In Italiano – L’umorismo
El Humorismo
Primera parte
I. La palabra humorismo
Alejandro D’Ancona, en su conocido estudio acerca de Cecco Angioleri, de Siena, [1] después de haber señalado cuánto hay de burlesco en este nuestro poeta del Siglo XIII, observa: “Pero, para nosotros, Angioleri no es solamente un escritor burlesco, sino que es, además, y con mayor propiedad, un humorista. Y aquí, alármense, si quieren, los camarlengos del idioma, pero no pretendan afirmar que en italiano debemos resignarnos a no mencionar la cosa, porque carecemos de la palabra.“
Y, acertadamente, en nota al pie de página [2], agrega: “Es curioso, empero, que el traductor francés de una disertación alemana acerca del Humour, inserta en Récueil de piéces interessantes, concernant les antiquités, les beaux-arts, les belles-lettres et la philosophie, traduites de dIfferentes langues, al citar a Riedel ( Theor. d. Schónen Künste, I artic. Laune), sostenga que, si bien los ingleses, y en particular Congreve, reivindican para sí los vocablos houmour y humourist, ” il est néanmois certain qu’ils viennent de lítalien“.
Y más adelante D’Aricona vuelve así sobre el punto: “Por otra parte, en nuestra lengua, humor equivale a fantasía, capricho, y humorista a fantástico; y los humores del ánimo y del cerebro todos sabemos que están en estreclia relación con la poesía humorista. E Italia tuvo en otros tiempos las academias de los Umorosi en Boloña y en Cortona; y la de los Umoristi en Roma [3], y, esperemos que los malos humores de la política nunca le resten los bellos humores en el reino del arte“.
La palabra humor nos vino naturalmente del latín y con el sentido material que tenía de cuerpo fluido, licor, humedad o vapor: y también con el significado de fantasía, capricho o vigor. “Aliquantum liabeo humoris in corpore, neque dum exarui ex amoenis rebus et voluptarus” (Plauto).
Aquí humor no tiene evidentemente sentido material, porque sabemos que, desde los tiempos más remotos, cada humor del cuerpo era considerado signo o causa de correlativa enfermedad.
“Los hombres – se lee en un viejo libro de albeitería tienen cuatro humores; o sea: la sangre, la cólera, la flema y la melancolía; y estos humores son causa de las enfermedades de los hombres”. Y se lee en Brunetto Latini: “Melancolía es un humor que muchos llaman cólera negra, y es fría y seca, y tiene su asiento en el espinazo“. Y lo mismo leemos en el latín de Cicerón y de Plinio. San Agustín, por último, en uno de sus sermones, nos hace saber que: “Los puerros encienden la cólera, y las coles generan la melancolía“. [4]
Ya que se trata del humorismo, convendría tener también presente esta otra acepción de enfermedad que connota la palabra humor, y advertir que melancolía, antes de haber significado esa delicada afección o pasión de ánimo que designa ahora, tuvo en su origen sentido de bilis o hiel, y que fue para los antiguos un humor en la acepción material de la palabra.
Veremos luego la relación que las dos palabras, humor y melancolía, tienen entre sí al adquirir sentido espiritual.
Digamos entre tanto que tal relación, aunque no faltó en el espíritu de nuestra lengua, no siempre asoma en ella claramente. Para nosotros, en efecto, la palabra humor, o bien conserva el significado material, tanto que un proverbio toscano puede decir: “Chi ha umore ha sapore” – quien tiene humor tiene sabor – (aludiendo a las frutas acuosas) o bien su significado es espiritual, si equivale a Inclinación, naturaleza, disposición o estado pasajero de ánimo, y también fantasía, pensamiento, capricho, pero sin calificación determinada, tanto es así que debemos decir: humor triste o alegre o sombrío; buen humor, mal humor o humor jovial.
La palabra Italiana umore no es, pues, la inglesa humour. Esta, como dice Tonimaseo, encierra y amalgama nuestras expresiones bell’umore, buonumore, ma-lumore. Tiene, pues, algo que ver con las coles de San Agustín.
Nos referimos ahora a la palabra, no a la cosa en sí; conviene advertirlo, porque no ha de creerse que nos falta de verdad la cosa por el mero hecho de que la palabra no ha conseguido encerrar y amalgamar en sí, Idealmente, todo aquello que materialmente ya incluía.
Veremos que, en el fondo, todo se reduce a la necesidad de una más clara distinción que experimentamos nosotros, porque jovial, bueno, sombrío o alegre, siempre es humor, y no distinto del inglés en esencia, aunque sí en las modificaciones que le imprimen la lengua diferente y el diferente temperamento de los escritores.
Por otra parte, no se suponía que la palabra inglesa humour y su derivado humorismo sean de muy fácil comprensión.
El mismo DÁncona, en el citado ensayo sobre Angioleri, del que volveremos a ocuparnos más adelante, confiesa:
“Si yo hubiese de dar una definición del humorismo, me vería ciertamente en apuros”. Y tiene razón. Todos dicen así.
Piuttosto no’l comprendo, che te’l dica.
De todas estas definiciones intentadas en los siglos XVIII y XIX, habla Baldensperger, en un estudio ya citado, llegando a la conclusión, lo mismo que Croce, de que: “il n ’y a pas d’humour, il n ’y a que des humouristes”, como si para poder decir o reconocer que éste o aquel escritor es un humorista, no fuese necesario tener algún concepto del humorismo, y bastará sostener – como lo hace Cazamian, citado por el propio Baldensperger – que el concepto de humorismo escapa a la ciencia porque en él los elementos característicos y constantes son escasos y sobre todo negativos, en tanto que los elementos variables son innúmeros. Sí.
También Addison estimaba más fácil decir qué no es el humour, que decir qué es. Y todos los esfuerzos que se han hecho para definirlo recuerdan aquellos, liartos especiosos, que se realizaron en el siglo XVII para definir el ingenio (¡oh, el Cannochiale aristotélico, de Emanuel Tesauro! ) y el gusto y el buen gusto, y aquél ine-fable non so che, del cual Bouhours escribía: “Les Italiens, qui font mystère de tout, emploient en toutes rencontres leur non so che: on ne voit rien de plus commun dans leurs poetes” . ¡Los italianos “qui font mystère de tout”! Pero id a preguntar a los franceses qué entienden por esprit.
En cuanto al humorismo, “cierto es – prosigue D’Ancona – que la definición no resulta fácil, porque el humorismo tiene infinitas variedades, según las naciones, las épocas, los ingenios; y el de Rabelais o el de Merlín Coccajo [5] no equivalen al humorismo de Sterne, de Swift o de Juan Pablo [6], y la vena humorística de Heine no es de igual tono que la de Musset.
Y acaso no haya ningún otro género en el cual exista, o deba existir, una diferencia más sutil entre la forma poética y la prosaica, por más que ello no sea siempre advertido por los lectores y ni siquiera por los escritores.
Pero, de todo esto, y de las razones que hay para tal diferencia, y de la diversidad entre el humor y la sátira y el epigrama y la facecia y la parodia y lo cómico de toda forma y calidad, y de si – como quiere Richter – algunos humoristas son simplemente lunáticos, no es este el lugar de discusión. Lo cierto es esto otro: en todos ellos hay un fondo común que la voz pública recoge bajo la denominación única de humoristas.”
La observación en sí es justa, pero ¡cuidado con la voz pública! querríamos advertir a DÁncona. “Después de la palabra romanticismo, la palabra más equivocada y de la que más se ha abusado en Italia (¿únicamente en Italia?) es la de humorismo. Si fueran realmente humoristas los escritores, los libros, los diarios bautizados con este nombre, nosotros no tendríamos nada que envidiar a la patria de Sterne y de Tliackeray o a la de Juan Pablo y de Heine. No podríamos salir de casa sin tropezarnos en la calle con dos o tres Cervantes y una media docena de Dickens…
Sólo queremos, desde un principio, prevenir que se produce una babilónica confusión al interpretar la voz humorismo. Para la mayoría, escritor humorístico es aquél que hace reír: el cómico, el burlesco, el satírico, el grotesco, el trivial.
La caricatura, la farsa, el epigrama, el calembour, se bautizan con el nombre del humorismo; así como, desde hace tiempo, se acostumbra llamar romántico a todo aquello que es más arcaico y sentimental, más falso y barroco. Se confunde a Paul de Kock con Dickens, al vizconde d’Arlincourt con Victor Hugo.“
Esto anotaba Enrique Nencioni ya desde 1884, en Nuova Antologia, al ocuparse precisamente de “L’Umorismo e gli Umoristi“, artículo que hizo mucho ruido.
No puede decirse, en verdad, que la voz pública se haya rectificado durante este lapso. Aun hoy, para la mayoría, escritor humorístico es el escritor que hace reír. Pero, repito; ¿por qué sólo en Italia? No.
¡En todas partes! El vulgo no puede entender las ocultas distinciones, las sutiles finezas del verdadero humorismo.
También en otros países se confunden la caricatura, la farsa disparatada y el grotesco con el humorismo.
Se confunden también allí donde le parecía a Nencioni (y no a él solamente) que se domiciliaba el humorismo. ¡No tiene acaso título de humorista Mark Twain, cuyos cuentos son, según su propia definición, “una colección de cosas excelentes, prodigiosamente divertidas, que suscitan la risa aun en los rostros más enfurruñados?“.
El periodismo, cierto periodismo, se ha adueñado de la palabra, la ha adoptado y, esforzándose por hacer reír, más o menos desaforadamente y a cualquier costa, la ha divulgado con ese falso sentido.
Tanto que hoy, todo verdadero humorista evita con cierto recato, y hasta desdeña, calificarse de tal: – Humorista, sí, pero… no confundamos -se considera necesario advertir -, humorista en el verdadero sentido de la palabra.
Es como decir:
– Mirad que yo no me propongo provocar la risa haciendo malabarismos con las palabras.
Y más de uno, para no pasar por bufón, para no ser confundido con cien mil humoristas de morondanga, ha querido desecliar la palabra manoseada, abandonarla al vulgo y adoptar otra: ironismo, ironista.
Como de humor deriva humorismo; de ironía, ironismo.
Pero, ironía; ¿en qué sentido? También aquí sería menester distinguir. Porque hay un modo retórico y otro filosófico de entender la Ironía.
La Ironía, como figura retórica, encierra un fingimiento que es absolutamente contrario a la índole del genuino humorismo. Implica, sí, esta figura retórica una contradicción, aunque ficticia, entre lo que se dice y lo que se quiere dar a entender. La contradicción del humorismo, en cambio, nunca es ficticia, sino esencial, como veremos, y de muy distinta naturaleza.
Cuando Dante agrava la reprensión, exceptuando del número de los reprendidos a quien es más reprensible, como hace con la pandilla de los locos pródigos, al exclamar:
… Or fú giammai – Gente si vana?,
y un condenado responde:
– Tranne la Stricca… E tranne la brigata;
o allí donde dice:
Ogni uom vé barattier fuor che Bonturo;
o cuando recuerda el bien para exacerbar el sentimiento del mal, como los diablos al ladronzuelo luqués:
…Qui non ha luogo il Santo Volto:
Qui si nuota altrimenti che nel Serchio;
o cuando a quien habla le recuerda la propia superioridad empleándola severamente, como hace aquel otro diablo que quita a San Francisco el alma de un reo, argumentando teológicamente acerca de la penitencia, de tal modo que el alma por él asida óyese decir:
Forse
Tu non pensavi ch’io loico fossi;
o cuando exclama:
Godi, Firenze, polche se’si grande,
O, también:
Fiorenza mia, ben puoi esser contenta
Di questa digression che non ti tocca
Or ti fa lieta, ché tu hai ben onde;
Tu ricca, tu con pace, e tu con senno…
da admirables ejemplos de ironía, en el sentido retórico de la palabra; pero ni aquí ni, por otra parte, en pasaje alguno de la Comedia, hay huellas de humorismo.
Otro sentido, decíamos, y éste filosófico, se ha dado en Alemania a la palabra ironía: Federico Sclilegel y Ludovico Tieck lo dedujeron directamente del idealismo subjetivo de Fichte; pero, en sustancia, deriva de todo el movimiento idealista y romántico alemán post-kantiano. El Yo, la sola realidad verdadera, explicaba Hegel, puede sonreír ante la vana apariencia del universo: tal corno la considera, puede también anularla; puede no tomar en serio sus propias creaciones. De ahí la ironía; o sea aquella fuerza que, según Tieck, permite al poeta dominar la materia que trata; materia que gracias a ella se reduce, según Federico Schlegel, a una perpetua parodia, a una farsa trascendental.
Trascendental – y no poco, observaremos nosotros esta concepción romántica de la ironía.
No podía ser de otra manera, si advertimos de donde nos viene. Tiene sin embargo, o puede tener, por lo menos en cierto sentido, algún parentesco con el verdadero humorismo; parentesco más estrecho por cierto del que con él tiene la Ironía retórica, de la cual en definitiva, y no sin esfuerzo, también podría liacérselo derivar.
En ésta, en la ironía retórica, no hay que tomar en serio lo que se dice; en aquélla, en la romántica, no se puede tomar en serio lo que se hace. La ironía retórica sería, con respecto a la romántica, como aquella famosa rana de la fábula que, trasladada al complicado mundo del idealismo metafísico alemán y que, hinchándose allí más de viento que de agua, hubiese logrado alcanzar las envidiables proporciones del buey. El fingimiento, esa contradicción ficticia de que habla la retórica, se ha convertido aquí, a fuerza de inflarse, en la vana apariencia del universo.
Por lo tanto, si el humorismo consistiera únicamente en el pincliazo de alfiler que desinfla la rana, ironía y humorismo serían, poco más o menos, la misma cosa. Pero, el humorismo, según veremos, no consiste únicamente en ese pincliazo de alfiler.
Como de costumbre, Federico Schlegel no hizo otra cosa que exagerar ideas y teorías ajenas: además del Idealismo subjetivo de Fichte, la famosa teoría del juego expuesta por Schiller en las 27 cartas Uber die aesthetische Erziehung des Menschen.
Fichte quiso, en suma, ajustarse a la doctrina kan-tiana del deber al decir que el universo es creado por el espíritu, por el “Yo”, que también es divinidad, alma de la esencia del mundo, que lo genera todo y es impersonal, que tiene voluntad Infatigable, y ésta encierra en sí, razón, libertad, moralidad; quiso demostrar el deber de cada uno de los hombres que estribaría en someterse a la voluntad de la totalidad, tendiendo así a la culminación de la armonía moral.
Ahora bien: este “Yo” de Fichte se convirtió en “Yo” Individual, en el pequeño “Yo” extravagante del señor Federico Schlegel, que con un canutito y un poco de agua jabonosa, se puso a inflar pompas alegremente: vanas apariencias de universo, mundos, para luego desliacer esas apariencias de un soplido. Este era su Juego. ¡pobre Schifier! Su Spieltrieb no pudo haber sido falseado de un modo más indigno. Pero el señor Federico Schlegel había tomado al pie de la letra las palabras : “des Mensch soll mit der Schonheit nur spielen, und er soll nur mit der Schonheit spielen. Denn, um es endlich auf einmal herauszusagen, der Mensch spielt nur, wo er in voller Bedeutung des Worts Mensch ist, und er ist nur da ganz Mensch, wo er spielt” [7] y dijo que para el poeta la ironía consiste en no fundirse nunca del todo con su propia obra: en no tomar, ni siquiera en el momento de lo patético, conciencia de la irrealidad de sus creaciones; en no ser juguete de los fantasmas por él mismo evocados: en burlarse del lector, que se dejará envolver en el juego; y aún de sí mismo, ya que consagra su propia vida a tal juego. [8]
Entendida la ironía en este sentido, se nota claramente hasta qué punto puede atribuírsela sin razón a ciertos escritores, como por ejemplo a nuestro Manzoni, que fue esclavo de la realidad objetiva, de la verdad histórica, al extremo de supeditar su obra maestra a esta preocupación.
Por otra parte, no se puede atribuir a Manzoni aquella otra ironía, la ironía retórica, pues nunca encontramos en él ninguna contradicción ficticia – que sea fruto de indignación – entre lo que dice y lo que quiere dar a entender.
Y Manzoni no se Indigna nunca ante la realidad en contraste con su ideal; por compasión transige una y otra vez, y a menudo y perdona, exponiendo en cada caso minuciosa y vivazmente las razones de su transigencia y de su perdón; lo cual, como veremos, es propio del humorismo.
La sustitución de humorismo, humorista, por ironismo, ironista, no sería, por tanto, legítima. En la ironía, ni siquiera empleada con buen fin, se logra separar cierto sentido de burla y de mordacidad. Y burlones y mordaces pueden ser también escritores indudablemente humorísticos, pero su humorismo ya no consistirá en esa burla mordaz.
Empero es verdad que, de común acuerdo, se puede variar el significado de una palabra. Muchas palabras que hoy empleamos en determinado sentido, tuvieron antiguamente otro distinto. Y si a la palabra humorismo, como hemos visto, ya se le ha alterado el suyo verdadero, no sería malo – para precisar, para significar, sin lugar a dudas, la cosa –
emplear otra palabra.
Notas al texto
[1] – En Studi di Critica e Storia Letteraria (Bologna, Zanichelli ed., 1880).
[2] – Pág. 179.
[3] – Y también en Nápoles (Arch. stor. p. le prov. nap. V, 608), ¿Y por qué no citar también la de los Umidi de Florencia, de la que Lasca dijo (Carta a Messer Lorenzo Scala, antepuesta al primer libro de obras burlescas, ed. Bern. Giunta, 1548): “La cual (academia de los Urnidi), constituida por personas alegres y despreocupadas, hace profesión, principalmente, del estilo burlesco, jocundo, grato, amoroso, y, por así decirlo, buon compagno“? Véase, además, a propósito de las palabras humor y humorismo, a Bafdensperger ( Les définitions de l´umour en Etudes dhistoire littéraire, París, Liachette, 1907) y Spingarn, en la introducción del primer volumen de su recopilación Critical Essays of the Seventeenth Century (Oxford, CAarendon Press, 1908); así como lo que al respecto dice Croce (en Critics, vol. VII, páginas 219-20).
[4] – Francisco (Cecco) Angioleri, en uno de sus sonetos, hablando de la madre que le quiere mal, luego de haber enumerado algunos alimentos dañosos que ella le aconseja, dice:
E se di questo non avessi voglia
e stessi quasimente su la colla
molto mi toda porri con la foglia.
[5] – Merlin Coceajo o Coccaio, seudónimo por el cual es más conocido el poeta burlesco Teófilo Folengo, Italiano (1491-1544).
[6] – Juan Pablo: se refiere a Juan Pablo Federico Richter, a quien Pirandello cita más adelante por su apellido.
[7] – Carta XV.
[8] – Ver, Victor Basch. La poétíque de F. Schíller (París, Alcan, 1902).
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