verlo?

Mommina: ¿Pero qué quieres que tenga ya dentro, si ya no soy nada, no me ves? ¡Ni siquiera soy otra; ya, nada! ¡Con el alma apagada!, ¿de qué quieres que me acuerde ya?

Verri: ¡No digas eso! ¡No digas eso! ¡Ya sabes que es peor que digas eso!

Mommina: ¡Bien, bien, no lo diré, no lo diré, estáte tranquilo!

Verri: ¡Aunque te quedaras ciega, lo que tus ojos han visto, los recuerdos que tienes ahí, en los ojos, te quedarían en la mente; y si te arrancaras los labios, esos labios que han besado, el placer, el placer, el sabor que has probado al besar, seguirías sintiéndolo siempre, dentro de ti, recordando, hasta morir, hasta morir ese placer! ¡No puedes negarlo; si niegas, mientes; tú sólo puedes llorar y horrorizarte de todo lo que yo sufro contigo, lo malo que has hecho, que te indujeron a hacer tu madre y tus hermanas; no puedes negarlo; lo has hecho, lo has hecho ese mal; y sabes, ¡lo ves!, que yo sufro por ello, que sufro hasta volverme loco; sin culpa, sólo por la locura que hice de casarme contigo.

Mommina: Locura, sí, locura; y sabiendo cómo eras, no debí cometerla yo…

Verri: ¿Cómo era yo? ¡Ah, sí! ¿Cómo era yo, dices? ¡Sabiendo cómo eras tú, deberías decir! ¡La vida que habías hecho con tu madre y tus hermanas!

Mommina: ¡Sí, sí, eso también, eso también! ¡Pero piensa que te diste cuenta de que yo no aprobaba la vida que se hacía en mi casa…!

Verri: …¡si la has vivido tú también…!

Mommina: …¡por fuerza! ¡Estaba allí…!

Verri: …y sólo cuando me conociste a mí dejaste de aprobarla…

Mommina: …¡no! ¡antes también, antes también…! tanto es así, que tú mismo me creíste mejor… No te digo esto por mí, por acusar a los demás y disculparme yo, no; lo digo por ti, para que tú tengas piedad, no de mí, si para ti es una especie de satisfacción no tenerla, o demostrar a los demás que no la tienes; sé cruel, sé cruel conmigo; pero ten piedad al menos de ti mismo pensando que me creíste mejor; que hasta, en medio de aquella vida, creíste poder amarme…

Verri: …¡tanto, que me casé contigo…! ¡cierto que te creí mejor…! ¿y con eso, qué…? ¿qué piedad de mí…?, si pienso que te amé, que pude amarte allí, con la vida que habías vivido… ¿qué piedad?

Mommina: …¡claro que sí…!, reconociendo que había en mí algo que justificara, en parte, la locura cometida al casarte conmigo, ¡eso es… lo digo por ti!

Verri: ¿Y no es peor? ¿Es que así consigo borrar la vida que hiciste antes de que yo me enamorara de ti? El haberme casado contigo porque eras mejor, no puede justificar mi locura, más bien la agrava. Más grave, tanto más grave se hace el mal de aquella tu vida, cuanto mejor fueras tú. Te he retirado yo de aquel mal, pero cargando con todo al cargar contigo, y trayéndomelo a casa, aquí, a esta cárcel, para pagarlo junto contigo, como si yo también lo hubiera cometido; y sintiéndome devorar, devorar por él, siempre vivo, mantenido siempre vivo por lo que sé de tu madre y de tus hermanas.

Mommina: ¡Yo no he vuelto a saber nada de ellas!

Nené: (Surgiendo de la oscuridad) ¡Oh, vil! ¡Ahora le habla de nosotras!

Verri: (Gritando, terrible) ¡Silencio! ¡Vosotras no estáis aquí!

Doña Ignacia: (Viniendo hacia las paredes, desde la oscuridad) ¡Fiera! ¡Fiera! ¡La tienes ahí, entre los dientes, ahí, dentro de la jaula, para lacerarla!

Verri: (Tocando las paredes dos veces con las manos, haciéndolas visibles dos veces) ¡Esto es pared! ¡Esto es pared…! ¡Vosotras no estáis aquí!

Totina: (Viniendo ella también con las otras hacia la pared, agresiva) ¿Y de eso te aprovechas, vil, para decirle vituperios contra nosotras?

Dorina: ¡Estábamos a punto de hundirnos, Mommina!

Nené: ¡Habíamos gastado el último céntimo!

Verri: ¿Y cómo salisteis a flote?

Doña Ignacia: ¡Canalla! ¡Te atreves a echárnoslo en cara, tú que la estás haciendo morir a ella, desesperada!

Nené: ¡Nosotras disfrutamos!

Verri: ¡Os habéis vendido! ¡Deshonradas!

Totina: Y el honor que le has conservado a ella, ¡cómo se lo estás haciendo pagar!

Dorina: ¡A mamá, ahora, no le falta nada, Mommina! ¡Si vieras qué bien está! ¡Cómo va vestida! ¡Tiene un abrigo de piel de castor!

Doña Ignacia: Gracias a Totina, ¿sabes? ¡Ha llegado a ser una gran cantante!

Dorina: ¡Totina La Croce!

Nené: ¡Todas las empresas se la disputan!

Doña Ignacia: ¡Homenajes! ¡Triunfos!

Verri: ¡Y el deshonor!

Nené: ¡Si el honor es esto que tú le das a tu mujer, viva el deshonor!

Mommina: (Rápida, con ímpetu de afecto y de piedad, a su marido que se desalienta llevándose las manos a la cabeza) No, no, no soy yo la que dice eso, no lo digo yo; no lamento nada, yo…

Verri: Quieren hacerme condenar…

Mommina: ¡No, no, yo siento que tú tienes que gritar todo tu tormento para desahogarte! ¡Tienes que gritarlo!

Verri: ¡Ellas me lo tienen encendido! ¡Si supieras el escándalo que siguen dando! ¡En todo el pueblo hablan de eso, y figúrate la cara que pondré yo…! El triunfo que han obtenido las ha desenfrenado, las ha vuelto más descocadas…

Mommina: ¿También Dorina?

Verri: ¡todas! ¡Dorina también; pero especialmente esa Nené… anda por ahí… de cocotte… (Mommina se cubre la cara con las manos) …sí, sí… ¡pública!

Mommina: ¿Y Totina se ha dedicado a cantar?

Verri: Sí, en los teatros  – de provincia, por supuesto –  donde el escándalo es siempre mayor, con aquella madre y aquellas hermanitas…

Mommina: ¿Las lleva con ella?

Verri: ¡Todas van con ella, de francachela…! ¿Qué te pasa? ¿Te impresionas?

Mommina: No… Me entero ahora… No sabía nada…

Verri: ¿Y te sientes toda estremecer? ¿El teatro, eh? ¡Cuando cantabas tú también… con tu bonita voz! ¡Tú eras la que tenía mejor voz! ¡Piensa qué vida más distinta! Cantar en un gran teatro… Tú pasión, cantar… Luces, esplendores, delirios…

Mommina: ¡No, no…!

Verri: ¡No digas que no! ¡Lo estás pensando!

Mommina: ¡Te digo que no!

Verri: ¿Cómo que no? Si te hubieras quedado con ellas… fuera de aquí… ¡qué vida más distinta sería la tuya…! ¡y no ésta…!

Mommina: ¡Pero si me lo haces pensar tú! ¿Qué quieres que piense yo, deshecha como estoy ya?

Verri: ¿Te da ansia?

Mommina: Tengo el corazón que me sube a la garganta…

Verri: ¡Ya lo creo! ¡La añoranza…!

Mommina: Tú quieres matarme…

Verri: ¿Yo? Tus hermanas, la que fuiste, tu pasado que te revuelve todo en tu interior, te hacen subir el corazón a la garganta.

Mommina: (Jadeante, con las manos en el pecho) Por caridad… te lo suplico… ya no puedo ni respirar…

Verri: ¿Ves cómo es verdad, ves cómo es verdad lo que te digo?

Mommina: Ten compasión…

Verri: La que fuiste… los mismos pensamientos, los mismos sentimientos… los creías borrados, apagados, ¿no es verdad? ¡La más pequeña llamada…! ¡y ahí los tienes, en ti, vivos, los mismos!

Mommina: Los llamas tú…

Verri: No, cualquier cosa los llama, porque siguen vivos… tú no lo sabes, pero viven dentro de ti, agazapados bajo tu conciencia. ¡Toda la vida que has vivido, la tienes todavía viva dentro de ti! Basta una palabra, un sonido… la más pequeña sensación… Mira lo que me pasa a mí: el olor de la salvia… y me veo en el campo, en agosto, niño de ocho años, detrás de la casa del criado, a la sombra de un gran olivo, asustado por un gran abejorro azul, hosco, que zumba glotón dentro del cáliz blanco de una flor; veo aquella flor violentada temblando sobre su tallo al choque de la voracidad feroz de aquel bicho que me daba miedo; ¡y todavía tengo aquí aquel miedo, en los riñones, lo tengo aquí…! …No digamos, tú… toda aquella vida tan buena, las cosas que ocurrían entre vosotras, muchachas, y todos aquellos jóvenes por la casa, encerrados en esta o en la otra habitación… ¡no lo niegues! He visto yo cosas…, aquella Nené, una vez, con Sarelli… Se creían solos, y habían dejado la puerta entornada… pude verlos… Nené simuló que huía por la otra puerta del fondo… había una cortina verde… salió, y reapareció en seguida, entre las alas de aquella cortina… se había descubierto el pecho, bajándose la malla de seda rosa… y con la mano hacía el ademán de ofrecérselo, y lo escondía en seguida con la misma mano… lo he visto yo; un pecho maravilloso, ¿sabes? Pequeño; ¡cabría todo en una mano! Todo estaba permitido… Antes de llegar yo, tú, con aquel Pomárici… ¡lo he sabido…! ¡Y antes de Pomárici, sabe Dios con cuántos otros! Durante años, aquella vida, con la casa abierta a todo el mundo…

(Se le acerca, tembloroso, desfigurado) Tú, algunas cosas… conmigo por primera vez… Si verdaderamente, como me dijiste, las ignorabas hasta entonces… no habrías podido hacerlas…

Mommina: ¡No, no, te lo juro, nunca, nunca antes que contigo, nunca!

Verri: Pero abrazos, apretones, aquel Pomárici… los brazos, los brazos, ¿cómo te los apretaba?, ¿así?, ¿así?

Mommina: ¡Por caridad, déjame! ¡Yo me muero!

Verri: (Agarrándola con una mano por la nuca, furibundo) ¿Y la boca, la boca? ¿Cómo te la besaba, la boca? ¿Así…? ¿así…? ¿así…?

Y la besa y la muerde, y ríe a carcajadas, y la agarra de los cabellos, como loco; mientras Mommina, tratando de liberarse, grita desesperadamente. 

Mommina: ¡Auxilio! ¡Auxilio!

Acuden, con las camisitas largas de dormir, las dos niñas, asustadas, y se agrupan a su madre, mientras Verri, cogiendo de la silla solamente el sombrero, huye gritando. 

Verri: ¡Yo me vuelvo loco! ¡Yo me vuelvo loco! ¡Yo me vuelvo loco!

Mommina: (Atrincherándose detrás de sus dos niñas) ¡Fuera! ¡Fuera! ¡Sal de aquí, bruto! ¡Sal de aquí! ¡Sal de aquí! ¡Déjame con mis niñas! (Cae agotada sobre la silla; las dos niñas están a su lado y ella las tiene abrazadas, una a cada lado) ¡Hijas mías, hijas mías, qué cosas os toca ver! ¡Encerradas aquí, conmigo, con esas caritas de cera y esos ojitos desencajados de terror! ¡Ya se ha ido, ya se ha ido; no tembléis así, quedaos un poquito aquí, conmigo…! No tenéis frío, ¿verdad…? La ventana está cerrada. Ya debe ser muy tarde. Estáis siempre pegaditas allí, vosotras, en esa ventana, como dos pobrecitas que mendigan la vista del mundo… Contáis las velas blancas de los balandros del mar, y las casitas blancas del campo, donde nunca habéis estado; y queréis saber cómo son el mar y el campo. ¡Ay, hijitas, hijitas, qué suerte ha sido la vuestra! ¡Peor que la mía! ¡Pero vosotras, al menos, no lo sabéis! ¡Y vuestra mamá tiene un dolor tan grande, tan grande aquí, en el corazón; me golpea, tengo aquí, en el pecho, un galope como de un caballo que se escapa! ¡Aquí, aquí, dadme las manitas, sentidlo…! ¡Que Dios no se lo haga pagar… por vosotras, hijitas! Pero os dará el martirio también a vosotras, porque no puede evitarlo; es su naturaleza; se martiriza también a sí mismo. ¡Pero vosotras sois inocentes… vosotras sois inocentes…! (Acerca a sus mejillas las dos cabecitas de las niñas y permanece así. Se acercan, como si las hubieran invocado, por la derecha, a la pared, saliendo de la oscuridad, la madre y las hermanas, lujosamente ataviadas, de modo que hagan un cuadro de vivísimo color, iluminado desde arriba oportunamente)

Doña Ignacia: (Llamando, bajito) Mommina… Mommina…

Mommina: ¿Quién es?

Dorina: ¡Somos nosotras, Mommina!

Nené: ¡Estamos aquí! Todas.

Mommina: ¿Aquí? ¿Dónde?

Totina: ¡Aquí… en el pueblo: he venido a cantar aquí!

Mommina: ¡Totina…! ¿tú…? ¿a cantar aquí?

Nené: ¡Aquí, sí, en el teatro de aquí!

Mommina: ¡Ah, caramba! ¿Aquí? ¿Y cuándo? ¿Cuándo?

Nené: Esta noche, esta misma noche.

Doña Ignacia: ¡Dejadme hablar a mí también, dejadme decir algo, hijitas! Escucha, Mommina… mira… ¿qué iba yo a decirte…? ¡ah, sí…! mira, ¿quieres convencerte…? Tu marido ha dejado el abrigo allí, encima de la silla…

Mommina: (Volviéndose a mirar) Sí, es verdad.

Doña Ignacia: ¡Busca, busca en uno de los bolsillos de ese abrigo, y verás lo que encuentras!

(En voz baja, a las chicas) ¡Hay que ayudarle a hacer la escena ahora; estamos al final!

Mommina: (Levantándose y yendo a registrar febrilmente en los bolsillos de aquel abrigo) ¿El qué? ¿El qué?

Nené: (En voz baja, a la Carácteristica) ¿Contesta usted?

La Carácteristica: No, no, diga usted… ¡Qué historia…!

Nené: (Fuerte, a Mommina) El anuncio del teatro… uno de esos prospectos amarillos, ¿sabes?, que en provincias se reparten en los cafés…

Doña Ignacia: En él encontrarás el nombre de Totina, con letras grandes… el nombre de la «Primadonna».

Desaparecen.

Mommina: (Encontrándolo) ¡Aquí está! ¡Aquí está…!

(Lo desdobla, lee:) «II Trovatore… II trovatore… Leonora»  – soprano – , Totina La Croce… Esta noche… La tía, hijitas, la tía que canta… ¡Y la abuela, y las otras tiítas… están aquí! ¡están aquí! Vosotras no las conocéis, no las habéis visto nunca… ni yo tampoco, desde hace tantos años… ¡Están aquí!

(Pensando en la furia del marido) ¡Ah, por eso…!  – aquí, en el pueblo  –  Totina que canta en el teatro de aquí… ¡Entonces, es que hay aquí un teatro…! yo no lo sabía… ¡Tía Totina…! ¡conque es verdad! Quizá con el estudio, la voz… ¡se puede cantar en el teatro…! Pero vosotras no sabéis siquiera qué es un teatro, pobres hijitas mías… El teatro, el teatro, ahora os lo digo yo cómo es… ¡Allí canta tía Totina esta noche…! ¡Qué guapa estará, vestida de Leonora…!

(Intenta cantar)

«Tacea la notte placida
e bella in ciel sereno
la luna il viso argenteo
mostrava lieto e pieno…»

¿Veis cómo sé cantar yo también? Sí, sí, yo también, yo también sé cantar; cantaba siempre, yo, antes; Il Trovatore me lo sé todo de memoria; ¡y os lo canto yo! Ahora os hago yo el teatro; para vosotras que no lo habéis visto nunca, pobres pequeñitas mías, encerradas aquí conmigo. Sentaos, sentaos, aquí, delante de mí, las dos juntas, en vuestras sillitas. ¡Hago yo el teatro para vosotras! Primero os cuento cómo es: (Sienta frente a ella a las dos niñas asombradas; y toda estremeciéndose, irá excitándose cada vez más, hasta que el corazón, fallándole, la hará caer el suelo, muerta de dolor:) Una sala, una sala grande, grande, con muchas filas de palcos todo alrededor: cinco o seis filas llenas de señoras elegantísimas, con plumas, gemas preciosas, abanicos, flores; y los señores de frac, con perlitas en la pechera de la camisa, y corbata blanca; y mucha, mucha gente también abajo, en las butacas todas rojas, y en las plateas: un mar de cabezas; y luces, luces por todas partes; y una gran araña en el medio, que parece que está colgada en el cielo, y toda de brillantes; una luz que deslumbra, que embriaga, como no podéis imaginaros; y un murmullo, un movimiento; las señoras hablan con sus caballeros, se saludan de un palco a otro, unas van a sentarse abajo, en su butaca, otras miran con los gemelos… aquellos de nácar, con los que os dejé un día mirar el campo… ¡aquéllos…! los llevaba yo, los llevaba vuestra mamá cuando iba al teatro, y ella también miraba, entonces… De repente, se apagan las luces; sólo quedan encendidas las lucecitas verdes, en los atriles de la orquesta, que están delante de las butacas, debajo del telón; ya están allí los músicos, muchos músicos, afinando sus instrumentos; y el telón es como una cortina, pero grande, y pesa mucho, y es todo de terciopelo rojo con franjas de oro, lujosísimo; cuando se abre  – porque ha llegado el maestro a dirigir a los músicos con su batuta –  empieza la ópera; se ve el escenario, donde hay un bosque, o una plaza o un palacio real; y tía Totina sale allí a cantar con los otros, mientras toca la orquesta… ¡Eso es el teatro! Pero antes era yo, no tía Totina, la que tenía la voz más bonita; yo, yo, bastante más bonita; una voz que, lo decían todos entonces, debería haber ido a cantar en los teatros; yo, vuestra mamá; y en cambio, ha ido tía Totina… ¡Ah, ella se ha atrevido…! Conque, oídme: se abre el telón  – se abre por la mitad –  se ve en el escenario un atrio, el atrio de un gran palacio, con hombres de armas que se pasean al fondo, y muchos caballeros, con un tal Ferrando, que esperan a su jefe, el Conde de Luna. Todos están vestidos a la antigua, con capas de terciopelo, sombreros con plumas, espadas, polainas… Es de noche; están cansados de esperar al Conde que, enamorado de una dama de la corte de España, que se llama Leonora, está celoso, y está acechando debajo de los balcones de ella, en los jardines del palacio real; porque se sabe que a Leonora, todas las noches, el Trovatore  – que quiere decir: uno que canta y que también es guerrero –  viene a cantarle la misma canción:
«Deserto sulla térra…»
(Se interrumpe un momento para decir casi para sí:) ¡Ay, Dios mío, el corazón…!

(Y rápidamente vuelve a cantar, pero con dificultad, luchando con la ansiedad qué le ha entrado, también por la emoción de oírse a sí misma cantar:)

«Col mio destino in guerra,
é sola speme un cor (tres veces)
– un cor – al Trovator…»

Ya no puedo cantar… me… me falta el aliento… el corazón… el corazón me da angustia… hace tantos años que no canto… Pero quizá poco a poco recupero el aliento y la voz… Debéis saber que ese trovador es hermano del Conde de Luna… sí… pero el Conde no lo sabe, y ni siquiera lo sabe él, el trovador, porque fue robado por una gitana cuando era niño. ¡Es una historia horrible, escuchad! La cuenta en el segundo acto la misma gitana, que se llamaba Azucena, para vengar a su madre quemada viva por el Conde de Luna, siendo inocente. Son vagabundas que leen la buenaventura, las gitanas, y todavía las hay, y dicen que roban a los niños, tanto, que las mamás tienen mucho cuidado. Pero esta Azucena roba al hijo del Conde, como os decía, para vengar a su madre, y quiere darle la misma muerte que tuvo su madre inocente; enciende el fuego, pero en el furor de la venganza, medio loca, confunde a su propio hijo con el hijo del Conde, y quema a su propio hijo, ¿comprendéis? ¡a su propio hijo…! «II figlio mío… il figlio mío…» No puedo, no puedo contároslo… Vosotras no sabéis lo que es para mí esta noche, hijitas… Precisamente II Trovatore… esa canción de la zíngara… mientras yo, una noche, la cantaba con todos alrededor…

(Canta entre lágrimas:)

«¿Chi del gitano la vita abbella?
¡La zingarella!»

mi padre, aquella noche, mi padre… vuestro abuelito… lo llevaron a casa todo ensangrentado… y tenía a su lado a una especie de zíngara… y aquella noche, aquella noche, hijitas, se cumplió, se cumplió mi destino…

(Se levanta y canta con toda la voz:)

«¡Ah, che le morte ognora
é tarda nel venir
a chi desia
a chi desia morir!
Addio,
addio, Leonora, addio…»

Cae, de pronto, muerta.

Las dos niñas, más asombradas que nunca, no sospechan lo más mínimo; creen que es el teatro que les está representando la mamá; y siguen allí sentaditas en sus sillas, esperando. En aquella inmovilidad, el silencio se hace de muerte, hasta que, en la oscuridad, por el fondo, a la izquierda, llegan ansiosas las voces de Rico Verri, de Doña Ignacia, de Totina, Dorina y Nené.

Verri: Está cantando, ¿habéis oído? Era su voz…

Doña Ignacia: ¡Sí, como el pájaro en la jaula!

Totina: ¡Mommina! ¡Mommina!

Dorina: ¡Mira, estamos aquí con él: se ha sometido…!

Nené: Con el triunfo de Totina…, ¡si hubieras oído! ¡El pueblo en de…

Quiere decir «en delirio»; pero se para en seco, aterrorizada, como los demás, a la vista del cuerpo inerte, allí en el suelo, y de las dos niñas, que siguen esperando, inmóviles.

Verri: ¿Qué es esto?

Doña Ignacia: ¿Muerta?

Dorina: ¡Estaba haciendo el teatro para las niñas!

Totina: ¡Mommina!

Nené: ¡Mommina!

Cuadro.

Por la puerta de la sala aparece, corriendo a lo largo del pasillo, el Doctor Hinkfuss, derecho al escenario!

Doctor Hinkfuss: ¡Magnífico! ¡Magnífico cuadro! ¡Han hecho ustedes lo que yo había dicho! ¡Eso no está en el cuento!

La Carácteristica: ¡Ya está aquí otra vez!

El actor de carácter: (Apareciendo por la izquierda) ¡Pero si ha estado aquí con los electricistas, dirigiendo a escondidas todos los efectos de luz!

Nené: ¡Ah, por eso han salido tan bonitos…!

Totina: Lo sospeché yo, cuando aparecimos allí, en grupo…

(Indica a la otra parte, a la derecha, detrás de la pared) …¡qué efecto debe hacer desde abajo!

Dorina: (Por El actor de carácter) ¡A mí me parecía que era éste!

La Carácteristica: (Por la Primera actriz, que sigue en el suelo) Pero ¿por qué no se levanta la señorita? Sigue ahí…

El actor de carácter: ¿No se habrá muerto de verdad?

Todos se inclinan presurosos sobre la Primera actriz.

El Primer actor: (Llamándola y sacudiéndola) ¿Se siente usted mal, de verdad?

Nené: ¡Ay, Dios mío, está desmayada! ¡Vamos a levantarla!

La primere actriz: (Incorporándose ella sola) No… gracias… es el corazón, de veras… Déjenme, déjenme respirar…

El actor de carácter: ¡Claro! ¡Quieren que vivamos los personajes, y mira las consecuencias! Pero nosotros no estamos aquí para esto, ¿sabe? Nosotros estamos aquí para decir nuestros papeles copiados y aprendidos de memoria. ¡No pretenderá usted que cada noche deje aquí la piel uno de nosotros!

El Primer actor: ¡Hace falta el autor!

Doctor Hinkfuss: ¡No, el autor, no! Los papeles copiados, sí, a lo sumo, para que volvamos a tener vida por nosotros mismos, durante un rato, y… (vuelto hacia el público) sin que vuelvan a producirse las impertinencias de esta noche, que el público sabrá perdonarnos.

Se inclinan.

Telón

1930 – Esta noche se improvisa la comedia
Drama en tres actos
Advertencia
Acto Primero
Acto Segundo
Intermedios
Acto Tercero

In Italiano – Questa sera si recita a soggetto

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