El injerto – Acto II

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In Italiano – L’innesto

Personajes, Acto Primero
Acto Segundo
Acto Tercero

El injerto - Acto II
Compagnia teatrale “Amici della Prosa”, L’innesto, 2013. Immagine dal Web.

El injerto
Acto Segundo

Explanada delante de la villa de los Banti en Monteporzio. La villa se alza a la izquierda, con pórtico de columnas y arcadas. En el fondo, y hacia la derecha, frondoso arbolado. Es otoño.

Escena I
Laura y el jardinero Filippo. 

Laura está tendida sobre un sillón extensible, pálida, un poco lánguida, ardiente de insaciada pasión; presta atención con interés y, al mismo tiempo, con cierta turbación que quisiera disimular, a lo que le dice el viejo jardinero, que está en pie, cerca de ella, con un pequeño saco colgando del hombro, un puñado de ramitas bajo el brazo y la cuchilla de injertar en la mano.

Filippo: ¡Ah, pero el arte es necesario! Si no hay arte, Señora, se quiere dar vida a una planta y la planta se muere.

Laura: ¿Puede una planta morir de eso?

Filippo: ¡Ya lo creo! ¡Es sabido! Uno corta… en cruz, pongamos por caso…, en horca…, en cuña…, en zampoña…; ¡hay tantas maneras de injertar! Se prepara la vaina, se aplica dentro de estas incisiones.

(Muestra una de las ramitas que lleva bajo el brazo) Se ata bien, haciendo una buena ligadura en seguida, se cree haber hecho un injerto…, se espera… y ¿qué ha pasado? Se ha matado a la planta. ¡Se necesita arte, arte! Y yo, que no soy más que un campesino, con unas manazas que hacen daño al que tocan… Pero con estas manazas… Mire usted.

(Va a buscar una gruesa maceta, en la cual hay plantada una frondosa planta, y la trae cerca de Laura) Aquí hay una planta. La mira uno, y, como es bonita, disfruta viéndola. Pero sólo la vista disfruta, porque es una planta que no da fruto. Vengo luego yo, con mis manazas de campesino, y… mire…

(Comienza a deshojarla para hacer el injerto; habla y ejecuta lo que va diciendo, tomándose todo el tiempo que necesitará para llevar a cabo la operación) Parece que en un momento haya destruido la planta; he arrancado de ella mucha cosa. Ahora corto, corto…, hago una incisión… espero un poco… y sin que usted sepa lo que va a pasar, hago que dé fruto. ¿Qué he hecho? He tomado un tallo de otra planta y lo he injertado aquí. ¿Estamos en agosto? Pues la primavera próxima dará fruto… ¿Y sabe como se llama este injerto?

Laura: (Sonriendo, triste) No.

Filippo: A ojo cerrado. Este es el injerto a ojo cerrado, que se hace en agosto. Porque hay además el de ojo abierto, que se hace en mayo, cuando la yema puede brotar en seguida.

Laura: (Con infinita tristeza) Pero ¿y la planta?

Filippo: ¡Ah, la planta necesita estar en jugo, Señora! Esto siempre. ¡Si no hay savia, el injerto no prende!

Laura: ¿En jugo? No comprendo.

Filippo: ¡Ah, sí, en jugo…! ¿Cómo diría yo…? ¡En amor…, eso es! Que desee el fruto que por sí sola no puede dar.

Laura: (Interesándose vivamente) ¿El amor de hacer suyo este fruto? ¿De hacer que sea un fruto de su amor?

Filippo: Y de sus raíces, que tienen que nutrirlo; de sus ramas que deben llevarlo.

Laura: ¡De su amor, de su amor! ¿Sin saber nada más, sin saber de dónde le ha venido aquella yemita, la hace suya, la hace de su amor?

Filippo: ¡Eso es, eso mismo!

(Se oye a lo lejos, hacia la derecha, la voz de Zena, que llama: «¡Filippo! ¡Filippo!») ¡Ah, ahí viene la Zena con su hijo! Voy a abrirle la puerta.

Desaparece tras los árboles de la derecha.

Laura: (Permanece absorta; después se levanta, se acerca a la planta recién injertada y mete la cara por entre las ramas, repitiendo para sí misma, lentamente, con angustia e intenso y desesperado deseo:) ¡De su amor…! De su amor…

Escena II
Dichos y la Zena. 

Filippo: (Desde dentro) ¡Vamos, ven, adelante! ¿Qué miedo tienes?

Entra en escena por la derecha, seguido de la Zena, que viste a la manera de las campesinas de la campiña romana…

Filippo: Aquí está. Le da vergüenza, a la muy tonta…

Zena: No. ¡Qué ha de darme vergüenza…! Buenos días, Señora.

Laura: Buenos días.

(La mira, esforzándose en disimular su desilusión) ¿Ah, eres tú la Zena?

Zena: Sí, Señora. Aquí estoy.

Filippo: ¿Ha visto usted como se ha vuelto vieja y fea?

Laura: No, ¿por qué?

Zena: Somos pobres, Señora.

Filippo: ¿Cuántos años tienes? ¡No debes tener más de veinticinco!

Zena: ¿Me has mirado bien, Señora…? ¡Ah, tú no lo sabes y quizá llevas razón al asombrarte! Pero tú, viejo asqueroso, que haces el señor en la finca y andas medio torcido, ¿quieres comparar tus fatigas con las mías?

Filippo: ¡Oh, sí, vaya fatigas…!

Zena: ¡Y cinco hijos, Señora! ¿Quién los ha tenido? ¿Los ha tenido él?

Filippo: (Dándose cuenta solamente ahora) ¿Cómo? ¿Has venido sin tu hijo? Te había dicho que le trajeses, que la Señora quería conocerle…

Zena: No lo he traído, Señora.

Laura: ¿Y por qué no lo has traído?

Zena: Porque trabaja; trabaja con su padre.

Filippo: ¿Y no podías llamarle un momento?

Zena: ¿Cómo iba a llamarle, delante de su padre, para decirle que la Señora quería verle?

Filippo: ¿Y qué de mal hay en ello?

Zena: ¿Después de todo lo que se ha hablado?

Filippo: ¡Vamos, vamos…! ¿Quieres que tu marido se acuerde aún de todo lo que se hablado?

Zena: No piensa en aquello si alguien no le hace pensar. Pero… ¿qué tiene que hacer aquí el chico? ¿Para qué querías al chico, Señora? No hemos hablado más de ello desde entonces.

Laura: Lo sé, Zena. Te he llamado porque quería hablar contigo. A solas.

Zena: ¿Y de qué?

Laura: Tú vete, Filippo… Vete a tu trabajo.

Filippo: Me voy, sí, Señora, me voy. Pero la Zena… Déjemelo decir por el mal que le deseo… La Zena… Yo soy viejo y lo sé todo; me acuerdo de cuando estaba aquí con los padres del señorito; ella tenía apenas dieciséis años, y el señorito no tenía ni veinte… No fue nunca ella quien habló.

Zena: Eso es verdad, Señora.

Filippo: ¡Fue la madre! ¡Fue la madre!

Zena: ¡Pero nadie se acuerda ya de esto! ¡Ni mi madre!

Laura: Lo sé, Zena. No te he llamado por esto. ¡Ve, ve, Filippo!

Filippo: Sí, ya me voy, Señora… Perdóneme si he hablado demasiado. Me voy.

Sale por la izquierda.

Escena III
Laura y la Zena. 

Zena: (Súbitamente ofendida) ¿Ha venido quizá alguien, sin que yo lo sepa, a hablarte del chico?

Laura: No, Zena; nadie, te lo aseguro.

Zena: ¡Dímelo, Señora! Porque sólo una palabra tuve entonces, cuando hubiera podido aprovecharme de ella, si no hubiese tenido conciencia… Yo sola, ¿sabes? ¡Contra todos…! Y una palabra tengo ahora también.

Laura: No, no; no ha venido nadie, puedes estar tranquila. Se me ha ocurrido a mí… Porque me he acordado de que, antes de casarme, me dijeron que mi marido, aquí, en la finca, siendo muy joven…

Zena: Pero ¡en qué estás pensando, Señora!

Laura: Espera. Quiero saber. Quiero hablar contigo, Zena. Siéntate. Aquí, cerca de mí. (Señala un pequeño taburete)

Zena: (Sentándose, algo apurada) Pero ¿sabes que me hace el efecto de que vas a hablarme de otro mundo…, de un mundo que no tiene ya nada que ver con éste en que vivo?

Laura: Sí, porque eras entonces tan chiquilla…

Zena: ¡Oh, una chiquilla sin cabeza! Y era además un poco…

Laura: Me lo imagino. Debías ser bonita.

Zena: No era del todo fea.

Laura: Y tenías ya novio, ¿verdad?

Zena: Sí, Señora. Este que ahora es mi marido.

Laura: ¡Ah!

Zena: (Bajando los ojos, se encoge ligeramente de hombros) ¡Ah…! ¿Qué le vamos a hacer? (Breve pausa)

Laura: (Casi con timidez) ¿Y él lo sabía?

Zena: (Rápida, pero sin impudicia) ¿Quién? ¿El señorito?

Laura: Sí, que tenías novio…

Zena: Sí, Señora; ¿cómo no iba a saberlo? Pero el señorito era también un chiquillo.

Laura: Sí, pero dime…

Zena: Señora, soy una pobrecilla; pero cree que si hice mal entonces, me lo hice únicamente a mí, y no quise que le fuese hecho a nadie más sin motivo.

Laura: Te creo, Zena, lo sé. Pero dime… Quiero saber… «Sin motivo», has dicho. Así, pues, ¿estabas completamente segura?

Zena: ¿De qué? ¿De que el hijo no era del señorito?

Laura: Eso es, sí. Porque, ¿sabes…?, pasa a veces que… Hubieras podido tú misma estar en dudas.

Zena: (La mira, sorprendida, molesta; después se levanta) ¿Por qué me dices esto, Señora?

Laura: No, por nada… ¿Por qué te turbas? ¡Siéntate, siéntate…!

Zena: No, no me siento más.

Laura: Quisiera saberlo, porque me alegraría de que…, de que tú…, de que me dijeses…

Zena: (La mira, de nuevo sorprendida y molesta) ¿Que el chiquillo era del señorito?

Laura: ¿No tienes ninguna clase de duda?

Zena: (La mira primero con la misma expresión molesta; luego dice, algo más conciliadora:) Señora…

Laura: (Ansiosa) ¡Di…, di…!

Zena: Deberías alegrarte, me parece, de lo que te he dicho siempre.

Laura: Si estás completamente segura…

Zena: (Como antes) Acuérdate, Señora, de que la pobreza es mala consejera…

Laura: ¡Oh, no, porque ahora apelo incluso a tu conciencia, Zena!

Zena: ¡Deja en paz a mi conciencia! Mi conciencia ya habló entonces, y dijo lo que tenía que decir.

Laura: ¿Fue de veras tu conciencia la que habló? ¿O quizá…? Quisiera saber esto… Lo que entonces dijiste… ¿no lo dirías por temor?

Zena: (Se ríe, casi con escarnio) ¿Sabes que me estás hablando ahora como me habló mi madre cuando se dio cuenta de lo del señorito? Así mismo me habló; me dijo que era una chiquilla, que era muy inexperta…, que si no tenía por lo menos alguna duda…, que si no negaba por temor…

Laura: ¿Ves? También tu madre te lo dijo.

Zena: Pero de mi madre lo comprendo. Sin embargo, el mal estaba ya echo con el otro…

Laura: ¿Con tu novio?

Zena: Sí. Y él, mi novio, sabía ya que iba a ser madre. Pero tú, Señora, ¿Por qué me sales a hablar de ese asunto del niño, al cabo de nueve años?

Laura: Porque…, porque sé…, sé que tu marido quiso que se le diera mucho dinero, entonces, para casarse…

Zena: ¿Ah, es por esto? ¡Oh, sí, Señora! ¡No en balde era pobre…! Mi madre lo puso al corriente de lo que pasaba haciendo saber a todos lo del señorito. Mi novio no se quería casar ya conmigo, aun sabiendo que el hijo era suyo. Había dinero que sacar a los señores y quiso aprovecharse él también. ¡Imagínate que ahora se entere de que a ti te gustaría… (la mira de una manera ambigua y provocativa, quién sabe por qué motivo) …que a ti te gustaría que yo tuviese todavía alguna duda…!

Laura: ¡Ah, estás haciendo que me arrepienta de haber querido hablarte con el corazón en la mano por un escrúpulo que no puedes siquiera comprender!

Zena: ¿Quién sabe, Señora? Quizá sí lo comprendo; no te arrepientas.

Laura: ¿Y qué comprendes?

Zena: ¡Ah…, somos muy pillos los campesinos! Veo que te gustaría que tu marido hubiese tenido un hijo conmigo. Pues bien, yo sólo te digo esto: que yo, una campesina, di el hijo a quien era su verdadero padre… ¡Ah, ahí está el señorito!

Retrocede unos pasos, con la cabeza baja.

Escena IV
Dichos y Giorgio

Laura, apenas ve entrar a Giorgio, se levanta y corre temblando a agarrarse a él, en una crisis de llanto.

Laura: ¡Giorgio! ¡Giorgio! ¡Giorgio mío!

Giorgio: (Sorprendido, solícito, sin fijarse en Zena) ¿Qué pasa? ¿Qué te ocurre?

Laura: ¡Nada! ¡Nada!

Giorgio: Pero ¡estás llorando!

Laura: ¡Nada…, no es nada!

Giorgio: ¿Cómo que no? ¿Qué ha ocurrido?

Laura: ¡Nada, te digo…! Es la sorpresa… No esperaba que volvieras tan pronto.

Zena: Yo me voy, Señora. Adiós.

Laura: Sí, sí, puedes marcharte, Zena.

Zena sale por la derecha.

Escena V
Laura y Giorgio. 

Giorgio: (Sorprendido, apenado) Pero… ¿cómo? ¿Estabas hablando con…? ¿Ha venido acaso a decirte algo?

Laura: (Con ímpetu, negando con fuerza) ¡No, no! ¡Qué va! ¡Nada! ¡Ya no se acuerda!

Giorgio: ¿Para qué ha venido, entonces?

Laura: No, no ha venido ella; la he hecho llamar yo.

Giorgio: ¿Tú? ¿Y por qué?

Laura: Un capricho…, una curiosidad…

Giorgio: ¡Has hecho mal, Laura!

Laura: Filippo habló de ella…, así de paso… Y sentí deseos de conocerla, y de conocer también al niño. Pero no lo ha traído.

Giorgio: ¿Te ha dicho acaso que…?

Laura: ¡No, nada! ¡Si, al contrario, lo negó siempre…!

Giorgio: ¡No faltaría más! Querían dinero…

Laura: ¡Ella, no; su madre! En realidad, me lo ha dicho así mismo.

Giorgio: Pues entonces… ¿por qué has llorado?

Laura: ¡No ha sido por ella! ¡No ha sido por ella! Ha sido…, te lo he dicho…, no sé por qué, cuando te he visto ahora que no te esperaba. Es por lo que siento, Giorgio… Y ya ves que ahora me río, ahora que te tengo aquí de nuevo, conmigo…

Giorgio: Tú misma has dicho, sin embargo, que no me esperabas tan pronto…

Laura: Sí, es verdad… Pero he sufrido tanto, ¿sabes? aquí sola… ¡Te necesito tanto! ¡Necesito tanto que me tengas así, abrazada a ti, para no separarme de ti nunca, nunca más…!

Giorgio: Pero yo me marché por ti, Laura mía…

Laura: ¡Lo sé, es verdad!

Giorgio: ¡Mira qué frías están estas manitas! Te he traído lo necesario para que te abrigues bien. Nos vinimos aquí de repente… Ha pasado más de un mes desde entonces.

Laura: Pero nos quedaremos aquí algún tiempo más. Se estará mejor aquí, ahora, los dos solos… Tú no le tienes miedo al trío, ¿verdad?

Giorgio: No, querida.

Laura: Estando conmigo no debes tenerle miedo.

Giorgio: ¡Si me ha asustado el frío ha sido por ti, querida!

Laura: ¡No me llames «querida» de este modo!

Giorgio: ¿Cómo quieres que te llame?

Laura: Laura… Como sabes decirlo tú.

Giorgio: Pues bien… Laura…

Laura: Así. Me gusta mirarte los labios cuando recalcas las sílabas.

Giorgio: ¿Por qué? ¿Cómo las recalco?

Laura: No sé… Así…

Giorgio: ¡Laura mía!

Laura: ¡Tuya, tuya, sí! ¡Ah, no puedes imaginarte hasta qué punto lo soy! Y, no obstante, quisiera serlo más todavía. Pero no sé cómo…

Giorgio: ¿Más aún?

Laura: Sí, más tuya. Pero no sé cómo, no me es posible serlo más. Tú lo sabes, ¿verdad? ¿Tú sabes que más no me es posible?

Giorgio: Sí, Laura.

Laura: ¿Lo sabes? Más, nos moriríamos. Y, no obstante, quisiera morir de ello.

Giorgio: ¿Qué dices?

Laura: Lo digo por mí; para no ser ya… No sé explicarte… Para no ser una cosa que vive para sí, sino una cosa tuya, que tú puedas hacer más tuya aún, tuya con tu amor, y toda de tu amor, ¿comprendes? Tuya por completo de tu amor, tal como soy.

Giorgio: ¡Sí, sí, como eres! ¡Como eres!

Laura: Te das cuenta, ¿verdad? ¿Te das cuenta de que soy tuya, de tu amor? ¿Y de que no me queda nada para mí, ni un pensamiento, ni un recuerdo, nada ya…? Soy tuya, absolutamente tuya, para ti, para tu amor…

Giorgio: ¡Sí, sí!

Laura, que ha proferido las palabras precedentes con la máxima intensidad, intensidad que es casi el jugo de la planta del cual le ha hablado el jardinero, se pone palidísima; sonríe, con una sonrisa que se desvanece en la beatitud del éxtasis, y apoya la frente sobre el pecho de su marido.

Giorgio: ¡Laura!

Laura: ¿Qué…?

Giorgio: ¡Dios mío, Laura! ¿Qué tienes?

Laura: Nada…, nada… (Sonríe, alzando el rostro hacia él) ¿Lo ves? Nada.

Giorgio: Pero te has puesto pálida…

Laura: No, no es nada…

Giorgio: ¡Estás helada! ¡Siéntate! ¡Siéntate!

Laura: No, no…, no te inquietes… No comprendes…

Giorgio: ¿Qué?

Laura: Que es así… que es así…

Giorgio: ¿Qué es lo que es así?

Laura: Que yo soy toda de tu amor…, así…

Giorgio: Sí, sí… Siéntate. Siéntate aquí…

Laura: La he tocado aquí, en tu pecho… por un instante…

Giorgio: ¿Qué es lo que has tocado?

Laura: Sí, unida a tu amor y al mío, sobre tu pecho, por un instante: la vida.

Giorgio: Pero ¿qué dices?

Laura: (Un estremecimiento violento la sacude de pies a cabeza, obligándola a agarrarse de nuevo a él) ¡Oh, Dios mío!

Giorgio: (Sosteniéndola) ¡Te haces daño a ti misma, Laura! ¿Qué tienes…? ¿Qué tienes…?

Laura: Nada… Un poco de frío… Se me ha ido un poco la cabeza…

Giorgio: Es demasiado, ¿lo ves…? Te exaltas demasiado.

Laura: (Rápida, con ardor casi heroico) ¡Sí, pero lo quiero así!

Giorgio: ¡No, así no está bien! ¡No!

(Le toma el rostro entre sus manos) Tú eres mi amor, pero no quiero, no quiero que ello te haga daño…

Laura: (Bebiendo la dulzura de sus palabras) ¿No…?

Giorgio: ¡No, no quiero! ¿Ves…? Tus ojos… (Se interrumpe al ver que ella le mira de una manera que le deja sin palabras)

Laura: (Siempre mirándole, casi provocativa) Di, habla…, habla…

Giorgio: (Ebrio) ¡Dios mío, Laura…!

Laura: (Riendo, alegre) ¿Mis ojos? ¡Míralos…! ¿No ves que estás tú en ellos?

Giorgio: Lo veo… Pero te ríes…

Laura: ¡No, no; ya no me río!

Giorgio: Es por ti, fíjate…

Laura: Sí. Basta. Seamos juiciosos, ahora. Siéntate, siéntate también tú. Te voy a hacer sitio… (En el sillón extensible)

Giorgio: No, me siento aquí. (Señala el taburete)

Laura: (Levantándose del sillón extensible) No, aquí; y yo… así. (Se sienta en las rodillas de él)

Giorgio: Sí, sí…

Laura: ¡Seamos juiciosos! Di, ¿has pasado por casa de mamá?

Giorgio: Sí, pero no la he encontrado.

Laura: ¿No has visto siquiera a Giulietta?

Giorgio: No, había salido con tu madre.

Laura: ¿Y no te han dicho nada en casa?

Giorgio: No, nada. ¿Por qué?

Laura: Porque esta mañana he telefoneado a mamá.

Giorgio: ¿Tú? ¿Esta mañana?

Laura: Sí.

Giorgio: ¿Por mí? ¿Querías algo?

Laura: No. Me he encontrado un poco mal…

Giorgio: ¿Ah, sí? ¿Cuándo?

Laura: Poco después de que te marchases. Cuando me he levantado. Pero no es nada, ¿sabes…? Ya ha pasado.

Giorgio: ¿Qué has sentido?

Laura: Nada, te digo. No sé. Al levantarme, he notado que me desmayaba. Ha sido un momento, ¿sabes…?

Giorgio: ¿Y has telefoneado a tu madre para que avisase al médico?

Laura: ¡No! ¡Nada de eso! La he llamado por ti. Para decirte que volvieras pronto. Mamá me contestó que haría venir contigo al doctor Romeri.

Giorgio: ¡Pues nadie me ha dicho nada!

Laura: Más vale así. Ha sido una idea de mamá. Yo me he opuesto. Le he repetido diez veces que no había necesidad. Pero ya sabes cómo es. Temo verla comparecer aquí de un momento a otro con el doctor.

Giorgio: ¡Y hará bien! Así verá…

Laura: ¡No, no…! ¿Qué quieres que vea? ¡Yo sólo necesitaba que volvieras pronto…! Has vuelto. Me basta.

Giorgio: Pero quizá el médico…

Laura: ¿Qué quieres que me haga el médico…? Mira, si viene, ni siquiera dejaré que me visite.

Giorgio: Pero ¿por qué?

Laura: ¡Porque no! O si no, mira, le hablaré así.

(Uniendo la acción a la palabra) Con la cara oculta en tu chaqueta. Y le diré…

Giorgio: (Sonriendo) ¿Que es por culpa mía?

Laura: (Después de una pausa, escuchando sobre el pecho de él) ¡Espera!

Giorgio: ¿Qué haces?

Laura: Un latido fuerte, lento…; un latido débil, débil, tenue…

Giorgio: ¿Qué dices?

Laura: ¡El corazón y el reloj!

Giorgio: ¡Bonito descubrimiento!

Laura: ¿Es posible que midan el mismo tiempo? ¡Mi corazón late seguramente más de prisa que el tuyo! ¡Oh, Dios mío, no! ¡Qué corazón más malo…!

Giorgio: (Riendo) ¿Malo…? ¿Por qué?

Laura: No había oído nunca cómo latía tu corazón. ¿Sabes cómo late? Plácido, lento, seguro…

Giorgio: ¿Y cómo quieres que lata?

Laura: ¿Cómo? Si mi corazón supiese que escuchas sus latidos, ¡le oirías precipitarse! Mientras que el tuyo, nada. No se conmueve…

Giorgio: ¡Y decías que no quieres ver al médico!

Laura: No; ¡decía que quería verle para acusarte!

Giorgio: ¡Ya! ¡Pero con el rostro oculto! Porque sabes muy bien que no soy yo quien…

No bien ha dicho esto, se turba profundamente, como si al darse cuenta de lo que le ocurre a Laura, sus palabras hubiesen adquirido de improviso un valor distinto del que él quería atribuirles.

Laura: ¿No eres tú? ¿Cómo que no eres tú?

Giorgio: (Con creciente turbación) No, yo…

Laura: (Levantándose de sus rodillas) Giorgio…, ¿qué es lo que estás pensando?

Giorgio: (Con creciente turbación, levantándose) ¡Oh, Dios mío, nada…!

(Después, taciturno y preocupado:) ¿Tú crees que debe venir el doctor Romeri?

Laura: No sé; pero… ¿por qué?

Giorgio: ¡Porque conviene que venga! ¡Quiero que venga!

Laura: ¡Pero, Giorgio, por Dios…! ¡Lo decía en broma!

Giorgio: ¡Lo sé! ¡Lo sé!

Laura: ¿Crees que puedo acusarte de algo, como no sea en broma?

Giorgio: ¡No, no, Laura, no es por esto!

Laura: ¿Por qué es, entonces?

Giorgio: Pues… si te encuentras mal…

Laura: ¡No! ¡No! ¡No tengo nada! Te tengo a ti… Eso es, a ti; y no tengo nada que no me venga de ti… Si gozo, si sufro, si me muero…, es por ti. Porque soy enteramente como tú me quieres, como me quiero yo: tuya por completo… ¡Y basta ya! ¡Lo ves y lo sabes!

Giorgio: Sí, sí…

Laura: Por lo tanto…, ¡basta! ¿Qué enfermedad quieres que tenga?

(Se tambalea de nuevo) ¡Dios mío! ¿Lo ves…?

Giorgio: ¿Otra vez?

Laura: No… Es un poco de cansancio… Sostenme…

Escena VI
Dichos, Filippo, después la Señora Francesca; finalmente, Romeri. 

Filippo: (Entra corriendo por la derecha) ¡Señora! ¡Señora! ¡Viene la mamá con otro señor! (Sale)

Giorgio: ¡Ah, aquí está el médico!

Laura: ¡No, no, Giorgio! ¡No quiero verle!

Giorgio: ¡Y yo, en cambio, quiero que le veas!

Se dirige hacia el fondo para ir al encuentro del doctor.

Laura: ¡No…, no! Ve, llévatelo, hazle entrar en la casa… ¡No quiero verle!

Francesca: (Entrando) Buenos días, Giorgio.

Giorgio: (Disponiéndose a salir, precipitadamente) Buenos días. ¿El doctor…?

Francesca: Aquí está.

Laura: ¡No, por favor! ¡Llévatelo, Giorgio! ¡No le traigas aquí!

Sale Giorgio.

Escena VII
Laura y Francesca. 

Francesca: (Atónita) Pero ¿qué ocurre?

Laura: (Excitada) ¡Ah, no hubieras debido hacerlo, mamá, no hubieras debido…!

Francesca: ¿Qué es lo que no hubiera debido hacer?

Laura: Traer aquí al médico. ¡Has hecho mal! ¡Un mal incalculable, mamá!

Francesca: Pero ¿por qué? Me has telefoneado que te habías encontrado muy mal…

Laura: ¡No tengo nada! ¡No tengo nada!

Francesca: ¡Tanto mejor!

Laura: ¡Dices que tanto mejor…! ¿Qué quieres que entienda, qué quieres que sepa, qué remedio va a poner un médico a lo que yo siento y sufro? ¿En eso que yo no quiero calificar de enfermedad y que, con la presencia del médico en esta casa, adquiere para Giorgio el carácter de enfermedad, de una enfermedad especial, de un estado especial de mi organismo? ¡Por aquel daño que me fue hecho…!

Francesca: ¿Pero es que acaso…? ¿Qué dices, Laura? ¡Ah, Dios mío…! ¿Acaso tú…?

Laura: (Convulsa, agarrando a su madre) ¡Sí, mamá! ¡Sí!

Francesca: ¡Ah, Dios mío! ¿Y él? ¿Tu marido? ¿Lo sabe?

Laura: ¡Pero si es precisamente éste el mal que has hecho, mamá!

Francesca: ¿Yo?

Laura: ¡Sí! ¡Que lo sepa, que piense en ello, ahora, como en un mal al cual se puede poner remedio; un remedio más odioso que la misma enfermedad!

Francesca: Pero si le dices que es…

Laura: ¡No lo es! ¡No lo es! ¡Sé muy bien que no lo es! ¡Lo siento dentro de mí!

Francesca: ¿Cómo? ¿Qué es lo que sientes.? Tengo miedo de que tú, hija mía, estés demasiado excitada y que…

Laura: Crees que desvarío, ¿verdad? ¡No! No puedo explicártelo por medio de la razón, mamá; pero lo he sabido ahora que era así… ¡Y no puede ser más que así!

Francesca: ¿El qué, hija mía? No te entiendo…

Laura: ¡Esto! ¡Esto que siento! La razón no lo sabe, quizá no puede admitirlo; pero lo sabe la Naturaleza. ¡Lo sabe el cuerpo! Una planta…, una de estas plantas… Sabe que no podría suceder sin que hubiese en ella amor… Me lo han explicado hace poco. Ni siquiera una planta podría retoñar si no estuviese en período de amor. ¿Comprendes esto? ¡No estoy excitada! No, mamá… Sé muy bien esto; que en mí, en este pobre cuerpo mío, cuando fui…, en esta pobre carne mía, martirizada, mamá, debía haber amor entonces. ¿Y por quién? Si había amor, no podía ser más que por él, por mi marido.

(Con un gesto de triunfo, casi de alegría) ¡Por consiguiente…!

Francesca: Pero ¿qué dices? ¡Ah, éste es un nuevo martirio, hija mía! ¿Estás segura? ¿Completamente segura?

Laura: ¡Sí! ¡Pero es así! ¡Así como te digo…! ¡Tiene que ser así a la fuerza!

Francesca: Pero él, tu marido…, ¿lo sabe?

Laura: Creo que lo sabe ya. Pero ahora, con ese médico… ¡Ah, esto sí que no hubiera debido ocurrir! ¡Que él lo sepa así…!

Francesca: Pero si ya lo sabe, hija mía…

Laura: Yo quería que él sintiese también, de manera lógica y natural, lo que yo siento. ¡Y que se uniese a mí, que se identificase conmigo hasta sentir y querer en mí, conmigo, lo que yo siento y quiero!

Francesca: ¡Ah, Dios mío! ¡Tengo miedo, hija mía, de que…!

Laura: (Rápida, interrumpiéndola) ¡Calla! ¡Aquí están…! ¡Vámonos, vámonos de aquí!

(arrastrando a su madre) ¡No quiero que me visite! ¡No quiero que me visite!

Giorgio: (Llamándola desde el fondo) ¡Laura…! ¡Laura…!

Laura: ¡No, Giorgio! ¡Te he dicho que no…! ¡Ven, mamá!

Sale con su madre.

Escena VIII
Giorgio y el doctor Romeri. 

Giorgio: Venga, doctor.

Romeri: Aquí estoy, aquí estoy…

Giorgio: (Prosiguiendo con calma grave y forzada su discurso al doctor) Entonces, me doblegué; vencí mi primer impulso, como debía. ¡Era una desgracia!

Quizá también a usted, doctor, mi violencia…

Romeri: (Interrumpiéndole) No, yo, por mí…

Giorgio: Si no a usted, podía parecer excesiva a los demás, que no estaban en condiciones de sentir como yo sobre este punto…

Romeri: ¡Cada cual siente a su manera…!

Giorgio: Pero fue, por otra parte, en aquel mismo momento, una violencia incluso para mí. Esto es tan verdad, doctor, que apenas la vi, apenas se acercó a mí, mi furia cayó de golpe, y la recogí en mis brazos, no por un deber de compasión, no, sino porque debía, debía por mi propio amor hacerlo así. Y le juro que no he vuelto a pensar en ello, ni una sola vez. Hemos pasado un mes aquí, juntos, como dos recién casados.

(Cambiando de tono y de expresión) Pero ahora, doctor, si es verdad esto…

Romeri: Sí, comprendo…

Giorgio: He consentido en olvidar un agravio. Pero no toleraré esto otro.

Romeri: Esperemos todavía que no sea…

Giorgio: ¡No lo sé! Pero lo temo. Si fuese… ¿Usted me comprende…?

Romeri: Comprendo…, comprendo…

Giorgio: Y ahora vaya, se lo ruego. Y dígaselo si fuese…

(Lento, recalcando las palabras:) Yo no podría transigir. Vaya. Le espero aquí.

Telón

1919 – El injerto
Comedia en tres actos
Personajes, Acto Primero
Acto Segundo
Acto Tercero

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