El hombre, la bestia y la virtud – Acto II

image_pdfvedi in PDF

In Italiano – L’uomo, la bestia e la virtù

Introducción
Personajes, Acto Primero
Acto Segundo
Acto Tercero

El hombre, la bestia y la virtud - Acto II
El hombre, la bestia y la virtud, Oficinas Comedia Nacional, Sala Verdi. Montevideo – Uruguay, 1959. Immagine dal web.

El hombre, la bestia y la virtud
Acto Segundo

Comedor en casa del capitán Perella. Mirador en el fondo con amplia vista sobre el mar. Dos puertas laterales a la izquierda; la más próxima al proscenio es la del vestíbulo; la otra da al dormitorio del capitán. Entre las dos puertas hay un macetero con cinco tiestos de flores bien a la vista. A la derecha, otra puerta lateral, una vitrina, un aparador, hay, además, en la habitación un diván con respaldo, un espejo, sillones, una mesita. En el centro, la mesa está puesta, esmeradamente, para cuatro personas. En las paredes, cuadros que representan marinas, viejas fotografías y aquí y allá objetos exóticos, recuerdos de viaje del capitán Perella. Es el mismo día del primer acto, por la tarde. Poco a poco irá oscureciendo, y al final del acto entrará por el mirador un bello claro de luna.

ESCENA I
El señor Paolino, Nonó, después Grazia.

El señor Paolino, sentado junto a la mesita con Nonó a su lado, hojea un cuaderno de versiones latinas y señala con un lápiz rojo y azul la calificación de cada versión.

Paolino: Y aquí podemos poner un bonito nueve.

Nonó: ¿Otro nueve? (Aplaude, entusiasmado) ¡Qué bien! ¡Así, son: tres ochos, un diez y dos nueves!

Paolino: Sí, y enseñarás este cuaderno a papá en cuanto llegue.

Nonó: ¡No faltaría más! ¡No faltaría más!

Empieza a contar con los dedos.

Paolino: Porque hoy, fíjate bien, Nonó…, debes hacer todo lo posible por tener contento a papá.

Nonó: (Sin hacerle caso, sigue contando) Sí…, sí…

Paolino: (Prosiguiendo) Y no darle el menor pretexto para enfadarse. Pero ¿qué cuentas estás haciendo?

Nonó: Espera… (sostiene con la mano derecha tres dedos de la izquierda), después cuatro y cinco (y muestra los cinco dedos de la izquierda), seis y siete (muestra el pulgar y el índice de la derecha), ocho, nueve y diez (y muestra uno a uno los otros tres dedos de la derecha) ¡Media lira! ¡Media lira!

Paolino: ¿Qué quiere decir media lira?

Nonó: ¡Sí, sí, media lira! ¡Qué estupendo! Porque papá me da cinco céntimos por cada ocho, así es que son quince, quince céntimos. Después, diez por cada nueve; son dos nueves, pues veinte céntimos. Quince por cada diez. Por lo tanto, quince y veinte: treinta y cinco, y quince: cincuenta. ¡Media lira!

Paolino: ¡Magnífico! ¿Estás contento?

Nonó: ¡Yo sí, figúrate! ¡Pero él, no!

Paolino: (Inquieto) ¿Cómo, cómo? ¿Él no estará contento?

Nonó: No; él, no… Primero me daba quince céntimos por cada nueve y veinticinco por cada diez. Pero después, en vista de que siembras los ochos, los nueves y los dieces…

Paolino: ¿Ah, sí? ¿Lo ha dicho así…? ¿Ha dicho que los siembro?

Nonó: Sí, cogió el cuaderno, la última vez, y lo tiró al aire, así… (hace el gesto, con desprecio), gritando: «¡Pardiez, este profesor siembra los ochos, los nueves y los dieces!»

Paolino: ¿Y se puso furioso?

Nonó: ¡Ya lo creo! ¡Pasó de la tarifa!

Paolino: (Rápido) ¡Ah, pero…, entonces… (vuelve a coger el cuaderno y lo hojea nuevamente con furia), espera…, espera… Nonotto mío…, rebajaremos esto en seguida, veamos los puntos…, pongamos cinco…, seis…, pongamos siete…

Nonó: (Con un grito como si sintiese que le arrancaran un diente) ¡Cómo! ¡No, no! ¿Y la media lira?

Paolino: ¡Te la daré yo, Nonó! Toma…, toma… (saca su monedero del bolsillo), te la doy yo…, te la doy yo…

Nonó: ¡No, no!

Paolino: ¡Sí, sí, hijo mío! ¡Yo imaginaba que papá estaría contento! Pero si en lugar de esto se enfada… Toma, toma… Para ti es lo mismo que te la dé yo o te la dé papá…, ¿no es cierto?

Nonó: (Pateando) ¡No, no! ¡Yo quiero los tres ochos, los dos nueves y el diez!

Paolino: ¡Pero, en conciencia, no te los mereces, hijo mío! ¡No te los mereces en absoluto!

Nonó: Entonces ¿por qué me los dabas?

Paolino: Porque… porque no sabía que le costasen dinero y disgustos a papá. No debemos dar disgustos a papá, Nonó. Y hoy… hoy tenemos que estar todos contentos. Y tú también, con tu media lira que tu profesor te da a escondidas… ¡No le digas nada a papá! ¿eh…? Te la doy porque, si bien no mereces los nueves y los dieces, mereces, sin embargo, un premio por los progresos que haces…

Nonó: ¿Como me has escrito en el libro?

Paolino: Sí, eso mismo… Como te he escrito en el libro.

Entra Grazia por la puerta del vestíbulo. Es una vieja de rostro malhumorado y caballuno.

Grazia: ¿No está la señora?

Paolino: (Indicando por la puerta derecha) Me parece que está allí, Grazia.

Grazia: Entonces, que vaya él (indica a Nonó) a decirle que ha llegado el marinero.

Nonó: (Rápido, pegando un brinco) ¿El marinero? ¡Ha llegado papá! ¡Voy a bordo! ¡Voy a bordo!

Sale rápidamente por la puerta del vestíbulo.

Paolino: ¿Qué haces, Nonó? ¡Ven aquí! ¡Hay que avisar antes a mamá!

Nonó: ¡Mamá ya lo sabe! ¡Ya lo sabe! (Va a salir)

Paolino: ¡Te digo que esperes!

(A Grazia) Vaya usted, por favor, a avisar a la señora.

Nonó: ¡Pero si ya lo sabe!

Grazia: (Yendo a llamar a la puerta de la derecha, refunfuñando) ¡Cuántas historias! ¡Cuántas historias!

Llama a la puerta y, sin esperar siquiera la respuesta, entra.

ESCENA II
Dichos, Señora Perella, el Marinero.

Nonó: (Que se ha detenido junto a la puerta del vestíbulo, grita hacia fuera) ¡Marinero! ¡Marinero! ¡Ven aquí!

Marinero: (Entrando en el acto) ¡Aquí estoy!

(Dobla las piernas y abre los brazos para recibir sobre el pecho a Nonó, que de un salto se cuelga a su cuello) ¡Ah! ¡Viva el almirante!

Nonó: ¡Llévame con papá! ¡Pronto! ¡Pronto!

Entra por la puerta de la derecha la Señora Perella, vestida con un acicalamiento que le hace parecer más ridícula y desgarbada.

Marinero: (A Nonó, a quien sostiene en sus brazos) Espera a ver lo que dice tu mamá.

(Se quita la gorra) A sus órdenes, señora.

Señora Perella: ¿Ha entrado el vapor en el puerto?

Marinero: Estaba entrando, señora. A esta hora debe haber entrado ya.

Nonó: ¡Vamos, vamos en seguida! Quiero ver la maniobra.

Marinero: ¡Ah, durará aún un buen rato antes de que echen la pasarela!

Señora Perella: Le confío Nonó, Filippo. ¡Tenga cuidado con él!

Marinero: Esté tranquila, señora. Puede confiar en el viejo Filippo. Hasta luego, señora. ¡Vamos, almirante!

Sale por la puerta del vestíbulo con Nonó en brazos.

ESCENA III
La Señora Perella y el señor Paolino.

Paolino: (Apenas han salido Nonó y el Marinero, se vuelve hacia la Señora Perella, púdicamente envuelta en el recargado y extraordinario atavío) ¡No, no, querida, esto no! ¿Cómo vas vestida? ¡No es así como has de ir!

Señora Perella: Me… me he arreglado un poco…

Paolino: ¡Nada, nada! ¡Aquí se necesita algo más!

Señora Perella: (Bajando los ojos para contemplarse a sí misma) ¿Por qué?

Paolino: ¡Porque sí! ¡Porque esto no es bastante!

Señora Perella: ¿Aún he de arreglarme más? ¡Dios sabe lo que me ha costado!

Paolino: ¡Lo veo, lo veo, pero no es bastante, alma mía! Todo puede depender del primer encuentro. Dentro de un momento llega… Debe encontrarte deseable… y lo que llevas no sirve. Comprendo lo que debe haberte costado, pero no basta, no sirve…

Señora Perella: ¡Dios mío! ¿Cómo he de hacerlo, entonces?

Paolino: Es enorme, sí, alma mía, lo comprendo, es enorme el sacrificio que debes realizar tú, casta, pura, para hacerte apetecible a una bestia como aquélla. ¡Pero es necesario que representes tu papel hasta el fin!

Señora Perella: (Vacilante, bajando los ojos) ¿He de… escotarme más?

Paolino: ¡Más, sí, más! ¡Mucho más!

Señora Perella: ¡No, no, Dios mío!

Paolino: ¡Sí, por caridad! Tienes gracias, tesoros de gracias en tu cuerpo, que guardas celosamente, santamente escondidos. Tienes que hacerte un poco de violencia.

Señora Perella: ¡No, no… por Dios, Paolino! ¡Qué cosas me estás diciendo! Además, sé que sería inútil. No se ha fijado nunca en mí…

Paolino: ¡Pues tenemos que obligarle a que se fije! ¡Hay que forzar a aquel animal, que no comprende la belleza modesta, púdica, que ocultan tus tesoros de gracia! Hay que hacérsela comprender, eso es… Déjame hacer a mí… hay que ponérsela delante de los ojos…

(Avanzando hacia ella, alargando las manos) Mira… ¿me permites?

Señora Perella: (Deteniéndole aterrada, y ocultándose el pecho, llena de horror) ¡Oh, no, por Dios, Paolino! Los conoce, Dios mío…

Paolino: (Con intención) ¡Recuérdaselos!

Señora Perella: (Como antes) ¡Pero si no le importan!

Paolino: Lo sé; pero es porque tú, alma mía… (y este es el mérito que tienes ante mis ojos, fíjate bien, querida, aquello por lo cual te amo y te venero..) tú…, te decía, no has sabido nunca hacer valer estos tesoros tuyos.

Señora Perella: (Casi horrorizada) ¿Hacerlos valer? ¿Y cómo?

Paolino: ¿Cómo? ¿Lo estás viendo? ¡No imaginas siquiera cómo! Otras, en cambio, lo saben muy bien…

Señora Perella: (Como antes) Pero, ¿qué hacen? ¿Cómo se las arreglan?

Paolino: Pues… no los esconden así… eso es… ¡Vamos, no me desesperes! ¿Crees que sólo te cuesta a ti? ¡Me cuesta también a mí, pardiez! ¡Prepararte, adornarte, para que puedas gustar a otro!

(Levantando los brazos al cielo) ¡Dios mío! ¡Preparar la virtud para comparecer ante la bestia! ¡Pero es necesario, para tu salvación y para la mía! ¡Déjame hacer! No hay tiempo que perder. Ante todo, quítate esta blusa. ¡Es fúnebre! ¡Nada de morados…, rojo, que vibre!

Señora Perella: No tengo ninguna.

Paolino: Entonces, aquella de seda japonesa, que te cae tan bien.

Señora Perella: Pero es cerrada…

Paolino: ¡Pues ábrela! ¡En nombre de Dios, escótala! Mete dentro las dos puntas del cuello, de aquí, de delante. Coses un encaje alrededor… ¡Pero bien abierta por favor…! ¡Muy abierta! Lo menos hasta aquí…

Marca un punto sobre el pecho de ella, muy bajo.

Señora Perella: (Horrorizada) ¡No! ¿Tanto?

Paolino: ¡Tanto! ¡Tanto! ¡Hazme caso a mí!

Señora Perella: (Como antes) ¡Pero tanto, no!

Paolino: Sí, sí, tanto. E incluso te digo que es poco. Y péinate un poco mejor, por lo que más quieras… con algún ricito sobre la frente. Uno largo, aquí, en medio de la frente, en forma de caracol… Y dos más aquí, que caigan sobre las mejillas… también en forma de caracol.

Señora Perella: (Sin comprender) ¿De caracol? ¿Cómo, de caracol? ¿Por qué?

Paolino: ¡Porque sí! ¡Hazme caso! Y no me hagas perder tiempo en explicaciones.

Un caracolillo es así. (Imita con el dedo la forma) En una palabra, como un punto de interrogación al revés. Uno aquí, otro aquí, otro aquí… (Indica la frente, después una mejilla, después la otra) Si no sabes hacértelos, te los haré yo. Ve, ve, querida (La empuja hacia la puerta de la derecha) Y escota mucho la blusa, escótala mucho… Yo entretanto miro si en la mesa no falta nada para el pasto de la fiera…

La Señora Perella sale por la puerta de la derecha, dejándola abierta. Paolino se acerca a la mesa, que está con el mantel puesto, con la vajilla, etc.; la examina, arregla alguna que otra cosa, los cubiertos, los vasos..

Paolino: Así, así… así. Y esa marmota de Totó que no viene… Me dijo dentro de cinco minutos… ¡Ya los vemos, los cinco minutos del señor farmacéutico! ¡Una hora, ha pasado una hora!

Señora Perella: (Desde dentro, chillando) ¡Ay!

Paolino: (Corriendo al umbral) ¿Qué ha pasado?

Señora Perella: Me he pinchado con el alfiler.

Paolino: ¿Te sale sangre?

Señora Perella: No. No me queda ni una sola gota en las venas.

Paolino: Lo sé. ¡Y deberías tener tanta, alma mía, para dar un poco de color a tus mejillas blancas!

Señora Perella: Me ayudará la vergüenza, Paolino…

Paolino: No cuentes con ello. Tienes tanto miedo, que tu vergüenza no tendrá siquiera el valor de sonrojarse. Pero tengo aquí lo necesario para remediarlo, no temas.

Lo he traído yo…

(Saca de su bolsillo una cajita de colorete y otros adminículos de maquillaje y los deja sobre la mesita) Aquí lo tengo todo. ¡Y este imbécil de Totó que no me trae todavía los pasteles! ¡No hay que fiarse de nadie! ¡Si no llegan a tiempo! Me ha dicho: «Empieza a pasar, dentro de cinco minutos estoy contigo…»

Señora Perella: (Desde dentro, llorando) ¡Dios mío… Dios mío… Dios mío!

Paolino: ¿Qué te pasa? ¿Te has vuelto a pinchar? ¿Lloras?

(Mira desde el umbral y se detiene) ¡Ah! ¡Es horrible! ¡Vuelve a abrir la boca!

Señora Perella: (Como antes y con un gemido) ¡Qué vergüenza… qué vergüenza!

ESCENA IV
Dichos, Grazia y el señor Totó.

Se oye llamar a la puerta de la izquierda.

Grazia: (Desde dentro) ¿Se puede pasar?

Paolino: Adelante.

Grazia: (Entrando, con voz desagradable) Hay un señor con un paquete, que pregunta por usted.

Paolino: ¡Ah… Totó, menos mal! Hágalo entrar, hágalo entrar…

Grazia: ¿Aquí?

Paolino: Sí, aquí, si no le molesta…

Grazia: ¿Por qué quiere que me moleste, a mí? Si dice aquí, lo hago entrar aquí y basta.

Paolino: Eso es…, sí… aquí… perdone…

Grazia: ¡Bah… cuántas historias!

Sale.

Paolino: ¡Ya están aquí, Paolino!

(Después, se dirige apresuradamente a cerrar la puerta de la derecha, anunciando antes, en dirección a aquella habitación:) ¡Los pasteles! ¡Los pasteles!

Totó: (Desde dentro) ¿Hay permiso?

Paolino: Ven, ven, Totó, entra. ¿Conque cinco minutos, eh?

El señor Totó entra llevando un paquete escondido detrás de la espalda.

Totó: Ten paciencia, es cosa delicada, Paolino. Está de por medio mi responsabilidad… ¿comprendes?, y la de mi hermano. Cuando hay de por medio un inocente…

Paolino: (Estallando) ¿Un inocente? ¿Quién? ¿Quién es el inocente? ¡Ah, vienes a decirme que aquí hay un inocente…! ¿eh? ¿Te refieres a él? ¡Cuándo estamos todos aquí, incluso tú, para obligarle a cumplir con su deber, a costa de hacerme estallar el corazón de rabia, de desesperación, de congoja! ¡Un hombre como yo, que no ha fingido nunca, que ha gritado siempre las verdades a la cara, obligado a usar una estratagema como ésta, de este género, con la ayuda de un imbécil como tú!

Totó: ¡No, no! ¿Qué estás imaginando? Lo decía por el niño, Paolino. ¿No hay aquí un niño?

Paolino: ¡Ah…! ¿Hablabas del niño?

Totó: Sí, claro, ¿de quién va a ser? Si digo un inocente…

Paolino: ¡Ah!, entonces, perdóname, querido. Estoy en un estado de ánimo… ¿Has traído lo que tenías que traer?

Totó: Pues verás, precisamente quería decirte… Habiendo un niño en la casa, comprenderás… he pensado: líbrenos Dios de…

Paolino: (Comprendiendo) Ya, ya… sí…

Totó: Y no he querido, no he querido de ninguna manera…

Paolino: (Inquieto) ¿Cómo que no has querido? ¿Y qué has hecho, entonces?

Totó: ¿De los pasteles? Me los he comido.

Paolino: ¿Tú? ¿Te los has comido? ¿Te has comido cuarenta pasteles?

Totó: La mitad. He guardado la otra mitad para mi hermano, esta noche.

Paolino: ¡Cómo! Y entonces… ¿qué me has traído?

Totó: ¡No has perdido nada, no temas! ¡Al contrario, has salido ganando! (Mostrándoselo) Un hermoso pastel de crema, exquisito!

Paolino: (Irónicamente) ¡Sí, como para lamerse los dedos! ¡Realmente, será un festín para mí!

Totó: No, no lo digo por esto, no te enfades. Lo digo para explicarte el retraso. He tenido que prepararlo… Mira. (Lo pone sobre la mesita y abre el paquete)

Paolino: Y aquí… ¿eh…? (Y le hace una seña de inteligencia)

Totó: No lo dudes. (Se lo enseña, levantándolo) Preparado de maravilla para que no haya error posible. ¿Ves? Mitad blanco…, esta mitad es para el niño… y para ti, si quieres comer. Y mitad negro… ¡crema de chocolate! ¡De ésta, nada al niño, sobre todo! ¡Ten cuidado!, ¿eh?

Paolino: La mitad negra, sí. Está bien. Pero… (Una seña, como antes)

Totó: No lo dudes…

Paolino: Está bien. Ve, entonces, vete, amigo mío. ¡Es tarde ya! El vapor ya ha llegado. Ve, ve… Y esperemos… esperemos que todo irá bien…

Totó: Puedes estar seguro.

Paolino: ¡Cómo quieres que esté seguro!

(Súbitamente, estallando) ¡Una tumba!, ¿eh? ¿Me has comprendido?

Totó: ¿Puedes acaso dudar de mí?

Paolino: No, no, eres amigo mío, lo veo… Y el café, te lo daré cada mañana, ¿sabes? Puedes contar con él. ¡Vete! ¡Vete!

Totó: Sí, sí, gracias… Adiós, Paolino.

Sale por la puerta izquierda.

Paolino: (Coge el pastel y lo coloca con solemnidad sacerdotal, sobre la mesa, altar de la Bestia) ¡Oh, Dios mío, haz que sirva! ¡Haz que sirva! ¡La suerte de una familia, la vida y el honor de una mujer, mi vida incluso, todo depende de esto!

ESCENA V
Dichos y Señora Perella.

Entra la Señora Perella por la puerta de la derecha, más avergonzada que nunca, dando la espalda a Paolino, la cabeza baja, la mirada fija en el suelo, las manos extendidas para esconder el pecho. Va escotadísima y se ha hecho los caracoles que le han dicho, uno en la frente y otro en la mejilla.

Señora Perella: Paolino…

Paolino: (Acudiendo) ¡Ah! ¿Ya está? ¡Bravo, bravo! ¡Déjame ver…!

Señora Perella: (Impidiéndoselo) ¡No, no, que me muero de vergüenza! ¡No…!

Paolino: ¿Qué quieres, estar así delante de él? Entonces, ¿por qué te has escotado? ¡Venga, venga, abajo estas manos!

Señora Perella: (Como antes) ¡No… no…!

Paolino: ¿Pero no comprendes que es necesario que él te vea?

La Señora Perella se lleva entonces las manos al rostro, levantando aquí y allá los brazos para dejar al descubierto el pecho abundantemente exhibido.

Señora Perella: Sí… sí…, claro…

Paolino: ¡Ah…, bien… muy bien… magnífico!

(Pero la Señora Perella, con el rostro oculto entre las manos, rompe a llorar) ¡Cómo! ¿Lloras? ¡Vaya, muy bien! ¡Estropéate los ojos, ahora!

(Súbitamente enternecido y abrazándola:) ¡Alma mía, alma mía, perdóname! Sufro más que tú, créelo, sufro mucho más que tú, con este sacrificio que, lo comprendo, debe ser tremendo. Me mataría, créeme, por no ver este espectáculo de la virtud teniendo que prostituirse en esta forma… ¡Vamos, vamos… ¡Es tu martirio, querida! ¡Tienes que afrontarlo con valor! ¡Y yo soy quien debe darte este valor!

Señora Perella: ¡Si sirviese para algo, por lo menos!

Paolino: ¡Así, no, puedes estar segura! ¡Así no servirá para nada! ¡No…! ¡Sonriente… sonriente, querida…! ¡Pruébalo, haz un esfuerzo por sonreír…!

Señora Perella: ¿Y cómo puedo hacerlo, Paolino?

Paolino: ¿Cómo? Así… así… mira… (Sonríe sin ganas, con sonrisa forzada)

Señora Perella: No puedo… no sé…

Paolino: Sí, sí, mira… ¿Qué quieres que haga para hacerte reír? ¿Alguna mueca de mono?

(Las hace) ¡Así…! ¿Lo ves…? ¡Sí, sí… ríe! Me rasco incluso… ¿ves?

La Señora Perella ríe entre lágrimas, con risa convulsiva.

Paolino: ¡Ríe… ríe… bravo… así! ¡Mira, ahora me tiro al suelo… hago el gato!

(Lo hace como dice y aumentan las convulsiones de risa de la Señora Perella) ¡Bravo… así… así… así… ríe! Y ahora doy un salto de cordero.

(Lo hace y las convulsiones de la señora llegan al paroxismo) ¡Viva la bestia! ¡Viva la bestia!

Señora Perella: (Mientras Paolino sigue dando saltos de cordero) ¡Basta, basta… por favor! No puedo más… no puedo más…

Y pasa súbitamente de la risa al llanto desesperado.

Paolino: (Interrumpiendo súbitamente sus saltos y acudiendo a ella, frenético) ¡Cómo! ¿Vuelves a llorar? ¡Reías tan bien! ¡Ah, es la desesperación, lo sé! ¡Vamos, vamos, basta! ¡Acaba ya, por Dios! ¡Me vas a volver loco!

(Presa de frenesí creciente la sacude con rabia y la pone en pie a la fuerza, como si fuera un fantoche) ¡Me vuelves loco! ¡Vamos, levántate! ¡Levántate y calla!

¡Quiero que estés callada y de pie! ¡Así… así! ¡Tengo que maquillarte!

Señora Perella: (Aturdida, por los empujones, aterrada, confusa) ¿Maquillarme?

Paolino: Sí. (La hace sentar en una silla, al lado de la mesita, de espaldas al público) ¡Sécate bien los ojos! ¡Y las mejillas! Estás pálida. ¿Cómo quieres que la bestia aprecie la finura de tu delicadeza, la suavidad de tu gracia melancólica? ¡Te maquillo! Levanta la cara… Así… (Se la levanta)

Señora Perella: (Como un autómata, con la cara levantada, mientras Paolino coge de la mesita los objetos que necesita para el maquillaje) ¡Ay, Dios mío! ¡Haz de mí lo que quieras…!

Paolino: (Comenzando a embellecerla, a pintarle las mejillas, los ojos, la boca, con espantosa exageración) Así… espera. Primero las mejillas… ¡Así…! ¡Así…! Para él, que no comprende otra cosa, tienes que ser como una de aquellas… ¡Así…! Ahora la boca… Eso es, abre un poco los labios… Así, espera… así… No llores, por Dios… Lo estropeas todo. Así… así… Ahora los ojos. Tengo que ennegrecerte los ojos. Lo tengo todo aquí., todo. Eso es… así… así… Y ahora te refuerzo las cejas con el lápiz… Así… así… Deja que te vea…

Pone en pie a la Señora Perella, que está aturdida.

Se ve entonces su rostro, espantosamente pintado, como el de una prostituta de lupanar.

Paolino: (Como embriagado, con grotesco aire de triunfo) ¡Y ahora, que el señor capitán Perella me diga si vale más aquella señora de Nápoles!

Señora Perella: (Después de permanecer inmóvil un momento, en exhibición, como un espantoso fantoche de feria, va a mirarse en el espejo, del diván; queda horrorizada) ¡Oh, Dios mío…! ¡Qué horror!

Paolino: Eres como tienes que ser para él.

Empieza a esconder los adminículos de maquillaje.

Señora Perella: ¡Pero si no soy yo! No me reconocerá…

Paolino: ¡Es lo que queremos, que no te reconozca! ¡Ha de verte del todo distinta!

Señora Perella: ¡Pero esto es una máscara horrible!

Paolino: La que se necesita para él.

Señora Perella: (Desesperada) ¿Y Nonó? ¿Nonó…? ¡Soy una pobre madre, Paolino!

Paolino: (Enterneciéndose hasta las lágrimas; abrazándola) Sí, sí… tienes razón. Pero ¿qué le vamos a hacer? ¡Él te quiere así! ¡No te quiere madre! ¡Esta máscara es para él, para su bestialidad! Pero debajo de ella estás tú, con tus penas; tú, tal como eres para ti misma y para mí, querida. ¡Y todo nuestro amor!

ESCENA VI
Dichos, Nonó, el Capitán Perella, después Grazia.

Dentro se oye la voz de Nonó que grita, acercándose.

Voz de Nonó: ¡Aquí está papá! ¡Aquí está papá!

Paolino: (Soltándose rápidamente del abrazo y alejándose de la Señora Perella) ¡Aquí está! ¡Cuidado!

Señora Perella: ¡Dios mío… Dios mío…!

Paolino: ¡Sonríe, querida, sonríe…!

Nonó: (Vuelve a gritar aún desde dentro) ¡Ha llegado pa…!

Pero un suave puntapié del capitán lo hace entrar en escena cortándole en la boca la palabra.

Aparece el Capitán Perella, que tiene aspecto de un enorme jabalí velludo, cuyos resoplidos se oyen desde lejos.

Perella: (A Nonó, acompañando el puntapié que le administra en las posaderas) ¡Cállate, que no necesito trompeteros!

Señora Perella: (Da un grito, recibiendo a Nonó en sus brazos) ¡Ah, Nonó mío…!

Paolino: ¿Te has hecho daño, Nonotto?

Perella: ¡No se ha hecho nada! Mi padre, querido profesor, para castigarme, cuando tenía seis años, por no haber aprendido todavía a nadar, ¿sabe qué hizo? Me agarró por el cogote, me arrojó al mar desde el muelle, vestido, y me gritó: «¡O muerto o nadador!»

Paolino: ¡Y usted no murió!

Perella: No. Aprendí a nadar. Quiero decirle con esto que no estoy de acuerdo con usted acerca del método, querido profesor. ¡Es demasiado suave! ¡Demasiado suave!

Paolino: ¿Suave, yo? Perdone…, ¿y por qué? Creo que en caso necesario…

Perella: ¡Qué caso necesario ni qué…! ¡Temple, temple, es lo que se necesita! Le digo que es usted demasiado suave, y que me está malcriando al chiquillo.

Paolino: (Calurosamente) ¡No, esto no! ¡No debe decirme esto, capitán! Porque no es éste el verdadero mal, y usted hubiera debido comprenderlo así hace ya tiempo.

Perella: Pues, ¿cuál es el verdadero mal? ¿Su madre?

Paolino: ¡No, su madre, no! Es la consecuencia, con perdón de usted, de ser hijo único. Por esto se malcría este niño.

Perella: ¡Nada de esto! ¡Qué hijo único ni qué…! ¡Esto lo dice usted!

Paolino: Perdone, ¿no es hijo único?

Perella: (Alzando la voz y enardeciéndose de más a más) ¡Hay que saber educarle!

Paolino: Sí, es cierto… Pero si fuesen dos…

Perella: (Enfureciéndose, con los ojos inyectados en sangre) ¡No vuelva a decirlo ni en broma!, ¿sabe usted? ¡Ni en broma! ¡Bastante tengo con uno!

Paolino: No se exalte, no se exalte… por favor. Lo decía… lo decía para excusarme…

Perella: ¡Otro hijo! ¡Estaríamos frescos! ¡Estaríamos…!

Mientras se desarrolla este diálogo entre el Capitán Perella y Paolino, detrás de ellos se desarrolla otro, mudo, entre Nonó y su madre. Nonó, al acabar de llorar, se ha fijado en su madre y ha quedado inmóvil, abiertos ojos y boca, al verla disfrazada de aquel modo. La madre, entonces, ha unido piadosamente las manos para rogarle que no gritase su espanto y su estupor; después, asaltada por su habitual contracción visceral, ha abierto la boca coma un pez y se ha llevado súbitamente el pañuelo a la boca, dejando a Nonó asustado y agitando las manos en el aire.

Perella: (Como arrepentido, llamándole) ¡Ven aquí, Nonó!

(Se vuelve, sorprendiéndole en el momento de agitar las manos) ¿Qué haces?

(Mira a su mujer) ¿Cómo, tú…?

Suelta una ruidosa e interminable carcajada, durante la cual el señor Paolino, a su espalda, cierra los puños, furioso; los abre luego, contrayéndolos, con la tentación de saltarle encima y hacerle pedazos, mientras la Señora Perella, avergonzada, mortificada, llena de temor, mira al suelo.

Perella: ¡Cómo te has… cómo te has embadurnado! ¡Qué esperpento! ¡Ja, ja, ja! ¡Pareces una mona vestida, sobre un organillo…! ¡Palabra de honor!

Se le acerca, le coge una mano y la contempla sin dejar de reír) ¡Oh…! ¡Hay que ver!

(Le ve el pecho descubierto) ¡Oh, qué abundancia…! Pero, ¿qué es esto?

(Volviéndose hacia Paolino) Profesor… ¡Ja, ja, ja…! ¿No le admira a usted también este espectáculo?

Paolino: (Reprimiendo con dificultad su indignación; con sonrisa forzada) ¡No, no, en absoluto…! ¿Por qué ha de admirarme…? Veo que la señora se ha ataviado con cierta… elegancia.

Perella: ¿Elegancia? ¿Llama usted elegancia a esto? ¡Si parece que se haya disfrazado! ¡Que se haya…!

(Señalando el pecho descubierto) ¡Si va enormemente escotada! ¡Ja, ja, ja…!

Señora Perella: Pero, Francesco…, Dios mío, es que…

Perella: ¿Te has disfrazado así en honor mío? ¡No, no, no, no! ¡Ah, gracias…! ¡No, no! (Señalando el pecho de su mujer) Puedes cerrar la tienda. No compro.

(Volviéndose al señor Paolino) ¡Pasó aquel tiempo, querido profesor! Todo esto ha pasado a la historia…

(A su mujer) ¡Gracias, querida, gracias! Ve, ve a lavarte la cara. Quiero ir en seguida a la mesa. En seguida…

Señora Perella: Está todo a punto, querido Francesco.

Perella: ¿A punto? Entonces, ¿nos podemos sentar? ¡Bravo! ¿Come usted con nosotros, querido profesor?

Paolino: Pues… creo que sí…

Señora Perella: Sí, sí, Francesco; el profesor está invitado…

Perella: Me alegro mucho. Venga, venga, profesor, siéntese. Pero no se escandalice porque yo como como un… ¿sabe usted?, como un… ¡Y se ve!, ¿verdad? ¡Se ve…!

(Muestra la barriga; después, volviéndose a su mujer, que hace ademán de sentarse frente él:) ¡No, no, querida! Por favor, óyeme… Si no quieres ir a lavarte la cara no te sientes delante de mí pintarrajeada de este modo. Me entrará de nuevo la risa y algún bocado, Dios nos libre, puede irse por otro conducto. ¿Cómo se te ha ocurrido esta idea…?

Señora Perella: Dios mío, Francesco, no lo hice con ningún propósito determinado…

Perella: ¿Cómo? Entonces, ¿ha sido por…?

(Hace con la mano un gesto que significa: «¿Ha sido por capricho?», y se ríe de nuevo) ¿Es posible, profesor, que usted que es tan serio, diga que…?

Paolino: (Interrumpiéndole) ¡Pues sí, digo que debería usted reconocer que la señora está muy bien así…!

Perella: ¡Muy bien, sí, no digo que no…! ¡Pero a condición de que fuese otra!, ¡eso es! A condición de que fuese una de esas que… ya me entiende usted. Como esposa, no… perdone. Como esposa, diga la verdad… está grotesca.

(Prorrumpe en nuevas carcajadas) ¡Nada! ¡Me río! Tenga paciencia, profesor; hágala sentar aquí, en su sitio, y siéntese usted delante de mí.

Paolino: (Levantándose y tomando el sitio de la señora) ¡Oh, por mí… como quiera!

Perella: Dispense usted… y muchas gracias… (A su mujer) ¿Qué? ¿Comemos?

(Volviéndose hacia Nonó, que está enfurruñado, acurrucado en el diván) ¡Eh, Nonó, a la mesa!

Nonó: ¡No quiero ir!

Perella: (Dando un puñetazo sobre la mesa) ¡A la mesa, he dicho! ¡En seguida! ¡Obedece sin replicar!

Paolino: Vamos, Nonó, ven, sé bueno…

Perella: (Con otro puñetazo sobre la mesa) ¡No, se lo ruego, profesor…!

Paolino: Dispense…

Perella: Usted me lo malcría, ya se lo he dicho. Debe obedecer sin que tengamos que pedírselo. He dicho que a la mesa, pues, a la mesa…

Se levanta y va a buscarle al diván.

Señora Perella: (En voz baja, mientras tanto, a Paolino, casi a punto de llorar) ¡Dios mío! ¡Dios mío…!

Paolino: (También en voz baja, a la Señora Perella) ¡Ánimo…! ¡Paciencia…! Sonríe…, sonríe… como yo…

Perella: (Obligando a Nonó a sentarse a la fuerza en una silla) ¡Aquí! ¡Así! ¡Te sentarás y no comerás, en castigo! ¡Ponte tieso…! ¡Ponte tieso, he dicho, o te dejo atontado de un puñetazo! (Le amenaza con el puño, y Nonó, asustado, se yergue) Bien… ¿qué? ¿Se come o no?

Señora Perella: (Viendo entrar a Grazia con una sopera humeante) Aquí está, aquí está, Francesco.
(Grazia servirá los platos desde el aparador y durante la comida entrará y saldrá varias veces)

Perella: ¡Por fin!

(A Paolino, que después del consejo dado a la Señora Perella ha permanecido con la sonrisa fija en sus labios) Escuche, profesor, se lo advierto porque le trato como a un amigo. Me haría usted un gran favor si no sonriese cuando hago alguna, observación a mi mujer o a mi hijo.

Paolino: (Cayendo de las nubes) ¿Yo? ¿Yo sonrío?

Perella: ¡Sí, usted, sí! Tiene usted la sonrisa en los labios, incluso ahora.

Paolino: ¿Sí? ¿De veras, sonrío?

Perella: ¡Sí, sonríe… sonríe…!

Paolino: ¡Dios mío…! ¡Entonces no sé! Le juro, capitán, que temo no ser yo el que sonríe, porque yo… se lo juro…, no sonrío.

Perella: ¿Cómo que no sonríe, si está sonriendo?

Paolino: ¿Sí? ¿Aún? ¡Pues no soy yo! ¡No soy yo! ¡Puede creerme! No tengo la intención de sonreír en este momento. Si sonrío será, ¿cómo le diré?, serán los nervios, eso es, los nervios… que sonríen por su cuenta.

Perella: ¿Tiene usted unos nervios tan sonrientes?

Paolino: ¿Eh? Sí…, así parece. Sonrientes…

Perella: ¡Pues yo no! ¿Sabe usted?

Paolino: Ni yo habitualmente tampoco, de veras… Se ve que hoy me ha dado por ahí… ¡Los nervios!

Empieza a comer.

Pausa.

Nonó: (Ante quien Grazia ha colocado ya un plato de sopa, hace rato) ¿Puedo comer, papá?

Perella: Te había dicho que no.

(A su mujer) ¿Quién le ha servido?

Señora Perella: Le ha servido Grazia, Francesco.

Perella: ¡No tenía que haberlo hecho!

Paolino: Quizás… quizás no lo sabía.

Perella: Entonces ella (señalando a su mujer) tenía que habérselo dicho.

(A Nonó) Bien, por esta vez, come. (Nonó se agita en su silla sin comer la sopa)

Señora Perella: Come, come, Nonó.

Nonó hace su gesto habitual con el dedo.

Perella: (Viéndolo) ¿Qué significa?

Nonó: No lo decía por la sopa, papá.

Perella: Pues entonces, ¿por qué lo decías? ¡Ahora es hora de comer la sopa!

Nonó: (Vacilante, pilluelo) ¡Oh…! Veo una cosa…

Señora Perella: (En tono de lamento, de censura) ¿Y qué ves, Nonó?

Paolino: (Sobre ascuas) Bendito muchacho…

Nonó: (Indicando con un gesto rápido, inmediatamente retirado, el pastel que hay en el centro de la mesa) ¡Esto!

Perella: ¿Qué es esto? ¡Ah, un pastel…!

Paolino: Sí… me he tomado la libertad, capitán…

Perella: ¿Ah, lo ha traído usted?

Paolino: Sí, me he tomado esta libertad… Perdone usted…

Perella: ¿Que le perdone…? ¡Cómo…! ¡Ésta sí que es buena! ¿Tengo que perdonarle que haya traído un pastel? ¡Creo que más bien tengo que darle las gracias, querido profesor!

Paolino: ¡No…! ¿qué dice? Yo soy, yo, quien debe dar las gracias, capitán…

Perella: ¿Por haberle invitado a comer? Bien, lo cual quiere decir que nos daremos las gracias mutuamente.

Paolino: ¡Oh, sí… esperémoslo! (Se le ha escapado involuntariamente esta exclamación)

Perella: ¿Esperémoslo? ¿Qué quiere usted decir?

Paolino: (Tratando de remediar la indiscreción) Sí, digo que… que esperemos que sea de su gusto… que le plazca…

Nonó: ¡A mí me gusta mucho…! ¿sabes…? ¡Mucho! (Se pone de rodillas sobre la silla) ¡Mira! ¡Mira aquí! ¡Esta parte negra!

Perella: ¡A sentarse, truenos!

Nonó obedece.

Paolino: (Con escalofríos) No vengas ahora con líos, ¿eh, Nonó? ¡No empecemos con esta parte negra, si no quieres que me arrepienta de haberlo traído! Tú, esta parte, no debes ni probarla…

Nonó: ¿Por qué?

Paolino: ¡Porque no! Porque mamá me ha dicho que tienes un poco de irritación… ¿no es cierto, señora? Aquí… en el estómago… y el chocolate, para ti, en este momento…

Nonó: ¿Yo? ¡No es verdad! ¡Es mamá quien sufre del estómago, no yo!

Paolino: (Rápido) ¡Nonó!

Señora Perella: (Con voz ahogada) ¡Nonó!

Perella: ¡Nonó, acabemos de una vez!

Paolino: Lo he hecho hacer así exprofeso, hijo mío, mitad y mitad…

Nonó: ¡Pero a mí me gusta la que es de chocolate!

Perella: ¡Y tendrás la de chocolate, pero calla! ¡A mí no me gusta…!

Paolino: (Súbitamente aterrado) ¡Cómo…! ¿no le gusta el chocolate?

Perella: Es decir, prefiero la otra parte.

Paolino: (Se le cae el alma a los pies y pierde casi la respiración) ¡Dios mío!

Perella: ¿Qué le pasa?

Paolino: Nada, nada… veo que me he… que me he equivocado… y…

Perella: ¡No se apure! Yo como de todo… ¡de todo! Pero me parece que ahora no comemos más que charla y parloteo… ¿Dónde está Grazia? ¿Qué hace?

(Golpea con el puño sobre la mesa) ¿Qué hace?

Entra Grazia con el siguiente plato.

Señora Perella: Aquí está, Francesco.

Perella: (A Grazia) ¡Quiero ser servido a redoble de tambor! ¡Te he dicho mil veces que en la mesa no quiero esperar! ¡Ven aquí!

(Le arranca la fuente de las manos con tal violencia que el contenido está a punto de verterse sobre él; se pone en pie, arrojando la fuente sobre la mesa, y rompiendo, como se comprende, algún plato o algún vaso) ¡Por Dios! ¡Qué manera de servir!

Grazia: Si usted me lo coge…

Perella: ¡Y tú me lo viertes encima, idiota…! ¡Comed vosotros! ¡Yo no quiero comer!

Hace ademán de dirigirse a su cuarto.

Paolino: (Corriendo tras él) ¡No, no, por favor… capitán!

Señora Perella: (Corriendo también tras él) Piensa que tenemos un invitado. ¡Dios mío, Francesco…!

Perella: (A Paolino) Me hacen desesperar, querido profesor, me hacen desesperar en esta casa… ¿No lo ve usted?

Paolino: Le ruego que tenga un poco de paciencia…

Perella: ¡Sí, paciencia! ¡Si lo hacen expresamente!

Señora Perella: Tratamos de hacerlo todo lo mejor posible para que estés contento…

Perella: (Fijándose nuevamente en su rostro pintarrajeado) ¡Mirad qué cara! ¡Mirad qué cara!

Paolino: Vamos, sea bueno… vamos, hágalo por mí, capitán. Soy de confianza, pero, al fin y al cabo, soy un invitado…

Perella: (Consintiendo) ¡Bien, por usted, sea! ¡Me rindo por usted! Pero no garantizo que aguante hasta el final.

Paolino: ¡No, no diga esto…! Esperemos… esperemos que no tendrá ningún otro motivo de disgusto.

Perella: ¿Qué quiere? Hace ya años que en mi casa no consigo llegar al final de una comida…

(Volviéndose a su mujer:) Es inútil, ¿sabes?, repetirme que tenemos un invitado a la mesa. Cuando me enfado, profesor, pierdo la calma y no me fijo ya en quien hay o en quien no hay. Ha de perdonarme… Para no hacer un desaguisado, me voy.

Durante esta escena Nonó, que había quedado sentado a la mesa, se habrá puesto lentamente de rodillas sobre la silla y, como un gatito, alargando la patita, habrá probado el pastel, por la parte del chocolate.

Perella: (Fijándose en ello) ¡Ahí lo tiene! ¿Lo ve? ¡Ahí lo tiene! ¡Si ésta es la manera de educar a un chiquillo…!

(Agarra a Nonó por una oreja y lo arrastra hacia la puerta de la derecha) ¡A la cama en seguida! ¡A la cama sin acabar de cenar! ¡Rápido!

(En cuanto llega delante de la puerta lo empuja hacia dentro con el pie) ¡Largo!

(Volviendo a la mesa) ¡Yo no resisto esto! ¡No lo resisto! ¿Ve de qué manera he de comer, cada vez?

Señora Perella: ¡Bendita criatura…!

(A Paolino:) ¡Pues no ha comido poco!

Paolino: No, vea usted… Solo un poco por aquí… apenas nada…

Perella: Profesor, por favor, ¡no me lo enseñe! Me viene la tentación de cogerlo y tirarlo por la ventana…

Hace ademán de cogerlo, y de dirigirse al mirador.

Paolino: (Deteniéndole) ¡No! ¡Por caridad! ¿Me quiere hacer esta afrenta, capitán?

Perella: ¡Entonces, comámoslo en seguida!

Paolino: ¡En seguida! ¡En seguida! ¡Eso es! ¡Bravo! ¡Es una buena idea! Y, si me permite, corto yo… hago las partes, ¿eh…? ¡Eso es, en seguida, en seguida…! (Parte el pastel) A la señora, primero… eso es. Este trozo para la señora… así.

Señora Perella: Demasiado.

Paolino: ¡Nada, nada! ¡Así!

(Volviéndose hacia el capitán) Ahora, si me lo permite… (digo si me lo permite porque si no lo permite, ¡nada!), en calidad de profesor… sólo en calidad de profesor…

Perella: ¿Quiere darle a Nonó?

Paolino: ¡Hoy, no! ¡Hoy, no! Usted le ha castigado y ha hecho bien. Le guardaremos su porción, si me lo permite, para mañana. Toda esta parte blanca… Se la había prometido como premio… en mi calidad de profesor…

Perella: (Golpeando la mesa con un dedo, contento del chiste que se dispone a decir) ¿Lo ve? ¿Lo ve? ¡Ya le he dicho que su método es demasiado dulce! ¡Es más dulce que este pastel! (Y se echa a reír el primero)

Paolino: (Riéndose sin ganas, mientras la Señora Perella le hace eco) ¡Ah, sí…! ¡Graciosísimo…! Y de esta mitad… de esta mitad hacemos así…

Perella: ¿Cómo así? ¡Si me la da toda a mí! ¡De ninguna manera!

Paolino: Se lo ruego… porque a mí la crema… me da… me da… me da acidez de estómago… ¿comprende? Cuanto menos coma, mejor. Además, ha cenado usted tan poco…

Perella: (Comiendo a grandes bocados) ¡Bueno… bueno… bueno…! ¡Ah, buenísimo! ¡Bravo, profesor!

Paolino: No sabe usted el placer que me está causando en este momento.

Señora Perella: También me lo causa a mí; ¡le veo comer con tan buen apetito…!

Paolino: ¿Quiere también este trozo? ¡Mire, no lo he tocado!

Perella: ¡No, no!

Paolino: Por mí, sin cumplidos. Me haría daño, se lo aseguro.

Perella: Voy a tomar, en este caso, un poco de la porción de Nonó. Me parece demasiado.

Paolino: No, espere; me hará un favor si toma la mía…

Perella: ¡Ah, si le hace daño…, venga su parte!

(La coge y se la come también) ¡No hay peligro de que me haga daño a mí! ¡Podría comer dos veces más, tres veces más, y no me haría nada!

(A su mujer) ¿Qué me das para beber con esto?

Señora Perella: Pues… no sé.

Perella: ¿Cómo que no sabes? ¿No hay siquiera un poco de vino dulce?

Señora Perella: No, Francesco…

Perella: (Enfureciéndose a propósito, volviéndose hacia Paolino, para poder plantar, como de costumbre, a su esposa y encerrarse en su habitación) ¿Ha visto? Se invita a una persona a cenar y no hay siquiera un poco de vino dulce…

Paolino: ¡Oh, por mí…!

Perella: ¡Es por la cosa en sí! ¡Por la falta de orden, de previsión, de buen gobierno, en mi casa! Mi mujer no piensa más que en pintarse…

Señora Perella: (Ofendida) ¿Yo?

Perella: ¿Ah, no? ¿Lo niegas?

Señora Perella: ¡Pero si es la primera vez, Francesco…!

Perella: (Agarrando el mantel y tirando de él, con lo cual toda la vajilla y cristalería se viene abajo; poniéndose luego en pie) ¡Ah, truenos y relámpagos…!

Paolino: (Aterrado) ¡Capitán, capitán…!

Perella: ¡Se atreve a replicarme, truenos!

Señora Perella: Pero, ¿qué he dicho?

Perella: Es la primera vez, ¿eh? ¡Pues que sea la última! ¡Porque conmigo es inútil! ¡A mí no me pillas! ¡No me pillas! ¡No me pillas! ¡Antes me tiro por la ventana! ¡Vete al diablo!

Corre, mientras dice esto, hacia la puerta de su habitación, se mete dentro y se oye el ruido del pestillo, que convendrá exagerar grotescamente.

ESCENA VII
Paolino, la Señora Perella y Grazia.

Se quedan los dos como aturdidos, mirándose uno a otro durante un rato en la creciente penumbra. Entra Grazia, ve la vajilla por el suelo y levanta los brazos al cielo, meneando la cabeza.

Grazia: ¿Cómo de costumbre, eh?

Señora Perella: (Hace caso omiso del movimiento de la cabeza; después dice:) Vete, Grazia, ya lo arreglarás mañana…

(Señala, con un signo, la habitación de su marido) No hagas ruido…

Grazia: ¿Enciendo?

Señora Perella: No, déjalo, déjalo…

Grazia: (Retirándose) Cada vez lo mismo…

Sale por la puerta del vestíbulo.

ESCENA VIII
Dichos menos Grazia.

Va avivándose paulatinamente el rayo de luna que entra por la ventana del mirador, iluminando principalmente los cinco tiestos de flores que hay entre las dos puertas laterales de la izquierda.

Señora Perella: ¿Lo has oído? Dice que antes se tiraría por la ventana…

Paolino: ¡Esperemos aún! ¡No hay que desesperar!

Señora Perella: ¿Tú conservas esperanzas? ¡Yo, no, Paolino!

Paolino: Los dos hermanos me han dicho que no dudase, que estuviese seguro…

Señora Perella: Sí, pero yo me refiero a él, al decir que ya no espero nada. ¡No le conocen! ¡No le conoces ni tú, Paolino! Es verdad que antes que ceder se tiraría por la ventana.

Paolino: Oye… Si te preparas a afrontar esta prueba con estos ánimos…

Señora Perella: ¿Yo? No me moveré de aquí, Paolino… Espero…, esperaré toda la noche.

Paolino: Pero tienes que esperar con fe…

Señora Perella: ¡Ah, no, créeme, es en vano…!

Paolino: ¡Pero debes tener por lo menos un poco de fe! Con ella, créeme, te será más fácil atraerlo. ¡Sí, sí! ¡Creo en la fuerza de la seguridad en uno mismo! ¡Y tú has de tener esa seguridad! Piensa que, si no, es el abismo abierto a nuestros pies. ¡Yo no sé ya ni lo que hago! ¡Por piedad, alma mía!

Señora Perella: Sí…, sí. Desde luego… ¿Ves? Me pongo aquí…, así…

Se sienta en un sillón antiguo de grandes brazos, de cara a la puerta de la habitación del marido, de manera que si éste abre la encuentre ante sí en actitud de «Ecce Ancilla Domini», envuelta en el rayo de luna.

Paolino: Sí, sí…, eso es. ¡Oh, santa mía! Te ruego que me dejes una señal mañana, mañana al amanecer… Esta noche no dormiré. Mañana al amanecer vendré delante de tu casa. Si es que sí, ponme una señal; mira, uno de estos tiestos de flores, allá, en el alféizar del mirador…, para que pueda verlo desde la calle mañana al amanecer. ¿Me has comprendido?

Permanecerá un momento en actitud de «Ángel anunciador», con el tiesto en la mano, en el cual habrá un lirio gigantesco.

Se oirá zumbar el reflector que manda el rayo de luna.

Señora Perella: No me moveré de aquí. Hasta mañana, Paolino.

Paolino: ¡Así sea!

Telón

1919 – El hombre, la bestia y la virtud
Apólogo en tres actos
Introducción
Personajes, Acto Primero
Acto Segundo
Acto Tercero

In Italiano – L’uomo, la bestia e la virtù

««« Pirandello en Español

Se vuoi contribuire, invia il tuo materiale, specificando se e come vuoi essere citato a
collabora@pirandelloweb.com

ShakespeareItalia

 

 

 

Skip to content