Como antes, mejor que antes – Acto III

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In Italiano – Come prima, meglio di prima

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Como antes mejor que antes - Acto III
Anna Proclemer, Come prima, meglio di prima, 1984. Da Web.

Como antes, mejor que antes
Acto Tercero

La misma escena del acto segundo. Han transcurrido seis meses. Estamos en una tarde de febrero.

Están en escena Livia y Tía Ernestina. Ni una ni otra van ya vestidas de negro. Livia está inquieta, nerviosa. Se halla sentada junto a una mesita sobre la cual hay libros y revistas. Coge alguno de ellos, lo hojea, lo vuelve a dejar. Tía Ernestina está de pie y va de un lado a otro para calentarse. La luz del día va bajando poco a poco.

Tía Ernestina: Parecía que hubiesen tenido que llegar con buen tiempo; temo, en cambio, que esté a punto de estropearse otra vez.

(Pausa) ¡Brrr…! Hace un frío que… (Pausa) ¿Tú no tienes frío?

Livia: (Arrojando sobre la mesa una revista, responde de mala gana) No.

Tía Ernestina: ¡Dichosa tú! (Pausa. Se frota las manos) Febrero, febrero… ¡Viajar con este hielo y una chiquilla recién nacida…!

(Pausa) Pero oye, ¿se puede saber dónde ha ido Betta?

Livia: No lo sé.

Tía Ernestina: Hace más de cuatro horas que está fuera. Me parece, sin embargo, que habría que preparar algo para su llegada. ¡No hay nada preparado!

Livia: (Levantándose, indignada) ¡Está todo preparado!

(Después de una pausa) ¡Podrías comprender que me indigna esta solicitud tuya!

Tía Ernestina: (Con sonrisa zalamera y mansa) ¿Sabes que pasa? Que pienso en la alegría que hubo cuando tú naciste…

Livia: ¿Y qué tengo yo que ver con esto?

Tía Ernestina: Al fin y al cabo es una hermanita tuya…

Livia: (Con arranque irresistible) ¡Estúpida!

Larguísima pausa.

Livia, vibrante, arroja sobre la mesa un libro que había cogido después de la revista. Se vuelve más de una vez hacia la tía, como para decirle algo, pero está demasiado saturada de odio y de despecho y no se decide a hablar.

Tía Ernestina: (Suspirando) ¡Válgame Dios!

Livia: ¡Es increíble! ¿Cómo puedes hablar ahora de mi nacimiento, de la alegría que dio a mi madre…? ¡Es increíble! ¡Increíble!

Tía Ernestina: Es otra vida que empieza. Y hay aquí tanta necesidad de ella…

Livia: Yo sólo espero a saber una cosa… En cuanto la sepa, te dejaré a ti, que has hecho alianza con ella, esta vida que empieza…

Tía Ernestina: ¿Esperas? ¿Qué esperas?

Livia: ¡Lo sé yo!

Tía Ernestina: Ahora te gusta también a ti hacer la misteriosa… ¿Qué pretendes decir, que me la dejas a mí? ¿Quieres marcharte?

Livia: (Fastidiada) ¡Oh, basta, basta, tía Ernestina! No quiero hablar más contigo.

Tía Ernestina: (Tras una pausa) Piensa que tienes a tu padre, que te quiere tanto y te tiene tantas consideraciones…

Livia: (Con violencia, rabiosa) ¡Basta, te digo! ¿No comprendes que no puedo oírte decir estas cosas?

Tía Ernestina: Descuida. No diré nada más.

(Después de una larga pausa, sin embargo, no sabiendo resistir, prosigue:) Pero hay ciertas ideas, sin embargo, que deberías quitarte de la cabeza…

(Otra pausa) Porque son prejuicios, créeme, prejuicios…

Livia: (Suspirando, rabiosa) ¡Dios mío, otra vez!

Tía Ernestina: (Insistiendo) Dices que he hecho alianza con ella… Yo había venido por ti.

Livia: ¡Para defenderme, ya!

Tía Ernestina: ¡Para defenderte! ¡Para defenderte!

Livia: Y ahora la defiendes a ella.

Tía Ernestina: ¡No la defiendo! Soy justa. ¡Veo que eres tú! No quiero ceder.

Livia: (Con súbito arranque agresivo) Pero… ¿aún no sabes qué clase de mujer ha traído a casa mi padre?

Tía Ernestina: (Aterrada) ¿Qué… qué mujer?

Livia: ¡Espera! ¡Espera! ¡Espero poder decírtelo dentro de poco!

Tía Ernestina: (Después de una pausa, aturdida, en tono de reproche contenido) Pero, ¿en qué estás pensando? ¿Qué buscas…? Tranquilízate, hija mía, y piensa que es una mujer que ha sufrido mucho…

Livia: Sí, claro… Se le ve en el cabello.

Tía Ernestina: Cree que… cree que…

(Con un gesto cómico, pensando en su cabello teñido) ¿Qué tiene que ver el cabello?

Livia: De momento, sepamos de dónde la ha traído.

Tía Ernestina: ¡Dios mío, si la conoció en…!

Livia: (Precipitadamente) Antes de que yo naciese; la había olvidado; después enfermó, fue llamado; corrió a salvarla…

(Se interrumpe de repente) Espera, te digo, que pronto sabré darte noticias más precisas…

Tía Ernestina: ¿Has pedido acaso informes?

Livia: ¡Tú no te metas en esto!

Tía Ernestina: ¿Está de por medio el señor párroco?

Livia: Se verán, se verán entonces las consideraciones que ha tenido conmigo mi padre. Está siempre como en acecho, y el miedo le hace mirar constantemente hacia atrás y hacia adelante. ¡Y yo sé muy bien lo que teme!

Tía Ernestina: ¡Tú no sabes nada! Está inquieto por causa tuya.

Livia: ¡Sí, teme que yo llegue a saberlo! En dos meses que lleva fuera ha venido ocho veces…

Tía Ernestina: Para verte y pasar un día contigo.

Livia: ¡No, no, por otra cosa! ¡Y no hace ya nada! Es una lástima, una vergüenza…, por no decir otra cosa, verle a los cincuenta años perdido por una mujer como ésta… ¿Por qué no se casó antes, si es verdad que la conocía desde hace tanto tiempo?

Tía Ernestina: Porque quizá antes no podía… ¡Qué cosas tienes!

Livia: Ella no estaba casada. Él era viudo. ¿Por qué no podía?

Tía Ernestina: ¿Y cómo sabes tú si, pudiendo hacerlo, quizá no lo hizo por ti, por ejemplo?

Livia: ¿Por mí? ¡No, por mí, no! Porque hubiera sido mejor que lo hubiese hecho antes, cuando todavía no comprendía las cosas.

Tía Ernestina: Entonces habrá sido por otra causa. No te preocupes más por eso.

Livia: ¿Quieres decir por mi madre? ¡No! Porque lo que más me indigna en este asunto es que se ve claramente que este amor lo siente desde su juventud, desde los tiempos mismos de mi madre… como una irreverencia mucho más cruel así a su memoria. Me parece casi que la engaña ahora; me produce esta impresión; como si mi madre, después de trece años, reviviera a causa de este amor suyo póstumo, para sufrir por él… Por esto, por esto odio mucho más a esta mujer, cuando la veo querer mostrarse conmigo maternal. Me da asco, horror, como si cada vez que me habla y me mira hiciese una traición a mi madre.

Tía Ernestina: Pero, ¿qué dices? ¿Qué desvarías? ¡Mirad qué ideas se le ocurren a esta chiquilla, Dios mío! ¡Es pecado pensar ciertas cosas!

Livia: Sí, sí… y cuando veas lo que haré…

Tía Ernestina: ¡Oye, menos mal que tu padre regresa esta noche!

Livia: ¡Trayéndome la hermanita!

Tía Ernestina: Quería marcharme. Me arrepiento de no haberlo hecho. Pero ahora, en el acto, en cuanto regresen… ¡Vaya, vaya! ¡Yo soy una persona pacífica!

Livia: ¡Cómo! Tendrás la vida que empieza…

Tía Ernestina: ¡Lo decía por ti! ¿Qué quieres que empiece, para mí? Yo soy vieja… ¡Molestias!

Livia: ¡Ah, sí…! ¡Empezará también para mí, la vida!

Tía Ernestina: (Afligida) ¡En fin! ¡Tú sabrás…!

(Otra larga pausa. Se asoma a mirar al mirador, hacia el jardín) ¡Mira! La verja del jardín otra vez abierta…

Livia: La habrá dejado así el jardinero. Estará por aquí cerca.

Tía Ernestina: Ya, pero va haciéndose de noche por momentos… ¡Y con este tiempo! Y ni siquiera Betta está en casa. Tengo miedo.

Livia: ¿Lo dices por aquel señor de la otra vez?

Tía Ernestina: Estaba allí mismo… delante de la verja… ¿te acuerdas?

Livia: Espiando… sí. Pero, ¿cómo no le conoces tú?

Tía Ernestina: ¿Yo…? ¿Por qué he de conocerle?

Livia: ¡Si te dijo que había conocido a mamá!

Tía Ernestina: ¡Qué va! Debió equivocarse… Tú estabas asomada a la ventana. Quería darnos a entender que conocía a la señora de la casa y dijo «la mamá» señalándote a ti.

Livia: ¿Entonces crees de veras que hablaba de… esta señora?

Tía Ernestina: (Impresionada) ¡Ah! ¿Acaso tus investigaciones…?

Livia: No, no. No me acordaba ya, si tú no me lo hubieses recordado ahora… Pero puede ser también una prueba… Uno que viene… sabe Dios de dónde… a buscarla…

Tía Ernestina: La habrá visto alguna vez.

Livia: Quién sabe dónde…

Tía Ernestina: ¡Pero, Livia! ¡Deja por lo menos de hablar delante de mí en esta forma! En mis tiempos, las muchachas…

Livia: ¡Vamos, querida tía! ¿Las muchachas? ¿Crees de veras que no comprendo qué clase de mujer tiene que haber sido ésta? ¡Con aquel esforzado paladín…! Ni abrigo llevaba… ¿Te dijo que volvería?

Tía Ernestina: Quería esperar su regreso.

Livia: Entonces hoy… (Casi para sí misma) Querría hablarle.

Tía Ernestina: (Después de un momento de reflexión, decidiéndose) Oye: voy a cerrar la verja. (Va para salir)

Livia: No, tía, ¿vas a dejar fuera al jardinero?

Tía Ernestina: Tendrá la llave.

Baja por el mirador al jardín, Livia permanece absorta, pensativa. Poco después, Tía Ernestina regresa, aterida de frío.

Tía Ernestina: ¡Ah, es que hiela, esta tarde!

Livia: (Después de una pausa, todavía absorta) ¿Y no te parece extraño que papá, volviéndose a casar, haya sentido la necesidad de venirse a vivir aquí, donde, al cabo de siete meses, no conoce todavía a nadie?

Tía Ernestina: ¡Ah, esto sí! ¡Ha escogido verdaderamente un mal sitio, esto te lo digo yo! Tan abandonado, fuera de paso… (Dirá esto rascándose los brazos con las manos cruzadas sobre el pecho a causa del frío. De repente, se sobresalta al oír un golpe sordo que viene del interior) ¡Oh, Dios mío!

Livia: ¿Qué ha sido?

Tía Ernestina: ¿No has oído, hacia allá?

(Entra Betta por la puerta de entrada, muy peripuesta, con un viejo sombrero en la cabeza)

Livia: (Riéndose) ¡Ah, es Betta!

Betta: (No comprendiendo el por qué del miedo ni de la risa) ¿Qué pasa?

Tía Ernestina: La puerta… ¡Qué susto!

(A Betta ) Hace frío, ¿verdad?

Betta: Va a llover de un momento a otro…

Tía Ernestina: Yo estoy muerta de frío. Voy a buscarme un chal…
Sale por la segunda puerta de la derecha.

Betta se acerca a Livia con aire misterioso.

Betta: (Bajo, haciendo gestos vivos con la mano) ¡Es más claro que la luz del sol! ¡No cabe duda!

Livia: (Con viva ansiedad) ¡Diga, diga!

Betta: No podía, aquí, no podía sin escándalo…

Livia: ¿Ha llegado la respuesta?

Betta: ¡Claro! Hace dos días… Quería venir él mismo a comunicárnosla. Pero el pobre es viejo… Me esperaba.

Livia: ¿Y qué? ¿Nada?

Betta: ¡Nada…! Ninguna amonestación en la iglesia, ni en Merate, ni en Lodi. Ninguna solicitud de fe de soltería.

Livia: ¿Entonces?

Betta: Está más claro que la luz que el matrimonio no se ha celebrado. ¡No es su mujer! ¡No están casados!

Livia: ¿Pero es seguro que el certificado de defunción no podía bastar?

Betta: ¡Completamente seguro! Incluso para los viudos, señorita, se necesitan amonestaciones. Porque, en trece años, ¿no hubiera podido volverse a casar, incluso más de una vez? ¡Nada! ¡No están casados! ¡Puede estar segura!

Livia: ¡Sí, sí, debe de ser así…!

Betta: Y así se explica todo, entonces… Por qué ha ido a dar a luz a su hija tan lejos… Aquí, debiendo inscribir el nacimiento, ¿comprende…? se hubiera descubierto el pastel; que no es su mujer; que la chiquilla es una bastardita cualquiera…

Pero lo sabremos pronto, dentro de un par de días.

Livia: No me servirá de nada. Me basta con esto.

Betta: ¡Y qué modales de señora, los suyos!

Livia: (Fija en un pensamiento odioso contra el padre) Ha podido hacer esto…

Betta: ¡Ay! ¡Las malas artes que gastan estas mujeres! Se puede ser un santo varón… pero si se tropieza con una de ellas…

Livia: ¡Pero, por lo menos, hubiera podido tener el pudor de no ponérmela delante, bajo el mismo techo! ¡De no hacer que la llamase mamá!

Betta: Sí… yo no sé…

Livia: ¡Ah…! ¡Pero, ahora…! (Bajo) ¡Silencio!

Entra Tía Ernestina por la segunda puerta de la derecha, con un pañuelo de lana sobre los hombros.

Tía Ernestina: ¡Oh, habría que encender la luz! Estamos a oscuras.

Livia: (A Betta, furiosa) ¡Vamos arriba, Betta! ¡Vamos arriba!

Livia y Betta salen por la segunda puerta de la derecha.

Tía Ernestina: (Sola, después de haberlas seguido con la mirada) Pero… ¿qué les pasa? ¿De dónde viene aquella chismosa?

(Permanece pensativa, conteniendo el aliento; luego hace un gesto de despreocupación:) ¡Ah, qué cuentos! Basta, encendamos la luz…
Se dirige a la puerta de entrada, junto a la cual está el interruptor de la luz.

Entretanto, Marco Mauri, que había entrado ya en el jardín cuando Tía Ernestina fue a cerrar la verja, entra por el mirador. En un año ha envejecido mucho, pero sus ojos son más expresivos que nunca, y tienen aquella trágica alegría que brilla en la mirada de los locos. Va sin abrigo y todavía con un traje viejo de verano. Se detiene en el fondo, en la sombra, cerca del mirador.

Mauri: (Apenas Tía Ernestina enciende la luz en la escena) ¿Se puede…?

Tía Ernestina: (Con terror, volviéndose en redondo, con la mano todavía en el interruptor) ¡Oh, Dios mío! ¿Quién es?

Mauri: Yo. No se asuste.

Tía Ernestina: ¿Entra así, como un ladrón? ¿Por dónde ha entrado?

Mauri: Por la verja, antes de que usted la cerrase.

Tía Ernestina: ¿Estaba usted al acecho?

Mauri: Los ladrones, señora, no piden permiso ni esperan que haya luz para entrar.

Tía Ernestina: Pero ¿quién es usted? ¿Qué quiere usted, al venir aquí de nuevo?

Mauri: Le pregunté el otro día, si mal no recuerda…

Tía Ernestina: ¡No han regresado!

Mauri: Me dijo que regresaban hoy.

Tía Ernestina: ¡Pero no han regresado! Y no se sabe siquiera si regresan, ni cuándo. Así es que puede marcharse.

Mauri: No se inquiete. Esto quiere decir que tendré que esperar un poco más. A menos que quiera usted indicarme dónde puedo ir a encontrarla en seguida. Y crea que sería lo mejor, porque aquí…

Tía Ernestina: ¡Están de viaje! ¡Están de viaje! (Mirándolo, con curiosidad, pero siempre recelosa y con aspereza:) Pero… ¿qué tiene usted que decirle? ¿Por qué quiere esperarla? ¿Quién es usted?

Mauri: Sería inútil que le diese a usted mi nombre. Necesito verla y hablarle. (Aludiendo a Fulvia) Me conoce; y el marido también. ¿Es usted quizá una parienta?

Tía Ernestina: Sí, la tía.

Mauri: (Mirándola ceñudo) ¿De quién?

Tía Ernestina: (Evasiva, recelosa ante la pregunta) La tía de… es decir… la tía abuela, en realidad… de la muchacha.

Mauri: ¿Por parte de su padre?

Tía Ernestina: (Sin reflexionar ya, confusa) No, de su madre.

Mauri: Entonces… (Conteniéndose) ¡Cómo…! ¡No puede ser…! ¡No tenía más que una…!

Tía Ernestina: (Vencida por la curiosidad, despacio, y, no obstante, sin rendirse) ¡Yo, yo! ¡Soy yo!

Mauri: (La mira con ojos alegres y dice despacio, contento) ¿Tía Ernestina? ¡Conque es usted la tía Ernestina…! Fulvia creía que había usted muerto…

Tía Ernestina: ¡Bajo… bajo… por caridad!

Mauri: (Más bajo, misteriosamente) Porque en cambio a ella, aquí, la tienen por muerta, ¿verdad?

(Pero lo dice con júbilo y se pone un dedo delante de la boca, mordiéndose el labio inferior. Después, con un movimiento alegre de las manos, añade como si fuese una suerte para él:) Todavía sigue muerta, para la hija, ¿verdad?

(Lanza un gran suspiro) ¡Ah, qué contento estoy! ¡Cuán ligero me siento! ¡Sólo temía esto! Que se hubiese puesto en claro…

(Súbitamente, abrazándola con ardor:) ¡Entonces ayúdeme, ayúdeme, tía Ernestina, usted que está enterada de la ofensa…!

Tía Ernestina: (Aterrada, soltándose) ¡Pero usted está loco! ¡No le conozco!

Mauri: ¡A mí, no, pero está enterada de la ofensa…!

Tía Ernestina: (Como antes) ¿De qué ofensa?

Mauri: ¡De la que me hizo Fulvia! ¡Fulvia!

Tía Ernestina: ¿Pero… dónde? ¡Suélteme…!

(Deshaciéndose de él:) ¡Suélteme o grito!

Mauri: ¡Si sigue aún muerta para su hija…!

Tía Ernestina: ¡Pero ahora tiene otra hija! ¡Enteramente suya…! ¡Desde hace un mes!

Mauri: (Con gesto y tono de alegre indiferencia) ¡No importa! ¡No importa!

Tía Ernestina: ¿Cómo que no importa?

Mauri: Lo sabía. ¡No importa…! Incluso con esta hija, quería entonces venirse conmigo. Nada… ¡Fue un momento! Tuvo la debilidad de ceder ante él…

¡Lo que he pasado, tía Ernestina! ¡Ah…!

(Hace una horrible mueca y junta las manos. Después, volviendo a abrir los ojos, palidísimo, tiene como un vértigo y está a punto de caer. Tía Ernestina se asusta) Nada, nada…

(Se ríe) Ando buscando desde esta mañana… ¿cómo llamaban los antiguos a aquel río…?

Tía Ernestina: ¿A qué río?

Mauri: ¡Ah, sí… el Leteo…! ¡Eso es…! ¡El Leteo! (Exagerando el tono) ¡El río del olvido!

Tía Ernestina: ¿Está usted borracho?

Mauri: No. Ahora, aquel río corre por las tabernas… Pero yo no bebo… ¡Y hace tantas noches, querida tía Ernestina, que no duermo…! Siento mis ojos… ¿sabe cómo? Aquí, estos dos arcos de las cejas… ¿sabe usted…? como los arcos de ciertos puentecillos que cabalgan sobre la arena, sobre los guijarros de una orilla enjuta, llena de grillos. ¡Así…! ¡Y aquí, en mis oídos… tengo realmente dos grillos, dos grillos malditos que chillan, chillan, hasta hacerme enloquecer…! ¡Ah, puedo hablar, puedo hablar, ahora, delante de usted! Y hablo bien, además, ¿no? Como cuando estaba en el campo, y me ejercitaba en la oratoria, esperando ser nombrado fiscal y enhebraba un tema tras otro, e improvisaba en voz alta, entre los árboles… «Señores magistrados… Señores del Jurado…» Hablo, hablo, perdóneme, porque no puedo hacer menos… Siento una sensación aquí, en el estómago… Por menos de nada me pondría a gritar de alegría… ¡La veré…! Fulvia le debe haber hablado de mí seguramente…

Tía Ernestina: ¡No! ¡Nunca! Pero… ¿quién es usted?

Mauri: ¡No es posible que no le haya dicho que trató de suicidarse, hace cosa de un año!

Tía Ernestina: Esto sí que me lo dijo.

Mauri: ¿Y no le habló de mí?

Tía Ernestina: Me dijo que no podía soportar la vida por más tiempo.

Mauri: ¡No es verdad! ¡Fue por mí! Sé que lo niega… ¡Pero fue por mí!

Tía Ernestina: (Mirándolo de nuevo, asustada, pero no obstante con cierta compasión) ¿Por usted?

Mauri: (Con un grito de desdén) ¡No me mire el traje, por favor!

Tía Ernestina: (Como antes, para remediar la situación) No… es que le veo… le veo así…

Mauri: ¡No tengo frío! ¡Tiemblo, pero no tengo frío…! ¡Son nervios! ¡Ni siquiera pienso en ello! Podría ganar, si quisiera… pero ni pienso en ello… Hace un año, hace un año que… (Cortando) ¡Es imposible…! ¡Esto tiene que terminar, sea como sea!

Tía Ernestina: Pero ¿qué más quiere terminar…? ¡Ya ha terminado todo!

Mauri: ¡Ah, no!, ¿sabe usted…? ¡No es verdad! ¡No puede ser verdad! ¡Ahora que la he encontrado…!

Tía Ernestina: ¡Pero si le digo que ahora tiene a su hija!

Mauri: ¡Precisamente por esto! ¡Ahora veremos!

Tía Ernestina: ¿Ha venido usted para esto? ¿Cuáles son sus intenciones?

Mauri: He venido… he venido porque no puedo más.

Tía Ernestina: ¡Pero yo le aseguro que no se acuerda ya de usted, y puede estar cierto de que ahora no piensa más que en su hija!

Mauri: Si fuese verdad, sería una desgracia. ¡Una desgracia, tía Ernestina, porque también cuento yo aquí! Hay, querida tía Ernestina, además de la nuestra, y aunque quisiéramos que no existiese, la vida de los demás. ¡Y qué le vamos a hacer…! ¡No podemos encerrarnos en la nuestra como si los demás no existiesen…! Si mi vida depende de la suya, y sin ella no puedo vivir…

Tía Ernestina: ¡Pero nadie tiene la obligación de…!

Mauri: ¿De amar a otro a la fuerza? ¡Lo sé! Y esta es la desgracia… Pero entonces, la vida, querida tía Ernestina, no importa nada y hay que cortarla…

Tía Ernestina: (Con terror) ¡Dios mío…! ¿Que quiere usted hacer?

Mauri: No lo sé. Estoy aquí. Me esfuerzo desde hace un año en intentar vivir sin ella. ¡Y he visto que no puedo!

En aquel momento llega por el mirador El Jardinero, con grandes prisas.

El Jardinero: (Anunciando) ¡Señorita… llegan los señores!

Tía Ernestina: ¡Dios mío!

(A Mauri) ¡Váyase! ¡Váyase, por caridad!

Mauri: Me quedo.

Tía Ernestina: (Al Jardinero) Suba, Giovanni, a avisar…

El Jardinero: (Corriendo hacia la segunda puerta de la derecha) ¡Sí, señora! ¡Sí, señora!

Sale.

Tía Ernestina: ¿Quiere usted dar un escándalo a su llegada, delante de la muchacha?

Mauri: ¡No! Pero hablaré. Lo diré todo.

Tía Ernestina: ¡Por favor! ¡Usted está loco! ¡Váyase, váyase!

Mauri: ¡No me voy!

Tía Ernestina: ¡Le prometo hablar yo! ¡Espere al menos hasta mañana!

Mauri: ¡No, ha de ser esta noche!

Tía Ernestina: ¡Sí, está bien, esta noche, pero más tarde, cuando esté sola!

Mauri: ¿Me lo promete?

Tía Ernestina: ¡Sí, sí… no lo dude! ¡Su nombre!

Mauri: Marco Mauri.

Tía Ernestina: ¡Váyase, váyase! ¡Ya llegan! ¡Márchese de aquí!

Lo hace salir al jardín por el mirador. Poco después entran simultáneamente Betta, por la segunda puerta de la derecha, y en traje de viaje, por la puerta de entrada, Fulvia y Silvio, seguidos por la Niñera, que lleva en un lujoso portenfant a la recién nacida, tapada por un largo velo color de rosa.

Fulvia: (Su primer impulso es correr a abrazar a Tía Ernestina, pero se contiene y le tiende solamente la mano) ¡Oh, tía… querida señorita Ernestina…! ¿Cómo está? ¿Cómo está? (Nota la ausencia de Livia)

Betta: ¡Bienvenida, señora! ¡Bienvenido, doctor!

Fulvia: Querida Betta… También usted… ¿Todos bien? (A la Niñera) Siéntese, siéntese…

(Se acerca a ella con Tía Ernestina y Betta y, aludiendo a la chiquilla, le dice:) ¿Sigue durmiendo?

La Niñera se sienta, Fulvia y las otras dos la rodean. Fulvia levanta el velo, despacio y les muestra la chiquilla dormida)

Fulvia: ¡Aquí la tienen!

Betta: ¡Oh, qué bonita es!

Tía Ernestina: ¡Qué encanto! ¡Cómo duerme…!

Betta: ¡Cómo se parece… a…! (A Tía Ernestina) ¡Fíjese, fíjese usted cómo se parece a la señorita Livia…! ¿No es verdad?

Tía Ernestina: Sí, sí…

Fulvia: (A Silvio) ¿No te lo decía yo?

Betta: ¡Idénticas!

Tía Ernestina: ¡Idénticas! Me parece verla aún… La recuerdo exactamente así.

Betta: ¡Yo también! ¡Yo también!

Fulvia: (Con una sonrisa indefinible) También ustedes lo han notado… Yo, claro, no sé… pero veo también que se parece…

Silvio: Y a todo esto, ¿dónde está Livia?

Tía Ernestina: Está arriba. He mandado que la avisaran.

Betta: (Confusa) Sí… sí… estaba conmigo…

Silvio: Vaya a decirle que baje.

Betta: Es que me parece que…

Fulvia: (A Silvio) ¡Déjala, por Dios! Si no quiere bajar…

Silvio: ¡Nada de esto!

Fulvia: Quizá no se encuentre bien…

Betta: Se ha encerrado en su habitación.

Fulvia: ¿Lo ves? La veremos mañana.

Silvio: Voy a subir yo.

Fulvia: Ve si quieres; pero no la obligues a bajar.

Silvio: Está bien… Está bien… (Sale por la puerta de la derecha)

Fulvia: (A Betta) Hágame el favor, Betta; acompañe a la niñera a la habitación.

Betta: En seguida, señora. Vamos…

Fulvia: (A LA Niñera, que se levanta y pasa cerca de ella) Despacito, ¿eh? Se lo ruego. Que no se despierte…

Betta: Pierda cuidado, señora…

Sale con la Niñera por la primera puerta de la derecha.

Fulvia: (Abrazando súbitamente a Tía Ernestina) ¡Ah, tía Ernestina…! ¿Has visto? (Alude a la chiquilla) ¡Soy feliz!

Tía Ernestina: (Tratando de eludir el abrazo) No… oye… oye…

Fulvia: ¿Qué ocurre?

Tía Ernestina: Hay un contratiempo… Un contratiempo…

Fulvia: ¿Livia? ¡Olvídala!

Tía Ernestina: ¡No! Hay uno que ha venido a buscarte.

Fulvia: ¿A mí? ¿Quién?

Tía Ernestina: Me ha dicho el nombre. Está allí en el jardín.

Fulvia: ¿En el jardín? ¿Y quién es? ¿A esta hora?

Tía Ernestina: Quiere hablarte.

Fulvia: ¿Allí…? ¿escondido?

Tía Ernestina: Es un forastero. No quiere marcharse. Le prometí decírtelo.

Fulvia: Pero… ¿cómo? ¿Ahora?

Tía Ernestina: Más tarde… Vino ya hace dos días.

Fulvia: (Como para sí misma) Que no sea otra vez aquel loco…

Tía Ernestina: ¡Un loco! ¡Sí, parece un loco…! Me dijo que tú, por él…

Fulvia: ¿Mauri? ¿Te ha dicho que se llamaba Mauri?

Tía Ernestina: Sí, me parece que sí.

Fulvia: ¿Y qué quiere?

Tía Ernestina: Me parece que lleva malas intenciones.

Fulvia: ¿Contra mí?

Tía Ernestina: Dice que no puede vivir sin ti…

Fulvia: ¡Vaya…! ¿Otra vez? ¿Le has dicho que…?

Tía Ernestina: ¡Sí, sí…! ¿Lo de la chiquilla?

Fulvia: ¡Claro que sí!

Tía Ernestina: Dice que no le importa.

Fulvia: ¡Está loco! No es nada, no temas, tía Ernestina…

Tía Ernestina: ¡Pero está allí…! Y si…

Fulvia: Esto sí, esto sí… es capaz de armar un escándalo. Pero ¿cómo ha venido? ¿Cómo ha sabido…? ¿Qué te ha dicho?

Tía Ernestina: Pues… yo no he entendido nada… Ha hablado incluso de grillos. Ha empezado a predicar… Dice que esto tiene que terminar.

Fulvia: ¿Todavía sigue con ésta?

Tía Ernestina: ¡Se lo he dicho…! Y me ha amenazado. Le he dicho que…

Fulvia: ¡Calla, calla! Temo que Livia oiga… Pero no quiero ponerme nerviosa, no quiero (Con alegría) Lo crío yo, ¿sabes?

Entra Silvio por la segunda puerta de la derecha.

Fulvia: ¡Oh, Silvio…!

Silvio: Me ha dicho que ahora baja.

Fulvia: ¿Livia? ¡Oh, no! Era mejor que se quedase arriba…

Silvio: Nada de esto. Debe bajar incluso por respeto hacia mí.

Fulvia: ¿Y le has obligado?

Silvio: ¡No puedo tolerar que siga portándose así! Ni siquiera ha querido abrirme. Al fin, me ha prometido que ahora bajará.

Fulvia: (A Tía Ernestina) ¡Trata de impedirlo, tía Ernestina!

Silvio: ¿Por qué?

Fulvia: Porque allí… en el jardín, está aquel… aquel Mauri, ¿sabes?

Silvio: (Deteniéndose) ¿Aquí? ¡Cómo…!

Fulvia: Parece ser que lleva dos días aquí.

Tía Ernestina: Sí, sí… Había venido a preguntar…

Silvio: (Con viva agitación) ¿Y ha hablado con Livia?

Tía Ernestina: ¡No, no…! ¡Conmigo!

Silvio: ¿Y qué quiere?

Fulvia: ¡Lo de siempre! ¡Su locura!

Silvio: ¿Todavía? Pero ¿cómo ha descubierto…?

Fulvia: ¿Cómo quieres que lo sepa…? ¡Ve…! ¡Ve…! Trata de conseguir que se marche antes de que baje Livia.

Silvio se dirige hacia el mirador.

Tía Ernestina: ¡No, no vayas solo!

Silvio: (Encogiéndose de hombros y saliendo) ¡Bah…!

Tía Ernestina: ¡Hazme caso a mí! Será mejor mandarle a Giovanni.

Fulvia: (Irritada) ¡Nada de eso! ¡Tienen que estar solos! Me estás asustando…

Tía Ernestina: Yo le he visto en un estado…

Fulvia: Entonces es mejor que vaya yo…

Tía Ernestina: ¡No, tú, no!

Entra Betta por la segunda derecha.

Fulvia: (Rápida a Betta) ¿Dónde está Giovanni?

Betta: Pues… no sé… Debe de estar en su casita, en el jardín.

Tía Ernestina: ¡Ah, bien, bien… entonces…! Habrá bajado por allí…

Betta: No sé, señora, si debo cumplir la orden que me ha dado la señorita…

Fulvia: ¿Qué orden?

Betta: Quisiera que el automóvil…

Tía Ernestina: ¡He comprendido! ¡Quiere marcharse! Me lo ha dicho.

Fulvia: ¿Qué? ¿Que se quiere marchar? ¿Adónde?

Tía Ernestina: Parece ser que ha hecho sus preparativos.

Fulvia: ¿Para marcharse? Pero, ¿cómo? ¿Así, exprofeso, la noche en que llego?

Tía Ernestina: No, querida mía, hace ya tiempo, hace ya tiempo que se conjura, aquí… (Mira a Betta, estremeciéndose)

Betta: ¿Me lo dice a mí, señorita?

Tía Ernestina: ¡A usted, a usted, sí! Con el señor párroco. No sé qué embajadas…

Fulvia: Pero, ¿dónde quiere irse? ¿Por qué?

Betta: Yo no sé nada… Yo he obrado obedeciendo órdenes…

Fulvia: ¿Y qué tiene que ver el párroco con todo esto?

Tía Ernestina: Ha estado usted hoy otra vez allí, cerca de cuatro horas. ¡No lo niegue!

Fulvia: (Con el desdén de quien no quiere preocuparse más por una tan manifiesta y dura injusticia) ¡Bah! ¡Ya se las entenderá con su padre! ¡Yo me voy con mi hija!
Va a salir por la primera derecha, cuando, por la segunda, aparece Livia, en traje de viaje.

Fulvia: (Deteniéndose) Pero, ¿qué es esto? ¿Qué locuras son éstas, Livia?

Livia: ¿Dónde está mi padre?

Fulvia: ¿Quieres marcharte? ¿Adónde quieres ir?

Livia: Esto, lo sé yo.

Fulvia: Pero… ¿lo dices en serio? ¿A esta hora? ¿Y por qué, además? ¿Sin ningún motivo?

Livia: El motivo lo sé yo. ¡Y usted también debería saberlo!

Fulvia: (Herida por aquel «usted», la mira) ¿Ah, ahora me tratas de usted? Pero, veamos…, ¿qué ha ocurrido?

¿Cuál es el motivo que yo también debería saber?

Livia: Quiero hablar con mi padre. ¿Dónde está?

Fulvia: Pero, ¿crees que tu padre te va a dejar marchar así?

Livia: ¡Mi padre no tiene ya derecho alguno a retenerme aquí, a su lado!

Fulvia: ¿Quieres decir… «a tu lado»?

Livia: ¡No! Digo al lado de «usted».

Fulvia: (Vuelve a mirarla, y se contiene) ¡Está bien! ¡Llámame como quieras! Pero ¿por qué crees que tu padre…?

Livia: ¡Esto lo veremos él y yo!

Fulvia: ¡Oh… está bien…! ¡Entiéndetelas con él! Yo estoy cansada… No has visto siquiera cómo y con quién he regresado… (Hace ademán de salir)

Livia: ¡Márchese, sí! Tanto mejor. Ahora, aquí, ya tendrán todos a la otra…

Fulvia: (Con un destello de esperanza de que la decisión de Livia sea por celos de su hermana) ¿Ah, es por esto? ¡No, Livia! No puedes figurarte, hija mía, con cuánto afán he deseado, al volver aquí, tenerte en mi corazón junto a esa pequeñita que duerme allá… (Y hace ademán de abrazarla)

Livia: (Con un súbito y fiero gesto de repulsión) ¡Ah, no… déjeme… por favor! ¡Al lado de aquélla yo no me pongo!

Fulvia: (Haciendo un esfuerzo sobrehumano por dominarse, lastimándose a sí misma con tal de salvar de aquella repulsión a la hija pequeña) Lo dices por mí, ¿verdad, Livia…? ¿No lo dices por la chiquitina?

Livia: ¡Lo digo por usted… y también por ella!

Fulvia: ¡No… no… no! Porque… pienses lo que pienses de mí… quieras o no quieras… es tu hermana.

Livia: ¡No es verdad! ¡Todavía no!

Fulvia: ¿Cómo que no es verdad?

Livia: No es verdad, porque usted no es la mujer de mi padre.

Fulvia: ¿No? ¿Y qué soy, entonces?

Livia: ¡Lo sabe usted mejor que yo, lo que es!

Fulvia: (De nuevo con aquel destello de esperanza) ¿Me desprecias por esto? ¡Ah… pues si es por esto…, no, Livia! No sé cómo has podido suponer…

Livia: ¿Dónde está su certificado de matrimonio?

Fulvia: (Volviéndose a medias hacia Tía Ernestina, a medias hacia Betta) ¡Ah…! ¿Conque esta es la conjuración…?

Habéis hecho investigaciones, ¿eh? (Señala a Betta y a Livia)

Livia: ¡No existe! ¡No existe!

Fulvia: (Con un arranque de altivez, para cortar en seco) ¡Existe! ¡Has buscado mal! ¡Existe!

Livia: ¡No basta negar! ¿No podría decir dónde?

Fulvia: Por caridad, Livia, no me hagas hablar… Por compasión de ti misma, más que de mí… no me pongas a prueba, te lo suplico. Estoy verdaderamente cansada.

Livia: No. No hace falta que diga nada más. Con esto me basta.

Fulvia: ¿Qué es lo que te basta?

Livia: Esta confesión.

Fulvia: ¿Qué confesión?

Livia: La de que por compasión hacia mí… oculta cosas… que no puede decir.

Fulvia: ¡No es verdad! ¡Yo no oculto nada!

Livia: Me ha pedido que no le haga hablar… ¿De qué no quiere hablar? ¿De cosas que hacen referencia a mí?

Fulvia: No, no… no digo esto.

Livia: Entonces… ¿son cosas que hacen referencia a usted?

Fulvia: ¡A mí…, sí!

Livia: ¡Ya me lo imaginaba!

Fulvia: ¡Tú no te imaginas nada! ¡No son cosas que puedas imaginar! ¡Y es mejor así… te digo yo misma que es mejor así…! ¡Déjame ahora tranquila!

Livia: ¡Oh, ya quedará tranquila, ahora! ¡Me voy!

Fulvia: ¡No puedes marcharte! ¡No debes! He sufrido un verdadero martirio, durante un año entero, para que, por lo menos, siguieses al lado de tu padre, ya que a mi lado no quieres…

(Livia la mira torvamente y Fulvia, corrigiéndose, añade:) No puedes, no puedes… está bien. Y yo no he hecho nada para obligarte a ello, como no sea tratarte con el afecto de una verdadera madre, hasta que me he abstenido también de esto, viendo que no podías responder a aquel afecto mío, y que incluso te causaba enojo, en lugar de placer… ¡Pues bien, no quiero ni pido ya nada! Puedes seguir despreciándome. Pero soy la esposa legítima de tu padre. Y no te lo digo por mí. Te lo digo por la pequeñita; debes quererla a pesar de todo, aunque no me quieras a mí… ¡porque es tu hermana!

Es hija de tu padre, exactamente igual que tú, sin la menor diferencia. Y conviene que comprendas en seguida esto: ¡Sin ninguna diferencia…!

No podría admitir que creyeras que entre tú y ella existe la menor diferencia.

Livia: Excepto la de la madre, me concederá usted…

Fulvia: (Perdiendo en este momento, ante la mordaz ironía, todo dominio de sí misma) ¡No, ni siquiera ésta!

Livia: (Fría, más irónica que minea) ¿Cómo que ni siquiera ésta? ¡No somos hijas de la misma madre, me parece!

Fulvia: Pero, ¿quién crees que soy? ¿Qué piensas de mí?

Livia: ¡Lo mismo que juzga útil ocultar…!

Fulvia: ¿Y quisieras hacerlo pesar sobre mi hija? ¡Ah, no; esto no!

Livia: Mi madre…

Fulvia: ¿Qué pasa con tu madre…? ¡Acaba ya…! ¡Si no la has conocido!

Livia: Si no la he conocido, sé quién era; y sé quién es usted.

Fulvia: ¿Quién soy yo? (La agarra; la sacude, en el colmo del furor) ¿Qué puedes saber tú de esto…? ¿Ah, sí..? ¿Estás segura? ¿Y no te lo quitarás de la cabeza? ¿Y seguirás creyendo que mi hija tiene por madre a una mujerzuela? ¿Sí, eh…? ¡Pues entonces yo te digo ahora que también tú eres hija de una mujerzuela!

Livia: (Aterrada, horrorizada) ¡No, no!

Fulvia: ¡Sí! ¡Tal como te lo digo! ¡Hijas de la misma madre! ¡Porque yo soy tu madre! ¡Yo! ¿Comprendes ahora? ¡Te han hecho creer que había muerto! ¡No es verdad! ¡Heme aquí! ¡Soy tu madre! ¡Y lo que soy para la otra lo soy para ti…! ¡Sin diferencias! ¡Sin diferencias…! ¡Ah, por fin me he liberado! ¡Ahora estoy viva! (Dirá esto abandonando como muerta a Livia en los brazos de su padre, que, al oír los gritos, ha acudido inmediatamente, acompañado de Marco Mauri, por el mirador)

Silvio: (Estrechando a Livia entre sus brazos) ¡Pero si… la has matado!

Fulvia: ¡La ha matado tu impostura! ¿Querías que pesase también sobre mi hija y la aplastase de igual modo? ¡Pues bien… no!

Silvio: ¡Pero tú ahora no puedes ya seguir aquí!

Fulvia: ¡Y me voy! ¡Me voy, sí! ¡Pero no como antes! ¡Ah, no, ahora no es como antes! (A Mauri) ¡Mi hijita…! ¡Ve…! ¡Por allá… mi hijita!

(Señala hacia la primera puerta de la derecha y Mauri sale por allí) ¡Mi hijita!

Silvio: (Tratando de sacudir suavemente a su hija, que está como muerta) ¡Livia! ¡Livia!

Fulvia: (Que se habrá acercado a la primera puerta de la derecha, esperando impaciente que Mauri le traiga a su hijita:) ¡Calla! ¡Esta vez me la llevo conmigo, a tu Livia! ¡Díselo cuando vuelva en sí…! Me la llevo… a ella, sí… viva… y mía… ¡Como yo, viva! ¡A la vida…! ¡Y a la ventura!

Telón

1920 – Como antes, mejor que antes
Comedia en tres actos
Personajes, Acto Primero
Acto Segundo
Acto Tercero

In Italiano – Come prima, meglio di prima

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