In Italiano – Questa sera si recita a soggetto
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Acto Primero
Acto Segundo
Intermedios
Acto Tercero
Esta noche se improvisa la comedia
Intermedios
Representación simultánea, en el vestíbulo del teatro y en el escenario. En el vestíbulo, los actores y actrices actuarán con la máxima libertad y naturalidad – cada uno dentro de su papel, por supuesto – como espectadores entre los espectadores, durante el entreacto. Se agruparán en cuatro puntos distintos del vestíbulo, y, allí, cada grupo hará su escena independientemente de los otros, y al mismo tiempo: Rico Verri, con Mommina; Doña Ignacia, con dos de los oficiales – que se llaman el uno Pometti y el otro Mangini -, estará sentada en algún banco; Dorina se pasea conversando con el tercer oficial, que se llama Nardi; Nené y Totina irán con Pomárici y Sarelli al fondo del vestíbulo, donde hay un pequeño bar con licores, café, cerveza, caramelos y otras golosinas. Estas escenitas esparcidas y simultáneas, por necesidad de espacio, son transcritas aquí unas después de otras.
I
Nené, Totina, Sarelli y Pomárici, en el bar del fondo del vestíbulo.
Nené: ¿No tiene helados? ¡Qué lástima! Pues deme algo de beber. Algo fresco, por favor. Una menta, sí.
Totina: A mí, una limonada.
Pomárici: Un paquetito de chocolatinas; y caramelos, también.
Nené: ¡No, no los compre, Pomárici! Gracias.
Totina: No serán buenos. ¿Son buenos? ¡Ah, entonces, sí, cómprelos, cómprelos! ¡Es una de las cosas que más nos gustan a las mujeres!
Pomárici: …¿las chocolatinas?
Totina: …¡no… hacer gastar dinero a los hombres!
Pomárici: ¡Por tan poca cosa! Lástima que no tuvimos tiempo de entrar en el café, según veníamos al teatro…
Sarelli: …por aquel maldito incidente…
Totina: ¡En parte, es culpa de papá! ¡Parece que él mismo va buscando las ocasiones de esa indigna persecución, frecuentando ciertos sitios!
Pomárici: (Poniéndole entre los labios una chocolatina) ¡No se amargue! ¡No se amargue!
Nené: (Abriendo la boca como un pajarito) ¿Y a mí?
Pomárici: (Poniéndole un caramelo en la boca) En seguida: pero a usted, un caramelo.
Nené: ¿Y es seguro que en el Continente se hace así?
Pomárici: ¿Cómo no? ¿Poner un caramelo en la boca a una señorita guapa? ¡Segurísimo!
Sarelli: ¡Eso, y otras cosas!
Nené: ¿Qué cosas? ¿Qué cosas?
Pomárici: ¡Ah, si quisiéramos hacer en todo como en el Continente!
Totina: (Provocando) ¿Por ejemplo?
Sarelli: Aquí no podemos darle el ejemplo.
Nené: ¡Entonces, mañana, las cuatro tomaremos por asalto el campo de aviación!
Totina: ¡Y pobres de ustedes si no nos dan una vueltecita en avión!
Pomárici: La visita será gratísima; pero eso de volar…
Sarelli: ¡Prohibido por el reglamento!
Pomárici: Con el comandante que tenemos ahora…
Totina: ¿No habían dicho ustedes que ese ogro se iba a ir en seguida con permiso?
Nené: Yo no atiendo razones: quiero volar sobre la ciudad, para darme el gustazo de escupir desde allá arriba. ¿Se podrá?
Sarelli: Volar, imposible…
Nené: No, digo, tirarle así… ¡puaf!, un escupitajo. Le doy a usted el encargo.
II
Dorina y Nardi, paseando.
Nardi: ¿Sabe usted que su papá está enamorado como un loco de la chanteuse del Cabaret?
Dorina: ¿Papá? ¿Qué me dice?
Nardi: Papá, papá; se lo aseguro yo; por lo demás, lo sabe toda la comarca.
Dorina: ¿Pero lo dice usted en serio? ¿Papá enamorado? (Una carcajada que hace volverse a todos los espectadores vecinos)
Nardi: ¿No vio usted que estaba allí, en el Cabaret?
Dorina: ¡Por Dios, que no se entere mamá! ¡Lo descuartizaría! ¿Pero quién es esa chanteuse? ¿Usted la conoce?
Nardi: Sí, la he visto una vez. Una loca afligida.
Dorina: ¿Afligida? ¿Cómo…?
Nardi: Dicen que llora cuando canta, con los ojos cerrados; lágrimas auténticas; y algunas veces, se cae al suelo, anonadada por la desesperación que la hace llorar, borracha.
Dorina: ¡Ah! ¿sí? ¡Entonces será el vino!
Nardi: Quizá. Pero parece ser que bebe porque está desesperada.
Dorina: ¡Dios mío! ¿Y papá…? ¡Pobrecito! ¿Sabe usted que papá es verdaderamente desgraciado, el pobre? No, no, yo no lo creo.
Nardi: ¿No lo cree? ¿Y si yo le dijera que una noche, quizá un poco alegre él también, dio el espectáculo en el Cabaret, yendo con un pañuelo en la mano y las lágrimas en los ojos a enjugárselas a la que cantaba con los ojos cerrados?
Dorina: .-¡Oh, no! ¿En serio?
Nardi: ¿Y sabe cómo le contestó ella? ¡Propinándole una solemnísima bofetada!
Dorina: ¿A papá? ¿También ésa? ¡Le da tantas mamá, al pobre papá!
Nardi: Y eso mismo le dijo él, allí, delante de los clientes que se reían: «¿También tú, ingrata? ¡Me da tantas mi mujer!»
En este momento están cerca del bar. Dorina ve a sus hermanas y corre hacia ellas con Nardi.
III
Delante del bar, Nené, Totina, Dorina, Pomárici, Sarelli y Nardi.
Dorina: ¿Sabéis lo que dice Nardi? ¡Que papá está enamorado de la chanteuse del Cabaret!
Totina: ¡No!
Nené: ¿Tú lo crees? ¡Es una broma!
Dorina: ¡No, no: es verdad, es verdad!
Nardi: Puedo garantizar que es verdad.
Sarelli: Claro que sí; yo también me he enterado.
Dorina: ¡Y si supierais lo que ha hecho!
Nené: ¿Qué ha hecho?
Dorina: ¡Se ha llevado una bofetada, también de ella, en pleno café!
Nené: ¿Una bofetada?
Totina: ¿Y por qué?
Dorina: ¡Porque quería enjugarle las lágrimas!
Totina: ¿Las lágrimas?
Dorina: Sí, porque dicen que es una mujer que siempre llora…
Totina: ¿Habéis comprendido? ¡Tenía yo razón, cuando lo dije hace poco! ¡Es él, es él! ¿Cómo queréis que luego la gente no se ría y no hagan mofa de él?
Sarelli: Si quieren ustedes una prueba, regístrenle los bolsillos de la chaqueta: tiene que tener el retrato de la chanteuse: me lo enseñó a mí una vez, con unas exclamaciones que… no les digo nada, ¡el pobre don Palmiro!
IV
Rico Verri y Mommina, aparte.
Mommina: (Un poco intimidada por el aspecto hosco con que Verri salió del palco) ¿Qué le pasa?
Verri: (De mal talante) ¿A mí? Nada. ¿Qué me va a pasar?
Mommina: Entonces, ¿por qué está así?
Verri: No lo sé. Sé que, si estoy un momento más en el palco, acabo haciendo una locura.
Mommina: No hay quien soporte esta vida.
Verri: (Fuerte, áspero) ¿Ahora se da usted cuenta?
Mommina: ¡Por favor, cállese! Todas las miradas están pendientes de nosotros.
Verri: ¡Pues por eso mismo! ¡Por eso mismo!
Mommina: Yo ya he llegado a un extremo que no sé ni moverme ni hablar.
Verri: Yo quisiera saber por qué tiene que mirarnos tanto, y estar escuchando lo que hablamos entre nosotros.
Mommina: ¡Sea usted bueno, hágame ese favor, no los provoque!
Verri: ¿No estamos aquí como todos los demás? ¿Qué ven en nosotros de particular, en este momento, para estar mirándonos así? Yo pregunto si alguna vez es posible…
Mommina: …Claro que sí…, vivir…, se lo he dicho…, volver a hacer un gesto, levantar los ojos, así, bajo la mirada de todo el mundo. Mire allí, también en torno a mis hermanas, y allí, en torno a mamá.
Verri: ¡Como si estuviéramos aquí dando un espectáculo!
Mommina: ¡Claro!
Verri: Sin embargo, dispense, pero… sus hermanas, allí…
Mommina: ¿Qué hacen?
Verri: Nada; no quisiera darme cuenta de ello, pero me parece que les encanta…
Mommina: ¿El qué?
Verri: ¡Llamar la atención!
Mommina: Pero si no hacen nada malo: se ríen, charlan…
Verri: ¡Van provocando, con esa actitud descarada!
Mommina: Pero si son también sus compañeros, perdone…
Verri: Los que las animan, ya lo sé; y crea usted que ya están empezando a cargarme, especialmente ese Sarelli, y también Pomárici y Nardi.
Mommina: Están de buen humor…
Verri: Podrían darse cuenta de que lo están a expensas de la buena reputación de tres muchachas decentes; y, por lo menos, abstenerse de ciertas actitudes, y de ciertas confianzas.
Mommina: Eso sí que es verdad.
Verri: Yo, por ejemplo, no consentiría que uno de ellos se permitiera con usted…
Mommina: …no lo consentiría yo; sería la primera en no consentirlo, ¡usted lo sabe!
Verri: ¡Bueno, vamos a dejar eso, por caridad! ¡Usted también, usted también lo ha consentido antes!
Mommina: ¡Pero ahora ya no, desde hace tiempo, me parece! Debería usted saberlo.
Verri: ¡Pero no basta que lo sepa yo: deberían saberlo también ellos!
Mommina: ¡Lo saben! ¡Lo saben!
Verri: ¡No lo saben! Más de una vez han querido demostrarme que no querían saberlo; y precisamente como desafiándome.
Mommina: ¡No, eso no! ¿Cuándo? ¡Por Dios, no se meta esas ideas en la cabeza!
Verri: ¡Deberían comprender que conmigo no se juega!
Mommina: ¡Lo comprenden, esté usted seguro! Pero cuanto más deje usted ver que le molesta la broma más inocente, más seguirán ellos, aunque sólo sea por demostrar que no lo habían hecho con ninguna malicia.
Verri: Entonces, ¿usted los disculpa?
Mommina: ¡Ni mucho menos! Lo digo por usted, para que esté tranquilo; y también por mí, que sabiendo que es usted así, vivo en continuo sobresalto. Vamos, vamos. Mamá se ha levantado; parece que quiere entrar.
V
Doña Ignacia en un banco, con Pometti y Mangini, uno a cada lado
Doña Ignacia: ¡Ah, ustedes podrían hacer grandes méritos, grandes méritos, amigos míos, en pro de la civilidad!
Mangini: ¿Nosotros? ¿Y cómo, doña Ignacia?
Doña Ignacia: ¿Cómo? ¡Poniéndose a dar lecciones, en su círculo!
Pometti: ¿Lecciones? ¿A quién?
Doña Ignacia: ¡A estos groseros palurdos del pueblo! Aunque sólo fuera una hora diaria.
Mangini: ¿Lecciones de qué?
Pometti: ¿De buena crianza?
Doña Ignacia: No, no, demostrativa. Una leccioncita al día, de una hora, que les informara de cómo se vive en las grandes ciudades del Continente. ¿Usted de dónde es, amigo Mangini?
Mangini: ¿Yo? De Venecia, señora.
Doña Ignacia: ¿De Venecia? ¡Oh, Venecia, mi sueño dorado! ¿Y usted, Pometti?
Pometti: De Milán.
Doña Ignacia: ¡Oh, Milán! Milano… ¡Si estuviéramos allí! II nostro Milano… Y yo soy de Nápoles; de Nápoles, que… sin hacer de menos a Milán… digo… y salvando los méritos de Venecia… como paisaje, digo… ¡un paraíso! ¡Chiaja! ¡Posillipo! Me dan… me dan ganas de llorar, cuando me acuerdo… ¡tantas cosas! ¡tantas cosas…! Aquel Vesubio, Capri… ¡ustedes tienen el Duomo, la Galería, la Scala… Y ustedes la Plaza de San Marcos, el Gran Canal… ¡tantas cosas! ¡tantas cosas! En cambio, aquí, toda esta mezquindad… ¡Y si sólo fuera en la calle!
Mangini: ¡No lo diga usted tan fuerte, delante de ellos, por caridad!
Doña Ignacia: ¿Cómo que no? Yo hablo fuerte. ¡Santa Clara de Nápoles, amigos míos! La tienen dentro, la mezquindad. En el corazón, en la sangre la llevan. ¡Comidos por la rabia! ¿No les da a ustedes esa impresión, como si estuvieran todos rabiosos?
Mangini: La verdad, a mí…
Doña Ignacia: …¿No les parece…? ¡Claro que sí!, todos siempre quemados por una… ¿cómo diría yo?, sí, rabia instintiva, que los hace feroces a unos contra otros; basta que uno…, no sé…, mire para aquí, en lugar de mirar para allí, o se suene un poco fuerte, o se sonría porque se acuerda de algo… ¡Dios nos libre! «¡Se ha reído de mí!», «¡Se ha sonado tan fuerte para hacerme una afrenta a mí!» «¡Ha mirado para allí, por hacerme un desprecio a mí!» No puede una hacer nada sin que sospechen que hay doble intención, y quién sabe qué malicia; porque la malicia la tienen todos ellos dentro, al acecho. Mírenles ustedes a los ojos. Meten miedo. Ojos de lobo… ¡Bueno, vamos, que debe ser hora de entrar…! Vamos con esas pobres hijas.
Medido el tiempo necesario para que los cuatro grupos reciten simultáneamente sus réplicas, cada uno en su puesto indicado, se hará de modo – incluso suprimiendo o añadiendo, cuando sea necesario, algunas frases – que todos, al final, se muevan al mismo tiempo para reunirse y salir juntos del vestíbulo. Pero esta simultaneidad deberá estar también cronometrada con el tiempo que necesite el Doctor Hinkfuss para hacer sus prodigios en el escenario.
Tales prodigios podrían ser dejados al capricho del Doctor Hinkfuss; pues como él, y no el Autor del Cuento, ha querido que Rico Verri y los otros Jovenes oficiales fueran aviadores, es posible que también haya querido reservarse el placer de preparar delante del público que se haya quedado en la sala, un hermoso campo de aviación, escenificado con admirables efectos de perspectiva. De noche, bajo un magnífico cielo estrellado, con pocos elementos sintéticos: en tierra, todo pequeño, para dar la sensación del inmenso espacio con aquel cielo sembrado de estrellas; pequeñita, al fondo, la caseta blanca de los Oficiales, con las ventanas iluminadas; pequeños los aparatos, dos o tres, esparcidos por el campo; y una gran sugestión de luces oscuras, y el ronquido de un aeroplano invisible, que vuela en la noche serena. Se le puede permitir ese gusto al Doctor Hinkfuss, aunque en la sala no haya quedado ni un sólo espectador. En ese caso – que hay que tener previsto – ya no se tendría la representación simultánea de este intermedio en el vestíbulo y en el escenario. Pero el mal sería fácilmente remediable. El Doctor Hinkfuss, mandando abrir el telón, y viendo que su celo no produce el efecto de retener en la sala a un pequeño sector del público, se retiraría entre bastidores, un poco contrariado, y se desahogaría, dando la prueba de su valer, al terminar la representación del vestíbulo, cuando los espectadores, llamados por el toque del timbre, vuelvan a la sala a ocupar sus localidades.
Lo que importa, sobre todo, es que el público soporte estas cosas que, si no superfluas, son ciertamente accesorias. Pero en vista de que hay tantos síntomas de que gustan, y de que estas cosas de relleno van saboteándose más que la auténtica pitanza, ¡que le aproveche! El Doctor Hinkfuss tiene razón, por lo tanto, después de este cuadro del campo de aviación, le sirve al público otra escena diciendo claramente, y con el desdén del gran señor que puede permitirse ciertos lujos, que, en realidad, del primero se puede prescindir, por no ser estrictamente necesario. Se habrá perdido un poco de tiempo para conseguir un bello efecto, pero se dará a entender lo contrario: que no se quiere perder el tiempo, tanto es así, que se ha cortado una escena que podía ser suprimida sin daño para la representación. Omitiremos también nosotros las órdenes que el Doctor Hinkfuss podrá concertar por sí mismo fácilmente con los tramoyistas y electricistas para la preparación de ese campo de aviación. Apenas montado, baja del escenario a la sala, se coloca en medio del pasillo para, con otras oportunas órdenes, regular bien los efectos de luces, y cuando los haya obtenido perfectos, vuelve a subir al escenario.
Doctor Hinkfuss: ¡No, no! ¡Fuera todo! ¡Fuera todo! ¡Que cese ese zumbido! ¡Apaguen! ¡Apaguen! Estoy pensando que esta escena puede suprimirse también. Sí, el efecto es bonito, pero con los medios que tenemos a nuestra disposición, podemos obtener otros no menos bonitos, que llevarán la acción adelante más expeditamente. Por fortuna, esta noche estoy libre delante de ustedes y espero que no les desagradará ver cómo se monta un espectáculo, no sólo ante sus propios ojos, sino también – ¿por qué no? – con la colaboración de ustedes.
El teatro, como ustedes ven, señores, es la boca abierta hasta atrás de una gran maquinaria que tiene hambre: un hambre que los señores poetas…
Un poeta, desde los sillones: ¡Por favor, no llame señores a los poetas; los poetas no son señores!
Doctor Hinkfuss: (Rápido) Tampoco los críticos son, en ese sentido, señores; pero yo los he llamado así, por una especie de afectación polémica que, sin ánimo de ofender, creo que puede ser permitida en este caso. Un hombre, decía, que los señores poetas tienen la poca habilidad de no saber saciar. Para esta máquina del teatro, como para otras máquinas enormes y admirablemente multiplicadas y desarrolladas, es deplorable que la fantasía de… los poetas, atrasada, no consiga ya encontrar un alimento adecuado y suficiente. No quieren entender que el teatro es, ante todo, espectáculo. Arte, sí, pero también vida. Creación, sí, pero no durable: momentánea. Un prodigio: ¡la forma que se mueve! Y el prodigio, señores, no puede ser más que momentáneo. En un momento, ante los ojos de ustedes, crear una escena; y dentro de ésta, otra, y otra más. Un momento de oscuridad; una rápida maniobra; un sugestivo juego de luces. Así, verán ustedes.
(Da una palmada y ordena:) ¡Oscuro!
Se hace el oscuro, el telón se cierra silenciosamente a la espalda del Doctor Hinkfuss. Se enciende la luz de la sala mientras los timbres llaman a los espectadores porque ha terminado el entreacto. En el caso de que todos los espectadores hubieran salido al vestíbulo, y que el Doctor Hinkfuss – habiendo faltado la simultaneidad de la doble representación, la del vestíbulo y la del escenario – se viera obligado a esperar a la maniobra de la primera escena en el campo de aviación y a la charla sucesiva, se entiende que el telón no bajaría, y que, una vez ordenado el oscuro, él, delante de todo el público presente en la sala, seguiría dando las demás órdenes para la continuación del espectáculo. Aquí se previene el caso de la simultaneidad, como sería de desear que se produjera, y se procurará que se produzca. Cerrando entonces el telón y dada la luz de la sala, el Doctor Hinkfuss seguirá diciendo.
Doctor Hinkfuss: Esperaremos hasta que haya entrado todo el público. Tenemos que dar tiempo a que Doña Ignacia y las señoritas La Croce entren en casa, después del teatro, acompañadas por sus jóvenes amigos oficiales. (Dirigiéndose al SEÑOR DE LAS BUTACAS, que entra ahora en la sala:) Y si mientras tanto, usted, caballero, mi impertérrito interruptor, quisiera informar al público que se quedó aquí en la sala, de si ha ocurrido algo nuevo en el vestíbulo…
El señor de las butacas: ¿Me dice a mí?
Doctor Hinkfuss: A usted, sí. Si quisiera usted ser tan amable…
El señor de las butacas: No, nada nuevo. Un gracioso entretenimiento. Han charlado. Solamente se ha sabido que ese payaso de don Palmiro, «Zampoña», está enamorado de la chanteuse del Cabaret.
Doctor Hinkfuss: ¡Ah, sí! Pero eso ya habían podido comprenderlo. Por lo demás, tiene poca importancia.
El joven espectador de la platea: No, dispense, también se ha comprendido que el oficial Rico Verri…
El Primer actor: (Asomando la cabeza por el telón, a la espalda del Doctor Hinkfuss) ¡Basta, basta ya de ese oficial!
¡Dentro de poco me libero de este uniforme!
Doctor Hinkfuss: (Volviéndose al Primer actor, que ya ha retirado la cabeza) Pero, usted, ¿por qué interviene? Y perdone.
El Primer actor: (Asomando nuevamente la cabeza) Porque me irrita ese calificativo, y por poner las cosas en su punto: yo no soy oficial de carrera.
Retira nuevamente la cabeza.
Doctor Hinkfuss: Lo hice constar desde el principio. Basta.
(Al joven espectador:) ¡Usted dispense! ¿Decía usted, señor…?
El joven espectador: (Intimado y azarado) Pues… nada… Decía que… que también allí, en el vestíbulo, ese señor Verri ha demostrado su mal humor y que… y que parece que empieza a estar bastante harto del escándalo que dan esas señoritas y su… señora madre…
Doctor Hinkfuss: Sí, sí, está bien; pero también eso ha podido verse desde el principio. Gracias, de todos modos.
Se oye, detrás del telón, el piano que toca el aria de Siebel del Fausto de Gounod: «Le parlate d’amoro cari fior…»
Doctor Hinkfuss: Bien: el piano: todo está listo.
(Retira un poco el telón y da orden hacia dentro) ¡Gong!
Al golpe de gong, vuelve a bajar a su butaca de primera fila, y se abre el telón.
1930 – Esta noche se improvisa la comedia
Drama en tres actos
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