Es una “tragedia en tres actos”. El dualismo de la vida y la forma, el tema dominante de la dramaturgia pirandelliana más madura, en Diana y Tuda, incluso actúa como un protagonista explícito en la sugerente personalización de las dos entidades abstractas que dominan todo el drama haciendo que ese conflicto teórico sea vivo y concreto. La forma es Diana, la gran estatua, en la que el joven escultor Sirio Dossi tiene la intención de crear con un compromiso apasionado una imagen de belleza suprema, fijada para la eternidad en su perfección, en contraste con la existencia cambiante, defectuosa y sin forma. La vida es Tuda, su modelo, que obliga a poses extenuantes para capturar en ella la fugaz perfección para ser inmortalizado.
In Italiano – Diana e la Tuda
Personajes, Acto Primero
Acto Segundo
Acto Tercero
Personajes
Tuda, modelo.
Nono Giuncano, viejo escultor.
Sirio Dossi, joven escultor.
Sara Mendel.
Caravani, pintor.
Jonella, modelo.
Las brujas: Giuditta y Rosa.
La Modista.
La modista de sombreros.
La joven que acompaña a la Modista.
La joven que acompaña a la Modista de sombreros.
En Roma. Época actual.
Diana y Tuda
Acto Primero
El estudio del escultor Sirio Dossi. Paredes blancas, altísimas. En los grandes ventanales de cristales, cortinas negras. Alfombra negra, muebles negros. A lo largo de las paredes, reproducciones en yeso de estatuas antiguas de Diana, colocadas simétricamente. Puerta a la derecha; a la izquierda, la de la calle. Una gran cortina blanca pende casi en el centro de la escena, suspendida de un palo transversal, con anillas correderas, ocultando a la modelo, desnuda, de pie sobre una tarima. Una potente luz encendida detrás de ella proyecta su silueta en negro, enorme, sobre la pared del fondo; está caracterizada de Diana, como en el pequeño bronce del museo de Brescia atribuido a Cellini.
Al levantarse el telón, Nono Giuncano, sombrío e inquieto, está sentado en un taburete, delante de la cortina, esperando que la «pose» haya terminado. Tiene cerca de sesenta años. Es corpulento y robusto. Tiene la barba y el cabello blancos, alborotados, el rostro arrugado y los ojos sumamente jóvenes, agudos, penetrantes. Viste de negro.
Tuda: (Detrás de la cortina, posando) ¡Basta, por favor!
Sirio: (También detrás de la cortina) ¡No, quieta ahí!
Tuda: ¡No aguanto más!
Giuncano: ¡Sí, hombre, sí! ¡Basta!
Sirio: ¡Quieta, le digo! ¡No ha pasado la hora!
Tuda: ¡Sí ha pasado! ¡Sí ha pasado!
Sirio: Un momento más…
Tuda: ¡No puedo más!
Sirio: (Gritando) ¡Quieto ese brazo, por Dios!
Larga pausa.
Giuncano gesticula, iracundo.
Tuda: (Con una sonrisa casi infantil) ¡Ay, si ya ni me lo noto! Déjemelo bajar por lo menos un minuto. ¡Soy de carne y hueso!
Se verá a la sombra cambiar de postura, bajar el brazo, cogerlo con la otra mano, como para sostenerlo.
Sirio: (Alto, rubio, rostro pálido, enérgico, ojos claros de acero, inflexibles, casi endurecidos en la cruel frialdad de su propia luz, sale de detrás de la cortina arrojando con ruido el cincel. Viste una larga bata blanca ceñida al talle por un cinturón. Se encara con Nono Giuncano) ¿Pero es posible que yo tenga que trabajar así, contigo aquí, que la instigas a rebelarse en lugar de persuadirla de que esté quieta?
Giuncano: ¡Mátala, mátala! ¡Verás que quieta estará!
Sirio: Esta consideración por las modelos, ¿se te ha despertado desde que ya no trabajas?
Giuncano: (Le mira desdeñosamente) ¿Por las modelos? ¡Tonto!
Sirio: Si tanto te hace sufrir ver trabajar a los demás, ¿por qué vienes?
Giuncano: Porque quisiera que tú, por lo menos…
Sirio: ¿Ah, sí…? Precisamente yo, ¿eh? ¿Quisieras que no trabajase más?
Giuncano: Con tu dinero…
Sirio: (Con un estallido de ira) ¡Deja ya de arrojarme a la cara mi dinero!
Giuncano: ¿Yo? ¿A la cara? ¡Al contrario! Quisiera que lo aprovechases…
Sirio: …¿para no trabajar más?
Giuncano: …y se lo arrojases a la cara a los demás; a los que hacen estatuas para vivir… Para que no hiciesen más.
Sirio: ¡Te has vuelto loco…!
Giuncano: (Enérgicamente, levantándose) ¡Oh, sí, y doy gracias a Dios por ello, si te interesa saberlo! Esta mañana… las veo aún, como una llama, delante de mis ojos… todas aquellas amapolas… en el Parioli… toda aquella alegría…
Sirio: (Extrañado) ¿Qué estás diciendo?
Giuncano: No querían dar a nadie su alegría… (¿quién las vería allá arriba?)… la guardaban para sí, la alegría de arder bajo el sol… de aquella manera, todas a las vez, juntas… Y el silencio, que las rodeaba, sobre aquel rojo suyo escarlata, parecía un silencio de éxtasis…
Sirio: (Estupefacto:) ¿Las amapolas?
Giuncano: ¡Porque ahora lo veo y lo comprendo! Desde que me he vuelto loco, como tú dices. ¡Si supieses cuantas cosas no veía antes…!
Tuda: (Todavía detrás de la cortina) ¡Papá Giuncano, si no fuese porque estoy así… (se sobreentiende que quiere decir «desnuda») iría a darle un beso. Pero se lo doy, de igual modo, aquí, sobre mi brazo. (Se lamenta) ¡Oh, Dios mío, está frío como si estuviese muerto!
Sirio: (A Giuncano) Bueno, ¿te vas? ¿Quieres dejarme trabajar?
Tuda: ¡No se marche, no, maestro, no se marche!
Sirio: No hagas la estúpida y ponte otra vez en pose.
Tuda: ¡Ah, no, no, basta! ¡Son casi las doce! ¡Me visto!
(Se echa encima rápidamente un kimono morado y sale; unas babuchas calzan sus pies desnudos: trae un racimo de uvas en una mano y en la otra un panecillo; acaricia el rostro de la estatua que está más cerca de la cortina y le dice:) Tú no tienes hambre; yo sí, y como…
Es sumamente joven y de una belleza maravillosa. Su cabello es rojizo, rizado, y lo lleva peinado a la griega. Su boca esboza con frecuencia un gesto doloroso, como si la vida le hubiese conferido una desdeñosa amargura; pero si ríe adquiere en el acto una gracia luminosa, que parece iluminar y dar vida a todas las cosas.
Giuncano: Come, sí, querida. Te prometo y te juro que esta Diana que tanto te martiriza será la primera sobre la cual intentaré el experimento.
Tuda: ¿Qué experimento? ¡Dígamelo!
Giuncano: ¡Ah, un experimento, querida, que si sale bien, quitará a todos los escultores el deseo de hacer otras estatuas!
Tuda: ¿Y yo, entonces?
Giuncano: No harás más de modelo. Por lo menos, de los escultores;
Tuda: ¿Y de los pintores, sí? Menos mal…
Sirio: (A Tuda) Entonces, ¿tenemos que aplazarlo? ¿Hasta cuándo?
Tuda: ¡Pero si ni siquiera me tocaba venir, esta mañana! ¿Ve usted, maestro, qué manera de darme las gracias?
Sirio: Me dejas plantado y encima gracias…
Tuda: Recuerda que te dije que no empezases. No hubieras debido empezar el trabajo.
Giuncano: Eso es. Muy bien. Nunca hubiera debido empezarlo.
Tuda: No digo «nunca»; pero, por lo menos, esperar hasta el día que hubiera podido comprometerme por todo el tiempo que necesitaba, ya que se le ha arraigado tanto esta manía de hacer de escultor…
Sirio: ¡Escultor! ¡No digas eso! Me da asco sólo de oírlo decir.
Tuda: ¿No es esto un estudio de escultor? ¡Casi parece de adorno, de tan bonito como es! ¡Sabe Dios lo que te habrá costado!
Sirio: La profesión…
Tuda: (A Giuncano) ¿ES verdad que la idea le vino por…?
Sirio: (Haciendo un guiño) ¡Ah, sí, el cuento de aquel muchacho que…!
Tuda: …todo el mundo lo dice…
Sirio: …¡oh, sí, es una noticia que corre por todas partes…!
Tuda: …aquel muchacho que modelaba un pie delante de su estudio… (señalando a Giuncano)
Giuncano: ¡Maldito muchacho!
Sirio: (A Giuncano) Pues en cambio, mira, para hacerte rabiar, te diré que has sido tú…
Giuncano: ¿Yo? ¿Quieres darme la culpa a mí?
Sirio: ¡A ti! ¡A ti! Pero no la culpa; la rabia de verte destruir como un loco…
Giuncano: Esto, al contrario, hubiera debido hacerte pasar las ganas…
Sirio: No, cuando vi en tu estudio la hecatombe que habías hecho con todos tus yesos…
Tuda: ¡Es verdad! ¡Qué lastima!
Sirio: …entre todos aquellos despojos diseminados allá, piernas, manos, rostros…
Giuncano: ¡Ah!, ¿fue entonces?
Sirio: …sí, el desprecio hacia nuestros cuerpos, que están aún en pie…
Tuda: Desprecio, ¿por qué?
Sirio: (Prosiguiendo, sin hacerle caso) …mientras que allí, por el suelo, yacían todos aquellos despojos… No sé, fue por las dos cosas: aquellas estatuas destrozadas entre los pies de la gente que había acudido… y aquellos rostros cariacontecidos, aquellos cuerpos que daban ganas de emprenderla con ellos a puntapiés… a martillazos… En serio, fue entonces cuando nació en mí…
Tuda: ¿La idea? ¡Oh, hay que ver!
Sirio: …de coger también yo en mis manos el barro, para levantar, alta, una estatua; una sola…
Tuda: (Dejando de prestarle atención) ¡Oh, y yo estoy aquí escuchándole! Tengo que salir corriendo. Me esperan.
Sirio: ¿Quién te espera?
Tuda: No eres tú el único, querido, ¿sabes? Estoy ahora de moda. (Se echa a reír) ¡Incluso en el extranjero! ¡Qué risa, maestro! ¿Estuvo ayer en la inauguración de la Villa Médicis? (A Sirio) ¡Ve, ve a verlo! Ahora formo parte de la historia del pensionado de Francia. No hay más que Tuda. Tantas estatuas, tantas Tudas. He tenido la sensación de entrar desnuda en un corredor con las paredes llenas de espejos. ¡Pero algunos de ellos parecían haberse vuelto locos! ¡Dios mío, qué muecas! No sé… Vamos, querido, vamos, otros diez minutos y me voy.
Sirio: ¿Qué quieres que haga en diez minutos? No te dejo marchar. No puedo dejar el bosquejo así.
Tuda: No vas a retenerme aquí a la fuerza…
Sirio: ¡A la fuerza, sí, si es necesario a la fuerza!
Tuda: (A Giuncano) Sería capaz. No he visto jamás una pretensión igual.
Sirio: ¡Tengo que terminarlo cueste lo que cueste! ¡Estoy hasta la coronilla!
Tuda: ¡Pues déjalo plantado! Oye, ¿quién te obliga a hacerlo?
Sirio: (Con ira y asco, gritando) ¡No hablo del trabajo!
Tuda: (A Giuncano) ¡Mire! ¿Ha visto usted? Y tiene el valor de decir que usted se ha vuelto loco. ¡Es él quien se ha vuelto loco detrás de esta estatua! ¡Mírele! ¡Mírele!
(A Sirio) ES el quinto bosquejo; lo tirarás como los otros…
Sirio: No, éste no, porque es ya tal como tiene que ser… ¿No ves que estoy ahora en plena fiebre e inspiración?
Giuncano: No es como estos rateros de las calles que se contentan con llevarse la bolsa de los transeúntes. Él el gran golpe. Una sola estatua, y…
Sirio: Si conservases un átomo de entendimiento, deberías elogiarme por esto.
Giuncano: ¡Pero si es esto, precisamente, lo que hace que te deteste! ¡Porque sé que esculpirás la estatua!
Sirio: La esculpiré, sí… y después, se acabó.
Giuncano: ¡Ah! ¿Después cambiarás de oficio?
Sirio: No, digo que se acabó… todo.
Giuncano: (Le mira y dice:) ¿Como tu hermano?
Sirio: Mi hermano lo hizo como un idiota.
Giuncano: ¿Porque ahora está curado?
Sirio: ¿Curado? Está más loco que yo. Digo como un idiota porque no supo hacerlo. Puedes estar seguro de que yo sabré.
Tuda: Pero, ¿qué dice? ¿Habla en serio de suicidarse?
Sirio: (Volviéndose rápidamente, desdeñoso) ¡Tú no te metas!
Giuncano: Es mal de familia.
Tuda: ¡Oye, puedes dejar estos aires conmigo! ¿Sabes…? Ya has encontrado a quien se mete de veras en los asuntos de los demás, especialmente en los tuyos. Por mí puedes suicidarte ahora mismo; no volvería siquiera la cabeza para mirarte. Me parece que antes me habrás matado tú a mí, si sigo haciéndote de modelo.
(A Giuncano) Pero esté tranquilo, que por ahora no se suicida. No terminará nunca esta estatua. Y quién sabe si ésta no es también una excusa para no terminarla.
Sirio: No, querida, porque antes que estar aquí hablando contigo, con él… antes que soportar veros…
Tuda: ¡Gracias! ¡Pero te hago observar que me quiero ir y eres tú quien me retiene!
Sirio: Hablo también de ver a los demás; de soportar todo… todo lo que él llama «vivir».
(A Giuncano, con ardor) ¿Y qué es eso? ¿Viajar, como hace ahora mi hermano? ¿Jugar, amar a las mujeres, tener una casa bonita, tener amigos, vestir bien, oír los acostumbrados discursos, hacer las cosas acostumbradas? ¿Vivir por vivir?
Giuncano: Sí, sí… y sin saber siquiera que se vive…
Sirio: …ya, como los animales…
Giuncano: ¿Como los animales? ¡Los animales no pueden volverse locos!
Sirio: ¡Ah, dices loco…!
Giuncano: ¡Loco, sí, tal como yo lo entiendo…!
Sirio: ¡Gracias! Ya he hecho todo lo que me aconsejas; me he cansado de ello; no me inspira ni siquiera desprecio; sino tanto asco, tanta indiferencia
(volviéndose a Tuda), que podría tener más bien lo contrario; contentarme con lo que he hecho allá (señala detrás de la cortina, aludiendo a la estatua) y decir que está terminada en lugar de terminarla.
Giuncano: Comes pensando en tu estatua, duermes pensando en tu estatua…
Sirio: Tú, que no eres vulgar, podrías ahorrarte una ironía tan fácil; pues bien, te respondo que sí. Y te desafío a que te rías.
(Volviéndose hacia Tuda) Habrás descansado ya. Anda, volvamos al trabajo.
Tuda: ¡Pero si va a venir a buscarme Caravani dentro de un momento!
Sirio: ¿Para ir a algún otro lupanar?
Tuda: ¡Lupanar…! Porque una vez, en París, siendo joven, y necesitándolo… ¡Y fue su fortuna, por otra parte! No puedes negar que el desnudo lo hace bien. También él está de moda, ahora, como retratista.
(Viniéndole repentinamente la idea) ¡Ah, tu amiga lo sabe muy bien! ¡Quiere que sea él quien le haga un retrato de amazona, a caballo!
Sirio: ¿Cómo no te da vergüenza?
Tuda: ¿De qué? No hago de espía. Ya verás como te lo dirá ella misma.
Sirio: No, digo de prestar así tu cuerpo para ese pintor…
Giuncano: Mientras él aquí te glorifica en pura divinidad…
Tuda: ¡Sí, y me está matando! ¡Ah!, pero para vengarme… ¿sabe usted qué le he sugerido a Caravani?
Giuncano: ¿Que haga él también una Diana? ¡Magnífico!
Sirio: (Saltando) ¡Ah, eso sí que no! ¡Contigo, no! ¡Se lo prohibo!
Tuda: ¡Hombre! La diosa Diana ¿te pertenece exclusivamente?
Sirio: ¡Mientras estoy trabajando contigo, sí! ¡Se lo prohibo! ¡Se lo prohibo! ¡Tanto más si se lo has sugerido tú!
Tuda: Pero si es otra cosa…
Sirio: ¡Precisamente por el oprobio que será! ¡En serio que no se lo tolero!
Tuda: ¿Sabes que te estás volviendo insoportable? ¿Se imagina, maestro, a una Diana bien sentada, con un codo sobre el muslo…?
Sirio: ¡Cállate!
Tuda: ¡Comodísima! La cabeza así… (la apoya en una mano) contemplando a un bello Endimión dormido…, medio verde y medio violeta, entre sus corderos… ¡Un encanto! (Se echa a reír)
Sirio: ¡Me gustaría destrozarla!
Tuda: ¿Estás celoso? Pues cuando un artista quiere que una modelo sea sólo para él, ¿sabes qué hace? ¡Se casa con ella, querido!
(Ante una mirada de desprecio de Sirio) ¿Te parecería un deshonor? Hay tantos que lo han hecho… Y con algunas que no valían ni la uña de uno de mis pies…
Sirio: ¿Cuánto te da?
Tuda: ¿Caravani? La pose, nada más.
Sirio: ¿No le iría mejor una de aquellas clientas tuyas?
Tuda: «Una de aquellas clientas suyas…» Te digo que hará el retrato incluso de tu amiga. Por otra parte, si tú me has imaginado de Diana, también a él puede habérsele ocurrido lo mismo.
Sirio: ¡No digas eso!
Tuda: Un cuerpo como el mío…
Sirio: Te daré el doble, el triple, cuatro, cinco veces más, con tal de que renuncie a su idea. ¡Te digo que no puedo tolerarlo!
Tuda: ¡Entonces, cásate conmigo!
Sirio: ¡Basta de tonterías!
Tuda: Habría que ver aún si yo te querría, querido…
Giuncano: ¡Tú, no!
Tuda: De momento no me quiere él. De manera que no vale la pena de hacer la desdeñosa… Vamos, querido. Por otra parte, te lo he dado a entender ya de todas las maneras imaginables; me pagas mejor que los demás, pero no me gusta trabajar contigo.
Vuelve detrás de la cortina y adopta la pose.
Reaparece la sombra, enorme, sobre la pared del fondo…
Tuda: ¡Papá Giuncano, auxilio! Hábleme de aquel experimento que quiere hacer…
Sirio: El brazo más alto…
Tuda: ¿Así?
Sirio: Así.
Pausa sostenida.
Tuda: ¿Duerme, maestro?
Giuncano: No, estoy fumando. Te veo en la sombra…
Tuda: ¿Estoy guapa?
Giuncano: Sí, querida…
(Pausa) Muerta.
Tuda: ¿Cómo muerta?
Sirio: (Gritando) ¡Quieta!
Tuda: ¡Pero dice que muerta!
Giuncano: Precisamente porque le quiere tan quieta.
Otra pausa.
Tuda: ¡Ah, es una pesadilla esta sombra! ¡Hasta este suplicio tenía que inventar! La luz detrás y la sombra de la estatua, delante.
Giuncano: También de esto te vengaré. Pero no encuentro todavía el barro.
Tuda: ¿Qué barro?
Giuncano: Un barro ardiente para meter dentro de todas las estatuas y descomponer su actitud.
Sirio: ¡Bueno, acabemos! ¡No haces más que moverte! ¡Vístete y vete!
Tuda: Ten paciencia. He imaginado la cara que pondrían las estatuas al notar que su actitud va descomponiéndose poco a poco. Mira allí a la sombra; así…, así…, así… (Acción lenta) Sin acabar de ser estatuas y, sin embargo, sin poder llegar a ser seres vivientes…
Giuncano: ¡Al contrario: llegando a ser seres vivientes! ¡Entonces sí que volvería a esculpir!
Sirio: El milagro de Pigmalión.
Giuncano: Poderles dar, con la forma, el movimiento… y mandarlas, después de haberlas esculpido, por un camino infinito, bajo el sol; por el que sólo ellas pudiesen caminar, caminar siempre, soñando en vivir lejos, lejos de las miradas de todos, en un lugar de delicias que no se encuentra sobre la tierra; soñando en vivir allá su vida divina…
Tuda: (Que ha bajado ya de la tarima y se ha puesto el kimono, sale de detrás de la cortina y corre hacia Giuncano) ¡Ah, esto, papá Giuncano, no podía ocurrírsele más que a usted! Se lo doy, en serio. ¡Oh! (Le besa)
Giuncano: (Rebelándose, sombrío) ¡No!
Tuda: (Extrañada) ¿No quería?
Giuncano: No me gusta.
Tuda: ¿Que le bese?
Giuncano: (Señalando a Sirio) ¡Bésale a él!
Tuda: Gracias. ¡Yo beso a quien quiero!
Giuncano: ¡No lo digo por mí, tonta! ¡Es por ti! Tu boca…
Tuda: ¿Qué le pasa a mi boca? (La muestra, avanzando el rostro) Cuando no ríe, es así. (Y permanece todavía un instante en aquella actitud)
Giuncano: ¡Mírala! ¡Mírala! (Y al deponer Tuda su actitud y echarse a reír, él se la muestra nuevamente a Sirio) ¡Mírala!
Tuda: (Recobrando una actitud natural, con fingido fastidio) ¡Bueno, basta!
Giuncano: ¡Mírala!
Tuda: (Moviéndose de diferentes maneras) ¡Basta! ¡Basta! ¡Basta!
Giuncano: ¡Tómala ahora como modelo para una estatua! ¡Toda ella es un temblor continuo de vida! ¡Varía a cada instante!
Sirio: ¡Ya…! Y si no la detienes en una actitud que tenga consistencia, ¿qué es? ¡Nada!
Tuda: ¿Cómo…? ¿Yo, nada?
Giuncano: ¡Es vida! ¡Es vida…!
Sirio: …que pasa…
Giuncano: ¡Precisamente!
Sirio: Hoy ya no es la de ayer, mañana ya no será la de hoy. Es distinta a cada instante que pasa. Yo le doy una forma… Aquella… (Señala la estatua) Para siempre.
Tuda: Gracias, una estatua.
Giuncano: ¿Una… (y para siempre) que no se mueva ya más?
Sirio: Es el oficio del arte…
Giuncano: (Súbito, con fuerza) Y de la muerte, que hará de ti, como de mí, una estatua; sobre un lecho o por el suelo; allí yacerás un día, sin movimiento.
Tuda: (Casi cantando y bailando) ¡Estoy viva! ¡Ojos, boca, dedos, piernas…! ¡Mira…! Las muevo, los muevo…, y esto es carne, carne caliente. ¡Toca!
Sirio: Pero ¿qué importancia tienes tú, como ser viviente? Es ella, la estatua, lo que importa. Su mármol, su materia; no tu carne…
Tuda: ¿Y para qué me necesitas a mí, entonces?
Sirio: Porque me sirves. Me sirves a mí. No a ella. (Señala la estatua)
Giuncano: ¿Y no sientes inquietud por ello?
Sirio: ¿Por qué?
Giuncano: Por lo que haces. Cuando la ves tomar consistencia delante de ti, poco a poco, cuando empieza a tomar cuerpo por sí sola, no como tú la querrías, sino como ella misma quiere ser, es decir, otra, diferente de la imagen que tú te habías forjado, hasta tal punto que, para no dejarte vencer por ella, debes luchar contra aquella amalgama de barro casi informe, pero ya de por sí viva…
Sirio: Sí, sí, es verdad…
Giuncano: Pues bien; cuando consigues formar con aquel barro tu imagen, la vida que movía tus dedos y aquel barro, la vida de la imagen, permanece allí, delante de ti, en suspenso, ya sin movimiento… ¿Y no experimentas la misma inquietud que delante de la muerte, delante de alguien que poco antes estaba vivo y ahora está ante ti, ya inmóvil…?
Tuda: Es verdad, es verdad.
Giuncano: Al pensar en lo que dentro de poco ocurrirá, la inquietud se convierte en repulsión.
Sirio: Ya, mientras que delante de una estatua…
Giuncano: ¿…se convierte en admiración porque la estatua es bella?
Sirio: ¡Porque está viva, ya que nunca morirá!
Giuncano: ¿Cómo puede estar viva, si vivir quiere decir morir a cada momento, cambiar a cada instante, y esa estatua no muere ni se transforma ya? Ha quedado muerta para siempre, en un acto de vida. La vida se la das tú, si la miras un momento. Yo no puedo mirarla ya; me inspira horror. ¡Ah, no, gracias, no me habléis de esa clase de inmortales!
(Agarra a Tuda por los brazos y la sacude) ¡Es mejor estar viva de este modo!
Sirio: ¿Sabes cómo interpreto yo todo esto que has dicho? ¡Como pena que sientes por ser viejo! Odias las estatuas porque empiezas a notar que no puedes moverte, como ellas; ésta es la razón.
Giuncano, sorprendido por la observación, se vuelve para mirarle, con ira, y, al mismo tiempo, con admiración. Se oye entonces llamar a la puerta.
Tuda: ¡Ah, será él! Caravani.
Sirio: (Reservado, reconociendo la llamada) No… Hacedme el favor, pasad allá un momento. (Señala detrás de la cortina)
Giuncano y Tuda se retiran. Sirio va a abrir.
Entra Sara Mendel vestida de amazona. Es morena, atrevida, equívoca, elegantísima; está cerca de los treinta años.
Sirio: Bajo, por favor.
Sara: ¿Trabajas aún?
Sirio: Está a punto de marcharse. Pero hay alguien más. No es posible.
Sara: ¿Quién es?
Sirio: Giuncano.
Sara: ¡Ah, no tiene importancia! ¿Y no podría yo también…?
Sirio: ¿Qué?
Sara: Verte trabajar.
Sirio: Ya te he dicho que no.
Sara: Es curioso. ¿Le da vergüenza que una mujer la vea desnuda y no le importa que la vea un hombre?
Sirio: Ven fuera, al jardín.
Sara: ¡Déjamela ver!
Sirio: ¡Ven, te digo!
Sara: No, no, quédate. Yo me voy. Sigue, sigue trabajando. Pero oye…: ¿no tenía que venir Caravani a buscarla a las doce?
Sirio: Ya te he dicho que está a punto de marcharse.
Sara: ¿Lo sabes, que está con Caravani?
Sirio: ¿Qué quieres que me importe con quién esté?
Sara: ¿Y sabes también que hace una semana que Caravani me hace la corte?
Sirio: Lo veo…
Sara: ¿Qué ves?
Sirio: Que estás vestida para el retrato que quiere hacerte.
Sara: ¡Ah…! ¿Quién te lo ha dicho? ¿Te lo ha dicho ella? (Alude a Tuda, con un movimiento de cabeza)
Sirio: ¿No está con Caravani?
Sara: Ha sido él mismo, Caravani, quien me ha pedido que le dejara hacerme un retrato. ¿Conque habláis de mí, mientras trabajáis?
Sirio: ¡Calla! ¡Vámonos fuera!
Sara: Podría hacerte saber, a mi vez, que ella ha sugerido a Caravani…
Sirio: Sí, hacer él también una Diana. Y esto te lo ha dicho él, Caravani. Señal de que también vosotros habéis hablado de mí…
Sara: ¡Claro, mientras me hace la corte!
Sirio: Pues tendrá que renunciar a ello, ¿sabes?
Sara: ¿A hacerme la corte?
Sirio: No. Que haga lo que quiera; que te haga el retrato; pero a cambio que me deje la modelo para trabajar.
Sara: Entonces, ¿querrías que…?
Sirio: ¡No quiero nada! ¡Quiero trabajar!
Se oye llamar a la puerta, que ha quedado entornada.
La voz de Caravani: ¿Se puede?
Sara: ¡Ah, aquí está! ¡Adelante, adelante, Caravani!
Caravani: (Está cerca de los cuarenta, es moreno, viste con elegancia; al entrar en el estudio de Sirio, no esperaba encontrar a Sara Mendel) ¡Oh, buenos días, señora!
Sara: Viene usted a propósito.
Caravani: (Saludando a Sirio Dossi) Buenos días, querido Dossi
(A Sara) ¿A propósito de qué?
Sara: De la modelo que emplea.
Caravani: ¿Aún está aquí?
Sara: ¡Míreme! (Muestra su traje de amazona) Como me quería…
Caravani: (Confuso ante la presencia de Dossi) Ya, pero…
Sara: (Rápida, para tranquilizarle) ¡Lo sabe, lo sabe! Se lo ha dicho su modelo… Yo venía a invitarlo a un paseo a caballo, pero dice que quiere trabajar. Si usted quiere, estoy a punto.
Caravani: Por mí…, ¡figúrese…, encantado!
Sara: A condición, sin embargo, que le deje usted su modelo. Es un cambio.
(A un gesto de extrañeza de Caravani) ¡Consienta, consienta! ¡He consentido yo también! ¡Vamos! (Intenta llevárselo)
Sirio: (Indignado) ¡No, espera, Caravani! (Llamando fuerte, con rabia) ¡Tuda!
Tuda: (Desde detrás de la cortina, rápida) ¡Voy! ¡Me estoy vistiendo!
Sara: ¡No, no…! ¡Venga, Caravani!
Caravani: ¡Ah, por mí…, como quiera!
Sara: Aunque sea por darme gusto a mí. Vámonos.
Caravani: Pero no quisiera…
Sara: ¡Si le digo que consiente en ello! (Se vuelve hacia la cortina) Maestro, sé que está usted ahí; ¡entreténgala!
(A Caravani) ¡Vamos! ¡Vamos!
(Y viendo salir a Giuncano de detrás de la cortina) ¡Hasta la vista, maestro!
Arrastra a Caravani hacia la puerta, riendo.
Sirio: (Temblando de cólera) ¡Ah, qué asco! ¡Eso es no conocerme, pardiez! (Sale furioso detrás de los dos)
Tuda: (Saliendo también de detrás de la cortina, ya vestida y con el sombrero puesto) ¿Qué ocurre?
Giuncano: Se ha llevado a Caravani.
Tuda: ¿Y él, Sirio, como un estúpido, ha corrido tras ella?
Giuncano: No es un estúpido.
Tuda: Pero ¿no ha visto que apenas ha llamado, ha reconocido que era ella?
Giuncano: Sabrá como suele llamar.
Tuda: La prueba, perdone, es que ha salido corriendo detrás de ella.
Giuncano: Sí, diciendo: «¡Qué asco!»
Tuda: Porque se ha dado cuenta de que ha querido agraviarle. Cuando ha hablado de hacer el cambio, me ha llamado inmediatamente para que fuese con Caravani.
Giuncano: Su amiga tendrá celos de ti.
Tuda: ¿De mí? ¡Ah, esa sí que es buena!
Giuncano: Es absurdo, claro…
Tuda: (Con orgullo) ¿Y por qué es absurdo? (Lo dice como dando a entender: «¿Es que no podría estar celosa de mí?»)
Giuncano: No lo digo por ti. Lo digo porque no entiende la razón por la cual se ocupa poco de ella. Le ve absorto en su trabajo… Y sospecha que puede ser… no por el trabajo…, sino para estar contigo.
Tuda: Viene a buscarle aquí cada día, a esta hora.
Giuncano: (Pensativo) Si ha podido decir de mí…
Tuda: (Suponiendo que se refiere a Sara) ¿Qué ha dicho? No lo he oído.
Giuncano: Que odio las estatuas…
Tuda: Pero esto lo ha dicho él, hace un rato…
Giuncano: No es ningún estúpido.
Tuda: ¿Porque es usted viejo?
Giuncano: Porque dentro de poco, como ellas, no me moveré. Tiene razón… ¡Estas manos endurecidas! ¡Esta cara…! (Agarra casi con asco su propio cuerpo) ¡Toda esta masa…! Tú no puedes comprender todavía…
Tuda: (Seria, con tierna compasión que le hace entornar los ojos, pero con una tenue sonrisa maliciosa sobre los labios) ¡Oh, sí, le comprendo…!
Giuncano: ¡No! (La mira, entre agraviado y amenazador) ¿Qué es lo que comprendes?
Tuda: (Se le acerca, afectuosa) Que usted sufre… Pero no por lo que dice.
Giuncano: ¿Yo?
Tuda: (Acentuando la malicia) No porque no sea verdad lo que dice. Sino porque sus sentimientos son otros.
Giuncano: (Como antes) ¿Otros?
Tuda: Otros que no quiere decir.
Giuncano: Yo digo…
Tuda: Sí, una cosa que… para quien, como yo, la entiende…, no es verdad ya.
Giuncano: (Después de haberla mirado, estupefacto) ¿Cómo te las arreglas para pensar estas cosas?
Tuda: ¡Ah…, puedo fingir también que no pienso en nada… por malicia! ¡Discuto con los artistas! Finjo hablar al azar; vuelvo un poco la cabeza, como si no me diese cuenta; la inclino, la levanto; tiendo ligeramente una mano; ¡cuidado con hacer ver que soy yo, la modelo, la que sugiere las cosas!; no, no, yo he dicho una tontería; he hecho un gesto cualquiera; pero la idea la han tenido ellos. Y están tan seguros de ello que me lo dicen. «Oye, estoy pensando que este gesto…» O bien: «¡Calla, se me ocurre una idea!» Y yo, seria: «¿Qué gesto?» O bien: «¿Qué he dicho?» Hay que hacerlo así, con algunos. Pero con otros, no. Con éste, por ejemplo… (Alude a Sirio)
Giuncano: (Triste) ¡Oh, sí, éste sabe muy bien lo que quiere…!
Tuda: ¿Y usted cree verdaderamente que hará…?
Giuncano: Sí, una estatua. Él, sí. Una verdadera estatua.
Tuda: (Como si las palabras le viniesen a los labios involuntariamente) No se le parece nada…
Giuncano: (Después de haberla mirado) ¿Por qué dices esto?
Tuda: (Rápida, algo turbada) ¡Por nada…! No tiene…, no tiene el aspecto de los demás; casi no parece un artista…
Giuncano: (Con una sonrisa triste) ¿Has oído decir tú también que…? No, no. Se parece a su padre, incluso. Voluntad fría y dura.
Tuda: Dicen que su padre le abandonó…
Giuncano: Sí, de pequeño; cuando murió su madre. Se fue muy lejos, a hacer fortuna.
Tuda: ¿Y usted le conoció de pequeño?
Giuncano: (Pensativo) Su madre, sí, era una mujer realmente viva. Como he visto pocas.
Tuda: ¿Es aquel único yeso que salvó usted de la destrucción? ¿Su retrato de joven?
Giuncano: Sí.
Tuda: ¡Qué guapa debía ser! (Pausa)
Giuncano: (Cambiando de tono) Cuando oigo hablar, cuando miro y cuando voy por alguna parte, sospecho siempre que en las palabras que oigo, en lo que veo, en el silencio de las cosas, puede haber algo que yo ignoro, a lo cual mi espíritu, que sin embargo está allí presente, corre el riesgo de permanecer ajeno; y tengo la sensación de que, si pudiese penetrar allí, acaso mi vida se abriría a sensaciones nuevas, hasta el punto de creer que vivo en otro mundo. Él, en cambio… No sé… Es así, lleno de paradojas…, no siente, no ve nada; no quiere más que una sola cosa.
Pausa.
Tuda: (Pensativa) Si realmente es tan rico como dicen…
(Pausa)
Giuncano: (Pensativo) Cuando la vida se cierra…
(Pausa)
Tuda: ¿Cree que hará realmente lo que dice?
Giuncano: Es muy capaz de hacerlo.
(Pausa)
Tuda: Pero aquella señora…
Giuncano: Me parece que cuenta muy poco para él.
Tuda: ¡Ah, no, esto no lo creo! Si bien se puede decir que… una vez terminada la estatua..
(Pausa)
Giuncano: (Volviendo a la realidad) Pero tú no querías decirme esto.
Tuda: Es verdad. Quería decir…
En aquel momento, por la puerta, que ha quedado abierta, entran las dos viejas hermanas Giuditta y Rosa, llamadas las «brujas»; van ataviadas las dos de una manera casi carnavalesca, con cintajos y otros adornos sobre el lanoso cabello. Entran lentamente en busca del calor de la estufa.
Giuditta: ¿Se puede?
Tuda: ¿Quién es? ¡Ah, ustedes…!
Rosa: (A Giuditta) ¿Ves como han acabo ya hace rato?
(A Tuda) ¿Dónde está el señorito?
Tuda: Debe estar en el jardín. ¿No le han visto?
Giuditta: No le hemos visto.
Tuda: Entonces, no sé. No debe andar lejos. Ha salido tal como estaba, con la bata puesta…
Rosa: (A Tuda) Nos ha dejado siempre estar; tú ya lo sabes…
Giuditta: Para que pudiésemos aprovechar al calor que queda en la estufa.
Rosa: Si está todavía encendida…
Tuda: No lo sé; estará encendida. Vayan a verlo.
Giuncano: (A Rosa, que se dirige hacia la cortina) ¡Rosa, ven aquí!
Rosa: (Sombría y molesta) ¿Qué quieres?
Giuncano: Ven aquí. (A Tuda) ¿Dices que no soy viejo?
(Coge a Rosa por un brazo) Aquí, aquí, así… (La obliga a sentarse sobre sus rodillas)
Rosa: ¿Por qué? ¡Déjame!
Giuncano: Me quiero ver con… (A Tuda, mientras Giuditta ríe a carcajadas) ¿Sabes? ¡Tres años juntos, nosotros dos!
Tuda: (Asombrada, sonriente) ¡Ah…! ¿Con ella?
Giuncano: (Siempre con Rosa sobre sus rodillas, mientras Giuditta, apretándose los costados, sigue riendo estrepitosamente) Hace treinta años.
Rosa: ¡Nosotras éramos las primeras, en nuestro tiempo!
Giuditta: (Sigue riendo y haciendo ademán de levantarse las faldas) ¡Carne de reina la nuestra…, incluso ahora!
Rosa: (Volviéndose hacia Tuda y poniéndose en pie) Y tú, a mi edad…
Giuditta: …serás un espantajo asqueroso.
Tuda: ¡Pero si yo no les he dicho nada!
Giuncano: (Se levanta) ¡Qué espejo!, ¿eh? ¡Qué espejo!
Rosa: ¿Tienes el valor de decirlo de mí, eso del espejo?
Giuncano: No. Lo digo precisamente por mí.
Giuditta: (A Tuda) ¡Y era celoso, entonces, él! Y ella le dejó plantado, ¿sabes? Para irse con otro mejor que él.
Giuncano: (Desde la puerta, riendo) ¡Es verdad, sí! ¡Ella, ella!
(Después, súbitamente serio, volviéndose a Tuda) Acuérdate de aquello que me querías decir. Y se va.
Las dos viejas se dirigen hacia la cortina.
Tuda: (Después de un momento de reflexión) Me voy yo también. Díganle ustedes, en cuanto vuelva, que le he esperado y me he marchado.
Se dirige hacia la puerta, y está a punto de salir cuando entra Sirio, malhumorado y sombrío.
Sirio: ¿Te ibas ya? Tengo que hablarte.
Tuda: Ahora tengo que irme. Es tarde.
Sirio: Tú te quedas aquí. Haré lo que me has dicho.
Tuda: ¿Harás…?
Sirio: Lo que me has dicho. Me caso contigo.
Tuda: ¡Vaya! ¿Te has vuelto loco?
Sirio: No, querida. Estoy muy tranquilo.
Tuda: ¿Te casas conmigo?
Sirio: Para obligarte a ser únicamente modelo mía.
Tuda: ¡Ah, no! ¡Por despecho, no! No quiero, gracias.
Sirio: ¿Por despecho?
Tuda: ¡Te has peleado con aquélla! ¡No, no!
Sirio: ¿Quién te ha dicho que me he peleado?
Tuda: ¡Si os he oído desde ahí! No quiero andar de por medio de todo esto. Ella se ha ido con Caravani.
Sirio: ¡Nada de esto!
Tuda: ¡Sí, se ha ido porque tiene celos de mí!
Sirio: ¡Bah, qué tontería!
Tuda: ¡Está celosa! ¡Está celosa! ¡El maestro mismo lo ha dicho!
Sirio: ¡Basta, te digo! ¡Y no me hables más de ella!
Tuda: ¡Ah, no, espera! ¿Cuáles son tus intenciones?
Sirio: Mis intenciones son que tú, apenas hayas terminado cada día de posar para mi trabajo, tengas entera libertad.
Tuda: ¿Ah, sí…? ¿Entera?
Sirio: De hacer lo que te guste y plazca.
Tuda: ¿Y no te importará nada?
Sirio: ¿Qué quieres que pueda importarme?
Tuda: Siendo tu mujer…
Sirio: ¡No, querida, no! ¡Nada de mi mujer!
Tuda: ¡Pero… si te casas conmigo…! Todos sabrán…
Sirio: ¿Qué sabrán?
Tuda: Llevaré tu nombre. Seré la señora Dossi, ¿no? ¿Ves? Te produce cierto efecto…
Sirio: ¡Oh, no! ¡Ningún efecto!
Tuda: ¡La esposa del escultor Dossi! ¡No te importaré yo: te importará tu nombre!
Sirio: No me importa ya nada. La gente sabrá cómo y por qué eres mi mujer. Incluso, cuanto más te permita que te valgas de tu libertad, más claro se verá por qué lo he hecho. Por otra parte, yo solamente tengo que terminar mi estatua.
Tuda: ¡Y después matarte, hemos comprendido! No te importa nada más ya. Pero, digo, si es verdad, será necesario puntualizar también sobre…
Sirio: Sí, sí; sobre esto también…
Tuda: Comprenderás que por un par de meses no valdría la pena…
Sirio: Todo lo puntualizaremos, no te preocupes. Tú habrás hecho de todos modos un excelente negocio, puedes estar segura.
Tuda: ¡Negocio! ¡No se trata sólo de negocio!
Sirio: ¡Ah, sí, es sólo un negocio! Tu cuerpo será sólo para lo que debe servirme.
Tuda: (Después de una pausa reflexiva) ¿Y… viviré aquí, en tu casa?
Sirio: Sí, en el piso de arriba; será todo para ti. No te preocupes por nada. Tendrás todo lo que quieras.
Tuda: ¿Y… qué dirá ella?
Sirio: Te he dicho que no hables de eso.
Tuda: ¡Quisiera, por lo menos, saber si está enterada! ¿Estáis ya de acuerdo?
Sirio: Yo soy dueño de mí mismo.
Tuda: Y serás libre tú también, a tu vez…
Sirio: Se entiende.
Tuda: ¿Con ella?
Sirio: ¡Basta, te he dicho!
Tuda: Quisiera estar segura de que no lo haces por despecho, ¿comprendes…?
Sirio: No tengo por qué sentirlo. Ella, por puntillo, querría que no trabajase más contigo. Hará todo lo que pueda para que no vengas aquí.
Tuda: ¿Ah, sí? ¡Pues mira, voy a seguir viniendo, aunque no te cases conmigo!
Sirio: No la conoces. Podría encontrar el modo de impedírtelo. Además, quizá tú misma… No, no. Dado que el acto tiene para mí únicamente el sentido que quiero darle y ningún valor de por sí…
Tuda: Te indispondrás con ella.
Sirio: Si esto ocurre, será asunto mío.
Tuda: Y si después, habiéndolo hecho por causa mía…
Sirio: ¡No, no por causa tuya! Lo hago porque lo quiero yo así…
Tuda: Ahora, sí; pero… ¿y si después te arrepintieses de ello?
Sirio: No tendré tiempo de arrepentirme, no temas.
(Pausa)
Tuda: ¿Entonces, tendré que servirte únicamente para tu estatua?
Sirio: A mí, únicamente para eso: para mi estatua.
(Pausa)
Tuda: ¿Te casas conmigo por esto?
Sirio: Por esto; y para que no sirvas de modelo a los demás. ¿Aceptas?
Tuda: (Permanece largo rato mirándole; después, ambigua, en tono de desafío) ¡Ten cuidado! ¡Que yo estoy viva!
Sirio: ¡Ah, por ti…!
Tuda: ¿Y no has pensado que..? (Se interrumpe)
Sirio: (Después de haber esperado un momento) ¿Qué?
Tuda: Nada. Para hacer una suposición…, ¿no has pensado que podría nacer en mí, viviendo tan cerca uno de otro…, tan juntos…?
Sirio: (En tono irónico) ¿El amor?
Tuda: No, pero… quizá un deseo… respecto a ti.
Sirio: Hasta ahora no te ha nacido nunca.
Tuda: (Mirándole y después bajando los ojos) ¿Tú qué sabes?
Sirio: Nunca me he dado cuenta.
Tuda: Porque sabía que ibas con aquélla.
Sirio: (Para cortar) Es necesario que te quites estas ideas de la cabeza. Comprenderás que si antes, quizá, hubiera sido posible…
Tuda: (Rapidísima) ¿Ah, sí? ¿Hubiera sido posible?
Sirio: (Impasible) …ahora no podrá ser ya.
Tuda: Ya… Porque entonces me convertiría de veras en tu mujer…
(Permanece un momento pensando en lo que acaba de decir, y con una sonrisa sumamente pálida y triste, exclama:) Sí, claro…
(Pausa) Bien; acepto.
(Otra pausa, más breve) Quiero ver cómo irá todo.
(Otra pausa) Te he dicho aquello en broma…
(Otra pausa) Tengo padre, en Anticoli; y hermanas…
Sirio: No quiero ver a nadie.
Tuda: No, creo que…
(Se interrumpe; mira hacia el vacío con mirada alegre y una sonrisa de vaga satisfacción en los labios) …En mi país…, de señora…
(Pausa) El piso de arriba será bonito… El jardín… y yo…
(Mira a Sirio, que se vuelve rápidamente de espaldas para eludir su mirada) ¿No debo siquiera mirarte?
(Se quita resueltamente el sombrero) Está bien. ¡Vamos allá! ¡Verás cómo te hago terminar pronto la estatua!
(Y comenzando a desabrocharse el vestido, se dirige con Sirio hacia la cortina. Antes de desaparecer, se detiene un momento) ¡Ah, mira, ahí están las brujas!
(Detrás de la cortina) ¡Fuera! ¡Fuera! ¡Largo de aquí!
Sirio: No, no, déjalas, con tal de que estén calladas…
Tuda: (Saliendo con Giuditta y Rosa, amenazándolas con un alfiler de sombrero, riendo) ¡No! ¡Fuera! ¡Fuera! ¡Largo de aquí!
Giuditta: ¡No pinches, no pinches! ¡Eres mala!
Rosa: ¡Hay que ver! ¡Es ella quien nos echa!
Tuda: ¡Yo, yo! ¿No habéis oído que se casa conmigo?
Giuditta: ¡Lo hemos oído, sí…!
Tuda: Por consiguiente, yo soy la dueña de la casa. ¡Fuera, fuera! ¡Ya os enseñaré yo, brujas!
Sirio: ¡Bueno, basta, basta! ¡Déjalas tranquilas!
Giuditta: ¡Nos quedamos aquí!
Sirio: ¡Sí, pero calladas!
Rosa: ¡No se nos oirá ni respirar!
Tuda: (Se ríe. Corre hacia la cortina; desaparece detrás de ella de nuevo, y un instante después, subiendo desnuda y alegre sobre la tarima, exclama:) ¡Aquí me tienes!
Reaparece, grande, la sombra sobre la pared del fondo. Las dos viejas se vuelven a mirarla, con cierto sobresalto.
Telón
1927 – Diana y Tuda
Tragedia en tres actos
Personajes, Acto Primero
Acto Segundo
Acto Tercero
In Italiano – Diana e la Tuda
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