Diana y Tuda – Acto II

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In Italiano – Diana e la Tuda

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Diana y Tuda - Acto II
Alida Sacoor, Diana e la Tuda, 2013

Diana y Tuda
Acto Segundo

La misma escena del primer acto.

Al levantarse el telón, Tuda, en traje de noche, elegantísimo, se está mirando en un espejo que sostiene la Jovencita que acompaña a la Modista. Está cerca de ella, arreglándole todavía un lado del traje. Detrás de ella, se encuentra la Modista de sombreros, acompañada por otra Jovencita que lleva una gran caja llena de sombreros y flores artificiales. La Modista ha traído también telas para escoger otro traje. Sirio está detrás de la cortina, esperando que la prueba termine.

Tuda: ¡No, no; no me gusta! ¡No me gusta!

La Modista: ¡Pero si le está divinamente, señora!

Tuda: ¿Divinamente? ¡No ha salido en absoluto como yo lo quería!

La Modista: Y no obstante, he seguido exactamente sus indicaciones.

Tuda: ¡Yo no le he dicho que quería todo este… —¿cómo se llama?— todo ese azabache!

La Modista: ¡Pero es tan elegante, señora! ¡Es espléndido, créame!

Tuda: Demasiado. ¡No me gusta! ¡No, no, fuera! ¡No puedo vérmelo más encima! ¡Quítemelo!

La Modista: ¿Me echa a perder así el trabajo? ¡Espere, que se podrá arreglar!

Tuda: ¿Qué quiere arreglar? No, ni siquiera el color me va bien. Y me cae tan mal, además…

La Modista: Sí, me he dado cuenta también de algunos defectos, pero son sin importancia, facilísimos de corregir… No es culpa mía, créame. La señora, con perdón, está un poco…

Tuda: ¿Cómo?

La Modista: …delgada…

Tuda: ¿Yo?

La Modista: Sí, desde la última vez…

Tuda: ¿Es posible? ¿En tan pocos días?

La Modista: Sí, sí, créame…

Tuda: ¡Pero si estoy divinamente!

La Modista: ¡Oh, no digo lo contrario! ¡Un cuerpo maravilloso…!

Tuda: ¡Digo! ¡Soy modelo!

(Sin darle importancia, sonriendo incluso) Usted me llama señora…

La Modista: ¿Y cómo debería llamarla?

Tuda: Señora…modelo (todos saben que soy señora por esto). Pero, sí, me siento un poco cansada, verdaderamente…

La Modista: ¡Claro! Y ahora, el gris, sin sus hermosos colores…

Entretanto la Modista le habrá quitado el traje y Tuda habrá quedado en una finísima combinación rosa.

Tuda: No puedo verme con él…

La Modista de sombreros: Sí, es cierto, es un poco triste…

Tuda: Si pensáramos en lo que nos desmejoramos… Yo… (se echa a reír pensando que Sirio se ha casado con ella para que le haga de modelo) si no pudiese serlo ya… ¡Sería cosa de risa! Pero si hemos de seguir así… (Dice estas últimas palabras en voz muy alta, para que Sirio las oiga y comprenda)

La Modista: ¡Oh, será un malestar pasajero!

Tuda: (Mirándose detenidamente en el espejo) No, no; es verdad; no me había mirado bien… ¡Y ya lo creo, he perdido! Habrá que pensar que… (Lo dice también en voz muy alta)

La Modista: Tantas veces basta un traje para hacerlo notar… Y para nosotras, las modistas, las clientes no deberían probarse nunca los vestidos si no se encuentran más que bien.

La Modista de sombreros: Todo va mal, cuando no están contentas de su aspecto…

La Modista: Entonces…

(Muestra el vestido, que sostiene todavía sobre el brazo) ¿No debemos intentar siquiera arreglarlo?

Tuda: ¡No, no, no me hable más de este vestido! ¿Ha traído las telas?

La Modista: Sí, muchas. Aquí están.

Tuda: Veámoslas… Pero ¡qué colores!

La Modista: Los que se llevan este año.

Tuda: ¿No hay ningún lila?

La Modista: El lila, este año, no se lleva, en realidad.

Tuda: Pero a mí me va bien.

La Modista: No está de moda.

Tuda: La moda me la hago yo.

(Encontrando la tela) Aquí está. Ésta. ¿Ve como sí que hay? Combinémosla ahora mismo, aquí, encima de mí. Sí, sí, ésta…

(Se coloca la tela encima y se mira en el espejo) Me gusta, sí…

La Modista: Es verdad, le está muy bien.

La Modista de sombreros: ¡De maravilla!

Tuda: Yo misma me combinaré el vestido.

(Se arregla la tela encima) Sin tantos adornos y complicaciones. ¡Sencillo, sencillo! Y no muy escotado. Así, mire, así… Apúntelo.

La Modista: Es verdaderamente un placer vestir un cuerpo como el suyo…

Tuda: …condenado a desnudarse siempre… Ahora tendríamos que encontrar unos encajes…

La Modista: ¿Encajes?

Tuda: ¿No se llevan tampoco los encajes?

La Modista: Si mira los figurines.

Tuda: No los miro. Quiero encajes, se lleven o no se lleven. ¿No han traído?

La Modista: No, señora.

Tuda: No importa. Tengo tantos arriba…

(Volviéndose a la Jovencita que acompaña a la modista) Por favor, suba por aquí (señala la puerta de la izquierda) hasta el segundo piso; la muchacha se los dará; están en el cajón del armario de la derecha, en mi dormitorio.

(La Jovencita se dispone a salir) ¡Espere! Hágame el favor de pedir también el abrigo de armiño.

(A la Modista) Así veremos cómo queda el conjunto.

(A la Jovencita) Pronto, por favor.

Se va la Jovencita. Sale Sirio de detrás de la cortina.

Sirio: ¿Aún dura?

Tuda: ¡Ten paciencia! Ha sido un vestido difícil de combinar.

Sirio: No, no, digo que si necesitas tanto tiempo podías ir arriba a probar y escoger todo lo que gustes sin convertirme esto en un bazar. Ve arriba, ve arriba, que allí estarás mejor tú también.

Tuda: (Mirándole con intención) No, querido. Yo estoy mejor aquí.

Sirio: (Reservado, comprendiendo) Ya sé que lo haces a propósito.

Tuda: (Rápida) Y yo también sé por qué te molesta.

Sirio: (Irritado) ¡Por mí, por mí me molesta!

Tuda: No tienes razón. Reflexiona bien y reconocerás que a ti te prueba eso.

Sirio: ¿Qué es lo que me prueba?

Tuda: Provocar.

Sirio: ¡Me parece que quien provoca eres tú!

Tuda: ¡No, yo así me desahogo! ¡Nada más!

Sirio: ¿Y a mí me prueba provocar?

Tuda: Sí. Y no deberías abusar.

(Volviéndose a la Modista) Ayer tuve un vértigo; por poco me caigo de allí.

(Señala detrás de la cortina) Desde la tarima, como un fardo.

(A Sirio) Se ha dado cuenta ella también (señalando a la Modista) de que estoy algo desmejorada, ¿sabes?

Sirio: Creo que te he dicho que te fueses arriba; no que volvieses a posar, si no estás en condiciones.

Tuda: ¡Sí lo estoy…! ¡Tengo mucha más prisa que tú, créeme! Sabes muy bien que muchas veces quisiera hacerlo y no lo hago, por ti, precisamente… ¿No te parece que me va bien este color?

Sirio: Sí, desde luego… Entonces, soy yo quien se va arriba.

Sale, contrariado, por la puerta de la izquierda.

Pausa y silencio embarazados.

La Modista de sombreros: Los hombres son impacientes.

Tuda: (Caprichosa, recobrando la animación) Y yo, en este caso…

(A la Modista) Déme el vestido de los azabaches.

La Modista: (Perpleja, cogiéndolo) ¿Para qué…?

Tuda: ¡Démelo! ¡Y el otro!

La Modista: ¿El de calle?

Tuda: ¿Lo ha traído?

La Modista: Sí, aquí está.

Tuda: ¡Démelo! Es decir, no, sosténgalo así.

(A la Modista de sombreros) Y usted coja aquellas telas.

La Modista de sombreros: ¿Éstas? (Cogiéndolas)

Tuda: Sí… ¡Ayúdeme! ¡Quiero vestirle todas estas estatuas! (Se echa a reír)

La Modista: ¿Vestir las estatuas?

Tuda: Sí, sí, usted vista a aquélla… (Señala una de las estatuas) Con el traje de calle.

La Modista: (Riendo) ¡Pero no le irá bien!

Tuda: ¡No importa! ¡Pruébelo! ¡Cuanto más estrafalaria quede, mejor!

La Modista de sombreros: (Riendo) ¿Y yo, con estas telas…? (Muestra las que lleva al brazo)

Tuda: Vista a las otras estatuas. ¡Haga que la ayuden! Yo pongo a ésta el traje de los azabaches. (Ríe) ¡Ahora esto ya no será un bazar! ¡Será el museo de las estatuas vestidas a la última moda! ¡No quiero que sea sólo él el que esté loco; él, que se ha casado conmigo! ¡Ahora me pongo a hacer la loca yo también! ¡Miren, miren! ¡Quedan estupendas…! ¡Oh, Dios mío, miren ésta! ¡Magnífico! ¡Sí, sí!

(A la Jovencita, que se ríe) ¡Está ridiculísima! ¡Hay que ponerle el sombrero! ¡Sí, sí, a todas les pondremos sombreros! ¡Tráigalos!

(La Jovencita coge dos sombreros de la caja) ¡Déme éste! ¡Y traiga otros! ¡Ah, qué maravilla! ¡Miren…!

(A la Jovencita que regresa con los encajes y el abrigo de armiño y queda, de momento, atónita) ¿Magnífico, no? ¡Déme, déme el abrigo!

La Jovencita: (Riendo) Aquí lo tiene… (Se lo entrega)

Tuda: ¡Así…! (Lo coloca sobre la estatua que ha vestido con el traje de los azabaches) Así… ¡Magnífico! ¡Al entrar, las encontrará así! ¡Habrá que ver! ¡Gritará, hablando de profanación, se indignará! ¡Como si no fuese peor lo que él está haciendo conmigo! ¿Tengo que ser solamente una estatua yo, en esta casa? ¿Una estatua hermana de éstas? ¡Pues bien, si yo me visto, que se vistan también ellas! (Ríe)

La Modista de sombreros: ¡Claro que sí!

La Modista: ¡Es muy justo!

Tuda: Lo malo es que ellas… sí, están ahora ridículas…, pero no se desmejoran tanto como yo… (A la Jovencita que ha ido arriba) ¿Has traído los encajes?

La Jovencita: Sí, aquí los tiene! (Se los tiende)

Tuda: ¡Ah, muy bien! (A la Modista) Habrá que buscar unos que vayan bien con este color… ¡Mire qué preciosidad, estos encajes!

La Modista: ¡Oh, son antiguos!

Tuda: ¡Cada uno más bonito que el otro!

La Modista de sombreros: ¡Sabe Dios lo caros que los habrá usted pagado! ¿Dónde los ha encontrado?

Tuda: Me los han traído. ¡Si supiese de qué casa vienen! ¡Mire, mire éste! Puesto así… ¿Qué le parece?

La Modista: Sí, me parece que… Va muy bien, muy bien…

Tuda: (A la Modista de sombreros) ¿Ha traído flores?

La Modista de sombreros: Sí, muchas.

Tuda: ¡Enséñemelas!

Jovencita que acompaña a la Modista de sombreros: (Ofreciéndole la caja) Aquí están.

Tuda: (Buscando y descartando hasta que finalmente encuentra lo que busca) Éstas no, éstas tampoco. No… Fuera… Éstas, éstas… Mire…, sujetas así… Y otras, así…, abajo… Pruebe, pruebe… (La Modista obedece) ¡Así!

La Modista de sombreros: ¡Muy bien, muy bien!

Tuda: ¡Sí, perfecto! ¡El abrigo, ahora!

(A la Jovencita que ayuda a la Modista, aludiendo a la estatua de la cual cuelga el abrigo de armiño:) ¡Pídele permiso y quítaselo!

La Jovencita va a buscar el abrigo y, sonriendo, lo coloca sobre los hombros de Tuda.

La Modista: ¡Ah, queda verdaderamente magnífico!

La Modista de sombreros: ¡Parece una reina!

En aquel momento, se oye el ruido de una llave introducida en la cerradura de la puerta de la derecha, que se abre. Entra Sara Mendel, retira la llave de la cerradura y vuelve a cerrar la puerta. Queda muy asombrada ante las estatuas vestidas y no puede refrenar una exclamación de sorpresa y de desdeñosa irritación.

Sara: ¡Oh…!

Las dos Modistas y las dos Jovencitas la miran sorprendidas. Tuda sigue contemplándose en el espejo, impasible.

Tuda: (A la Modista) Sí, no está mal. Me parece que el conjunto queda bien.

(Volviéndose apenas hacia Sara) ¿Qué espectáculo, eh?

Sara: Es realmente un espectáculo…

Tuda: …de pésimo gusto, sí. Pero ha sido hecho adrede. Adrede…

(A la Modista) Quizás quedaría mejor un poco más escotado.

La Modista: Sí, sí quería decírselo. Mire, así…

Sara: (Después de una larga pausa embarazosa) ¿No está Dossi?

Tuda: (A la Modista) Y quizás estas flores…

(Se interrumpe para responder a Sara sin mirarla) Creo que ha ido arriba.

Sara: Y, no obstante, sabe que vengo a buscarle siempre a esta hora.

Tuda: Ya. Pero sabe también que ahora tiene usted la llave para entrar cuando quiere, y que, si es su gusto, puede usted subir arriba también.

Sara: (Rápida, ofendida) Arriba no he subido nunca.

Tuda: (A la Modista) Habrá que darse prisa. La fiesta del círculo es el sábado por la noche.

(A Sara) Perdónele señora; se ha disgustado un poco conmigo porque he querido probarme estos vestidos aquí, y se ha ido arriba, pensando, creo, que lo que yo hacía podría contrariar a usted.

Sara: ¿A mí? ¿Por qué?

Tuda: Precisamente me estaba haciendo a mí misma esta pregunta: ¿Por qué? Al contrario, me figuro que le ha de gustar a usted esta locura que me ha dado por trajes, pieles y sombreros, para hacerle pagar cara la idiotez de casarse conmigo. Sueño en ríos de seda, entre penachos de pluma y espumas de encaje. ¡Lo estoy arruinando! (Se ríe)

Sara: ¡Sí, sí, hace bien! ¡Hace bien!

Tuda: También yo sería una tonta, ¿no cree?, si no me aprovechase…

Sara: ¡Está usted espléndida, verdaderamente, con esta capa de armiño!

Tuda: ¿Sí, verdad? Son más de trescientas pieles. Todas iguales, fíjese.

Sara: …sí, preciosas…

Tuda: …traídas de una región de Alemania…

Sara: De Lipsia. Es un mercado especial. Y este encaje es maravilloso también. El traje le quedará precioso.

Tuda: (A la Modista) Estamos de acuerdo en la forma. Tal como está.

(A Sara) Ahora le enseñaré… (Se vuelve para buscar con la mirada la estatua vestida con el traje de calle) ¡Allí está!

(A la Jovencita) ¡Tráigalo, por favor! (La Jovencita va a buscarlo) ¡Quitémonos esto, entretanto!

(Ayudada por la Modista se quita la tela lila que lleva encima y se pone el traje de calle) Y ya verá el sombrero que he mandado hacer ex profeso para este traje. (A la Modista de sombreros) ¿Lo ha traído?

La Modista de sombreros: ¡Cómo no! Y muchos otros… como ve…

Tuda: ¡Sí, porque quiero arruinarle!

Sara: Puede gastar sin remordimientos. Es muy rico.

Tuda: ¡Sin remordimientos! ¡Ah, por mi parte…! (Contemplándose en el espejo, con el traje ya puesto) Está bien, sí…

La Modista: Mejor no podría estarle. Un cuerpo como el suyo es algo más que una estatua…

Sara: Queda perfecto. No hay nada que decir. Es de un gusto exquisito…

Tuda: ¡El sombrero! ¡El sombrero!

La Modista de sombreros: Aquí está… (Se lo tiende)

Tuda: (Poniéndose el sombrero) Éste me gusta mucho. Es un poco extraño, pero me parece que queda bien…

Sara: …¡Ah, sí, perfectamente! A mí también me gusta mucho.

Tuda: Es invención mía, ¿verdad?

La Modista de sombreros: Verdad.

Tuda: Quizás esta ala… ¡No, está bien así! Para el precio tendrá usted que ponerse en razón…

La Modista de sombreros: ¡Siempre me he puesto en razón!

Tuda: ¡Oh, esto… habría que verlo…

(A la Modista) Confío en usted para el vestido. Lo necesito dentro de tres días. Pero es ya tan sencillo…

La Modista: Esté tranquila; me comprometo para el sábado. Hasta pronto, señora…

(A Sara) Señora…

La Modista de sombreros: Yo también me voy. (A la Jovencita) Coge los sombreros y mételos en la caja.

(A Tuda) Contaba con que quisiera escoger algunos más.

Tuda: No, me basta con uno, por ahora.

La Modista de sombreros: Mis respetos, señora… Hasta la vista.

Tuda: Buenas tardes.

La Modista y la Modista de sombreros salen por la puerta de la derecha con las Jovencitas llevándoselo todo.

Tuda: (Cambiando súbitamente de expresión) Ahora hablemos entre nosotras, señora.

Sara: Pero con calma, espero.

Tuda: ¡Con mucha calma! Se ha hecho dar usted la llave de aquí…

Sara: (Rapidísima, sin dejarla acabar) Era lo menos que podía pretender de él.

Tuda: ¿Con qué derecho? Yo, aquí, hago mi oficio de modelo.

Sara: ¡Sí, pero con un lujo…!

Tuda: (Señalando detrás de la cortina) Hago allí de modelo. Lo cual quiere decir que voy desnuda. No trate de desviar la conversación. Los trajes, aquí, no tienen nada que ver.

Sara: Pues ha hecho usted un derroche de ellos…

Tuda: Por su superchería.

Sara: ¡Ah…! ¿Por mi… superchería?

Tuda: De entrar aquí en plan de dueña, sin ningún derecho.

Sara: Si he venido aquí, no he asomado jamás ni la cabeza, ni por un momento, por curiosidad, para mirar detrás de aquella cortina.

Tuda: ¡Oh, por mí, ya que ha venido usted, podía entrar también allá! No tengo por qué avergonzarme delante de usted de cómo estoy hecha, gracias a  Dios… ¿Quiere esto también? Se lo podría conceder. Pero conceder yo. ¿Comprende? Porque aquí, este derecho lo tengo solamente yo.

Sara: Y él también, supongo.

Tuda: No, sólo yo. Nadie puede obligarme a posar delante de un extraño. Usted, como máximo, podía hacerse dar la llave de arriba. No ésta.

Sara: En cambio, yo he querido precisamente ésta. No necesito para nada la otra.

Tuda: No debería usted tener tampoco derecho a la otra, por otra parte.

Sara: ¿A la otra tampoco?

Tuda: Tampoco. Porque me gustaría ver qué diría él, si yo, incluso estando de acuerdo con las condiciones en que nos hemos casado, libre de toda obligación de fidelidad, hiciese entrar, arriba, en mi casa, a quien me diese la gana.

Sara: Justo. Pero yo, arriba, vuelvo a decírselo, no he subido nunca. Y si me he hecho dar la llave de aquí ha sido precisamente por las condiciones en las cuales se han casado ustedes.

Tuda: ¿Para que ni siquiera como modelo fuese yo aquí la dueña? Tenga en cuenta, señora, que, si me desafía, yo puedo prohibirle que haga entrar a nadie en el estudio mientras estoy posando…

Sara: ¡Pruébelo!

Tuda: ¡Ah…! ¿Me desafía, de veras?

Sara: Le digo que lo haga.

Tuda: ¿Tan fuerte y segura de él está usted? ¿Incluso sabiendo que se ha casado conmigo porque quiere a todo precio terminar la estatua?

Sara: No es absolutamente imprescindible que la termine con usted.

Tuda: ¡Si se ha casado conmigo sólo por esto!

Sara: No. En realidad se ha casado para que no hiciese usted de modelo a los demás mientras él la necesitase para su estatua.

Tuda: Bien, ¿y qué?

Sara: Es muy distinto. Lo que no quería consentir en modo alguno es que usted sirviese de modelo a Caravani para la otra Diana que usted misma le había sugerido. ¿No es verdad?

Tuda: Verdad. (Se vuelve rápidamente a mirarla) ¿Qué quiere usted decir?

Sara: Nada.

(Pausa) A aquel pobre Caravani se le ha quedado la Diana a medio camino. También él estaba entusiasmado con su Diana, a causa de cierta armonía de tonos que había encontrado, decía.

Tuda: ¿Sigue usted desafiándome?

Sara: ¿Yo? ¡No! ¿Por qué?

Tuda: Sabrá usted que he invitado a Caravani a venir aquí, a buscarme.

Sara: Sí, me lo ha dicho él mismo.

Tuda: ¡Ah, se lo ha dicho él! ¿Ya propósito de qué?

Sara: Dios mío…, ha recibido su notita mientras yo estaba en su estudio posando para el retrato que me está haciendo. Ha querido pedirme consejo, por temor a que Sirio tomase a mal que viniese aquí a buscarla.

Tuda: Precisamente del mismo modo que usted viene a buscarlo a él…

Sara: Exacto. Y yo le he dicho que no habría en ello nada malo siempre y cuando no hiciese nada por persuadirla a posar para terminar su cuadro (que es muy malo, Dossi tiene razón).

Tuda: (Reflexionando, sombría) Ya… Porque ésta sería, en efecto, la única traición que yo podría hacerle…

Sara: Desde luego: como modelo. Puesto que no puede usted traicionarle como esposa.

Tuda: Así es que usted viene a poner a prueba a la modelo…

Sara: No le traicionará usted, porque, entonces, adiós casa, adiós trajes, adiós pieles…

Tuda: (Después de haberla mirado, dominándose) ¡Ya, ni que estuviese loca!

Sara: ¡Perderlo todo por el placer de ir a hacer de modelo a Caravani!

Tuda: ¡Ahora que le he tomado un gusto loco y no pienso más que en eso! Entonces, ¿no ha disuadido usted a Caravani de venir a buscarme?

Sara: ¡Al contrario!

Tuda: ¡Y le habrá usted incluso sugerido que me persuada…!

Sara: ¿…a que le haga de modelo? ¡Oh, no! ¡Es inútil! ¡Ya lo hará él, sin duda alguna, y sin necesidad de que se lo sugiera! Los cuadros malos siempre hay alguien que los compra. Parece que un señor chileno quiere comprarle éste. Lástima que no esté terminado.

Tuda: Esta estatua no está terminada tampoco.

Sara: Pero creo que ya está bastante adelantada.

Tuda: ¿No la ha visto usted cómo está ahora?

Sara: No. Hace tiempo que no la veo.

Tuda: Debería usted verla.

Sara: ¿La ha cambiado mucho?

Tuda: Sí, mucho… ¿Cree usted de veras que podría terminarla sin mí, con otra modelo…?

Sara: Claro. Tanto más si es verdad que la ha cambiado mucho, como usted dice.

Tuda: Pues bien, señora: suba a decirle que haré que Caravani pueda terminar su cuadro para ese señor chileno.

Sara: ¡No hará usted esta locura!

Tuda: Señora, la he comprendido a usted y acepto su reto: haré de modelo a Caravani, procurando hacerle terminar su Diana lo más vergonzosamente que me sea posible. Vaya a decírselo.

Se oye llamar a la puerta.

Sara: ¡Oh, quizás sea él mismo!

Tuda: Si es él, me voy en seguida.

(Abre la puerta; se encuentra frente a Nono Giuncano y queda inmóvil) ¡Ah, es usted, maestro!

Sara: (A Giuncano) Impídale usted que cometa más locuras.

Tuda: ¡Ah! ¿Se lo aconseja usted…?

Giuncano: ¿Qué locuras?

Sara: ¡Basta de escenas…! Me decido a subir a llamar a Dossi, ya que él no se decide a bajar.

Sale por la puerta de la izquierda.

Tuda: (Súbitamente, con ímpetu) No mire, no se fije en cómo voy vestida.

Giuncano: (Confuso) ¿Por qué?

Tuda: ¡Lo tiro todo por la ventana! ¡Lo tiro todo!

Giuncano: ¿Qué dices?

Tuda: Veo que me mira… ¡Ah, no…! ¡Puedo volver a ser como era!

Giuncano: ¿Y por qué me dices esto?

Tuda: ¿Quiere impedir de veras que cometa esta otra locura?

Giuncano: ¿Cuál otra? ¡Yo no sé nada…!

Tuda: ¿No ha oído que ha tenido la osadía de desaconsejármela… ella misma? ¡Otra locura, otra! ¡Estoy a punto de cometerla!

Giuncano: ¡Ya te lo impediré yo!

Tuda: ¡Sí, usted sólo, usted sólo puede impedir que lo haga! ¡A condición de que sea por usted!

Giuncano: ¿Qué harías por mí?

Tuda: (Con una intensidad dolorosa, casi llorando) ¡Ah, si aquella vez, aquí…, ¿lo recuerda?, mientras hablábamos, no hubiesen venido aquellas dos brujas…!

Giuncano: (Moviendo la cabeza) Precisamente el día en que…

Tuda: Sí, en que él me hizo su proposición, poco después de que usted se marchase…

Giuncano: Pero primero tú…, lo recuerdo perfectamente…, habías empezado a hablar de mí…

Tuda: Sí, dije que me había dado cuenta de que sufría…

Giuncano: Y de pronto me dejaste de lado y empezaste a preguntarme tantas cosas sobre él…

Tuda: Porque me faltó el valor…

Giuncano: ¡Sí, claro! Es muy natural…

Tuda: No, no, se lo juro; nunca me hubiera figurado que precisamente aquel día me iba a proponer que nos casáramos…

Giuncano: Pero yo te hubiera dicho, como te digo ahora, que para mí tú no tenías, ni tienes, más obligación que la de ser mala…

Tuda: ¿Mala?

Giuncano: …como dicen todos…

Tuda: ¿Yo? ¿Y quién lo dice?

Giuncano: …todos los que creen que has sido tú la que…

Tuda: ¿Yo? ¿Qué es lo que he sido yo?

Giuncano: La que me ha hecho volver loco.

Tuda: ¿Dicen esto?

Giuncano: (Con desprecio) ¿Te importa?

Tuda: ¡Porque no es verdad! Sí, me había dado cuenta de que usted estaba siempre donde estaba yo; si estaba aquí posando, le encontraba aquí…

Giuncano: ¿Me estás dando disculpas?

Tuda: ¡No, es que es tal como digo! ¡Pero usted no me había dicho nunca nada!

Giuncano: ¿Querías que te lo dijese?

Tuda: ¡Ojalá lo hubiese hecho!

Giuncano: ¡No te lo hubiera dicho nunca!

Tuda: No importa; lo sé ahora.

Giuncano: ¿Qué sabes?

Tuda: Que sufre usted mucho todavía…

Giuncano: ¿Y qué más?

Tuda: Le digo que puedo volver a ser la de antes.

Giuncano: ¡Pero yo sufro ahora por ti… al verte así!

Tuda: ¡No, no, no lo crea!

Giuncano: (Con una sonrisa amarguísima) ¿Como antes…?

Tuda: Sí; porque no hay en mí más que rabia, rabia, créame, nada más que rabia contra esta mujer que viene aquí a pisotearme, a ponerme a prueba. ¡Tengo que salir, tengo que salir de esta situación! Mire, si usted quiere…, ya que ha llegado el momento preciso, en lugar de ése…

Giuncano: ¿De quién?

Tuda: De Caravani… Tiene que venir a buscarme aquí.

Giuncano: Nadie puede impedirte ir con quien quieras…

Tuda: No, nadie me lo impide. Pero yo iba hoy a su casa para vengarme…

Giuncano: ¿De qué?

Tuda: ¡De lo que me están haciendo sufrir! ¡Como modelo, iba a vengarme como modelo! ¡Porque no puedo vengarme de ninguna otra manera!

Giuncano: ¿Como modelo?

Tuda: ¡Sí, para hacerle una afrenta! ¡Y echarlo así todo a rodar…!

Giuncano: No te entiendo…

Tuda: No importa que no me entienda. ¿Quiere hacer algo por mí?

Giuncano: ¿Yo, por ti?

Tuda: ¡SÍ! ¡Lléveme con usted!

Giuncano: ¿Yo? ¿Qué dices?

Tuda: Yo podría por todo lo que ha sufrido usted…

Giuncano: ¡Ah! ¿Un poco de compasión? ¡Tenla de ti misma!

Tuda: Esto mismo, se lo digo por mí. A usted, si pudiese, por todo lo que ha sufrido…

Giuncano: ¡No pienses en mí!

Tuda: Quisiera poderle dar, de veras, una alegría.

Giuncano: ¿Tú?

Tuda: No soy nadie, lo sé…

Giuncano: ¿Crees no ser nadie… estando tan viva?

Tuda: (Con ansia desesperada) Sí, pero… ¿para quién estoy viva?

Giuncano: ¿Lo ves? ¡Necesitas estar viva para alguien!

Tuda: ¡No, no! ¡Para usted! ¡Yo aún podría…!

Giuncano: ¡Ni para mí ni para nadie! ¡Debes sentirte viva para ti misma!

Tuda: ¿Para mí misma?

Giuncano: ¡Sí, para este nadie que crees ser…! Vives hacia fuera, entregada siempre a lo que haces; sin verte (como vives sin saberlo)…, con todo lo que te pasa por la mente…

Tuda: Si supiese qué he de saber…

Giuncano: ¡No lo que piensas! Me refiero a las cosas más lejanas, a las que se rebelan en ti, sin que tú misma sepas cómo; y tú las sigues apenas percibes su llamada. ¡Si, síguelas y sé voluble como ellas…! ¡Hasta donde tu cuerpo pueda seguirlas! Ten en cuenta que no será por mucho tiempo. También yo me muevo…, sí, por dentro…, y siento, siento todavía, siento con todas las fuerzas de mi alma; pero estoy metido dentro de este cuerpo…, este cuerpo que odio…

Tuda: (Casi espantada) ¿Por qué lo odia?

Giuncano: ¡No me he reconocido nunca en él!

Tuda: ¿Cómo…? ¿Y no es usted el que…?

Giuncano: No…, no el que ven los demás… Un extraño. Tú no puedes saber… No me lo he fabricado yo este cuerpo… Me ha venido de uno a quien siempre sentí extraño a mí…

Tuda: ¿Quién?

Giuncano: ¡Mi padre!

Tuda: ¿Extraño?

Giuncano: Es algo horrible. Mi cuerpo envejece, y se va volviendo cada vez más suyo, de él, a medida que el rostro se marchita y se van dibujando en él las arrugas. Y mi odio va aumentando… Mientras vives sin pensar en ti, no sabes cómo eres, cómo te ven los demás, desde fuera…

Tuda: (Ingenuamente, abriendo los brazos para mostrarse a él) ¿Cómo…? ¡Así me ven!

Giuncano: ¡Oh, tú puedes estar contenta de ti! Pero ¡ay de mí si se me representa la imagen de este extraño…!, de uno que no soy yo, de uno a quien tantas veces me parece llevar encima como a un mendigo fatigado, al cual tengo que dar, pese a lo mucho que le odio, la limosna de un poco de compasión… Sí, de compasión, a escondidas; y vierto entonces lágrimas envenenadas por esta amargura desesperada y feroz…

¡Pero tú, no! ¡Tú recíbele a puntapiés!

Tuda: ¿Yo…?

Giuncano: ¡Tú, sí! ¡No quiero que llame a la puerta de nadie; y mucho menos a la tuya; vieja carroña que sólo vale para ser enterrada y para pisotear sobre ella la tierra…!

Tuda: ¡Dios mío…! ¿Qué está diciendo?

Giuncano: ¡Me lo haces decir tú!

Tuda: ¿Porque quiero que…?

Giuncano: ¡La vida no debe volver a apoderarse de mí! ¡No debe!

Tuda: ¡Si ya se ha apoderado!

Giuncano: ¡No quiero! ¡No quiero!

Tuda: No nos toca a nosotros…

Giuncano: (Con fuerza) ¡Sí, nos toca a nosotros, cuando no se debe! ¡A cualquier precio, cuando no se debe!

Tuda: ¿Y si no se puede?

Giuncano: Si no se puede, se hace de otra manera.

(Pausa)

Tuda: Es precisamente por esto, ¿ve usted? Es esto lo que me detiene. El temor de que pudiese ser para usted un tormento más…

Giuncano: ¡A la fuerza! Hacía ya tiempo que la vida había terminado para mí; nada me importaba ya.

Estaba apagado, vacío. ¡Había gastado mi vida y mis energías, loco de mí, haciendo estatuas…! ¿Por qué te imaginas que las destrocé, que las rompí?

Tuda: ¡Ah! ¿Fue por esto?

Giuncano: Cuando las vi ante mí…, inmóviles, perfectas…, y frente a ellas vi mi cuerpo, en el cual la vida volvía a encenderse… Mi cuerpo consumido, viejo… Este horror de la forma… ¡Y mira! (Señala una de las estatuas) Está ahí y es estatua y arte…

Tuda: ¡Ya no se mueve!

Giuncano: Haz que se mueva…, dale la vida, transfórmala en un cuerpo humano… (Se agarra el cuerpo) Y empieza a envejecer…

Tuda: (Con sorpresa casi ingenua) ¡Ah, yo también lo he dicho!, ¿sabe usted? Me he desmejorado…

Giuncano: Estamos cogidos en una trampa… yo…, tú…, ¡todos!

Tuda: ¿Por la vida…?

Giuncano: ¡Llámala vida! Cuando eras niña, te movías, bullías, te agitabas… Ahora un poco menos…, y siempre menos, menos .

Hasta que… ¿Creíste vivir? ¡Has acabado de morir!

Tuda: Es verdad. Pero entonces, mientras se puede hacer…

Giuncano: Hay que moverse, no detenerse nunca, no fijarse en ningún sentimiento…

Tuda: Pero usted…

Giuncano: (Triste, frenando súbitamente sus palabras) Soy así; con los ojos abiertos, que no querrían ya saber lo que ven ni cómo son las cosas, esas cosas que tienen la pena de ser como son y de no poder ser de otra manera. Quisiera ser otro para ti; ser como debería… Ni siquiera lo que fui, cuando las mujeres…

(Se interrumpe) Si supieses la especie de repulsión que siento, ahora que veo en mí a mi padre; así, como si le hubiesen amado a él, en lugar de a mí; él, incluso entonces…, cuando yo era joven. ¡Y sabía amarlas, él, a las mujeres! Mi madre murió de desesperación por ello… Se ve que… este aspecto…, este cuerpo…, las mujeres… ¡No sé decírtelo! Lo sé, ahora sé que no era yo…, y que incluso todas las que amé debieron, hasta cierto punto, darse cuenta, y se alejaron de mí, todas, porque bajo este cuerpo descubrieron a otro en mí… Es más, más que repulsión: es odio, verdadero odio… Me parecería contaminar en ti, que eres tan hermosa, la vida con manos que no son mías. (Pausa) Déjame, déjame marchar…
Sale.

Otra larga pausa.

Tuda permanece absorta en sus pensamientos. En un momento dado, se sienta, perpleja. Después, como si acabase de decidir súbitamente no irse con Caravani, se quita el sombrero y lo pone sobre sus rodillas.

Por la puerta, que ha quedado abierta, entra Caravani con el sombrero puesto y el gabán doblado al brazo. Ve a Tuda, que está de espaldas a él, inmóvil, sentada, y después de haber dirigido una mirada circular para cerciorarse de que en el estudio no hay nadie más, se acerca a ella andando de puntillas, y baja la cabeza para besarla en una mejilla. Tuda se pone en pie a tiempo y le da un bofetón. Caravani abre instintivamente los brazos y deja caer el gabán al suelo.

Caravani: (Ante el bofetón) ¡Oh!

Tuda: ¡No te atrevas a tocarme!

Caravani: Pero ¿no me has escrito que viniese a buscarte?

Tuda: ¡Sí, pero no por esto! ¡Quítatelo de la cabeza! Di, ¿es verdad que quieren comprarte aquella porquería de cuadro?

Caravani: ¿Qué cuadro?

Tuda: La «Diana». La que pintabas, haciéndote yo de modelo. ¿Es verdad o no?

Caravani: Sí, es verdad. ¿Quién te lo ha dicho?

Tuda: Aquel cuadro es también un poco mío.

Caravani: Sí. Y hazme el favor de creer que no tiene nada de porquería.

Tuda: Está bien. Si no lo es, ahora haremos todo lo posible para que lo sea.

Caravani: (Sorprendido) ¿Cómo?

Tuda: ¡Déjame hacer y verás!

Caravani: Pero ¿quieres hacerme de modelo?

Tuda: ¡De modelo, sí! De modelo, pero con la condición de que el cuadro sea más feo que tú, una verdadera porquería.

(Coge el gabán del suelo y se lo arroja a la cara) ¡Toma! ¡Vámonos!

Caravani: Pero… oye… ¿Has pensado en lo que dirá él?

Tuda: ¿Qué te importa saber lo que dirá?

Caravani: He comprendido, ¿sabes…?

Tuda: ¿Qué es lo que has comprendido?

Caravani: Por qué lo haces y por qué quieres que quede feo.

Tuda: Te haré vender el cuadro; ¿no te gusta?

Caravani: ¡Eres estupenda! Yo, en realidad, había venido para…

Tuda: ¡Ay de ti, repito, si me tocas! Voy contigo solamente para hacerte de modelo.

Y viendo que Caravani se vuelve nuevamente para mirarla, admirado y sonriente, le señala la puerta) ¡Venga! ¡Vámonos!

Y sale impetuosamente.

Caravani, medio aturdido, la sigue)

Telón

1927 – Diana y Tuda
Tragedia en tres actos
Personajes, Acto Primero
Acto Segundo
Acto Tercero

In Italiano – Diana e la Tuda

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